sábado, septiembre 29, 2007

Pequeños pasos... Grandes logros

Si, lo sé hace bastantes días que no escribo nada. Entre que ando con este bajón tan tonto que (no se despega de mí ni con agua caliente) que a veces hace que no te apetezca escribir por cualquier otro motivo y por diversas cuestiones, más o menos banales… Si, también lo sé no son más que excusas. Pero no todo es amodorramiento ni apatía. A lo largo de los días que han pasado han sucedido cosas , pequeñas, que animan a uno a remontar y seguir caminando.

El miércoles fui al colegio de los niños: Ya no es una visita furtiva como las de antes. Ahora si voy es porque he de levarles algo (en este caso una videoconsola que se le estropeó a mi sobrina)y que esperaba como agua de mayo. Cuando llegué me encontré de bruces con Silvia la directora. Me dijo alegremente que quería hablar conmigo. Nos fuimos la despacho y me preguntó cómo había ido todo. Yo le conté todos los detalles sobresalientes del verano, en especial el viaje que más que viaje se había convertido en una terapia familiar bastante satisfactoria sobre todo con mi sobrina. Le comenté como iba evolucionando la enfermedad de mi hermana (porque en ese sentido quien evoluciona es la enfermedad y no ella) y el tema de las pastillas. Respecto a los niños me comentó que mis sobrina había encajado muy bien en el nuevo grupo de compañeros de clase (ha tenido que repetir curso, y no se lo reprocho por motivos y situaciones que ya todos sabéis) Como ella son más niños, mucho más inocentes y hacen mucha piña entre ellos cosa que me alegró mucho. Le comenté a Silvia que con los críos hablo casi cada día. Que me llaman ellos, estando su padre de por medio. Al parecer con la llegada de la novia de mi cuñado la situación se ha suavizado por momentos. Pero sólo de momento. Después de tantos planchazos no me fío nada y en cualquier momento puede estallar el polvorín de nuevo. Ya sé que no es una novedad pero hace unos días mi sobrino me comentó que su padre y sus tías se habían vuelto a pelear. Supongo que él debe estar mucho más centrado en su nueva relación y ésta debe poner una serie de condiciones y una debe ser que las hermanitas cuanto más lejos mejor. La Sargento de Hierro sobre todo. Sé que una de las peleas ha sido con ella. Anda medio desquiciada con vete tú a saber y como dicen por estos lares “no rondina” (no funciona como debe ser)… También ah vuelto la otra tía. La que vivía y compartía ( y que ahora lo vuelve a hacer) muchas otras cosas con su padrastro (el abuelo de mis sobrinos). Se ve que ha venido guerrera, aparte de que ha pulido el dinero que le dieron por la venta de la casa de su madre en el Bingo (perdonadme este apunte pero personalmente encuentro estúpido que si te dan, por ejemplo, doce mil euros te los pulas enteritos por conseguir un permio mucho menor marcando equis en un cartón con numeritos) supongo que la ludopatía debe funcionar con esta absurda lógica. Vamos que están ocupados y entretenidos como niños recién llegados a una ludoteca. Yo estoy pensando que mi bajón viene debido a que no llevo el ritmo de tensión que llevaba antes. La adrenalina se debe aburrir de ir por mis venas sin motivo aparente de ello que esté tan apático. Me hace falta marcha. Es posible. Pero no necesito la que tenía hace varios meses atrás, ¡por Dios! Quiero otro tipo de estrés, por lo menos uno más productivo. Lo del divorcio está un poco abandonado. Es una de las cosas que he de pillar por los cuernos (¡joder! menuda alegoría me ha salido) y ponerlo en marcha. Supongo que os preguntaréis si he ido a ver a mi hermana… Pie si, fui el jueves por la tarde y estuve un rato con ella pero antes estuve un rato tomando un café con María. Hablamos de cómo estaba la situación. Me comentó que los enfermeros, como si se tratase de domadores de fieras del circo van tratando de domesticar la adicción de mi hermana. Entretenidos están un buen rato, entre que la vigilan, la persiguen por los pasillos y las broncas que le meten cuando la encuentran con la mano dentro del cajoncito de medicamentos. María estaba un poco preocupada porque hacía unos días atrás una enfermera le llamó la atención por dejar a mi hermana como un trapo después del episodio de las pastillas en mi casa. Estaba preocupada por si hacía mal riñendo a mi hermana. Yo le dije que no se preocupase que viniendo de ella no me molestaba. María se ha convertido en alguien muy importante en la vida de mi hermana. Por lo menos cumple el cometido de “madre adoptiva” y eso es bueno, pienso yo. Sé que mi madre habría actuado de la misma forma que ella, e incluso con mucha menos permisividad. Un día me gustaría explicar en un post sobre los extraños lazos emotivos y solidarios que se producen en los hospitales. Cuando llegábamos de la cafetería nos encontramos a mi hermana en el pasillo. María le dio un bocadillo (que le hace ella den casa y que mi hermana agradece mucho) y yo le entregué la compra que le había hecho y que me había encargado ella por teléfono. Hablamos poco. Lo reconozco. Aun me dura el enfado. Bueno, más que enfado frustración. Le comenté que los niños vendrían este domingo a casa y que se los llevaría a ver. De momento no quiero que venga a casa, después de lo que hizo y en muestra de mi enfado. Debe aprender a respetar, lo siento pero pienso que es así. Aunque a veces también pienso que me equivoco... La situación vivida días a tras me ha dado por analizar cosas respecto a ella y a mi cuñado. Durante algunos instantes me he convertido en el “Abogado del Diablo” y he puesto en la balanza todos y cada uno de las situaciones que ellos han vivido o me consta que han vivido durante los diez años que la enfermedad entró como una okupa en sus vidas. He de reconocer que la adicción a las pastillas saca que quicio a cualquiera. Es una bestia indomable, o perversa, astuta y muy feroz. Una bestia que se esconde con un traje de excusas y misericordia pero a la que menos te esperas te ataca con la misma fiereza que un guepardo a su presa. Tratas de buscar culpables y, tirando del ovillo ves que tanto mi cuñado como mi hermana no son tan responsables como parece. Hace poco un comentario, en este blog, de una persona que padece la misma enfermedad que mi hermana y que por ende conoce muy bien su situación me hizo mucho pensar en la situación que estamos viviendo. En el comentario me decía, más o menos, que los médicos desconocen bastante la situación de los enfermos (jóvenes) de Parkinson. A mí también me ha dado esa sensación. Los suelen tratar como ancianos y por ello también les proporcionan la misma medicación que a los ancianos. Y no es lo mismo el metabolismo de una señora de 80 años que el de una persona de 43. Ambas tienen muchísimas diferencias sobre todo en lo referente a la vitalidad. Por lo que he leído (y comentado el mismo neurólogo de mi hermana) es que las pastillas que ella toma producen dependencia en enfermos jóvenes, incluso hay casos en los que los enfermos han cometido suicidio… Y si lo saben o por lo menos lo sospechan ¿por qué no lo remedian? Sé que las pastilla también producen trastornos obsesivos compulsivos. He llegado a leer que hasta producen casos de ludopatía que no es más que un comportamiento obsesivo compulsivo. Ahí explicaría las reacciones de mi hermana. Pero de momento ese trastorno no se remienda ni por parte del centro médico ni por parte de su neurólogo (que por cierto la ve de uvas a peras por no decir que ya casi nunca). A lo que iba… Comprendo que la situación que ha vivido mi cuñado con una persona con semejante cuadro saque a uno de quicio. Conmigo consiguió desquiciarme en menos de diez minutos, aunque yo no utilicé las manos ni los puños para remediarlo. Imaginaos por un momento una convivencia de casi 24 horas con una persona en estas condiciones… ¿Qué mi cuñado no es la mejor persona para afrontar esta situación? No lo niego. Nadie en su sano juicio es capaz, por mucha paciencia que se tenga, de convivir con un problema de semejante envergadura. Pero de no soportarlo a tener que llevarlo al extremo absoluto del salvajismo por ahí no paso. Es una situación demasiado grande para alguien tan escaso en recursos. No justifico con ello su actitud, es más la condeno y batallaré por que pague por lo que ha hecho y sobre todo por lo que ha hecho a la memoria y las vivencias de esos dos niños. Soy magnánimo pero no gilipollas.

