jueves, febrero 03, 2011

¡Te lo juro por Mark Twain!

No se si alguna vez he explicado por qué he querido ser escritor. A parte porque siempre me ha gustado escribir, como dibujar o hacer películas, también porque un día me lo dijo Mark Twain. Sí, como lo leéis, el mismísmo Samuel Langhorne Clemens vino un día a mi casa y me lo dijo. Bueno también ese día vino John Wayne y nos llamo putas a todos pero eso no se lo tengo en cuenta, ni tampoco me inspiró para mi futura carrera (entre otras cosas no tengo arte ni cuerpo para eso) Supongo que a estas alturas estaréis flipando zepelines de colores al más puro estilo Yellow Submarine. Vaaaale, ahora mismo os lo aclaro. Pues sí, resulta que el Sr. Twain vino a mi casa, o por lo menos nos dijo que era él y también me comentó que tenía que ser escritor; esto os lo puede asegurar más gente. ¿Y como lo hizo? os preguntareis, pues muy sencillo a través del tablero de la Ouija. A ver si ahora os pensáis que desde joven yo le daba a las drogas. Oyes que uno era muy sano y no se perjudicaba la mente con sustancias, bueno con otras cosas tal vez pero con “drojas alucinantes” nunca. Never, forever and ever.
Bueeeno ahora que está aclarado (eso espero y si no os leéis lo que pone tres o cuatro lineas más arriba hasta que lo asimileis) Os aseguro que la visita del jocoso Twain, que por cierto fama de hilarante tenía, a parte de divertida me marcó profundamente. Como os he dicho yo escribía antes de eso, vamos que no me dio por aporrear la máquina de escribir como un poseso después de que el espíritu del “padre” de Tom Sawyer viniera desde el más allá a marear el culo de un vaso construyendo palabras y frases gracias a unas letritas recortadas.
No es la primera vez que me pregunto su le debí hacer demasiado caso a aquella premonición. Desde entonces he escrito y he publicado artículos en revistas, bien cada semana como cada mes, pero de momento ni un simple libro de novelas, ni un solo cuento sobre papel y aquí tengo unos cuantos de ellos que solo han visto la luz a través de los medios virtuales. Claro también podría ser que Mr Samuel Langhorne me transmitiese lo de escribir como una ironía, es posible, sentido del humor tenía para dar y repartir y supongo que de muerto aun le sobraba y lo que quería decirme era que dejase de manchar folios con estupideces y me dedicase a otra cosa. Puta, como sugirió el Duque, tal vez...

El Fast Food virtual

Hace poco escuché unos comentarios sobre la falta de concentración generalizada debido al haber vivido con demasiada rapidez. Nos han acostumbrado a vivir con todo hecho, en menos de un milisegundo, de inmediato. ¿Qué quieres una casa? Mañana tienes las llaves. ¿Un viaje? ¡Qué haces que no preparas las maletas! ¿Por qué no te cambias de coche? Si hace un año que lo tengo ¿Huy ya esta obsoleto, ve a comprate otro ahora mismo que te lo van a dar con muchísimas facilidades... Y eso trae sus consecuencias...
Si lo trasladamos a otro ámbitos como es el de Internet y la comunicación global el resultado es tanto de lo mismo. No se is os habéis fijado pero cada vez hay menos gente que, sin hacer nada tiene menos tiempo para leer o escribir en blogs. Fenómenos como las redes sociales, en concreto Twitter o Facebook han ido mermando ese placer por la lectura sosegada, en todos los ámbitos, ya sea mediante el uso una pantalla de ordenador como a través de un montón de hojas de papel cosidas o apiñadas. A la gente, no toda, le está costando sentarse a leer un libro, o insluos leer un post y reflexionar con lo que hay escrito (eso en el caso de que el post tenga un contenido que merezca la pena, claro está) Es más sencillo y cómodo leer mensajes rápidos, casi telegráficos, que detenerse ante un texto con cierta sustancia. Sí señores, hay que admitirlo, las redes sociales son como el Fast Food de la información: Los mensajes entran, apenas se mastican, se tragan y se cagan como un ataque incontrolable de diarrea inesperada. Bien es cierto que en estos lugares (que no dejan de ser patios de vecinas virtuales) aun hay gente con arte. Personas con cierta gracia y poderío que con la brevedad pueden hacer reflexionar (en cualquier sentido, hasta el mas chuzo), incluso de participar. Entre la maraña de mensajes por segundo todavía hay quienes saben hacen sentir algo cuando se los lee, que te conmueve, que hace aflorar las emociones cuando de repente ves publicado algo (aunque sea un simple video) en su muro o el tuyo o el de perico de los palotes... Pocos, pero los hay. Ojo, no estoy en contra de la redes sociales, en absoluto. De momento me divierten pero reconozco que como muchos me de dejado arrastrar por su inmediatez y por su culpa (en todo caso rectifico: la mía) he abandonado otros hábitos que incluso me seducían mucho más como escribir en este blog.
No se si se tratará de un nuevo síndrome (lo más seguro que sí) Tal vez os suceda también como a mi pero de un tiempo a esta parte desbordo tanta ansiedad acumulada, tanta tensión por hacer muchas cosas a la vez que cuando me pongo me aburro rápidamente y deseo iniciar otra tarea de nuevo. Es como si funcionase a contrarreloj y tratase de recuperar (de forma incorrecta) todo el tiempo perdido.

La sociedad ralentizada


Dicen que el cuerpo humano, en concreto el universo de la mente es todo un pozo de misterios sorpresas. En estados de máxima ansiedad esta puede reaccionar hasta conseguir lograr lo imposible. También cabe añadir que el cerebro humano, con todos esos extraños pliegues en forma de carretera, como órgano, si se le fuerza, tiende a agotarse. No se seca cual pasa de corinto o se queja de dolor (a veces sí pero eso responde a otro tipo de patologías o excesos) simplemente el cerebro se cansa y con el cansancio acaba surgiendo las depresiones o una especie de hastío que te convierte en algo menos animado que una piedra.
Supongo que el clima económico actual y que llevamos arrastrando (y lo que nos queda) tiene la culpa. Cada vez hay más individuos huecos, seres aparentemente vacíos que se pasean por las calles, tiendas o parques caminado cabizbajos, con cara de vinagre y lentos como si estuvieran viviendo en la luna. Es como si el motorcito que los movía, de repente haya bajado de mil por hora a ponerse en ralentí, casi al borde de calarse. Por otro lado, vemos que hay quienes de repente reaccionan. Salen del desasosiego y toman la directa en busca de soluciones.