lunes, marzo 17, 2008

¿Se puede forzar una amistad?Episodio 3. Ingratitud.

Habíamos superado juntos muchas cosas. De todas las formas y colores. Pero ahí estábamos los dos con la cabeza bien alta y aprendiendo a reírnos de las adversidades. Eso sí su ex aun revoloteaba alrededor cual mosca cojonera. Soy consciente que el “Sr. F” trató de rehacer su vida varias veces. Os lo puedo asegurar. Pero nada. No le interesaban los hombres con cierta cultura, le iban mucho los chulos (pero no los cuerpos danones) sino los chulos en el sentido más “espiritual” de la palabra. Lo macarra le ponía. No sé porque motivo pero por aquel entonces el “Sr. F” se convirtió un una persona de morales o conceptos extraños, siempre muy crítico con los demás y muy poco consigo mismo, sobre todo cuando era él quien se tiraba piedras a su mismo tejado... Una de las cosas que más criticaba, era el por qué había gente que mantenía relaciones con personas ya emparejadas (sean con otros hombres o con otras mujeres) solía repugnarle la idea, sólo aparentemente ya que él mismo, desde que el conocí, había mantenido (breves) relaciones con personas casadas o emparejadas. Otra de las cosas que también criticaba (y que a mi esas alturas me costaba comprender por su propia absurdez) era por qué si conocía a un tipo en una discoteca de ambiente y tras un esporádico revolcón en el cuarto oscuro luego ese mismo tipo (clon de su ex por cierto) era incapaz de salir a charlar con él en un sofá sobre lo bella y dura que era la vida. Si, con el tiempo se volvió un personaje algo huraño y extraño. Yo supuse que como las cosas no le funcionaban bien, que sus ideales estaban hechos trizas y no veía salida razonable a su situación sentimental lo mejor era poder desahogarse criticando la forma de vida de los demás.

Intentó varias veces más volver con su ex. En eso era cabezón hasta el agotamiento. Pero tanto se había quebrado su propio jarrón que ahora ya este no tenía forma ni consistencia alguna. Echaba aguas por todos lados. Lo peor del caso era que su ex lo sabía y disfrutaba jugando con él. En unas cosas era más burro que una alpargata de esparto, en otras (sobre todo en manipular) era todo un erudito. Vamos un premio Nobel.

Los últimos tres meses de nuestra amistad fueron intensos en situaciones y acontecimientos. Por aquel entonces apareció Miguel por mi vida. Aunque mi relación con el “Sr. F” no se vio perturbada sí que se modificó en otros aspectos. Seguíamos siendo amigos pero había algo de distanciamiento. En esos días él se dedicó a buscar (fuese donde fuese) la sombra de ex. Por todos lados. Preguntaba hasta en los sitios más sórdidos, ya fuesen de encuentros fortuitos dentro de un coche o un callejón oscuro o a través de otros sitios de contactos como los que él y yo nos habíamos conocido. No es que él no supiese nada de su “media naranja”. Todo lo contrario. Lo veía muy a menudo. Vivía de nuevo con él. Estaba realmente obsesionado por su vida privada y por las posibles infidelidades. Todo con tal de machacarse y auto convencerse de que aquel hombre le hacía daño. Encontró muchas respuestas. Las que más abundaban eran las que no quería encontrar, pero no las aceptaba y por ello se auto engañaba buscando lo más absurdo y alejado de la realidad fuese. Al final volvieron a cortar. Por enésima vez.

Durante ese nuevo “Status Quo” apareció gente muy interesante en su vida. Gente que, como yo, le ofreció no sólo su amistad sino un claro interés sentimental. La mayoría de ellos tipos con las ideas bien claras, sobre todo en terrenos como la estabilidad y el respeto mutuo. Pero él, a pesar de que se moría de ganas, rechazó todas y cada unas de esas propuestas. Era una especie de alma atormentada. De personaje de folletín de “Pérez Galdós”. Era todo un experto en buscarse excusas con tal de no ser feliz... Como el más ridículos de los cuentos de hadas siempre esperaba que su ex se diese cuanta de sus errores y regresara a él montado sobre un caballo (en este caso una moto ruidosa) blanco entonando una canción de amor para llevárselo donde se ponía el sol. Nunca sucedió. Por lo menos hasta dos o tres años más tarde de haber perdido contacto con él. Eso sí, reintentos de rehacer su relación había habido, pero en la misma medida que de fracasos.