Mi último paso de gigante para mí. Es conseguir nadar hacia atrás. Os recuerdo mi terrible fobia con agua. Si para mi conseguir meterme en el agua y nadar normalmente ha sido todo un logro imaginaos lo que puede ser dejar que el cuerpo flote cual nenúfar sobre un estanque. Llevaba intentando hacer mucho tiempo atrás. El pasado jueves, después de resolver asuntos pendientes con mi hermana nos fuimos Miguel Eva y yo a la piscina (un Spa municipal donde somos socios y hay piscinas de agua de mar con chorritos de todas clases) En un momento dado me dio por intentarlo. Hacía días que la frasecita: “Si no lo afrontas tu no lo hará nadie por ti” (variante de “Si no aportas una solución entonces forma parte del problema”…) me venía rondando la cabeza como una cascabel dentro de la coraza de hiero que lo envuelve y hace tintinear. Así que me dejé llevar. Si hubo momentos de miedo. Pero como sucede en las películas una vocecilla (creo que la mía o de mi ángel custodio) me decía que no temiera y que fuese dejándome llevar. Así lo hice y acabe panza arriba sobre la superficie del agua. Incluso le di unas cuantas brazadas y hasta le pille gusto y todo. Parecerá una tontería pero ese pequeño logro ha sido muy positivo en mi estado de ánimo. Aunque aún le queda para recuperarse un poco más.

miércoles, septiembre 19, 2007

Dios aprieta pero a veces ahoga.

Llevo un par de días enfadado. Conmigo y con mi hermana. No sé, estoy pasando una etapa “Chuskys” (como dice una buena amiga mía). Estoy cansado, me aburro fácilmente, tengo mucho sueño, estoy todo el día con el Ventolin en la mano y la apatía se me ha pegado a la chepa como una mochila chunga que quiere irse continuamente de excursión. Debe ser algo cíclico porque siempre me sucede para estas fechas. Tengo una especial animadversión a los últimos cuatro meses del año, bueno, no es del todo cierto. Me gusta bastante el mes de Diciembre. Septiembre, octubre y noviembre no. Lo siento para quienes adoren esos meses en especial. Por un lado me obligo a ponerme las pilas casi a diario. Si yo no lo hago no lo hace nadie. Tengo momentos en los que me reactivo y no paro y otros que me amodorro y me doy como asquito de mí mismo. Hay momentos en los que me convirtiendo en el rey de los gandules. Por eso me cabreo conmigo mismo. Ya se me pasará. Con mi hermana es diferente. El cabreo es visceral. Ya sé que no debería cabrearme pero no soy el único que lo está con ella. Tiene a todas las enfermeras y enfermeros revolucionados, y no sólo eso, María también está muy cabreada con ella. Lleva desde que nos fuimos a Francia robando pastillas como una posesa. Aunque os parezca imposible es más rápida que el correcaminos. Se cuela por donde haga falta para echar mano de los medicamentos de los carritos (incluso roba llaves para abrir las puertas donde los encierran) El problema es que roba todo tipo de medicamentos suyos o de otros pacientes. Los suyos se los toma desordenadamente causándole todo tipo de problemas digestivos y físicos: Babea, tiembla mucho más, el iris desaparece sorprendentemente de sus ojos y vomita un liquido acuoso entre blanco y amarillo de lo más desagradable. Las pastillas de los otros pacientes las tira a la papelera de su habitación. Eso si, después de abrirlos y jugar con ellos durante un buen rato manoseándolos hasta que casi se deshacen (no como los M&M). Cuando la pillan con las manos en la masa las broncas son morrocotudas, incluso la han llegado a atar en numerosas ocasiones. Roba cuchillos de la bandeja de la comida y se entretiene lo que haga falta por desatarse, rasca que te rasca, los puntos débiles de sus ataduras convertida en una versión desquiciada de Harry Houdini. En uno de los hospitales que estuvo con anterioridad llegó a tratar de destornillar una puerta con un cuchillo romo. La puerta daba a una habitación donde las enfermeras guardaban los medicamentos. También robaba los imanes que la liberaban de las correas que la aprisionaban en la silla de su habitación. Un día la encerraron en el pabellón psiquiátrico y se peleó con un par de Yonkis por conseguir una silla para de esta forma tener controlado el mostrador donde la enfermera guardaba la llave del botiquín de los medicamentos. Este episodio me lo comentó mi prima un mañana que fue a verla. La pobre salió con los pelos de punta que ríete tu de Elsa Lanchester en “La Novia de Frankestein”. Es tal su obsesión por las putas pastillas que, a veces, cuando le hablas, parece que no existas e incluso notas como te traspasa con su mirada absorta. No pueden (o quieren) cambiarle la medicación. Una medicación que, de boca de su neurólogo, causa un número elevado de adictos en población con Parkinson juvenil. Sin embargo no hacen nada para evitarlo. Salvo embolsarse dinero porque los medicamentos para este tipo de enfermedad cuestan muchísima pasta. Hace cuestión de meses que le da por apoderarse de una silla de ruedas. Ella puede andar (ya os digo si corre que se las pelas cuando se trata de pillar pastillas) a veces camina peor. No necesita silla de ruedas. Lo que hace es sentarse en ella en un cruce de pasillos para controlar a los enfermeros y los carritos de los medicamentos.

