Recuerdo aquel día como algo muy confuso. No se si hacía frio ni calor, si estaba encapotado o lucia un sol impresionante sólo sé que ese día murió alguien muy imortante porque no pudimos ir al colegio. En casa se hablaba de Franco ni con mucho cariño ni con poco. Puede ser que al ser mi padre británico y no haber vivido personalmente la experiencia de la guerra civil (aunque si vivió otra guerra mucho más sangrienta y voluminosa pero no por ello tan trágica) el tema Franco pasaba muy de lado en nuestra casa. A ver, no es que no hubiera comentarios sobre este personaje. Los había, pero eran mucho más diferentes a los que podría haber en cualquier casa de vecino, fuese del vando que fuese. Recuerdo que mi hermana y yo nos levantamos esa mañana y nos fuimos a ver la tele (en blanco y negro) que teníamos sobre un mueble bar, de esos de ruedecillas y de metraquilato ahumado que teníamos en ese momento en el comedor. En la tele salía un señor muy feo con cara compungida diciendo algo así como: “Españoles… Franco ha muerto.” A mis 8 años tenía ciertas nociones de quien era Franco, vagas, muy distorsionadas. Sabía que era un dictador, que mientras él manadaba no se podían hacer según que cosas, que mientras él estaba sentado en una silla dale que te pego a la sinhueso aquí no se comian Smarties, ni había gasolina Shell, ni ESO (esa era una de las diferencias más notables que lograba entender yo en esa época) y que según que canciones o películas no se podían ver. Era algo consciente de que había cosas de él que no se podian decir fuera de casa, aunque no podía comprender muy bien el porqué. Mi madre hablaba catalán pero lo hacía sólo en determinados momentos y con según quien. Un lio muy extraño. El día que murió Franco mi madre, mi hermana y yo nos fuimos en taxi a ver a mi prima que estaba a punto para parir. En el trayecto el taxista hablaba con mi madre de cómo iba a cambiar la situación en España. Yo en mi imaginaciónn pensaba: “Que bien ahora estaremos como en Inglaterra, tendremos muchos canales de televisión, muchos juguetes como los de allí, muchos caramelos como los que vendían en los supermercados y sobre todo nadie irá con miedo por las calles o teniendo cuidado con lo que se dice, como nos advertía alguna vez mi madre. Recuerdo ver en la tele las colas de gente pasando delante del féretro algunos algo sonrientews, otros llorando y alguno que otro montando un paripé. Recuerdo que mi padre le comentaba a mi madre, tras hablar con mi abuela en inglaterra por teléfono, que nos había ofrecido su casa si las cosas aquí se ponían feas (eso mismo sucedió años más trade cuando un tipo bigotudo irrumpió un 23 de febrero en el parlamento gritando: “!Quieto todo el mundo! o ¡Qué se sienten coño!”). Fuerón unos días muy extraños. Llenos de cambios y sorpresas. El día después de la muerte de Franco nació mi prima/sobrina y ya me olvidé por un momento de Franco. Por otro lado y de repente teníamos un Rey y un gobierno (en apariencia) democrático. Mi madre consciente de los momentos históricos que estabamos viviendo guardó en un cajón todas las revistas y noticias relacionadas con esa parte de la historia. Aun andan por casa. Luego llegó la transición, el despelote y los saltos de gobierno cada X tiempo. Pero esa ya es otra história.
1 comentario:
Uff Richard, k "histerico" (historico, jajaja) te has puesto!!!
Kises.
Publicar un comentario