martes, marzo 11, 2008

Laura en la País de las injusticias.

Mi sobrina ha ido una niña con una infancia terriblemente dura. Si, sé que hay otras niñas que, como ella, han sufrido lo mismo o incluso más, no lo voy a negar. En el caso de Laura ha tenido que enfrentarse (y perder parte de su infancia) viendo como su madre se ha iba apagando a pasos agigantados debido a una terrible enfermedad degenerativa y a un padre alcoholizado e incapaz de afrontar sus responsabilidades. Situaciones como estas (y otras semejantes) son cosas que ningún niño debería afrontar en su vida. Son situaciones que dejan mella. Tampoco ayuda si tu entorno (aquel que te puede ofrecer una posible vía de escape o esperanza) es igual de cruel contigo. Ayer, en una conversación fortuita, me lo recordaron.

Mi sobrina y su hermano son niños que siempre han amado ir al colegio. Les han gustado horrores. Nunca he visto a unos niños tan ilusionados por ir a clase como ellos. Incluso lloran cuando se acaban las clases o en tiempo de colonias cuando han de regresar a casa. Sin embargo no siempre han sido bien aceptados entre sus compañeros de clase, sobre todo en el caso de mi sobrina. Cuando vivían en Sant Cugat (un pueblo muy cercano a Barcelona caracterizado por ser uno de los más caros y snobs de Catalunya) mi sobrina sufrió el ostracismo por parte de sus compañeras de clase. Niñas prototipo de pijas y más superficiales que el pellejo de una mierda. La culpa no era de las niñas, sino de las madres. Para ellas mi hermana era la comidilla. Nunca ninguna de ellas se acercó a preguntarle que le sucedía, ni si necesitaba nada, ni una sonrisa sincera, ni siquiera de compasión… Mi hermana era la tipa rara esa que anda mal y que tenía pinta de ser drogadicta o anoréxica. Cuando había cumpleaños de compañeras de clase a mi sobrina nunca le invitaban. Cuando era su cumpleaños y organizaba una fiesta nadie venía. El patio se convirtió para ella en un calvario. Nadie quería jugar con Laura. Se conformaba sentaba en una esquina mirando como jugaban el resto de sus compañeras. Y lloraba, de rabia y de impotencia. Pero aun y así le gustaba ir cada día al cole y tratar de participar en el mayor número de actividades posibles. Aunque ella fuese la única de un mismo grupo.

Por aquel entonces una de las madres de sus compañeras comenzó una campaña para que echasen a mi sobrina del colegio. No era la primera ocasión ni su primera víctima. Ya, tiempo atrás, dicha sujeta organizó una recogida de firmas para expulsar de la escuela a un niño con Síndrome de Down. Un crio que se había adaptado a las clases como cualquier otro. Pero al parecer, para ella y para una cuadrilla de madres que la secundaba aquel no era sitio correcto para un niño de esas características. Al final la presión fue tal que el niño acabó abandonando el colegio. El caso de mi sobrina era otro. Era de clase inferior a ellas, iba con ropa antigua (“piojosa” le dijeron una vez sus compañeras) iba a un centro cívico de niños problemáticos o pobres y según dijeron a mi hermana y (ex) cuñado por que ofrecía “Una mala influencia para sus hijas” debido a su carácter y temperamento exacerbado…

Cuando mi hermana dejó cada tarde de ir a buscar a sus hijos, sobre todo debido a diversas caídas en mitad de la calle, los chismorreos entre el corro de brujas subieron de tono e intensidad sobre todo cuando vieron a otra mujer (la trabajadora social) yendo a recoger a los niños a la puerta de centro. Una tarde mi sobrina entró en casa llorando. Sus compañeras de clase le habían comentado aquello que ya escuchaban días atrás en boca de sus madres. “Mamá en el cole dicen que estas muerta y que papá se ha casado con otra mujer”. Fue una etapa dura para la niña. Encima por aquel entonces mi (ex) cuñado comenzaba a escapársele la mano muy de vez en cuando a cualquier miembro de su familia que se le cruzase por delante. También la presión escolar, incitada por el susodicho grupo de madres fue en aumento. Querían a mis sobrinos fuera de la escuela. La directora, conocedora del grave caso familiar hizo oídos sordos. Puede que por compasión o por miedo a que la cosa se fuera de madre. “Antes de opinar y hacer conjeturas podrían informarse de vuestra situación y si son buenas cristianas como aparentan echaron una mano por lo menos.” le dijo la directora a mi cuñado tras una reunión. “Pero como ves eso no les interesa.” Aun y así mis sobrinos iban felices cada día al colegio. Finalmente abandonaron el colegio. Pero no por la presión de los padres de sus compañeros sino porque la situación en casa había rebasado ciertos límites y mi (ex) cuñado tenía que esconder evidencias de sus arrebatos de furia. Abandonaron Sant Cugat del Valles y se trasladaron a Artesa de Segre un pueblo perdido en mitad de Lleida (y que por cierto hacia un frio del carajo). El día que se despidieron del colegio recibieron cierta frialdad por parte de sus compañeros de clase (y eso que venían conociéndose desde párvulos) a excepción de un niño que (sorprendentemente) lloró su marcha como una magdalena.