El domingo vino a casa. También lo hicieron los niños y Esther, que desde el viaje no los había visto y tenía muchas ganas. Cuando llegué al hospital con mi sobrino (mi sobrina no quiso ir a verla porque cuando está así pasa de ella y su hermano) no encontré a mi hermana en la habitación. La señora que comparte habitación con ella (ya que a Rosario, la madre de María la han cambiado de planta) me dijo muy estresada que mi hermana rondaba por los pasillos. Me lo dijo en un tono exasperante. Al parecer le había dado la mañana. Cuando mi sobrino y yo salimos al pasillo la vimos a lo lejos. Nos acercamos a ella. el niño le dio un fuerte abrazo. En eso aparecen las enfermeras. Dos de ellas (precisamente las que tienen más paciencia que un santo) me comentaron que estaban en un tris de no dejarla salir. Al parecer les había dado la mañana y la anterior y la otra y la de más allá. Me dieron tres sobrecitos con la medicación. Uno para las 13 horas, otro para las 16 horas y otro para las 19 horas. Mi hermana miró los sobrecitos como cuando a una mosca le ponen una luz azul fluorescente muy intensa y atractiva. Me guardé los sobres y nos fuimos para el coche. Durante el camino no hubo problemas. Escuchamos música (a mi sobrino le gusta mucho "Mika" y "Paul Hartnoll" y me pidió que se los pusiera) Yo también le puse "Shiny Toy Guns" que le gustó mucho (y de paso aprovecho para recomendar muy mucho a este grupo) Llegamos a casa y yo saqué la medicación para ponerla en una balda del mueble del comedor (gran error mío) A las 12:45 se puso a pedirme la medicación de la una. Insistente, como un disco rayado que alguien se olvida de desbloquear. Le digo que se espere. Parece hacerme caso pero cada vez que se acerca la hora ella se pone mucho más puñetitas. A las 13 le doy la medicación y se calma. Me pide ver una película. Ella me pide y yo le pongo la nueva versión de "Poseidón" (ya que como a mí nos gusta mucho y nos recuerda mucho nuestra infancia cinéfila) A ella parece gustarle. Eso sí, en ningún momento desde que ha llegado le pregunta a sus hijos como les ha ido el colegio. Yo le tengo que insistir que lo haga. Los niños se lo explican y ella como que no les hace mucho caso. Los niños se dan cuenta de que les ignora y dejan de contarles cosas. Yo voy a hacer la comida. Cuando acabo llega Esther y nos sentamos a la mesa. Mi hermana comienza a comerse el puré de patatas que le he hecho atragantándose en varias ocasiones. En un momento se levanta y se dirige al baño. Veo que tarda un poco. Sale sin tirar de la cadena. Yo voy a tirar pero me doy cuenta de que no ha hecho nada. Me empiezo a mosquear. Observo que mientras come tiene la lengua teñida de amarillo (una de las pastillas por las que ella siente devoción tiene la particularidad de teñir la lengua de ese color) y siempre que se ha dopado de forma extra (su record ha llegado a ser de 400 pastillas de más en un mes) la lengua parecía la piel del culo de "Bart Simpson". Sin mirarle a los ojos le pregunto si se ha tomado una pastilla de más. Ella me jura y perjura que no. Yo no le creo. Pasamos la tarde y a eso de las 15:30 se me pone de píe y se planta delante del mueble como si fuese un perrito que espera su galletita de compensación. Yo la miro de reojo. Ella también. No dice nada. Espera paciente a que yo le pregunte. Eso me escama. Le pregunto qué es lo que quiere. Ella me pide las pastillas. Yo le digo que se espere. Ella no quiere. Los niños observan la escena en silencio. Esther y Miguel también. A eso de las 16 me dirijo al mueble. Ella no se ha movido de su sitio. Su postura me recuerda años atrás, antes de conocer al capullo, cuando ella ponía música en el salón de casa. Tenía la puñetera manía de colocarse frente al tocadiscos con la mano apoyada en una de las baldas mientras bailando ligeramente respirando de forma muy nerviosa. Una de sus manías que más me sacaba de quicio (y a mi madre también) era no dejar terminar una canción. Siempre se comía un bloque de versos de los últimos minutos del disco. Odiaba cuando hacía eso. Ahora no había tocadiscos. Y el vinilo ya no tenía forma de vinilo sino de pastilla. Y, sorpresa la mía tampoco había dejado terminar la canción (en este caso el tratamiento) Cuando voy a echar mano de los sobres de las pastillas veo que me falta el correspondiente a las 19 horas. Fijaos si soy ingenuo que en un principio pienso que igual se ha caído del mueble con el viento. Mi sobrino me ayuda a buscarlo. No aparece por ningún lado. Miro en la mesa. A todo eso me voy diciendo que los sobres, los tres los había puesto juntos en la balda del mueble. No s, igual mi mente me ha jugado una mala pasada. De repente me acuerdo de la lengua amarilla. Le pregunto si ha pispado el sobre en un descuido mío. Ella me lo niega. Me pongo nervioso y vuelvo a buscar. Hasta voy al baño a ver si lo he dejado allí (o tal vez ella) Pero no aparece. Le vuelvo a insistir. Ella me lo niega de nuevo, un pelo ofendida. Yo me siento mal. ¿Y si me estoy equivocando y la estoy acusando delante de sus hijos de un descuido mío? Pero la lengua amarilla no se aparta de mi mente. Es más, me parece como si estuviese burlándose de mí. Le vuelvo a preguntar esta vez mosqueado. Ella me jura y me perjura incluso por que se muera alguno de sus hijos que no tiene ni se ha tomado las pastillas de las 19, eso sí me pide insistentemente las pastillas de las 16. Yo me niego a dársela hasta que no aparezca el dichoso sobre. Ella me ruega que se las de. Como si le fuese con ello la vida. Entonces hago una cosa. Le agarro el bolso y se lo registro. Ella mira mientras piensa “Frioo, friooo…” Yo rebusco en los bolsillos del bolso. Pero nada. Entonces la registro a ella. meto la mano en el bolsillo izquierdo del pantalón. De momento no encuentro nada. En cuanto voy a hacer lo mismo en el bolsillo derecho ella mete la mano rauda y trata de agarrar algo de su interior. Le pido que lo suelte y meto la mano. Noto un papel arrugado con algo semiduro dentro. Lo saco y es el sobre de las 19 horas. La primera cosa que oigo es a mis sobrinos exclamar: “Titoooo ¡Ha jurado porque nos muramos que no lo tenía!” Yo me cabreo. No como se habría cabreado mi cuñado pero sin recurrir a las manos. Nadie en la sala habla. Sólo yo. Me jode que haya jurado en vano sobre sus hijos para cubrir su adicción a las pastillas. Me imagino a los niños llegando a casa y contándole lo sucedido a mi cuñado. Me jode tener que darle en estos momentos la razón a él (sin justificar el uso de la violencia) Me jode que haya abusado de mi confianza. Me joden muchísimas cosas erróneas y jodidamente jodidas en ese momento… Ella mete la mano en el otro bolsillo y nerviosamente me da otra pastilla que tenía escondida. Nota que estoy furioso y no le conviene estar a malas conmigo. Me pide la pastilla de las 16. Dudo en dársela sobre todo por la reacción que pueda ocasionarle tras haberse tomado otra de un turno que no le correspondía. No sé qué hacer. Me ha bloqueado por completo. Al final se la doy. Se la toma y se sienta en el sofá. Como si nada me pide que le ponga otra película. Los niños eligen "Scary Movie 4". Se lo pasan en grande. Ella sentada a su lado sin abrazarlos ni compartiendo nada con ellos. Los niños (sobre todo Adam) se abraza a Esther de lo feliz que está de poder compartir la película con ella. No con su madre. Parece enfadado con ella o por lo menos ofuscado. Cuando acaba la película el niño se levanta , se acerca a su madre y le dice: “Mamá prométeme que no vas a hacer más lo de las pastillas” Ella le dice que no se lo promete, sino que se los jura, levantando las palmas de las manos tal y como me había hecho unas horas atrás. El niño le abraza. Ella también. Tiembla mucho. La sobredosis de pastillas le está haciendo efecto. Parece una bandera hondando ante un huracán. Yo le miro a los ojos y veo que está engañando a su hijo. Es la misma mirada que ha hecho siempre que ha jurado no robar más pastillas a mi prima, a las enfermeras, a los médicos, a la asistentas sociales, al psicólogo, a mi cuñado, a toda su familia, a mí y al Santo Cristo del Amor Hermoso. Mi sobrino era ahora uno más en la lista de engañados. Y eso me cabrea. Les pongo a los niños otra película “Scary Movie 2”. Se ríen como locos. Mi sobrina llama a su padre para quedarse más tiempo. Hablo con el capullo. Me dice que no hay problema. Se lo están pasando bomba (parece que lo de su madre lo tienen asumido o lo dejan por imposible) A las 19 Horas mi hermana se pone en pié. Quiere irse. El problema es que al haberse tomado las pastillas que no le correspondían no tiene dosis y no quiere quedarse en mi casa. Lo peor del todo es que comienza a joder la marrana a los niños para que se marchen a su casa. Miguel, Esther y yo la miramos perplejos. Yo me planto y me niego. Le digo que no tiene ningún derecho a echar a los niños de mi casa. Ella insiste que quiere ir al hospital y que vamos a llevar a los niños a su casa. Yo le digo que no. Los niños dicen que no. Quieren quedarse en casa más tiempo, esta vez jugando a juegos de cartas y de tablero. Ella insiste. Yo la mando a cagar. Le digo a los niños que se pueden quedar en casa si lo desean. Ellos me miran aliviados. Entonces ella me dice que si se quedan los niños yo me quedo y entonces no la llevo al hospital para que pueda tomarse sus putas pastillas (que debería haberse tomado correctamente) Me cabreo como un mono y la pongo de vuelta y media. Los niños me miran. Yo les miro. Parecen que están volviendo a ver una escena del pasado cuando su padre discutía con su madre y después de los gritos llovían bofetadas hasta que sonaban las campanadas de Año Nuevo. Para no joderles la tarde a los niños me llevo a mi hermana, aun emperrada por echar a los niños de mi casa. Eso si antes de irse me pide que le entregue latas de paté y unos trozos del pastel que ha traído Esther para poder tomárselos de resopón esa misma noche . En el rellano de la escalera la pongo a caldo verbalmente. No se da cuenta que le está dando la razón a él. Subimos al coche. No le dirijo la palabra. Llegamos al hospital. La acompaño a la habitación. Le dejo las bolsas con su ropa limpia que me ha dado Miguel de la colada del día anterior y el paté y los trozos de pastel y me voy. Antes de cruzar la puerta me llama y regreso. Me dice: “Acuérdate de pedirle a la enfermera la pastilla”. Me doy media vuelta cabreado. Ni un “Perdona, ni un lo siento, ni un adiós hasta la semana que viene…” Sólo le interesan la mierda de las pastillas. Me voy a ver a María que está con su madre y su hija en la planta de abajo. Le comento la situación. Ella me da malas noticias. El enfermero que cuida a mi hermana le ha comentado que la asistenta social y la dirección del hospital planean echarla ( ya con esta sería la tercera vez en dos años) Hablamos un poco del tema. También lo hacemos de otras cosas, aunque todo se centra en lo sucedido los últimos meses. En un momento me tranquiliza y me calma los nervios. Después de la charla me marcho a casa. Recojo a mis sobrinos y los llevo a su casa. No comentan nada de los sucedido creo que se lo han pasado tan bien que su madre no es más que una sombra, una imágen vaga detrás del divertimento de la velada. A partir de esa noche llevo durmiendo fatal. Muy mal.

Esta tarde me ha llamado María. Ha ido a ver a mi hermana y la ha puesto de vuelta y media. Se ha quedado a gusto con ella. Yo le he dado la razón y las gracias. Al parecer el lunes y el martes ha vuelto a rondar los carritos y las habitaciones de los medicamentos. Yo de momento me niego a ir a verla. Debe aprender a respetar y no a que le den todo hecho y que se le perdone por todo lo que hace mal. Tiene Parkinson, no Alzheimer. La cabeza le funciona de maravilla, por lo menos eso dice el informe psicológico. Me ha llamado estos días. Soy parco en palabras con ella y no me apetece hablarle mucho. Me llama para pedirme que le traiga cosas del supermercado. De momento no tengo intenciones de darle lo que me pida. Estoy cabreado y estoy en mi derecho. Por muy enferma o adicta que esté ella. Lo siento.

jueves, septiembre 13, 2007

Toc, toc, toc… ¿Quién es? ¡El pasado, que llama a tu puerta!

¿No os ha pasado nunca que, de repente, personajes del pasado comienzan a aparecer de nuevo en tu vida con la misma velocidad que crecen los champiñones en una cueva húmeda? Pues eso me ha pasado a mí desde hace un par o tres de meses. Todo comenzó una noche que me encontraba tomándome algo en un bar del Eixample barcelonés (ahora más conocido por Gayxample por haber sido y no literalmente por un compendió de tribus gays de la ciudad Condal) cuando y de repente alguien pronuncia mi nombre a mis espaldas. No, no os penséis que de repente me iba a encontrar a un ex de cuando uno era más puta que las gallinas ni nada por el estilo. Quien pronunció mi nombre era una mujer. Yo me giré y la contemplé así como medio perplejo y medio desconcertado. La verdad es que la cara me era muy familiar pero no lograba ubicarla en ese momento en mis recuerdos, es más se me mezclaban personajes símiles a modo de espejo mágico de la risa de esos que ponen en ferias o en museos de la ciencia donde mediante el cambio de iluminación tu careto se fusiona con el de la persona que se encuentra sentada al otro lado del espejo/cristal. Tardé como unos veinte segundos en reaccionar, los suficientes como poner cara de alegría, levantarme y darle un abrazo a la persona que me estaba saludando casi dando saltitos de alegría. No os recomiendo tener amigos que se parezcan, en serio, cuando pasa el tiempo y la memoria falla a uno le cuesta reconocerlos. Ya os digo, en esos veinte segundos pensé que estaba abrazando a otra amiga perdida en las nieblas del pasado pero no, no era ella. A ver, no lo digo con pena ni con tristeza, todo lo contrario. Me hubiera gustado haberme encontrado también con ella si hubiera sido necesario (o si el destino hubiera cruzado nuestros caminos en ese momento) pero me alegré mucho más al comprobar que se trataba de otra amiga, que hacía como unos diez años que no veía y que por otro lado, jamás la hubiese relacionado en aquel momento ni en aquel lugar. Esto lo comento porque la última vez que vi a Solmar (que así se llama la chica en cuestión) padecía Agorafobia severa que la había confinado a vivir encerrada en su casa a lo largo de seis años (por lo menos esos eran los años que la llevaba en su casa encerrada cuando la conocí) Igual os preguntaréis ¿Y cómo conociste a Solmar si estaba encerrada todo el día en su casa? Pues bien la conocí en la radio, en aquellos tiempos lejanos cuando un servidor usaba su voz y no sus dedos (teclea que te teclea) para trabajar. Solmar era Tarotista, creo por lo que me dijo que aun sigue siéndolo. La ventaja que tenía la radio era que ella podía salir en antena sin tener que moverse de su casa. Así de cómodo y eficaz. Lo que en un principio era una relación comercial con el tiempo se transformó en una relación de amistad, sobre todo de esas que compartes cientos de confidencias y que puedes pasarte horas y horas charlando sin parar, aunque se digan sandeces y cosas estúpidas. Recuerdo que en casa de Solmar nunca había tiempo. No existía. Ya fueran la una de la madrugado como las tres de la tarde allí siempre había un momento para darle a la sin hueso sin parar. Su casa era el ombligo del mundo y ella disfrutaba (todo lo alta y oronda que era) en que no te aburrieses ni te fueses nunca. Sí, todo un personaje. Como uno es muy extrovertido pues aporté a la vida de Solmar un sin fin de personajes. Celebrábamos cenas opíparas en su casa con todo tipo de manjares y las sobremesas duraban hasta que el sol asomaba el hociquillo por el horizonte. Pese a las limitaciones de espacio Solmar se lo montaba muy pero que muy bien. Compraba por teléfono (no existía internet tal y como la conocemos en esos tiempos), tenía visitas cada día (incluso con alguna de ellas mantenía tórridas relaciones intimas) y si se te ofrecía leerte el tarot podías ponerte a temblar porque no te echaba una baraja, sino cinco o seis con todos los Arcanos Menores incluidos. Una consulta general se convertía en algo agotador estresante, vamos que produciría nauseas hasta para el mayor adicto a que le predigan el futuro. Con ella compartí muchos bunas anécdotas incluso el día que tuve mi primera relación sexual con un señor (casado por cierto) fui corriendo (ejem) a su casa para contárselo con todo tipo de detalles. Lo pasé muy bien en aquella época. Pero como casi todas las cosas todo tiene su fin y debido a temas sentimentales (con un señor que le presenté yo a través de otra amiga) la amistad se fue enfriando hasta desaparecer por completo de mi vida. Podría explicar muchísimas cosas de aquellos tiempos, so sé igual un día de estos me aniño y os doy varias pinceladas jugosas sobre Solmar y su mundo. Pues bien, a uno le chocó mucho verla de nuevo frente a frente, en la calle, sin las cuatro paredes de su casa de ahí que no supiera reconocerla a buenas y a primeras. Es curioso pero días atrás me había acordado de ella. Siempre pasa eso. Piensas de repente en alguien y dos días más tarde giras en una esquina y te chocas de bruces con dicha persona. El destino es un animalito muy curioso. Solmar me contó que ya no padecía Agorafóbia, me comentó que se había descubierto que se la producía una intolerancia a la lactosa (¿?) También me comentó que Josep (quien le había presentado yo a través de una amiga) Había muerto de cáncer cinco años atrás y que ella había comenzado a salir al exterior hacía dos años. Pese a las malas noticias la vi muy animada y muy feliz. Le comenté mi situación le presenté a Miguel (que no conocía) y a unos amigos e intercambiamos teléfonos para reunirnos de nuevo un día de estos. La verdad es que reencuentros como estos se celebran con alegría, por lo menos si ves que la otra persona ha superado sus miedos y vive feliz (Solmar venía de hacer una exhibición de baile de Chakras(¿?) ) Sin embargo hay otros que preferirías que la persona que te llama hubiera tenido un accidente en la cabeza con la tapa del wáter y se hubiese olvidado de tu existencia como me sucedió con mi segundo reencuentro sorpresa, aunque yo lo llamaría persecución sorpresa.

Todo comenzó una mañana que venía de trabajar cuando en el teléfono de casa me encuentro la lucecita roja de mensajes recibidos parpadeando alegremente en un tono rojo chillón. Había un mensaje grabado en el contestador así que lo puse en marcha. No me costó reconocer a la persona que me hablaba con un dulce acento argentino desde el otro lado de la línea. Se trataba de Iris (así era su nombre de batalla cuando trabajábamos en una línea de Tarot telefónico) El mensaje era más o menos así (vosotros os lo imagináis con acento argentino) “Hola ¿Richard? No sé si éste sigue siendo tu teléfono o estoy llamando a otra persona en todo caso soy Iris llámame a este teléfono (aquí venía el número) y así charlamos un rato ¿ok? Chao.” No sé cómo contarlo pero la llamada me produjo una mezcla de indiferencia pero con un toque de desconfianza. Hice cálculos mentales para averiguar cuando fue la última vez que hablé con ella. Si mi mente no me engañaba habrían pasado unos ocho o nueve años. Que yo supiera nunca fue amiga mía. Éramos compañeros de trabajo que más o menos conectábamos sobre todo para poner a caldo a la mala bestia de la jefa que teníamos (un día igual os cuento algo de ella) pero nada más. Pensé: “¿A santo de qué esta se acuerda ahora de mi?” La memoria a veces es muy efectiva, sobre todo en casos tan singulares como éste. La última vez que la vi se había separado de su marido, sus hijos pasaban olímpicamente de ella y la tipa había cosechado un morro que ríete tú de los hocicos de los tres cerditos juntos. Recuerdo que tenía la puta manía de organizarte el día sin tu permiso. Como si tú fueses uno de sus hijos y aun quisiera ejercer de madre. Una tarde había quedado con ella y con otro compañero de trabajo (de esos que mientras curras te lo pasa bien y cuando no te escuece más que un grano en el culo) y en menos de lo que dura un suspiro ya nos había organizado la cena y, si nos descuidamos, (por lo menos en mi caso) el resto de la velada. Fui muy diplomático en aquella época y me la quité rápido de encima como cuando un perro se muere de repente y una manada de piojos abandonan su cuerpo cual Moisés con su pueblo hacia la Tierra Prometida. Pero no sólo eso. A su afán de controlar se le puede añadir el que también trataba de abusar de ti pidiéndote (exigiéndote) favores sin la menor consideración. Ya podéis imaginarnos lo que hice con la llamada grabada… Pasaron los días y me olvidé de ella pero hete aquí que la constancia (y la cara dura) deben de ser su fuerte porque la tipa me llamó de nuevo. Esta vez me pilló desprevenido. Hablamos un poco del pasado. Yo a regañadientes y tratando de ser lo más políticamente correcto posible (por lo menos hasta que no me pidiese favores ni nada por el estilo) Me dijo que estaba ya divorciada y que ya no trabajaba en temas de Tarot (lo dijo como si aquello fuese trabajar en un estercolero) me repasó por los morros que ella tenía no se qué Master de empresariales bla, bla, bla y bla… Y me preguntó qué es lo que yo hacía cosa que le expliqué sin darle muchos detalles. Eso sí le aclaré que ya no echaba las cartas (por si se aventuraba a pedirme una consulta telefónica que ya me la venía venir) Le comenté lo de mi hermana (ahora no sé porqué lo hice si le importaba una mierda) eso si decía “Pooobreesiitaa” con muy poca credibilidad (vamos me lo dice una piedra y le pone más sentimiento) En eso que va y me dice muy dulcemente (pero con segundas intenciones): “¿Te parece que le hagamos un ritual a tu hermana?” A lo que yo contesto: ¿Un ritual? ¿De qué? ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Es que la vas a curarla encendiendo cuatro velas del todo a un euro? Que queréis que os cuente... Me sentó como una patada en los cojones. A estas alturas de mí situación y me sale una gilipollas del culo vendiéndome que con un ritual va a acabar con las penurias de mi hermana. Manga huevos… No recuerdo que más le dije pero creo que una llamada al móvil le salvó de perforarle el tímpano a improperios y todo tipo de insultos. Eso sí me dijo que le llamase un día de estos al teléfono que me había dado (¿Me había dado alguno? Y yo sin enterarme). Pasaron los días y yo olvidándola a ella y sus tonterías. Eso sí, me pregunté en un par de ocasiones (incluso se lo comenté a una amiga que también al conocía) por qué carajo se había acordado esta tipa de mí. ¿Es que no había nadie más en el mundo que tocar las narices? Tenía la sensación que la tipa quería algo de mí pero no le había dado tiempo de decírmelo debido al hablarle del tema de mi hermana. Una mañana, muy temprano. Serían cerca de las ocho de la mañana volvió a sonar el teléfono. ¿Adivináis ya quién era? Pues sí la iris de los putos cojones. Me pilló medio despierto, con las legañas aun pegadas en las pestañas. “¿Qué tal viejito estabas durmiendo?” me pregunta. Yo le digo que no. Ella que no se lo cree. Pues muy bien ese es tu problema. Antes de que yo la interrumpa con una historia personal la tipa va y me pregunta: “¿Tú tienes coche?” “¡Aja!” Pienso yo. “Con que esas tenemos. Te deben haber fallado los 7657484654 contactos de tu agenda y ahora debes estar en la letra R tratando de que alguien te haga un favor.” En ese momento podría haberle dicho que no, pero no me daba la gana. Para que mentir, con mandarle a cagar a la vía en cuanto quisiera abusar de mí confianza era más que suficiente. Paso ya de escusas que sólo sirven para estirar esta clase de acoso. “Si” le contesto decidido. “¿Y es grande o pequeño?” Me pregunta ella. “Grande”. Le podría haber dicho muy grande pero no me dio la gana. “Es que tengo en casa unos colchones que compré en el IKEA y no me acaban de gustar y mi hijo tiene coche pero no me puede (quiere) llevar a devolverlos y si les llamo a ellos (IKEA) me cobran por llevárselos.” Así que yo le digo. “Mira yo no tengo tiempo. Trabajo por las mañanas hasta las dos y luego me voy a ver a mi hermana.” “Huy si, tu hermana, ¿cómo está?” Yo estoy en un tris de decirle “Deseándole que le hagas un ritual con velas cutres a ver si la curas” Pero le digo que “Bien” y en cuanto voy añadir algo más va con todo el morro y me pregunta “¿Y ordenador? ¿Tienes un ordenador de sobra para dejarme? ¿Un portátil tal vez?” Se me abren los ojos como platos. Suena a mí alrededor como una música de suspense y me veo a mi mismo en un zoom de esos raros en el que el fondo se estira como un chicle y yo mi jeto se acerca a la cámara con expresión de susto. Entonces me acuerdo de una frase de un colega (muy garrulo él) que cada vez que se cabreaba decía: “Cuanto hijoputismo hay en el mundo”. En cuanto los ojos me dejan de hacer chiribitas sobre las cuencas (como le sucedía a Marujita Diaz en sus tiempos mozos) le digo con mucha frialdad: “Pues no. No tengo ninguno para dejarte. Tengo un portátil y lo uso para trabajar.” Estaba esperando que ella me dijese alguna burrada al respecto como “Pero si puedes usar una máquina de escribir, el ordenador del trabajo o cómprate uno nuevo y de esta forma me prestas el que tienes ahora.” Pero va y para más INRI me suelta: “Es que mis hijos tiene el suyo y lo utilizan para jugar y sus cosas y no voy a ir trasteando con ellos.” Y eso que pienso: “¡Ah! ¿Y por eso me lo pides a mí que no te veo desde cuando las hombreras estaban de moda?” Ella me añade: “He ido a mirarlos al PCcity y salen muy caros y lo necesito para trabajar." Repienso: “Espera que ahora sólo falta que me pida dinero para comprarse uno…” “Mándala al carajo de una puñetera vez Richy“. Me digo yo para mis adentros. “Total no pierdes nada”. Así que hago caso a mi conciencia y le mando donde Cristo perdió la guitarra. Eso si, con mucha educación que para eso fui a un colegio de pago.

Total, me libro de ella para siempre (de momento) pero al parecer debo tener el imán para atraer personajes del pasado aun activado (o eso o se me ha abierto un agujero dimensional en la chepa porque no me lo explico) porque este fin de semana recibo otra llamada. No, no se trata de la Iris de los cojones. Entre otras cosas dudo ya que me vuelva a llamar (por lo menos hasta dentro de otros nueve o diez años). Seguro que en estos momentos anda por la letra Z de su corroída agenda y ha encontrado a Zopenco Gutierrez y le ha hecho todos los favores del mundo y alguno que otro más... Bueno, a lo que iba. Suena el teléfono. Descuelgo y me dicen: “Hola Richard soy Juan Carlos (aquí va el apellido) ¿Qué tal como estas?” Yo me alegro de saber de él. Juan Carlos fue uno de los primeros novios de mi hermana. Después de dejar la relación de lado con el tiempo se convirtió en un buen amigo. Le conozco desde que ambos cursábamos EGB y al contrario de Iris su llamada no me hizo sentir para nada molesto. Si he de reconocer que me extrañó que se acordase de mí pero me dio la corazonada que en esos momentos tenía problemas. Al preguntarle cómo estaba él me confirmó mis sospechas. Hacía una semana que se había separado. Me supo mal y se lo hice saber. El me comentó que me llamaba por si le podía echar las cartas (el Tarot) para ver cómo iban a ir las cosas. Yo le comenté que ya no me ocupaba de esos menesteres y le sugerí que podría pasarle el teléfono de una amiga para que se lo mirase con mucho más detenimiento. A ver, no es que no quisiera ayudarlo. Pero pensé que mejor se lo mirase otra persona ajena y que por otro lado no utilizase mi amistad como excusa para consultarme día sí y día también los pormenores y sorpresas que le guardan en el futuro. Si vi que no le hacía mucha gracia ir a la consulta de una tarotista, supongo que por tener que desembolsar una cantidad para la ayuda o consejo que le pudiera proporcionar pero que se le va a hacer. En esos momentos no me apetecía. O mejor aún, no lo veía propicio. Podría hablar del tema tarot largo y tendido, sobre todo del efecto que produce cuando alguien de tu alrededor sabe que te dedicas o te has dedicado a leer los arcanos. Hay quienes te toman como su vidente personal que tiene que estar pendiente de todos sus movimientos o que incluso estas como obligado a consultar su destino para ponerles al día sobre posibles “peligros” y “fortunas” que la vida les depara. También hay quienes no saben dar un paso sin tener que consultarte las cartas y eso es peligroso. No sólo para la persona que consulta (que no deja que el destino y la casualidad o causalidad fluya) sino para el “pitoniso” pueda llevarse todo tipo de malos augurios cuando, quien pregunta, no le salen las cosas como él quiere (ya sea forzando una situación o bien haciendo las cosas al revés a como se les explica). Pero, lo más importante (sobre todo en lo que a mí respecta). En estos momentos no me interesa nada echar las cartas por teléfono ni a mí ni a nadie (a no ser en casos de extremada urgencia o que la situación sea esotéricmente necesaria). Lo siento enrre otras cosas mi situación familiar me ocupa todo el ancho de banda posible. Ojo, con esto no estoy diciendo que yo o mi hermana estemos haciendo uso de las cartas para sobrevivir al día a día. No las toco. Tampoco recurro a nadie para que me lo mire. Con el tiempo me he acostumbrado a vivir sin ellas. Y no que en estos momentos no crea. Es que no necesito recurrir a ellas. A veces sucede que (amigos y conocidos) me llaman para que les mire tal o cual cosa. Confieso que por apatía recurro a la imaginación (con algo de intuición) para aconsejarles o para fallar lo más posible en mis predicciones para que me vean más como un amigo que como vidente. Vamos a ver. No hago uso de esta (banal) modalidad si lo que me preguntan es muy importante, si lo hago cuando las cosas son lógicas y de peso. De esas situaciones que hace falta más hacer uso del sentido común que los designios de unas láminas repletas de íconos. Con Juan Carlos me sucedió que no quería convertirme en su cabo ardiendo. Quería mantener la amistad por un lado y por encima del tarot. Insisto amistad y vidente no casan nunca. Sé que fue a visitar a mi amiga. Sé que cuando se habló de pagar (30 euros) huyó de la consulta como de la peste. Pero ese es otro tema que ahora no viene a cuento. Quizás para un post futuro que podría llamarse: ¿Se han de pagar a quienes tienen un don?

