miércoles, septiembre 19, 2007

Dios aprieta pero a veces ahoga.

Llevo un par de días enfadado. Conmigo y con mi hermana. No sé, estoy pasando una etapa “Chuskys” (como dice una buena amiga mía). Estoy cansado, me aburro fácilmente, tengo mucho sueño, estoy todo el día con el Ventolin en la mano y la apatía se me ha pegado a la chepa como una mochila chunga que quiere irse continuamente de excursión. Debe ser algo cíclico porque siempre me sucede para estas fechas. