lunes, marzo 31, 2008

¡Pero qué brutos!

Leo en un periódico: “Marko Kulju, ciudadano Finlandés arrancó un lóbulo a una de las orejas de un Moai durante sus vacaciones en la isla de Pascua para, según sus palabras: Llevárselo de recuerdo...” Claro, el tipo era tan tonto que además, lo pillaron a plena luz del día con las manos en la masa. De momento se ha llevado una multa de siete millones de pesos y de paso se juega en pellejo durante una buena temporada en la cárcel. Y es que hay que ser cazurro y salvaje. Claro, para que luego digan de los Españoles, los Italianos o incluso los Griegos…

Vamos a ver no es la primera vez que se cometen salvajadas de este tipo. La gente que viaja algunos, no todos, no saben comportarse y menos cuando hay monumentos del tamaño y la forma que sea. Está bien que uno se lleve cachos del muro de Berlín, o incluso arena de Egipto o de las playas de Normandía. Pero de eso a arrancar partes del cuerpo de una escultura es algo que duele aun a sabiendas de que la pobre estatua no se va a quejar.

Nosotros que en casa hemos viajado mucho hemos sido testigos de ejemplos, en menor medida que el episodio de la oreja del Moai. Tampoco hace falta irse muy lejos para poder contemplarlos.

Por ejemplo, una vez estando de vacaciones en Londres Miguel y yo visitábamos la National Gallery de repente comienzan a sonar las alarmas. En la sala siguiente a la nuestra un tiparraco de nacionalidad española se había dedicado a joder la marrana tocando con sus dedazos la mayoría de los cuadros allí expuestos. Cuando vinieron los guardas a llamar la atención el muy capullo se puso farruco, a aparte de discutir con ellos, le dio por volver a toquetear de nuevo algunas de la piezas. Tenía que demostrar a la churri que llevaba bajo el brazo que él era el tío más chulo del mundo. Ella, española como él se reía de sus gracias. Claro al final acabaron los dos fuera del recinto.

En otra ocasión en la sección de arte griego del Luvre en París, un turista japonés le dio por pisotear un impresionante mosaico con la cara de Zeus (acordonado y todo) porque perdía de vista a su grupo y claro el camino más recto para ello era atravesar por en medio de aquella obra de arte. Pese a los silbidos y improperios de los allí presentes el tipo nos miró con cara de idiota y pasar de nosotros olímpicamente.

Días más tarde en Versalles a otro grupo de turistas nipones les dio por dormirse en los bancos donde El Rey Sol reposaba sus reales posaderas y apoyar la cabeza (poniendo un pañuelo blanco para no mancharse) en uno de los pivotes que acordonaban la zona. Varias salas más adelante a otros japoneses les daba por subirse a las butacas de terciopelo, descalzos y hacerse fotos (sonrisa estúpida incluida) tocando con la punta de uno de sus dedos los cuadros expuestos en algunas salas.

Supongo que no seré el único que ha vivido este tipo desagradables anécdotas. Si sabéis de alguna contadla que seguro supera lo aquí narrado.

domingo, marzo 30, 2008

God Bless America! Episode 5: ¡El descubrimiento del mágico mundo de OZ!

Los Ángelesland.

¿Sabes por qué me gusta Los Ángeles? Porque es como un gran parque temático…” Esta frase, pronunciada por Juan Carrillo (TVE) el día anterior, antes del copioso desayuno en “El Palacio del Colesterol” (como bauticé al “Jan´s Restaurant”, la cafetería cercana al hotel) era, hasta el momento, la mejor definición sobre la capital de la meca del cine.

Sí, caminar por Los Ángeles había sido todo un calvario. De eso no había ninguna duda. Pero también reconozco que el paseo, por lo menos, tuvo un lado positivo y porque no, hasta educativo. Pese al dolor y el malestar general (sobre todo en mi pié) y gracias a ese paseo, había podido conocer una pequeña parte de la ciudad, precisamente no la más glamurosa, pero si quizás la más real, la menos artificiosa. Hollywood era otro mundo, algo tan falso y tan de cartón piedra como la fachada del “Teatro Chino”. Nada más que andamiaje y attrezzo. Si había una palabra que definiera la ciudad era, sobre todos los demás, DECADENCIA. Y es ahí precisamente donde residía su encanto. La ciudad se caía a trozos era como un reptil al que le estaba cambiando la piel, ya fuese para bien o para mal. La mayoría de las casas que vimos estaban desconchadas, viejas, carentes de chispa. Eran casas como las que podría haber encontrado en La Habana, sin duda la ciudad más decadente de todo el planeta (y os lo comento con conocimiento de causa.)Eran casas que en el pasado gozaron de mejor vida. Habían vivido su edad de oro a lo largo de las décadas de los 60 y 70 y ahora morían como dientes careados a las que nadie les hace ni puñetero caso.

Ya lo dije en otra ocasión. Hay ciudades que te acogen con los brazos abiertos. Otras te dan echan directamente a empujones. Los Ángeles te abraza y te acaricia con un brazo mientras que con el otro te golpea con saña la boca del estómago.

No os penséis que me desagradó mi paseo. Me alegré de haberlo hecho, a pesa de todos los demás contratiempos. También me alegré porque aquel no sería el último paseo del viaje. Aun quedaba un día entero por delante y sobre todo una noche que prometía pequeñas sorpresas...


Si quieres café, ¡toma dos tazas!

Tras regresar de la caminata cada uno subió a su habitación. Una de las primeras cosas que hice fue quitarme la ropa y meterme un buen rato bajo la ducha. Tampoco es que tuviese mucho tiempo, menos de tres cuartos de hora. Habíamos quedado en el Hall del Hotel para ir todo el grupo de periodistas internacionales con los responsables de prensa de SEGA. En el momento que me metí en la ducha lo que me dolía más eran los pies. Cuando acabé la ducha mis piernas fueron las que comenzaron a quejarse. Las temibles agujetas habían hecho acto de presencia. Antes de abandonar la habitación me tomé una nueva dosis de ibuprofeno. Tenía los pies hinchados, palpitantes pero me habían asegurado que Kerrie, la responsable de SEGA de UK (todo un personaje en sí), había reservado mesa en un restaurante cerca del hotel. Cerca. La madre que la matriculó…

Me encontré con el resto de los Hobbits en el hall. Estaban tan o incluso más molidos que yo. Al grupo se unió Juan, Manolo y José que se habían quedado en MARVEL para filmar las entrevistas. También aparecieron Kerrie y parte de la prensa hospedada en el Hotel. Yo, como el resto de mis compañeros rezábamos por pillar u n taxi que nos condujera a la cena. Pero no, había que caminar. “No está muy lejos” aseguró la chica, “Se puede ir andando…”, “andando…”, “andando…”, “andando…”, “ANDANDO… “

Y sí, caminamos, de nuevo hasta el agotamiento, hasta que toda la expedición quería matarla y hasta el punto de organizarse apuestas de cómo hacerlo y sin dejar huella. A parte la chica (ya hablaré de ella más adelante porque merece un capítulo exclusivo) se perdió en un par de ocasiones. Ya era de noche y las calles se habían llenado de zombis (Homeless). Todos teníamos mucha hambre.


¡Esto no es “Disneylandia” es “The Grove”!

