“¿Sabes por qué me gusta Los Ángeles? Porque es como un gran parque temático…” Esta frase, pronunciada por Juan Carrillo (TVE) el día anterior, antes del copioso desayuno en “El Palacio del Colesterol” (como bauticé al “Jan´s Restaurant”, la cafetería cercana al hotel) era, hasta el momento, la mejor definición sobre la capital de la meca del cine.
Sí, caminar por Los Ángeles había sido todo un calvario. De eso no había ninguna duda. Pero también reconozco que el paseo, por lo menos, tuvo un lado positivo y porque no, hasta educativo. Pese al dolor y el malestar general (sobre todo en mi pié) y gracias a ese paseo, había podido conocer una pequeña parte de la ciudad, precisamente no la más glamurosa, pero si quizás la más real, la menos artificiosa. Hollywood era otro mundo, algo tan falso y tan de cartón piedra como la fachada del “Teatro Chino”. Nada más que andamiaje y attrezzo. Si había una palabra que definiera la ciudad era, sobre todos los demás, DECADENCIA. Y es ahí precisamente donde residía su encanto. La ciudad se caía a trozos era como un reptil al que le estaba cambiando la piel, ya fuese para bien o para mal. La mayoría de las casas que vimos estaban desconchadas, viejas, carentes de chispa. Eran casas como las que podría haber encontrado en La Habana, sin duda la ciudad más decadente de todo el planeta (y os lo comento con conocimiento de causa.)Eran casas que en el pasado gozaron de mejor vida. Habían vivido su edad de oro a lo largo de las décadas de los 60 y 70 y ahora morían como dientes careados a las que nadie les hace ni puñetero caso.
Ya lo dije en otra ocasión. Hay ciudades que te acogen con los brazos abiertos. Otras te dan echan directamente a empujones. Los Ángeles te abraza y te acaricia con un brazo mientras que con el otro te golpea con saña la boca del estómago.
No os penséis que me desagradó mi paseo. Me alegré de haberlo hecho, a pesa de todos los demás contratiempos. También me alegré porque aquel no sería el último paseo del viaje. Aun quedaba un día entero por delante y sobre todo una noche que prometía pequeñas sorpresas...
Si quieres café, ¡toma dos tazas!
Tras regresar de la caminata cada uno subió a su habitación. Una de las primeras cosas que hice fue quitarme la ropa y meterme un buen rato bajo la ducha. Tampoco es que tuviese mucho tiempo, menos de tres cuartos de hora. Habíamos quedado en el Hall del Hotel para ir todo el grupo de periodistas internacionales con los responsables de prensa de SEGA. En el momento que me metí en la ducha lo que me dolía más eran los pies. Cuando acabé la ducha mis piernas fueron las que comenzaron a quejarse. Las temibles agujetas habían hecho acto de presencia. Antes de abandonar la habitación me tomé una nueva dosis de ibuprofeno. Tenía los pies hinchados, palpitantes pero me habían asegurado que Kerrie, la responsable de SEGA de UK (todo un personaje en sí), había reservado mesa en un restaurante cerca del hotel. Cerca. La madre que la matriculó…
Me encontré con el resto de los Hobbits en el hall. Estaban tan o incluso más molidos que yo. Al grupo se unió Juan, Manolo y José que se habían quedado en MARVEL para filmar las entrevistas. También aparecieron Kerrie y parte de la prensa hospedada en el Hotel. Yo, como el resto de mis compañeros rezábamos por pillar u n taxi que nos condujera a la cena. Pero no, había que caminar. “No está muy lejos” aseguró la chica, “Se puede ir andando…”, “andando…”, “andando…”, “andando…”, “ANDANDO… “
Y sí, caminamos, de nuevo hasta el agotamiento, hasta que toda la expedición quería matarla y hasta el punto de organizarse apuestas de cómo hacerlo y sin dejar huella. A parte la chica (ya hablaré de ella más adelante porque merece un capítulo exclusivo) se perdió en un par de ocasiones. Ya era de noche y las calles se habían llenado de zombis (Homeless). Todos teníamos mucha hambre.
¡Esto no es “Disneylandia” es “The Grove”!
