Hacía tiempo que quería escribir. Es decir, hacerlo siendo yo mismo, sin estar pendiente de una fecha de entrega o a cambio de un talón. Creo que ya va siendo hora de armarme de valor, de entrar en el caserón, de abrir ventanas y puertas y permitir que la luz invada su interior. Necesito dar forma a los fantasmas, atraparlos, enfrentarme a ellos y asumir que, en el fondo, también forman parte de mi vida.
lunes, septiembre 03, 2007
El Gran Normando: Fotografias emocionales.
El viaje ha aportado cosas muy buenas e interesantes en nuestras vidas, tanto la mía (y permitidme ponerme el primero aunque sea una sola vez) y la de Miguel, como para la de los niños y el resto de participantes de esta experiencia. Convivir y compartir es algo primordial en un viaje en grupo, ya sea si viajas en uno concertado (en plan borreguil) con otros extraños (con riesgo de asilamiento o de formar parte de un interesante grupo con nuevas posibilidades de amistad) o cuando lo haces sabiendo con quien vas y a dónde vas, ya que aquí la elección es para nada espontánea sino que está todo premeditado y calculado a la perfección (no en todos los casos, aunque si en el nuestro) Ojo, viajar de esta forma no le quita emoción. Hay una cosa que se llama imprevisibilidad que es un hándicap interesante dentro de un viaje rodeado de amigos y conocidos y en sitios elegidos por gustos o apreciaciones comunes. Luego, claro está (y volviendo a la previsibilidad) está lo que uno viva o experimente durante un viaje. Te puede gustar un lugar que hayas elegido o defraudarte (a nosotros no sucedió en Fécamp donde sólo valía la pena la abadía donde destilaban licor Benedictine) o incluso sorprenderte muy gratamente como la visita a Bourges o sobre todo Velues les Roses no prevista hasta ultimísima hora justo antes de partir. Pero quitando lo que se ve me gustaría hablar de lo que se siente. Porque un viaje se basa mucho más en lo que sentimos que en realidad en lo que se ve. Uno siempre puede ver fotos de lugares que visitamos (nuestros o ajenos) y dejarte indiferente (o no) y subrayo esto último porque cuando uno ha viajado y fotografiado un lugar donde ha vivido una experiencia intensa en él siempre se produce un efecto de regresión hacia el lugar fotografiado, sobre todo a alguna anécdota vivida en solitario o en grupo. Sucede que cuando vuelves al lugar nuevas emociones se superponen a las ya vividas y mejoran o engrandecen la memoria. Suele suceder que hay muchos detalles que en las fotos no aparecen pero si las miramos están allí. Tu puedes hacer una foto de una calle y cada vez que la contemplas te viene a la memoria los pastelitos de fresas salvajes que había en las estanterías, las bagettes de pizza con ese aroma intenso y alimenticio, o incluso el modelito horrendo que permanecía perpetuo día tras día en el escaparate a la hipotética a la espera de que alguien, vete tu a saber cuando, pasase por delante y se lo llevase puesto (siendo motivo de burla y mofa de todos aquellos que te rodean) Viajar también te une o te repele de la gente de tu entorno. Son gafes de oficio. Hay gente con la que viajas que volverías a vivir la experiencia con los ojos cerrados y otras que te prometes (y hasta pones velas) que una experiencia semejante se produzca nunca jamás. Hay viajes que benefician a quienes lo hacen, los sacan de sus jaulas (o su prisión) y les muestra un mundo desconocido lleno de vivencias, les permite darse cuenta de que lo bonito que es la vida y lo grande que es este insignificante planeta. Estas experiencias enriquecedoras los acercan mucho más a quienes la han compartido, sobre todo si han sido muy positivas o han necesitado de apoyo mutuo en caso de producirse un drama. Si han disfrutado de lo lindo se acercan más a los que han compartido la experiencia y se crea un nuevo vínculo que los hace sentirse diferentes al resto. Ya nada es como era antes de partir.
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