Tras girar una calle donde aparentemente no había nada apareció ante nosotros un lugar como arrancado de Main Street de los parques Disney. Era una especie de pueblecito todo muy iluminado, limpio, sobre todo limpio, adornado por callecitas de adoquines, (falsas) vías de tranvía y muchas fuentes llenas de agua. Había gente por todos lados, paseando, felices, animados. Me giré a mi espalda. El paisaje era desolador. Calles cochambrosas y llenas suciedad, pordioseros y bandas callejeras. Me volvía a dar la vuelta y allí estaba ese pedazo de cielo, un paraíso para todos los sentidos. “Es como un parque temático” Me decía la voz de Juan dentro de mi cabeza. Caminamos un poco embelesándonos con el paisaje. Había un cine como los que aparecen en las películas antiguas, con taquilla a modo de cabina y grandes marquesinas iluminadas por una docena de brillantes fluorescentes en su interior y con cientos de letras de negras, ordenadas, invitando a los transeúntes a visionar un buen puñado de películas. Había mucho bullicio por todos lados. Sonidos de las fuentes escupiendo agua limpia y cristalina, música de ambiente agradable y moderada, sonido de miles de tacones sobre los adoquines que decoraban el suelo. Luces muchas luces. Olores agradables. ¡Habíamos llegado al mágico mundo de OZ!

Entramos en una especie de Hall deliciosamente decorado con frescos de estilo “Naif”con angelotes revoloteando y damiselas trotando por paisajes bucólicos. Kerrie se acercó al mostrador, situado bajo unas letras doradas que anunciaban que aquel era “The Cheesecake Factory”. Era una franquicia al más puro estilo “Planet Hollywood” o “Tony Roma´s” Me daba igual. Allí había comida y sobre todo cómodos asientos donde reposar las nalgas y permitir una tregua al intenso dolor de nuestros pies.

Como sucede en todos estos restaurantes había demora. Por lo menos un hora. Habíamos llegado tarde y habíamos perdido la reserva. Nos invitaron a entrar y tomar algo o esperar fuera mientras nos paseábamos y descubríamos más secretos de OZ. Decidimos pasear. Habíamos quedado prendaos del lugar (aquello y el Hotel era lo más decente que habíamos visto en horas) y queríamos ver más de ese sitio. A la mierda el dolor de piernas.

Paseamos, tranquilamente. Había tiempo y bastantes tiendas para visitar. Ropa de marca, pequeños restaurantes de comida mexicana o exótica, pequeños puestos de bisutería y regalos, una librería “Barnes & Noble” que anunciaba la visita el día anterior de “Tory Spelling” (Sensación de vivir, Melrose Place 1992/1999); la chica había escrito un libro contando sin pelos ni tapujos todo tipo de cotilleos de la industria del cine… y la presencia de “Gene Wilder” (El Jovencito Frankestein, Mel Brooks, 1974) que presentaba su biografía para la semana siguiente. Sólo faltaba en esos momentos comenzar a cantar y bailar, como hubiera hecho “Gene Kelly” o Fred Aister” y “Ginger Rogers” en algunas de sus clásicas películas.


Dominados por la Gula.

Regresamos al “Cheese Cake Factory” doloridos pero con una extraña sensación de felicidad en nuestros rostros. Había acabado el número musical y como sucedía en las películas todos éramos tan felices como las perdices.

Tardamos en sentarnos a comer. Ya lo comenté más arriba es habitual esperar en este tipo de restaurantes aunque llegues a la hora que te han estipulado. Asaltamos la barra del bar como náufragos recién llegados a tierra. Como yo no suelo beber alcohol me pedí un batido (muy Fashion) de frutas exóticas. El resto se pidieron combinados y cervezas. Me llegó el batido. Aquello era espectacular. Una copa elegante y alargada hasta el infinito con un combinado de colores que iba desde el rojo al crema pasando por toques amarillo, todo adornado por un pinchito de fresas y naranjas. El sabor, una delicia, y más aun con el agotamiento que llevaba en el cuerpo. Fresco y saludable.

Nos sentamos en una mesita alta para esperar mientras tomábamos. En eso se acerca una camarera y en tono amable nos dice que si necesitamos algo más (sobre todo de comer) que le avisemos. Alguien toma las palabras de la señorita como un aviso de que la zona donde nos encontramos es solo para jalar. Pero lo dice en un tono tan amable, casi ambiguo que nos cuesta creérnoslo.

Después de una segunda ronda (yo me pedí un Sprite) nos fuimos a la mesa.

Habían juntado dos mesas y todos los allí presentes tomamos posiciones, previsiblemente juntos pero no revueltos. Llegaron las cartas. Había de todo y con fotos que lo ilustraban. Como siempre los platos eran pista de patinaje para 10 personas (o más). Al principio elegimos un solo plato pero tras el considerable retraso del camarero en llegar para tomar nota acabamos arrasando la carta (por lo menos el flanco español). El hambre no tiene perdón. El hombre tomó nota y mientras lo hacía miraba a nuestra expedición por el rabillo del ojo. Nos debería estar viendo como una manada de Trolls hambrientos. Y os aseguro que en ese momento lo éramos. Para una muestra… Cuando llegó la bandejita de pan (con mantequilla de nuevo en forma de bola de helado) todo eran manos revoloteando a diestro y siniestro. Sólo nos faltaba gruñir. El olor de los platos de nuestros vecinos de mesa nos ponía nerviosos.

Llegaron los primeros platos, bueno nuestros primeros platos. Que si guacamole, que si nachos, que si alitas de pollo ultrapicantes y con salsa agria, que si aros de cebolla. Nuestros compañeros de mesa nos miraban salivando. Ellos se habían pedido tan sólo un segundo y les tocaba esperar. Comimos como cerdos, mientras los de nuestro alrededor nos miraban con ojos de envidia. En eso a alguien se le ocurre ofrecer. En menos de lo que dura un latido los platos desaparecieron y no volvieron a nuestro bando de la mesa jamás. Ahora los cerdos eran ellos.

Cuando legaron los segundos el hambre ya estaba más apaciguada. Raúl y yo nos pedimos los “Baja Chicken Tacos” consistentes en (decenas) de deliciosas tortillas mexicanas con pollo aderezadas con especies y acompañadas con frijoles, arroz más guacamole y una bola de queso agrio. Hay quien se pidió se pidió la “The Factory Burguer” la especialidad de la casa, con todo tipo de complementos la mayoría relacionados con el queso, Manolo se pidió el “Double Cheeseburger del Eat & Two Veg". Un vegetariano capaz de imitar el sabor de la carne al 100%. También apareció un “Factory Burrito Grande” el padre de todos los burritos del mundo relleno de carne, queso, arroz, guindillas, y salsa agria y acompañado de guacamole y frijoles. Todo exquisitamente delicioso e interminable.

Mientras comía y veía lo que iba a dejar en el plato (más de lo que me había de meter en el estómago) me acordé muy mucho de los Homeless. Resulta un poco contradictorio hacer un acto de constricción justo en el momento que tienes la boca llena hasta los topes de manjares pero aun y así lo hice. Miré mi plato (aun casi lleno) y en la cantidad de comida que iría a parar esa noche al cubo de la basura. Me sentí un poco culpable. Sobre todo pensado en toda aquella gente que se paseaba sin rumbo y como torpes autómatas al otro lado de la calle.


Mucho “Lirili y poco Lerele”.

A todo esto los Hobbits, con la panza llena y completamente descansados, comenzaron a reactivar su (penoso) repertorio de pajas metales. Esta vez la víctima fue la representante de SEGA Francia, una chica de aspecto nada agraciado que se parecía mucho a Velma, la tipa fea de gafas de los dibujos animados de “Scobby Doo” pero dibujada con la mano izquierda. Por suerte la pobre no se enteraba de nada de lo que decían porque en menos de una hora mis tres compañeros ya se la habían pasado por la piedra como un centenar de veces (a cada cual de ellas más guarra y depravada pero en cutre). Cuando llevas un rato escuchando de qué forma te la follarías y sobre todo como se la arrebatarías al tipo ese feo y gordo de SEGA Australia (vamos como que ellos eran clones de George Clonney o Brad Pitt) y que estaba sentado a su lado flirteando con ella (y que al día siguiente les dio una divertida y humillante sorpresa) te aburres como una ostra. Vamos a ver, ahora no os penséis ni me tachéis de ser mojigato. Hablar de sexo, puede resultar divertido o incluso interesante pero estar las el 80% del día dale que te pego con lo que uno haría con su supuesto superpene aburre hasta la desesperación. Sobre todo cuando el EGB (o ESO) ya forman parte de tu pasado lejano. A ver, cuando uno contaba con 13 o 15 años una charla sobre sexo entre amigos era evocadora, incluso inspiradora, pero con 30 años o más y con carga familiar (con mujer e hijos a cuestas) como era en su caso, la cosa sonaba casposa, cutre o muy patética. “Estos no follan bien en casa” eso es lo primero que se te venía en mente.

Lo que quizás más les frustraba era que la chica no se fijase en ellos, y eso que los tenía sentados a su lado, muy pegados a ella. Pero como si no existieran. Para mí que los vio venir y decidió quedarse resguardada con lo menos lo menos feo que tenía a lo largo de su perímetro que era el P.R. australiano. Yo entonces decidí céntrame en la conversación de mis compañeros de la derecha (Juan, Manolo y José) y dejar a los “Supersalidos” llenarse la boca con poca comida y muchas escenas de sexo salidas de un espectáculo de porno malo y barato (de los que solo se limitan a simular el coito y no existe nada de penetración real) y planeando una estrategia absurda de como llevársela al huerto en cuando llegasen al Hotel. Algo que nunca sucedió.

La cena acabó y los Hobbits estaban que se dormían por los rincones. La francesa seguía compartiendo carantoñas con “Mr Didjeridoo”. Entre ronquidos mis compañeros iban cagandose en sus muertos. Por último tomamos un taxi y cada unos subió a su habitación. Ninguno de ellos acabó mojando el churro a no ser, claro está, con ayuda de su mano.

sábado, marzo 29, 2008

Una reflexión: ¿De quién es realmente la culpa?

Extraído de www.20minutos.com:

"Santiago del Valle, el presunto autor de la muerte de la pequeña Mari Luz Cortés, acudía dos veces al mes al juzgado desde hace un año y medio por una causa pendiente por tocamientos a una menor. De hecho, siguió presentándose a su cita cada 15 días, incluso cuando ya estaba huido en Cuenca, donde fue detenido el pasado martes.

La Fiscalía ha confirmado la existencia de errores en la ejecución de la condena por abusos a su propia hija
Así se desprende de un informe de la Fiscalía de Sevilla, que ha elevado el caso a la Fiscalía General del Estado al detectar que hubo fallos en la ejecución de una condena impuesta a Del Valle en 2002 por abusar sexualmente de su propia hija.

El titular del Juzgado de lo Penal número 1 de Sevilla, Rafael Tirado Márquez, fue quien impuso esa condena, si bien dicha sentencia no fue ratificada por la Audiencia sevillana hasta 2005 y no se acordó la ejecución de la misma hasta marzo de 2006.

Santiago debía cumplir una condena de dos años y nueve meses, pero desde entonces hasta su detención el pasado martes en la localidad conquense de Pajaroncillo, a dónde huyó al día siguiente de la desaparición de Mari Luz, seguía en libertad.

Tirado Márquez ha explicado que desde que firmó la orden de ingreso en prisión de del Valle García hasta el pasado 19 de marzo, nadie le informó de la tramitación, asunto que es competencia de los funcionarios de su juzgado.
Artículos relacionados

El juez que condenó a Del Valle por abusar de su hija "creía que cumplía la pena". Asegura que tramitó la causa con celeridad. Explica que la funcionara encargada de ejecutar las sentencias estuvo cinco meses de baja sin ser sutituida. El presunto homicida de Mari Luz fue condenado por este juzgado por abusos a su hija. Del Valle no cumplió la condena, ni otra que tenía pendiente por abusos a otra menor."

viernes, marzo 28, 2008

Adopción.

“Yo nunca adoptaría a un niño”, “Si no es de mi sangre no lo quiero.”, “Por mucho que lo quisiera nunca sería mío”, “Es que nunca lo consideraría mío”… Mamarrachadas como estas y otras tantas variantes he tenido que escuchar de boca, tanto de hombres como mujeres, desde mucho antes de hacerme cargo de mis sobrinos. Perdonadme pero siento muchísima indignación y pena cada vez que escucho una frase de semejantes características. Cuidado, defiendo a que cada uno haga con su vida lo que quiera, nadie está obligado a ejercer de padre por el simple hecho de tener una vida acomodada o no tener la posibilidad de tener hijos. Pero muchas veces pienso en la infinidad de niños que podrían vivir felices en el seno de una familia de adopción y por culpa de miedos e insensateces les resulta algo prácticamente imposible.

Por supuesto soy consciente que no todo el mundo está preparado para ser padre. Hay gente que la paternidad o la maternidad les produce verdaderas nauseas. He conocido a muchas personas, tanto hombres como mujeres, que son incapaces de sacrificar aspectos de su vida con tal de no tener que educar a un menos, o incluso sufrir los 9 meses de embarazo y sobre todo el “doloroso” (pero reconfortante) instante del parto.

¿Egoísmo o temor? Yo pienso que un poco de ambas cosas. Aunque en algunos casos ambas pueden ir separadas. Entremos un poco en detalle. Existen personas tan egoístas que sólo quieren acaparar el amor de su pareja para ellos mismos. En algunos de esos casos hay parejas en el que uno de los dos quiere ser padre o madre y el otro, con tal de no compartir el amor, o dejar de ser el centro de atención, hace lo imposible para evitar que otro ser, de su misma sangre u ajena, entre en su vida. También ocurre que ambos miembros de la pareja detesten ser padres (que de esos también conozco) vamos, tal para cual… En ambos casos son personas que con el paso de los años, cuando la vejez hace acto de presencia, comienzan lamentarse de la presencia de una hija o un hijo, de nietos o nietas... Son seres que sufren y se lamentan en esos momentos de una constante sensación de soledad, sobre todo si la pareja fallece primero. También hay personas que, debido a su egoísmo no quieren compartir su vida con nadie y mucho menos compartir aquellas ganancias o bienestares que han amasado en vida. Son la típica tía(o), prima(o) millonaria(o) que deja su fortuna a los gatos o a las Carmelitas Descalzas o a "Aduaneros sin Fronteras". Por regla general son seres incapaces de comprender o relacionarse con generaciones posteriores. De estos también conozco unos cuantos…