domingo, septiembre 09, 2007

Expediente X

El viernes me llamó Paloma, la abogada que lleva el asunto de mi hermana. El motivo de la llamada era para darme una terrible noticia. Bueno, más que terrible una mala noticia. El Juzgado de la Mujer de Hospitalet había decidido archivar el caso de mi hermana por falta de pruebas. Es decir que el caso queda guardado y archivado en un cajón a la espera que un día cualquiera Mulder y Scully lo lean y decidan sacarlo a la luz. La justicia en este país (y supongo que en cualquier otro, por lo menos me queda esa esperanza) es así. De momento mi hermana está sin protección a la espera que el capullo (o cualquiera de sus familiares) aproveche la oportunidad y se tome la venganza por su mano. Si, lo que oís. Está completamente desamparada. De nada ha servido el testimonio que otorgó al juez, es su palabra contra la de mi cuñado. Él se ha librado de su castigo y ella se ha quedado sin nada, ni siquiera con la posibilidad de sentirse segura. Pero ojo, no todo es negativo en este asunto. Aun hay varios cartuchos por quemar. Algunos con retardo. Pero el tiempo puede desequilibrar la balanza algún día y que la verdad salga por fin a la luz. De momento se sigue adelante con el proceso de divorcio, es más el capullo está con ganas de llevarlo adelante, por lo menos así se lo hizo saber a mi hermana por teléfono, parece ser que su nueva relación parece irle viento en popa y como quiere (y debe, porque no) rehacer su vida tiene muchas ganas de estrenar nueva esposa y llenarla con sus genes para demostrar al mundo que es el tipo más macho de todo el planeta. En casa hemos hecho una predicción a la que se ha sumado muchísima más gente (¡chúpate esta Nostradamus!) y que consiste en lo siguiente. Antes de que acabe el año mi cuñado anunciará (o nos enteraremos por los niños) que va a ser papá. No prometo comerme mi sombrero si fallo porque nunca he llevo de eso sobre mi enorme cabeza. Tampoco pienso invitar a copas a los que nieguen tal profecía porque mi economía en estos momentos está bajo cero (¿algún periódico o revista le interesarían mis servicios?) También me queda la esperanza de que al llevarse el caso del divorcio en el juzgado de Barcelona (según Paloma más drástico que el de Hospitalet) las cosas nos sean mucho más favorables. También espero que un día, aquellos que sí vivieron (y sufrieron) los malos tratos en casa de mi hermana hablen y pongan las cosas donde deberían estar. De momento es muy pronto para que este maravilloso milagro se produzca. No es para nada justo que la verdad se mantenga prisionera mientras la mentira sea la que disfrute de la libertad. Mi madre tenía mucho aprecio a un dicho que decía así: “Si no aportas una solución entonces formas parte del problema” Espero que aquellos que saben la verdad lean esto algún día, reflexionen cada una de estas palabras y rompan su silencio dejando de alimentar una mentira que encubre a uno o más cobardes.

jueves, septiembre 06, 2007

Ecuación genealógica

Hay cuestiones que, a veces, si les prestas suficiente atención pueden llegar a marcar tu vida o por lo menos estrujarte la neuronas durante el resto de tu existencia. Algunas producen paranoia como aquella que dice “En el mundo sólo existes tu, el resto sólo es producto de tu imaginación”, “Dos hermanos gemelos se casan con dos hermanas gemelas, ambas parejas conciben un bebé al mismo tiempo. Los padres saben que los bebes serán del mismo sexo Ergo ¿serán ambos niños idénticos?” o aquella tan extraña de “¿Si la rama de un árbol se rompe en mitad de un desierto y no hay nadie allí en ese momento produce algún sonido?” Un buen día saliendo de una clase de Historia mi profesor, un señor muy serio y muy huraño me cuestionó: “¿No te has llegado a preguntar cuanta gente ha hecho falta para que nosotros estemos ahora aquí, hablando en este momento?” La verdad es que en ese momento no eché muchas cuentas, pero la pregunta se quedó a modo de semilla en mi cabeza esperando un día poder ser germinada. Pues bien, ha llegado el momento y aquí está el resultado final del recuento, por lo menos una gran parte de él.
Vamos a ver…
Primero estas tu como individuo, te siguen dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, dieciséis tatarabuelos, treinta y dos tatara bisabuelos, sesenta y cuatro tatara tatarabuelos, ciento veintiocho tatara tatara bisabuelos… Bien, suponiendo que cada generación se renueva, más o
menos, cada veinte años hace cuatro mil años (más o menos cuando Egipto era potencia respetable) había hecho falta un millón cuarenta y ocho mil quinientos setenta y seis antepasados (suponiendo que un hubiera cruces entre ellos) para que tu estés sentado leyendo este post. El milagro estriba en que para que eso haya sucedido todos ellos han tenido que sobrevivir hasta, por lo menos, la concepción de la siguiente generación. Cualquier fallo, cualquier error de cálculo (por ejemplo y en mi caso, que ambos progenitores son de diferente país) podría haber sido catastrófico. Hay que pensar que para que exista un sujeto dentro de cuatro mil años el millón y pico de individuos ha de ser siempre constante. Si contamos que durante el trayecto de generación a generación la humanidad sufre todo tipo de penurias como guerras, plagas y otros sucesos catastróficos es un milagro que en estos momentos existamos sobre la faz de la tierra. ¿Pero qué sucede con sujetos (como un servidor) que no tiene hijos (ni tiene intenciones de tenerlos, a mi pesar)? ¿Somos genealógicamente inútiles? Pues no. En absoluto. Al parecer nuestra presencia puede servir como enlace para que personas genealógicamente aptas puedan conocerse y concebir así una nueva generación. Otra cosa que hace pensar es en todos aquellos seres que no han podido concebir hijos debido al azote de las penurias. Pongamos por ejemplo la Segunda Guerra Mundial con aproximadamente cincuenta millones de muertos. Si aunque solo una cuarta parte de ellos no pudo haber concebido, el numero de sujetos de una generación futura que se han perdido es escalofriante. Pero ricemos un poco el rizo. Supongamos que tus padres no se hubiesen conocido y sin embargo ambos se hubieran casado con otras personas. Entonces existirías en dos sujetos diferentes con otros rasgos aunque si manteniendo algunos de los que posees ahora. Lo que da más grima de todo es que posiblemente eso (debido a casualidades del destino ya haya sucedido y otro yo tuyo se encuentre merodeando por ahí. Quizás se encuentre en estos momentos sentado frente al ordenador leyendo este post…

miércoles, septiembre 05, 2007

Capturando el pasado

Hace poco hablé en este blog sobre el tema de las fotografías emocionales. Esos pedacitos de recuerdos estáticos que desde un papel satinado nos evocan mil y una emociones (ya sean optimistas o en según qué casos adversas) Normalmente en una casa cualquiera, dentro de álbumes (ahora dentro del disco duro de un ordenador) se encuentran fragmentos del pasado dispersos (en orden o no) de nuestra vida o de aquellos que formaron parte de nuestra existencia. En ocasiones me enfrento a fotografías de antepasados. Seres familiares aunque anónimos que en muchos casos forman parte de la mitología genealógica de esa que se transmite de boca en boca generación en generación. Tíos, abuelos, bisabuelos, abuelos, primos lejanos que nunca jamás has conocido pero que han existido gracias al milagro de mezclar componentes químicos en un trozo de papel. En ocasiones resulta chocante ver los parecidos que somos con algunos de ellos. Si, ya se, hay una cosa que se llama genética y que tiene mucho que ver con el resultado final de nuestra apariencia física. No hay nadie que no tenga un rasgo de algún antepasado. Es inevitable. A veces resulta de impactante verse reflejado en una foto ajena, vestido con un traje de María Castaña representado un modo de vida que nada tiene que ver con la que uno vive ahora mismo. Se dice que nos parecemos más a nuestros abuelos que a nuestros padres. En mi caso puedo asegurar que eso es cierto. Aunque he de decir que tengo mucho de mi madre. Supongo que el tema del carácter es otra cosa y tiene más que ver con la educación que recibimos aunque estoy seguro que hay tics que heredamos de vete a saber que personaje relacionado con nuestra genealogía. Como se dice en tema de salud y carácter a veces solemos heredar más lo malo que lo bueno. Por ejemplo, yo padezco de asma, curiosamente uno de mis tíos maternos la padeció como así la ha heredado su nieta y otra rama de la familia. La artrosis también es marca de la casa como la propensión de morir por una embolia (mi madre, su tía paterna y otro tío paterno…) Hace poco me ha dado por retocar fotos familiares. Son imágenes que he visto en muchas ocasiones. Algunas de ellas con manchas, roturas y rallas debido al paso de los tiempos. Otras traslucidas y apagadas como si se fuesen desvaneciendo como un recuerdo. La informática ha permitido el milagro de poder recuperar el pasado en todo su esplendor haciendo florecer detalles curiosos que en otras ocasiones habían pasado desapercibidos. Como también en el momento del retoque uno se concentra mucho más los detalles como vestimenta, gestos y posturas ganan matices revelando secretos y haciéndote darte cuenta de que no tenemos mucho de originales (Eso me recuerda el post que escribí en este blog hace más o menos un año sobre si somos Monstruos de Frankestein en potencia) Lo más curioso de todo es que hay rasgos y posturas que no pertenecen a una sola persona de tu pasado, sino que a modo de puzle lo encontramos en una imagen de los ojos de tu abuela paterna, la boca de tu bisabuela materna, la forma de las cejas de tu tío paterno o la forma de la cara de tu abuelo materno. Si, vuelvo a lo que me cuestioné hace un año en este blog: Somos monstruos de Frankestein en potencia, en todos los sentidos. Sólo tenemos de nuevo las vivencias y las experiencias que vamos adquiriendo. Bueno y supongo que la mezcla de la nariz de los antepasados de tu padre y tu madre que se convierte en un nuevo rasgo (a veces horripilesco) para aportar a futuras generaciones. Por otro lado, cuando uno contempla una fotografía (por lo menos eso me sucede a mi) supongo que muchas veces os habréis parado a pensar en qué estado anímico o en qué fase de su vida cotidiana se encontraban en ese momento, qué estarían comentando o pensando en ese momento y si se pararían a pensar en lo importante que sería para generaciones futuras la insignificancia de haber capturado ese ínfimo instante de sus vidas.