Tras girar una calle donde aparentemente no había nada apareció ante nosotros un lugar como arrancado de Main Street de los parques Disney. Era una especie de pueblecito todo muy iluminado, limpio, sobre todo limpio, adornado por callecitas de adoquines, (falsas) vías de tranvía y muchas fuentes llenas de agua. Había gente por todos lados, paseando, felices, animados. Me giré a mi espalda. El paisaje era desolador. Calles cochambrosas y llenas suciedad, pordioseros y bandas callejeras. Me volvía a dar la vuelta y allí estaba ese pedazo de cielo, un paraíso para todos los sentidos. “Es como un parque temático” Me decía la voz de Juan dentro de mi cabeza. Caminamos un poco embelesándonos con el paisaje. Había un cine como los que aparecen en las películas antiguas, con taquilla a modo de cabina y grandes marquesinas iluminadas por una docena de brillantes fluorescentes en su interior y con cientos de letras de negras, ordenadas, invitando a los transeúntes a visionar un buen puñado de películas. Había mucho bullicio por todos lados. Sonidos de las fuentes escupiendo agua limpia y cristalina, música de ambiente agradable y moderada, sonido de miles de tacones sobre los adoquines que decoraban el suelo. Luces muchas luces. Olores agradables. ¡Habíamos llegado al mágico mundo de OZ!
Entramos en una especie de Hall deliciosamente decorado con frescos de estilo “Naif”con angelotes revoloteando y damiselas trotando por paisajes bucólicos. Kerrie se acercó al mostrador, situado bajo unas letras doradas que anunciaban que aquel era “The Cheesecake Factory”. Era una franquicia al más puro estilo “Planet Hollywood” o “Tony Roma´s” Me daba igual. Allí había comida y sobre todo cómodos asientos donde reposar las nalgas y permitir una tregua al intenso dolor de nuestros pies.
Como sucede en todos estos restaurantes había demora. Por lo menos un hora. Habíamos llegado tarde y habíamos perdido la reserva. Nos invitaron a entrar y tomar algo o esperar fuera mientras nos paseábamos y descubríamos más secretos de OZ. Decidimos pasear. Habíamos quedado prendaos del lugar (aquello y el Hotel era lo más decente que habíamos visto en horas) y queríamos ver más de ese sitio. A la mierda el dolor de piernas.
Paseamos, tranquilamente. Había tiempo y bastantes tiendas para visitar. Ropa de marca, pequeños restaurantes de comida mexicana o exótica, pequeños puestos de bisutería y regalos, una librería “Barnes & Noble” que anunciaba la visita el día anterior de “Tory Spelling” (Sensación de vivir, Melrose Place 1992/1999); la chica había escrito un libro contando sin pelos ni tapujos todo tipo de cotilleos de la industria del cine… y la presencia de “Gene Wilder” (El Jovencito Frankestein, Mel Brooks, 1974) que presentaba su biografía para la semana siguiente. Sólo faltaba en esos momentos comenzar a cantar y bailar, como hubiera hecho “Gene Kelly” o Fred Aister” y “Ginger Rogers” en algunas de sus clásicas películas.
Dominados por la Gula.
Regresamos al “Cheese Cake Factory” doloridos pero con una extraña sensación de felicidad en nuestros rostros. Había acabado el número musical y como sucedía en las películas todos éramos tan felices como las perdices.
Tardamos en sentarnos a comer. Ya lo comenté más arriba es habitual esperar en este tipo de restaurantes aunque llegues a la hora que te han estipulado. Asaltamos la barra del bar como náufragos recién llegados a tierra. Como yo no suelo beber alcohol me pedí un batido (muy Fashion) de frutas exóticas. El resto se pidieron combinados y cervezas. Me llegó el batido. Aquello era espectacular. Una copa elegante y alargada hasta el infinito con un combinado de colores que iba desde el rojo al crema pasando por toques amarillo, todo adornado por un pinchito de fresas y naranjas. El sabor, una delicia, y más aun con el agotamiento que llevaba en el cuerpo. Fresco y saludable.
Nos sentamos en una mesita alta para esperar mientras tomábamos. En eso se acerca una camarera y en tono amable nos dice que si necesitamos algo más (sobre todo de comer) que le avisemos. Alguien toma las palabras de la señorita como un aviso de que la zona donde nos encontramos es solo para jalar. Pero lo dice en un tono tan amable, casi ambiguo que nos cuesta creérnoslo.
Después de una segunda ronda (yo me pedí un Sprite) nos fuimos a la mesa.
Habían juntado dos mesas y todos los allí presentes tomamos posiciones, previsiblemente juntos pero no revueltos. Llegaron las cartas. Había de todo y con fotos que lo ilustraban. Como siempre los platos eran pista de patinaje para 10 personas (o más). Al principio elegimos un solo plato pero tras el considerable retraso del camarero en llegar para tomar nota acabamos arrasando la carta (por lo menos el flanco español). El hambre no tiene perdón. El hombre tomó nota y mientras lo hacía miraba a nuestra expedición por el rabillo del ojo. Nos debería estar viendo como una manada de Trolls hambrientos. Y os aseguro que en ese momento lo éramos. Para una muestra… Cuando llegó la bandejita de pan (con mantequilla de nuevo en forma de bola de helado) todo eran manos revoloteando a diestro y siniestro. Sólo nos faltaba gruñir. El olor de los platos de nuestros vecinos de mesa nos ponía nerviosos.