Sobre el temor a adoptar un niño… Hay gente que se siente incapaz de adoptar a un niño por simple hecho de tener que afrontarse un día con el reto de explicar que él no es su progenitor (a). Yo a eso le llamo cobardía. Los hay, sobre todo en el género masculino, que el simple hecho de reconocer su incapacidad de poder ser padres significa, ante un hijo adoptado, restarle puntos en el terreno de la virilidad. "El macho dominante no es tal". Si, lamentablemnete y aun a estas alturas hay hombres que valora más su capacidad sexual que su capacidad para poder educar o dar cariño a otro ser.
Por otro lado, todavía hay quien piensa que la adopción es algo exclusivo para quienes no pueden ser padres. Pienso que en el tema de adopción no debería haber límites. Ni de raza, ni de crencia ni de género. Un hijo es un hijo, sea de la sangre que sea. Dejarlo en la soledad de un orfanato es quitarle la posibilidad de darles una educación, unas raíces... Aquí no hay temor ni egoísmo que valga. Querer es poder y por supuesto la adopción debería estar por encima de cualquier absurdo sentimiento.


Paternidad.

No es fácil ser padre. A cualquiera que lo ejerza le va a sonar raro lo que acabo de decir. Pero claro una cosa es ser padre y la otra ejercer de ello. Mucho ojo, que nadie me malinterprete. No me estoy quejando de nada ni de nadie, sino que me uno de forma solidaria a todos aquellos que han de sacar a una familia a delante. Ya sea por su propia elección o porque la vida, como es mi caso, le ha permitido el lujo de saber lo que es la paternidad. Cuando uno es soltero, aunque viva en pareja, a veces no es consciente de las responsabilidades que supone tener alguien detrás de tuyo pendiente en todo momento de tí e incluso percibir como sin tu ayuda se encuentra indefenso para con la vida. Te das cuenta que eres, en ese momento su puntal, el cable ardiendo al que asirse en caso de necesidad o el paño de lágrimas en sus primeros fracasos. Las ventajas que tienen aquellos que son padres por decisión propia, es decir aquellos que han vivido todo el proceso de la paternidad (maternidad) es que han podido seguir unas pautas perosonales hacia el fruto de sus entrañas, en otro post hablaré (y muy duramente) del tema adopción.

Cuando los “hijos” te vienen ya crecidos, posteducados y de un cierto modo o con un lastre familiar dantesco a sus espaldas la cosa tiene más complicación. De momento poco hay de tí en ellos, sobre tu forma de ver la vida, tus costumbres o manías. Los pobres, incluso, pueden hacerse la picha un lio. Ser padre supone mucho sacrificio. Es divertido, pero duro en ocasiones. No es que yo (ni Miguel) nos veamos poco capacitados para ello. Nuestra lucha es la de deshacer lo mal hecho y recorregir algunos aspectos de la educación o los dejes como forma de comer, tratar a los demás, cuidarse de sí mismos y un largo etcétera… Los niños son niños no lo voy a negar. También son grandes expertos en manipular y sobre todo en acaparar toda la atención de quienes les cuidan. Hay que estar en alerta las 24 horas del día por que a la que menos te lo esperas los tienes montados a la chepa cabalgando raudo por las verdes praderas.

En nuestra casa la lucha es principalmente con el orden y la organización. Claro, el orden empieza con uno mismo y si tu eres desordenado de naturaleza quien te imita también lo será. Los niños son grandes imitadores. Lo reconozco. A veces hay cierto desorden en casa, también lo reconozco. Pero mucho más desorden tenian antes de llegar aquí. Os lo aseguro. Son esos puntos que hemos de controlar para que las bases de la casa, de la familia no se desmoronen. Otra cosa por la que luchamos es por el tema “Lo que es mío es mío y lo que es tuyo es tuyo.” A lo que añadiría “Y lo que es tuyo lo he de cuidar y lo que yo haga con lo mío es asunto mío aunque también he de cuidarlo.” Últimamente tengo una lucha con mi sobrino por respetar lo que es mío. No es que no se lo deje pero si le pido que cuide lo que no es suyo. No hay forma. Si un día no es un videojuego otro día es una película de DVD. Pero siempre me encuentro mi material de trabajo desperdigado y descuidado por la casa. Hay broncas. No lo voy a negar. Nada que ver con las broncas propinadas por su padre. En ningún momento hay levantamientos de mano ni cosas horrendas que se le parezcan. Se ha de ir con mucho cuidado con eso. Sobre todo cuando los gritos y los insultos han sido “el pan nuestro de cada día” en sus vidas. Noto, muchas veces, que si subo el tono de voz el niño se pone muy serio y comienza a bajar la mirada y a encogerse como una almeja a la que le echan un buen chorro de zumo de limón. Si, se encoje hasta casi desaparecer dentro de sí mismo. Es como si esperase a continuación de la bronca recibir un duro golpe de puño o de mano o de pie. Su cuerpo se endurece como una roca, se prepara para lo peor. Es como el típico reflejo de cerrar los ojos cuando vemos una mano u objeto volar hacia nuestra cara y nos preparamos para un doloroso impacto. Si, hay que tener mucho cuidado con ello. Las broncas son necesarias, sobre todo si se aplican con sentido común. Aunque en este caso (mí caso) es como entrar dando brincos en un campo de minas. Y a veces no te das cuenta.

No soy partidario de la moderna psicología infantil con grandes dosis de dialogo, intentad hacer eso en mitad de una rabieta o cuando están obcecados en ser poseedores de la verdad absoluta. Un niño es un niño y ha de saber cuál es su posición dentro de la familia. Consentirlos y sobreprotegerlos, dejándoles que hagan lo que le viene en gana, para así no censurarlos, reprimirlos, intimidarlos o mil y una gilipolladas no sirve para nada. Tampoco soy partidario de la escuela clásica, la de jarabe de palo. Pero hay que reconocer que la vida en el mundo exterior, sobre todo en el trabajo, funciona de otra forma. Un jefe nunca te argumenta si algo sale mal, tampoco debería golpearte ni insultarte (aunque verlos los he visto…) una buena bronca, en un momento concreto, hace un mejor efecto que tratar al niño como si en cualquier momento fuese a romperse en mil pedazos o a convertirse en un monstruo depravado lleno de rencor. En definitiva: Ni se puede ser tan blando ni tampoco tan duro.Existe un termino medio. Yo estoy tratando de encontrarlo. Os lo aseguro.

miércoles, marzo 26, 2008

God Bless America! Episode 4: Un británico en la corte de Paris Hilton.

Aunque aquí sean las 23 horas para mí siempre serán las 7.

El Jet Lag, ese gran “amigo” de los viajeros. Tras llegar al "Hotel Sofitel de Los Ángeles" y asignarnos la habitación correspondiente concretamos todos los allí reunidos en quedar en el Hall a eso de las 9:30 del día siguiente. Esa mañana nos esperaba un intenso día de trabajo. ¿Pero qué sucede cuando viajas y pierdes de golpe 9 horas de tu vida. Que tu cerebro y tú metabolismo se hacen la picha un lio. Por un lado sabes que estás a miles de kilómetros y que son 9 horas menos, que no son las 7 de la mañana sino las 11 y que aun te quedan como unas 8 horas de sueño. He de decir que antes de dormir me costó hacerme a la idea de ello. Estaba medio paranoico con eso del maldito reloj. Tenía la constante sensación que sólo podía con dos horas escasas de descanso y sobre todo que muy pronto iba a amanecer. Pero no, la noche era todavía muy larga.

