Ahora los niños viven en casa. Ahora tienen una casa que la hacen propia, a veces demasiado propia (por lo que Miguel y yo tenemos que luchar con ellos y a brazo partido por los territorios comunes) y por fin se nota que son felices. Viven como en una isla paradisíaca pero no aislada. Mi sobrina ha empezado a preocuparse por su aspecto, acaba de descubrir el baúl de bisutería de su abuela y ha sido como desenterrar el cofre del tesoro. Cada día se lleva pulseras y anillos nuevos. Los elige con estética y, cuando duda que ponerse me pregunta si le queda bien o si le ayudo a poner los pendientes. Cuando viene su padre a verlos, apenas tienen ganas de bajar. Si lo hacen, a los cinco minutos ya están de nuevo en casa. No me preocupa. Los niños son listos y saben donde están a gusto. Cuando llegan con las notas (por cierto las de mi sobrina son tan catastróficas como eran las mías) me las dan a firmar a mi, a su padre ni se las comentan. Miguel y yo hablamos con los profesores cuando toca reunión. Miguel le da clases particulares de cualquier asignatura a Laura y quien mejor que él para enseñarle a estudiar... En menos de tres meses la vida ha dado todo un cambio porque, y sin apenas darnos cuenta estamos ejerciendo de padres forzosos (no forzados) al cien por cien. Lavadoras, comida, horas de estudio, cena, dormir, broncas cuando hay malas notas... La casa vuelve a ser la que era cuando vivíamos mi hermana y yo con mis padres. A veces me veo reflejado en ellos, sobre todo cuando mi sobrina aplica las mismas excusas que aplicaba yo cuando llegaba a casa después de recolectar calabazas. Desde donde se encuentren mis padres deben estar partiéndose de la risa. Pues si, “La venganza es un plato que se sirve frío” y ahora me lo estoy comiendo a cucharadas dobles. Me preocupa lo del fracaso escolar de Laura. Aunque eso de fracaso no suponga más que un tropezón. Trato de buscarle una solución pero como mis padres no lo lograron conmigo me está resultando más difícil. Lo que son las cosas. La historia se repite. Por lo menos con mi sobrino Adam la cosa va mejor aunque tiene sus momentos. Pero es obediente, tranquilo, servicial, agradecido y tan puntual como lo era mi hermana. De vez en cuando le aparece algún brote de rebeldía. Hoy dice que le dolía la tripa (supongo que habría examen o algo parecido). Lo que ellos no saben es que a estas altura ya me se todos sus trucos, precisamente por que yo también los apliqué en su momento. Ahora entiendo como mis padres no me dejaban pasar una y, como yo ahora, cuando ellos van yo ya he vuelto veinte veces. Resulta divertido pero muy duro eso de ser padre.
4 comentarios:
Me alegro por ellos del cambio.
Laura es ultra inteligente, así que ¡no hables de fracaso escolar aún! Necesita mucha atención hasta que vaya digiriendo todo lo que les está pasando. Te llamaré y me cuentas ;-) ¡Menudos tíos les han caído a los niños! Se lo pasarán bomba :-DD
MmM ya veras cuando empiezen a apoderarse de tus plays y de la colección de juegos que sin duda debes tener :)
ya lo han hecho!!!!!!!
me alegra ver que la cosa va a mejor...
Me tocó el alma tu historia nene, me tienes enganchado al blog cual novela por entregas. No se que haría si de repente tuviera que hacerme cargo de dos de mis sobrinos sin previo aviso...aunque a veces fantaseo con la idea de que cuando sean mayores y se "peleen" con sus padres cojan y les digan a estos: "¡me voy a casa de los tíos Antonio y Eduardo!"...o cosas por el estilo. Yo se lo cuento a Antonio y nos reimos.
Mucho ánimo y p'alante
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