lunes, septiembre 03, 2007

El Gran Normando 2007 3ª Parte: Disneyland Paris

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No hay mal que por bien no venga…

Podría haber utilizado este refrán como frase de la semana pero después de lo acontecido durante y tras el viaje a Normandía bien vale aprovecharlo para presentar este post. Este fin de semana hemos quedado una parte de los viajeros a Normandía. Ha sido un reencuentro emocionante aunque un poco cojo (faltaba gente y eso se nota) Quienes no han faltado a la cita son mis sobrinos. El miércoles me llamó mi sobrina para pedirme si podían quedarse en mi casa el domingo de 10 a 19 horas. Yo ya sabía de la petición porque me lo dijo mi hermana. Cuando les comenté a la niña y a su hermano que el sábado habíamos quedado en Gelida para ver fotos y reunirnos con otros participantes del viaje no le faltaron patas para convencer a su padre para quedarse el fin de semana a dormir en mi casa. Sólo tardaron un minuto. ¿Cómo es posible tal hazaña? Muy sencillo. Mi cuñado se ha echado definitivamente novia (es Ecuatoriana, tiene 40 años y dos hijos ha dormido alguna vez en casa y ya ha habido algún que otro roce con mis sobrinos) A mi cuñado parece ser que los niños parecen molestarle. Vamos que le cortan el rollo sobre todo cuando le sube la testosterona y no hace más que buscar acción. Por un lado lo encuentro lógico (y sobre todo beneficioso para nosotros) Él se mantiene ocupado y feliz y nosotros nos beneficiamos de tener a los niños con nosotros. Lo que resulta curioso es que una vez más a quien tiene que recurrir es a nosotros y no a la caterva de sus hermanas, que se han hecho (como era de esperar) las suecas a la hora de poder disfrutar de sus sobrinos durante las vacaciones. Para mi mejor. Vuelven a retratarse y los niños se dan cuenta que yo no les he fallado y he cumplido con mis promesas pese a tener sus dudas (sobre todo la niña). Se que con nosotros se lo han pasado bien y que se sienten muy seguros, se nota, sobre todo porque disfrutan mucho de todo momento. Han pasado un fin de semana tranquilos, haciendo todo aquello que más les gusta y sin la tensión de que un ser ajeno se haya inmiscuido en sus vidas. Hay momentos que ellos mismos lo expresan (sobre todo el niño) No se sienten cómodos con la novia de su padre. Yo he hablado de ello con ambos. Han de aceptarla por su bien pero sobre todo por el bien de ellos y nuestro. Les hemos ofrecido venir a casa las veces que ellos quieran. Han de ser ellos que lo pidan. Por lo que me he percatado a partir de ahora va a ser muy a menudo. Hay que dejar que el río fluya de nuevo por su cauce. Sin forzarlo.

El Gran Normando: Fotografias emocionales.

El viaje ha aportado cosas muy buenas e interesantes en nuestras vidas, tanto la mía (y permitidme ponerme el primero aunque sea una sola vez) y la de Miguel, como para la de los niños y el resto de participantes de esta experiencia. Convivir y compartir es algo primordial en un viaje en grupo, ya sea si viajas en uno concertado (en plan borreguil) con otros extraños (con riesgo de asilamiento o de formar parte de un interesante grupo con nuevas posibilidades de amistad) o cuando lo haces sabiendo con quien vas y a dónde vas, ya que aquí la elección es para nada espontánea sino que está todo premeditado y calculado a la perfección (no en todos los casos, aunque si en el nuestro) Ojo, viajar de esta forma no le quita emoción. Hay una cosa que se llama imprevisibilidad que es un hándicap interesante dentro de un viaje rodeado de amigos y conocidos y en sitios elegidos por gustos o apreciaciones comunes. Luego, claro está (y volviendo a la previsibilidad) está lo que uno viva o experimente durante un viaje. Te puede gustar un lugar que hayas elegido o defraudarte (a nosotros no sucedió en Fécamp donde sólo valía la pena la abadía donde destilaban licor Benedictine) o incluso sorprenderte muy gratamente como la visita a Bourges o sobre todo Velues les Roses no prevista hasta ultimísima hora justo antes de partir. Pero quitando lo que se ve me gustaría hablar de lo que se siente. Porque un viaje se basa mucho más en lo que sentimos que en realidad en lo que se ve. Uno siempre puede ver fotos de lugares que visitamos (nuestros o ajenos) y dejarte indiferente (o no) y subrayo esto último porque cuando uno ha viajado y fotografiado un lugar donde ha vivido una experiencia intensa en él siempre se produce un efecto de regresión hacia el lugar fotografiado, sobre todo a alguna anécdota vivida en solitario o en grupo. Sucede que cuando vuelves al lugar nuevas emociones se superponen a las ya vividas y mejoran o engrandecen la memoria. Suele suceder que hay muchos detalles que en las fotos no aparecen pero si las miramos están allí. Tu puedes hacer una foto de una calle y cada vez que la contemplas te viene a la memoria los pastelitos de fresas salvajes que había en las estanterías, las bagettes de pizza con ese aroma intenso y alimenticio, o incluso el modelito horrendo que permanecía perpetuo día tras día en el escaparate a la hipotética a la espera de que alguien, vete tu a saber cuando, pasase por delante y se lo llevase puesto (siendo motivo de burla y mofa de todos aquellos que te rodean) Viajar también te une o te repele de la gente de tu entorno. Son gafes de oficio. Hay gente con la que viajas que volverías a vivir la experiencia con los ojos cerrados y otras que te prometes (y hasta pones velas) que una experiencia semejante se produzca nunca jamás. Hay viajes que benefician a quienes lo hacen, los sacan de sus jaulas (o su prisión) y les muestra un mundo desconocido lleno de vivencias, les permite darse cuenta de que lo bonito que es la vida y lo grande que es este insignificante planeta. Estas experiencias enriquecedoras los acercan mucho más a quienes la han compartido, sobre todo si han sido muy positivas o han necesitado de apoyo mutuo en caso de producirse un drama. Si han disfrutado de lo lindo se acercan más a los que han compartido la experiencia y se crea un nuevo vínculo que los hace sentirse diferentes al resto. Ya nada es como era antes de partir.