Ya en la habitación (y menuda habitación) llamé a casa. Contestó mi sobrino. Acababa de levantarse. Hablé con Miguel y con mi sobrina. Después de ello me fui directo a la ventana. Como era de noche no pude apreciar aun la vista. Sé que me encontraba en la parte trasera del Hotel lejos del bullicio de la calle principal. Frente a mí se alzaba una montaña poblada de cientos de lucecitas pertenecientes a casitas destinadas a viviendas. También distinguí, de forma tenue, un par de columnas de palmeras. Por fin había pisado Estados Unidos, por fin había llegado a Los Ángeles.

Me metí en la ducha, una especie de habitación donde podían caber perfectamente cinco personas. Probé todas las modalidades de chorro de agua. Me relajé de lo lindo. Sobre todo por lo que respecta a mis pies. Me sequé, me puse el albornoz, me tomé mi Ibuprofeno, encendí la tele de plasma y mi por último portátil. Tenía que apresurarme con su uso ya que aun no contaba con un adaptador de corriente USA. Me conecté al Messenger para ponerme en contacto con Adrian (Barry Gon para los amigos) que desde San Francisco (donde vive) tenía que enviarme un paquete al hotel. Sobre el tema Wi Fi… como no me apetecía contratar el servicio del hotel (no por caro, todo lo contrario) sino por pagar y luego correr el riesgo de no encontrar el adaptador de marras, conseguí “tomar prestada” un poco de señal a un colegio judío que se encontraba justo abajo del hotel y enfrente de mi ventana.

Aquella noche dormí como un tronco, bueno casi ya que Eva me llamó dos veces al teléfono móvil (al que no podía apagar al tener activada la alarma) La culpa era mía. No me había acordado de avisar a los amigos de que estaba de viaje. No le contesté. Le envié un mensaje avisándole que estaba en los USA y que me encontraba durmiendo. Eran las 4 de la madrugada. Acto seguido me fui a dormir de nuevo. No tarde mucho en hacerlo. Estaba prácticamente agotado.


Breakfast in America

Una de las cosas que se diferencian los americanos de los europeos es por su forma de comer. Ni siquiera los británicos, primos hermanos de los primeros se asemejan a ellos. En España se come de forma copiosa (dejando de lado a esa cuadrilla de iluminados dedicados a tomarnos el pelo con el tema de la cocina experimental) con grandes platos, mucho ajo, cebolla y buenos caldos. Pero aun y así no tiene comparación con lo que se come en los Estados Unidos de América.

Mi primera mañana en “La Tierra de la Libertad” sirvió para convencerme que los americanos son desmesurados en todo, empezando por la comida. Tras despertarme, ducharme, drogar a mi pié y aclimatarme al nuevo horario, bajé al hall del Hotel. Allí me encontré con Juan y Manolo. Como no nos entraba el desayuno en el precio de la habitación nos fuimos a la calle en busca de una cafetería para poder hincar el diente aunque fuese a un simple y aburrido Donut. Encontramos una cafetería no muy lejos. Típica y tópica Americana, de esas que ves en las películas o series de televisión. Eso sí antes de entrar en ella tuvimos que sortear unos cuantos obstáculos esparcidos por la acera en forma de “Homeless” zombificados.

Nos sentamos en una mesa al lado de un gran ventanal. En seguida llegó un camarero y nos trajo tres grandes vasos con agua con hielo. Acto seguido nos entregó la carta. No fue fácil decidirse por un buen desayuno. No es que todo lo que ofrecían estuviese repulsivo, todo lo contrario (por lo menos a simple vista) Había todo aquello que hemos visto tantas veces en el cine, desde las tortitas o Panqueques con sirope de Arce, pasando por tartas de cereza, manzana, zanahoria y chocolate, huevos con bacón y cebolla frita, Brownies y Cookies. Mientras mis compañeros miraban la carta me fijé en la gente que poblaba el bar. Algunos eran formas mejoradas de los zombis que pululaban por la acera. Por lo menos iban muchísimos más limpios. Comían de forma pausada, mirando al fondo del (gigantesco) plato o a la nada. “¿Te das cuenta? Aquí mucha gente sólo puede comer un plato en todo el día” me apunta Juan. Me doy cuenta de ello. No todo reluce como el oro en la ciudad de Oz.

Llega el camarero. Manolo y yo pedimos Panqueques. Él el “Médium Size, yo el “Tower Size”. Nos preguntan con que “Toppings” queremos aderezarlos (aparte del jarabe de Arce) Hay melocotón, plátano frito o fresas. Opto por el plátano, Manolo sólo sirope. Juan se pide un clásico “Desayuno de Campeones” consistente en huevos fritos con bacón, salchichas, patatas y para rematar Panqueques. Como somos unos inconscientes nos pedimos, de paso, unas “Cookies”. De beber yo opto por el zumo de naranja. Ellos piden café (aguachirri para los amigos). Llega la comida. Los platos parecen piscinas para recién nacidos. Todo rezuma comida. Yo me tengo que enfrentar a media docena de Panqueques acompañados por 8 plátanos fritos cortados y esparcidos como una mañana de Ñus por encima del plato. Me lo miro y no salgo de mi asombro. Me alegro de no tener problemas con el Potasio. Las risas llegan con el plato de Juan. Es otra piscina pero en vez de agua llena de colesterol. Éste se puede oler, aparte de saborear. Todo es desmesurado. Las Cookies son igualmente monstruosas. Grasa en estado puro. Yummy!!! Para más INRI a Manolo y a mí nos traen dos bolitas blancas (a las que confundo con helado de vainilla) metidas en una mini terrinas de plástico. “No es helado. ¡Es mantequilla salada!” me confirma Manolo. No suelo ser tiquismiquis con la comida. Los que me conocen ya saben bien que sale más barato comprarme un traje que invitarme a comer. Pero aquello es demencial. ¡Y sólo es el desayuno! ¡Por lo menos el zumo de naranja es natural! Comemos hasta que nuestros estómagos dicen ¡basta! Salimos de la cafetería desencajados. No puedo apartar de mi cabeza la imagen de tantos plátanos fritos juntos en un mismo plato. Aquello me ha superado.

De camino al Hotel pasamos por un Taco Bell. Los he visto muchas veces en la tele pero nunca tan de cerca. Juan comenta que allí se come bien, por lo menos si te gustan los burritos. Aun tengo las “Santas Narices” de confirmar que me encanta la comida mexicana. Mi estómago está demasiado ocupado en digerir como para protestar por ello. Me fijo en los anuncios de los productos que ofrecen. Me llama la atención uno que pone: “Gordita Supreme” Me hace gracia así que interrumpo a mis compañeros para comunicárselo gritándolo a los cuatro vientos. Justo cuando señalo con el dedo el cartel aparece, frente a nosotros, una mujer chicana, bajita y rechoncha. La mujer se queda parada y me mira de forma extraña, parece ligeramente malhumorada. Se hace un silencio a nuestro alrededor. De repente escucho las risitas tenues de mis compañeros de expedición. Yo sonrío a la mujer y pasamos rápidamente de largo.