¿Cómo acabó todo? ¿Cómo dejamos de tener contacto? Pues fue durante un viaje a canarias, con Miguel y unos amigos. Él vino invitado por un amigo (un joven doctor muy majo y muy interesante que había conocido tiempo atrás, mucho antes de conocerme a mí y que le ofreció casa y trabajo en la isla a parte de todo su amor incondicional) Cosa, claro está que rechazó al no parecerse en nada a su ex. Durante el viaje sucedieron varios episodios de rebeldía por su parte que acabó por poner en jaque nuestra amistad, una status que definió por aquel entonces como forzado y artificial. Yo no salía de mi asombro. Sobre todo después de lo que habíamos vivido juntos. Me acusó de manipularlo, de forzarle a ser mi amigo, no sólo yo sino todas las personas relacionadas conmigo que él había conocido (y frecuentado) tanto para buscar ayuda, trabajo o diversión. De repente se volvió un ser arrogante, pedante y lastimero. Sentía como víctima. Como manipulado. A pesar de tratar de resolver la situación él se negó. Estaba muy dolido con todos nosotros. Nadie entendía bien lo que le estaba pasando. Igual no podía soportar ver que el resto de personas de su alrededor habían encontrado la felicidad. Una felicidad que él nunca había alcanzado con quien para él era el hombre de su vida. Cuando regresamos a Barcelona la situación ya era grave. Se perdió contacto y las pocas veces que conseguí verlo eran todo reproche y malas caras. Yo no entendía nada. Aunque también estaba algo dolido con él. No entendía porque me acusaba de forzar la amistad. ¿Por qué si no quería ser amigo mío me llamaba cuando se encontraba tan hecho polvo, pidiéndome verme para no estar sólo o para poder hablar? ¿Por qué acepto trabajar conmigo? ¿Por qué acepto hacer suyas mis propias amistades para luego mandarlas al carajo acusándolas de manipuladoras? Al final lo mandé a la mierda. De desagradecidos está el cementerio lleno…

Epilogo:

Tres años más tarde recibí una llamada. Era el “Sr. J” el señor casado con el que tuve una relación de ocho meses mientras conocí al “Sr. F”. Él no lo había conocido personalmente pero sí sabía de su existencia. Solía comentarle nuestra extraña relación entre polvo y polvo mientras permanecíamos tumbados en el sofá cama del apartamento de un amigo. Curiosamente me dijo que le hizo gracia conocerlo. Fue pura casualidad. Ambos se habían citado a través de una página de contactos. También y por otro casual (que aun no logro comprender) aparecí yo de repente en la conversación que ambos mantenían previa a un contacto sexual que no hubo. El “Sr. J” no tenía nada que ver con que el “Sr. F” buscaba. El “Sr. J” me comentó que nuestro “amigo” en común ya no estaba con su ex. Habían cortado por (¿veinteava vez?) y que ahora volvía en busca de una nueva (e improbable) pareja. De mi aparición en su conversación le comentó que estaba muy dolido conmigo. Le insistió mucho que yo le había obligado (forzado) a ser su amigo. El “Sr. J” (ya a sabiendas de la situación y con más conocimiento que Albert Einstein) se apresuró a comentarme que no me preocupase de él. Que yo no tenía la culpa. Que aquel tipo ni buscaba pareja, ni amigos. Su principal objetivo era buscar un imposible y así seguiría el resto de su vida y posiblemente de la siguiente y la otra y la otra hasta la eternidad. Tenía su propia batalla en manos. Una batalla que jamás ganaría y que no sólo le perjudicaría a él, sino a quienes estuviesen a su alrededor. Había hecho muy bien en ser su amigo. Si no lo había aceptado era su problema. Ingratitud, esa era la mejor palabra para definirlo. Perfecta desde la primera a última letra.

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