Con una nueva vida mi sobrina vio la posibilidad de empezar de nuevo. Por cierto, si me centro más en la niña es porque ella siempre ha tenido mayor problema para entablar amistad. Cosa que no sucede por otro lado con su hermano. Pues bien, la lástima es que en Artesa duraron poco ya que allí la niña pudo hacer nuevos amigos. Pocos, no muchos. Eso si ninguno de ellos tenía la posibilidad de poder ir a su casa a jugar. Mi (ex)cuñado siempre había procurado que nadie entrase en su casa a no ser su familia. Por lo que amiguitos ni en pintura. Sólo primos, tíos y abuelos. Punto y pelota.

De regreso a Barcelona los niños van a parar a otro colegio (el tercero en un solo año) allí llegan a mediados del segundo trimestre. Mi sobrino hace amigos fácilmente. La niña no tanto. Ahora resulta que es la nueva y es la victima de todo tipo de mofas. Para más colmo su aspecto físico no le ayuda. No es que este gruesa, ni lleve aparatos en la boca o lleve gafas de culo de botella, todo lo contrario. La falta de higiene (en esa época aun yo no había entrado en juego y ellos vivían con su abuelo que les cortaba el agua para no gastar entre otras lindezas) y la forma de vestir no es del agrado de sus compañeros. Aun y así la crueldad que encontró en Sant Cugat con los compañeros de toda la vida se encontraba a millones de años luz.

Llegó el final de curso y se celebraba una función para los padres y familia. Los niños actuaban, estaban super nerviosos y muy excitados con su día de función. Nadie fue a verlos.

Ya en aquellos tiempos me dedicaba a hacerme cargo de ellos. Se pasaron gran parte del verano con Miguel y conmigo. Fue al final del estío cuando los escolaricé en el colegio donde mi hermana y yo habíamos estudiado (es un decir) toda la vida. Allí la niña volvió a enfrentarse de nuevo a las injusticias de la vida. El rechazo se hizo mella en ella por un grupo de niñas pijas de su clase. Pero aquello no era inconveniencia para que ella fuese feliz. Le gustaba mucho el colegio, las clases, los profesores, algunos de sus compañeros. Sé que fue un curso duró para ella; a mitad del mismo abandonaron mi casa para regresar a las garras de su padre, sus tías y su abuelo, la recesión se apoderó de ellos. Lo poco que había conseguido corregir de tantos años de carencia se iba de nuevo al garete. La higiene y la ropa raída volvió hacer acto de presencia en sus vidas. Si bien sus compañeros de clase la apoyaron en menor medida (no como lo sucedido en Sant Cugat) no era cien por cien aceptada. No era invitada a cumpleaños, no solían jugaban con ella en el patio y no contaban con ella para según qué actividades. Ojo no todos pero sí una mayoría.

Este año parece haber encontrado el equilibrio. Ha repetido curso, ha encontrado unas compañeras muy solidarias y, como ella, con ganas aun de ser niñas. Sé que existe roce con un pequeño grupo de compañeras (la cuadrilla de pijas de la clase como dice ella) que la sacan de quicio. Pero aguanta como una jabata. Hace poco, hablando con su tutor nos hizo una apreciación muy precisa que me hizo pensar muhco: “Como Laura nunca ha tenido la oportunidad de ser niña, ahora, como ya se ve libre, sin ataduras aprovecha para ser la niña que nunca fue. Dejadla disfrutar de ello el máximo tiempo posible, pienso que se lo merece.” No es que no me hubiera dado cuenta que mi sobrina era muy infantil. Todo en ella es infantil. Mucho. Hasta su cuerpo se resiste en crecer aun ya si de ciertos cambios de cajón que se aprecian en su anatomía, pero está a punto de cumplir los 14 y aun no ha decidido ser mujer. De momento ha decidido mantener la menstruación alejada de ella. Cuanto más lejos mejor. Si, tambien pienso que quiere aprovechar todo el tiempo perdido. ¿Quién, tras saber todo lo que ella ha vivido, se atreve, en esotos momentos en llevarle la contraria? Os aseguro que yo no. ¿Y vosotros?

3 comentarios:

Amparo dijo...

Bravo por la Enana :-)

Anónimo dijo...

probablemente, tu post más bonito... felicidades fosqui!!!

Monica dijo...

Joder,me has hecho recordar tantas cosas...