Antes de entrar en el hotel nos acercamos a unos de esos supermercados abiertos las 24 horas. Hay de todo menos de lo que busco, el puñetero adaptador americano/europeo para poder enchufar el cargador del móvil y mi ordenador portátil.

American Super Heroes.

Hay que ver lo que le pueden sacar de partido a un muñecote a escala natural del Increíble Hulk. Cuando me refiero a escala natural hago referencia al tamaño que dicho engendro tendría si no viviese dentro de los comics. Sería algo así como un Levantador de Piedras Vasco dos metros y medio y de color verde (ah y bueno con muy mala leche). Éste de momento el Sr. Increíble Hulk estaba petrificado pero aun y así nos mostraba un interminable grito de furia como si alguien le hubiese pegado un puntapié en los mismísimos o en los Juanetes. Su rictus de furia en su rostro no se lo quitaba ni con mil litros de lejía. Pero vayamos por partes…

Después caminar un buen rato y descubrir que el calor de California no era nada compatible con mi indumentaria, llegamos a las oficinas de la MARVEL en Los Ángeles. Me llamó la atención que de camino al lugar lo que menos abundasen eran las tiendas. He de decir que frente al hotel había un gran centro comercial (que luego más tarde descubrí que era una mierda de caballo de tres toneladas y media) pero en las calles donde paseábamos lo único que proliferaban eran comercios de bañeras, muebles y cerámica para baños. Sólo vi una tienda de moda perteneciente a la hija “Cumbayaa” de Paul McCartney. En la puerta de las oficinas nos encontramos con más periodistas concertados. Subimos por el ascensor y después de acreditarnos entramos en una sala de reuniones donde nos esperaban los responsables de las versiones para videojuego de Iron Man y Hulk. Después de ver el tráiler oficial de las películas nos mostraron como iban a ser los juegos. Cuando terminó la exhibición pasaron al tema ruegos y preguntas. Luego nos invitaron a comer. Nos fuimos la mayoría de los allí presentes a otra sala donde encontramos una mesa llena de bandejas de cáterin con ricos y sabrosos Sándwichy ensalada. Allí también nos aguardaba la estatua de Hulk. ¿Y qué puede pasar si una panda de frikis de los comics MARVEL se encuentra con semejante engendro de cartón piedra que parecía que recién se había escapado de las fallas de Valencia? Pues hacerse fotos hasta la nausea. Al principio las fotos eran tipo pose seria junto al monstruo. Luego se fueron animando y buscaron los ángulos más imposibles y estrafalarios para fotografiarlo, ya fuera con o sin gente. La cosa se fue animando hasta ya alcanzar la modalidad pornográfica, casualmente la entrepierna del bicho quedaba justo a la altura de la boca de la mayoría de los allí presentes…También descubrieron que tenía pezones o que se podía hacer unas cuantas cerdadas con ellos o con los puños del muñecote. Los periodistas australianos fueron los que más lejos llegaron. Varios de ellos se pusieron tras el muñeco y en cola para hacer un “trenecito” cuya cabeza del convoy era el pobre bichejo verduzco (que seguía malhumorado menos todos los demás que ponían mil y una caras de placer).

La velada la terminamos de nuevo en la sala de reuniones junto a dos tipejos que venían a presentar (nadie sabe muy bien a santo de qué) las aventuras de los personajes MARVEL en dibujos animados.

Aceras de California.

A eso de las 15:30 parte de la nuestra expedición (incluido yo) abandonamos las oficinas de MARVEL. Sólo se quedaron Juan, Manolo y José de Sega. Los dos primeros tenían que filmar las entrevistas y aquello llevaba su trabajo. Rehicimos el camino hacia el hotel David, responsable de la revista oficial de Xbox 360, Raul del Grupo Zeta y otro David de Hobby Press todos de Madrid. Por motivos de malestar en mi pie yo iba un poco rezagado. Ellos iban delante de mí charlando animadamente y compitiendo a ver cuál de los tres soltaba la mayor gracieta o la mejor parvada con mayor contenido en temática sexual. Mientras los oía hablar tuve una especie de extraño Dejà vu. Escucharlos me recordó a alguien muy lejano, uno que se cree un filósofo urbano y no es más que un espantoso clon de Santiago Segura. Ojo, que estos eran mucho más majetes. Incluso que el mismísimo Santiago Segura, aunque en ocasiones he de confesar que tuve la extraña sensación de estar de nuevo inmerso en un viaje de fin de curso del instituto.

Dejando de lado a mis acompañantes. Me llamó mucho la atención el tamaño de las aceras de la ciudad. Eran el doble de altura de las que podemos encontrar en Europa. Casi todas ellas estaban pintadas de color rojo, supongo para hacerlas distinguibles a según qué horas del día o para aquellos conductores más que despistados. Eso sí todas estaba acondicionadas con rampas para gente con minusvalía. Me hizo también mucha gracia los callejones estrechos entre algunas calles. Parecía que en cualquier momento aparecería por ellos un grupo de coches (la mayoría de policía) en una peligrosa y arriesgada persecución.

Muy cerca del Hotel donde nos alojábamos se encontraba el Hospital Mount Sinaí. Para quien no lo sepa es mayor (y mejor) templo de cura para aquellos famosos sobrecargados de estupefacientes y variados.


Llegamos al hotel y quedamos los cuatro unos tres cuartos de hora más tarde para ir de expedición a Sunset Boulevard y a Hollywood. Subí a la habitación. En la entrada sobre el aparador me habían dejado el paquete enviado por Adrian desde San Francisco. Me desvestí y me pegué una ducha. Me tumbé un rato en la cama y al cabo de veinte minutos más tarde baje al Hall donde el resto de la Comunidad del Anillo me estaba esperando.

Si esto es Los Ángeles entonces no es Hollywood.

En cualquier viaje que se precie siempre hay ese momento en el que, o bien disfrutas de tu paseo, sea donde sea, o bien acabas cagándote en los muertos del notas que le ha ocurrido pillar un mapa y asegurar que tal o cual destino está a la vuelta de la esquina. Eso es, más o menos lo que a mi sucedió. Los mapas son verdaderas trampas para turistas, deberían venir con hojas de reclamaciones o indicar con exactitud las distancias en kilómetros que vas a hacer desde que sales de un lugar hasta que llegas a otro. Pero claro eso solo lo hacen los GPS no los papeluchos que te regalan en la recepción del hotel. La intención del grupo al que me uní era la de visitar una tienda llamada “Guitar Center” un auténtico paraíso para aquel que ame la música (para tocar, no para escuchar). No me arrepiento de formar parte de la susodicha Comunidad del Anillo, por lo menos esa tarde la aproveché para ver un poco la ciudad y hacerme una idea general de cómo puñetas estaba estructurada. De buenas a primeras os diré que Los Ángeles no tiene estructura alguna. Vamos ni por asomo. Los arquitectos de la ciudad no tienen ni zorra idea de lo que es eso. Los Ángeles esta desparramada, como un helado que se te ha caído al suelo y se ha fundido por obra y gracia del calor del sol. Me recordó a una mala partida de “Sim City” (simulador de ciudad para los que no sepan de qué va la palabreja). Te situabas en una acera y todo era glamur, cruzabas a la acera de enfrente y de repente se convertía en un suburbio sucio y cochambroso poblado de pandas callejeras salidas de una película de “Spike Lee”. Contrastes, al fin y al cabo, pero sin un puto orden ni razón alguna. Otra cosa que desconocen los del lugar son las curvas. Todo es recto. Recto e interminable como leerse “Guerra y Paz” de un tortuoso tirón. Las calles de la ciudad parecen cortadas por un pizzero dotado de una precisión milimétrica. Ni una sola puta curva. Cualquier gran avenida de cualquier ciudad se queda pequeña, ridícula, absurda con la calle más nindundi de Los Ángeles.