Llegaron los primeros platos, bueno nuestros primeros platos. Que si guacamole, que si nachos, que si alitas de pollo ultrapicantes y con salsa agria, que si aros de cebolla. Nuestros compañeros de mesa nos miraban salivando. Ellos se habían pedido tan sólo un segundo y les tocaba esperar. Comimos como cerdos, mientras los de nuestro alrededor nos miraban con ojos de envidia. En eso a alguien se le ocurre ofrecer. En menos de lo que dura un latido los platos desaparecieron y no volvieron a nuestro bando de la mesa jamás. Ahora los cerdos eran ellos.
Cuando legaron los segundos el hambre ya estaba más apaciguada. Raúl y yo nos pedimos los “Baja Chicken Tacos” consistentes en (decenas) de deliciosas tortillas mexicanas con pollo aderezadas con especies y acompañadas con frijoles, arroz más guacamole y una bola de queso agrio. Hay quien se pidió se pidió la “The Factory Burguer” la especialidad de la casa, con todo tipo de complementos la mayoría relacionados con el queso, Manolo se pidió el “Double Cheeseburger del Eat & Two Veg". Un vegetariano capaz de imitar el sabor de la carne al 100%. También apareció un “Factory Burrito Grande” el padre de todos los burritos del mundo relleno de carne, queso, arroz, guindillas, y salsa agria y acompañado de guacamole y frijoles. Todo exquisitamente delicioso e interminable.
Mientras comía y veía lo que iba a dejar en el plato (más de lo que me había de meter en el estómago) me acordé muy mucho de los Homeless. Resulta un poco contradictorio hacer un acto de constricción justo en el momento que tienes la boca llena hasta los topes de manjares pero aun y así lo hice. Miré mi plato (aun casi lleno) y en la cantidad de comida que iría a parar esa noche al cubo de la basura. Me sentí un poco culpable. Sobre todo pensado en toda aquella gente que se paseaba sin rumbo y como torpes autómatas al otro lado de la calle.
Mucho “Lirili y poco Lerele”.
A todo esto los Hobbits, con la panza llena y completamente descansados, comenzaron a reactivar su (penoso) repertorio de pajas metales. Esta vez la víctima fue la representante de SEGA Francia, una chica de aspecto nada agraciado que se parecía mucho a Velma, la tipa fea de gafas de los dibujos animados de “Scobby Doo” pero dibujada con la mano izquierda. Por suerte la pobre no se enteraba de nada de lo que decían porque en menos de una hora mis tres compañeros ya se la habían pasado por la piedra como un centenar de veces (a cada cual de ellas más guarra y depravada pero en cutre). Cuando llevas un rato escuchando de qué forma te la follarías y sobre todo como se la arrebatarías al tipo ese feo y gordo de SEGA Australia (vamos como que ellos eran clones de George Clonney o Brad Pitt) y que estaba sentado a su lado flirteando con ella (y que al día siguiente les dio una divertida y humillante sorpresa) te aburres como una ostra. Vamos a ver, ahora no os penséis ni me tachéis de ser mojigato. Hablar de sexo, puede resultar divertido o incluso interesante pero estar las el 80% del día dale que te pego con lo que uno haría con su supuesto superpene aburre hasta la desesperación. Sobre todo cuando el EGB (o ESO) ya forman parte de tu pasado lejano. A ver, cuando uno contaba con 13 o 15 años una charla sobre sexo entre amigos era evocadora, incluso inspiradora, pero con 30 años o más y con carga familiar (con mujer e hijos a cuestas) como era en su caso, la cosa sonaba casposa, cutre o muy patética. “Estos no follan bien en casa” eso es lo primero que se te venía en mente.
Lo que quizás más les frustraba era que la chica no se fijase en ellos, y eso que los tenía sentados a su lado, muy pegados a ella. Pero como si no existieran. Para mí que los vio venir y decidió quedarse resguardada con lo menos lo menos feo que tenía a lo largo de su perímetro que era el P.R. australiano. Yo entonces decidí céntrame en la conversación de mis compañeros de la derecha (Juan, Manolo y José) y dejar a los “Supersalidos” llenarse la boca con poca comida y muchas escenas de sexo salidas de un espectáculo de porno malo y barato (de los que solo se limitan a simular el coito y no existe nada de penetración real) y planeando una estrategia absurda de como llevársela al huerto en cuando llegasen al Hotel. Algo que nunca sucedió.
La cena acabó y los Hobbits estaban que se dormían por los rincones. La francesa seguía compartiendo carantoñas con “Mr Didjeridoo”. Entre ronquidos mis compañeros iban cagandose en sus muertos. Por último tomamos un taxi y cada unos subió a su habitación. Ninguno de ellos acabó mojando el churro a no ser, claro está, con ayuda de su mano.
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