Durante nuestro trayecto hacia el “Nirvana” de los músicos cruzamos varios barrios, guetos o como puñetas se llame eso que vimos. El que estaba justo pegado al hotel era el más variado de todos. Abarcaba varias leguas a la redonda. Había numerosas tiendas de zapatos. Hasta aburrirte. Ahora, después de la caminata, entiendo porque proliferan tanto este tipo de comercios en esa ciudad. El olor a frito, asado, hervido o cocido nos avisaba de la proximidad de un restaurante. En la zona la especialidad eran los “Fast Food” (tipo Taco Bell, Wendy o similar) y los locales de comida exótica. Nos cruzamos con uno “aparentemente” coreano cuyo cartel lo presidía un ¡vikingo en toda la regla! También nos cruzamos con varios gimnasios donde pudimos ver a través de amplios ventanales como sudaban duramente la camiseta algunos de sus sudorosos socios. No eran locales modernos. Eran comercios ya añejos completamente reciclados. Ya a la altura del barrio (bajo) judío (porque los judíos también viven en barrios bajos) vimos varias tiendas de joyas (de empeño mejor dicho). Pero sin duda lo que más me llamó la atención eran los comercios regentados por pitonisas. Aquello era el “Red Light District” del esoterismo. Los establecimientos eran, en su mayoría, consultorios a la vista iluminados con luces rojas de neón donde por 10 míseros dólares, te leían el futuro. Los había de todas las especialidades habidas y por haber. La mayoría eran de lectura de las cartas del Tarot o de astrología. Pero dependiendo la zona donde te movieras proliferaban los locales especializados en otras artes adivinatorias. Alguno de esos comercios contaban con sala de espera, con asientos de “Skay” y revisteros incluidos para matar el rato mientras se espera turno para una buena (o mala) sesión de videncia. No fue muy difícil evitar que me viniera a la mente el consultorio de Odda Mae (Whoopy Goldberg) en la película Ghost (Jerry Zucker, 1991).


Caminamos y caminamos. Por entre calles concurridas o pobladas por casitas familiares (cuidadas o descuidadas) de esas que pueden verse en el cine o en la televisión con asientos en el porche y buzones que invitaban a ser machacados por un bate de beisbol. De vez en cuando consultábamos el mapa. “Quedan dos calles para Sunset Boulevard.” Siempre quedaban dos calles para “Sunset Boulevard” o tres kilómetros para “Sunset Boulevard”, pero por mucho que avanzásemos nunca veíamos acercarse el momento de poder ver el puto ”Sunset Boulevard”. Mis pies se habían inflado hasta asemejarse a los de un Hobbit (os recuerdo que unos días atrás apenas podía caminar) Rezaba a cada paso por llegar al Hotel lo antes posible y remojarlos en agua hirviendo hasta convertirlo en autenticas masas pulposas o si preferís gelatinosas. Si, por un momento me sentí como un jodido miembro de la Comunidad del Anillo en busca de un pedal (pero no etílico) para una supuesta guitarra mágica.

Pero no me iba a rendir muy fácilmente. Había cierta dosis de orgullo navegando por mis venas. No me iba a rendir. Además ya que estábamos allí por lo menos poder ver con mis propios ojos la meca del cine. En todo momento miraba las montañas tratando de ver aparecer de formas esplendorosa (con coros celestiales de película incluidos) el famoso cartel de HOLLYWOOD pero nada de nada. O no existía (eso pensé en más de una ocasión) o aquello no era Hollywood, me habían tangado y yo como un primo había tragado. A partir de entonces el puñetero cartel se convirtió en una obsesión para mí. Tenía que verlo. Tenía que convencerme de que estaba en Los Ángeles, en la meca del cine.

Cuando llegamos a “Sunset Boulevard”, después de ascender una pequeña pendiente, descubrimos que estábamos a 4000 números de la tienda de las guitarras. Suerte que nos pillaba de camino al Teatro Chino y toda la parafernalia del mundo del cine, sino ya habría tirado la toalla y habría mandado a todos al peo con un grito “hipohuracanado”. Descubrí, para mi deleite, que mis compañeros de viaje también estaban molidos. Ya no se sentían los dedos de los pies, ni los pies, ni las piernas, ni la cintura, ni ninguna parte de su cuerpo. Estaban agotados tanto o más que yo jejejeje. También noté que el cansancio había apaciguado los chistes malos y las ocurrencias dignas de un grupo de alumnos de 2º de ESO. Ya no hablaban de “Como pille a esa me va a comer la polla”, “Le iba a pillar yo las tetas a esa otra” o “Fíjate en aquella tiene un culo que es para agarrarlo con las dos manos mientras se la meto hasta el fondo”. No, se habían acabado. Necesitaban toda la testosterona y el sentido del humor para poder caminar. ¿Y por qué no pillamos un taxi o un autobús os estaréis preguntando? Ni zorra idea. Eso también me preguntaba yo. El lado bueno de todo eso era que estaba conociendo rincones de la ciudad que jamás se me habrían antojado visitar. Vaso medio lleno vaso medio vacío…

Viajar con la versión chulapa de los Super Salidos (Superbad, Greg Mottola 2007) era como tratar de detener una avalancha de bolas de colores que te viene encima desde lo alto de un tobogán. Son imprevisibles en todo momento y a la que te das la vuelta ya puedes pasarte un buen rato jugando al escondite. Raúl llegó a su templo, compró un pedal mágico y se dedicó a pasear, junto con un menda, por la impresionante tienda de guitarras, baterías, teclados y un largo etcétera de cachivaches musicales habida y por haber. Cuando nos dimos cuenta “Pippin” y “Merry” habían desaparecido. La “Guitar Center” no es pequeña precisamente. Pero Raul y yo la repasamos de cabo a rabo. No había señal alguna de los otros dos Hobbits. Como de camino habíamos pasado por una tienda de comics (Melting Pot) de apariencia extravagante decidimos cruzar la calle y presentarnos allí a ver si, no sea que por un casual, se encontraban pululando en su interior. Antes de todo Raúl tomó fotos de las manos de una veintena de músicos (de Queen, ZZ TOP, KISS, Van Halen y un largo etcétera) estampadas en el suelo de la puerta. Allí nos cruzamos con otro fanático del Rock, un pureta que, cámara en mano no dejaba de hacer fotos a cada una de las huellas. Estaba tan entusiasmado que parecía un niño dentro de una juguetería. Le preguntó a Raúl cual era su músico preferido y le ayudó a buscar sus huellas.


Ya de camino a la tienda de comics oímos un silbido. Eran “Pippin” y “Merry” se habían metido en un bareto a tomarse un batido de color rosa anaranjado. "Podían haber avisado" Pensamos Raúl y yo.

Lo mejor que tenía la tienda de comics eran unos bancos de madera para poder sentarse. El resto era bastante desangelado. No es que ahora vaya de chauvinista pero hay tiendas en Barcelona y Madrid que dejan a “Melting Pot” a la altura del betún. Después de dar cien vueltas por ella salimos en busca de la meca del cine.

¿Por qué en Los Ángeles hay kilómetros de calles y ni una tienda decente en la que perderse o quedarse admirado? Porque si pensáis que aquello es el paraíso de las compras estáis muy equivocados y os lo dice un comprador compulsivo (quizás el numero uno de compradores compulsivos del mundo mundial) No hay nada. Pero cuando digo nada es nada. Sólo licorerías, restaurantes de comida basura, tiendas de empeño, de losetas para el baño y zapatos. Nada más. Por lo menos en un 80% de la ciudad. Me acordé mucho de Manchester o de Londres en esos momentos… Por otro lado el cartelito de HOLLYWOOD seguía sin aparecer. Caminamos como una eternidad hasta llegar a una zona mucho más concurrida llena de moteles casposos (“Tenemos ¡TV en Color!” Anunciaban a los cuatro vientos) En algunos de esos carteles había carencia de letras o algunas de ellas estaban más inclinadas que la popa del Titanic cuando apenas le quedaba segundos de flote. Los "Homeless" pululaban por doquier, todos ellos de aspecto cobrizo tirando a más a roñoso, algunos con pupas y chancros en la cara, otros arrastrando carritos de la compra con cientos de miles de bolsas de basura en su interior. Por un momento me dio la sensación de que tras de una montaña aparecería el cartel de MORDOR en vez de HOLLYWOOD. Pero ni eso. Entonces veo a varios turistas tirados en el suelo. Sé que son turistas porque los Homeless olían e iban andrajosos y estos no. Entonces me doy cuenta que estoy ya en el paseo de la fama. Bajo la mirada y veo que precisamente estoy pisando la estrella de Bob Hope. Miro a alrededor de nuevo. Pordioseros a mi derecha, moteles cutrones a mi izquierda y bajo mis pies el mitificado paseo de la fama. No puede ser. ¿Qué coño es esto? Repito la operación. Homeless, moteles y paseo de la fama. De repente quiero morirme mi Hollywood no es así. Mi Hollywood es como una película de Ava Gardner, Clark Gable o Paul Newman no como una escena salida de la retorcida mente de David Lynch o David Cronemberg. ARGGSSS nooooooooooo que me devuelvan el dinerooooo. Que paren el mundo que me bajo ahora mismoooooo. Aquello es el colmo de los colmos. Pero la gota que rebosa el vaso, el umbral donde se asoman los Limites de la Realidad (Twilight Zone) es ver, frente al teatro chino, junto a huellas tan glamurosas como las de Marilyn Monroe, Bette Davis o Joan Crawford las huellas de ¡Steven Segall! ARGGGGGSS noooooooooooooo eso no puede ser ciertooooooo ¡¡¡Pero cómo es posibleeeeee!!! Quiero quedarme ciego, sordo, mudo en esos instantes. Correr a lo largo de la calle, gritando, dando manotazos en el aire. ¿Dónde está la cámara oculta? Vaaaa que ya os habéis reído de mí un buen rato.

En eso veo pasar un tipo vestido de Spiderman. En mitad de la calle. Anda cabizbajo como aburrido o como sintiendo pena de sí mismo. El traje le queda ridículo, le cuelga por todos lados sobre todo a la altura del culo. Pilla a dos turistas desprevenidas y las engatusa para hacerse unas fotos con ellas. Se pone a hacer poses estúpidas como tirando telarañas invisibles y luego les pide dinero a cambio. De repente la calle se llena de freaks. Que si un asesino de Scream, que si un Jack Sparrow, un Chucky (a tamaño natural) o varias estrellas del Rock que se parecen en el forro de los cojones. Ha llegado el circo a la ciudad. Me vuelvo locuelo derepente. Entro en una tienda de suvenires. No quiero ver más. Compro compulsivamente varios bolígrafos, mierdas varias y chapas para la nevera. En eso llama José de SEGA. Hemos de estar en el Hall del Hotel a eso de las 19:30. Tenemos pendiente una cena con nuestros anfitriones. Como todos estamos cansados y algo desilusionados pillamos un taxi y tras una loca carrera por las calles de la cuidad llegamos al hotel. Antes de subir a la habitación pregunto en recepción si tienen adaptadores americanos para enchufes europeos. Me entregan uno. Casi beso los pies del conserje (una versión mejorada de Forest Whitaker). Pero no puedo doblarme. El dolor de mi cuerpo (y alma) me lo impide.

martes, marzo 25, 2008

Microcuentos Volumen 4

"-¿Quién soy yo? ¿Y quién eres tu?
Preguntó una mano a la otra."



"-¿Qué tres deseos quieres que te conceda? Le preguntó el genio nada más salir de la lámpara.
- Sólo quiero uno. Dijo el hombrecillo.
- ¿Uno? - Contestó el genio sorprendido.
- Si, uno.
- ¿Y cuál es ese deseo tan valioso y único?
- Que el mundo se quede tal como ya está."


“Erase que se era un granjero que tenía una cabra que daba la mejor leche del reino. Un buen día la cabra se le puso muy enferma y nadie a leguas a la redonda podía ayudarle. El granjero desesperado se puso a llorar al borde de un pozo.
-¿Por qué lloras buen hombre? - Escucho como le decía una vocecilla desde el fondo del pozo. El granjero se asomó. A lo lejos chapoteando en el agua había un hombrecillo de nariz alargada y orejas puntiagudas.
- ¿Quién eres? ¿Qué haces en el fondo de mi pozo?
- Soy el duende del pozo Si me ayudas a salir de aquí te concederé el deseo que tú quieras.
- ¡Mi cabra! ¡Quiero que cures a mi cabra!
- Eso está hecho. Pero a cambio tendrás que darme algo.
- Pero si ya te lo habré concedido - exclamó el hombre.- ¡Te habré sacado del pozo!
- Si no hay trato despídete de tu cabra.
- No, no quería ofenderte. Te sacaré de aquí y te daré lo que tu quieras pero te lo suplico, cura a mi cabra.
El hombre arrojó una cuerda y sacó al duendecillo del pozo. Éste se acercó y haciendo un par de pases mágicos sanó al animal.
El hombre no salía de su asombro, estaba pletórico de felicidad.
-¡Gracias!¡Un millón de gracias!.- le repetía besándole las manos y los pies.
-Ahora me tienes que conceder un deseo a mí. - Sentenció el hombrecillo.
- Lo que tú quieras. ¡Tus deseos son ordenes!
- Quiero quedarme con tu cabra.
-¿Cómo?
- Ya lo has oído bien quiero quedarme con tu cabra. Si no es así volveré a dejarla como estaba. Tú decides.
- De acuerdo. Llévatela. No la mates.
Y el duendecillo agarró a la cabra y tras un chasquido de dedos ambos desaparecieron y no regresaron jamás.”



©Richard Archer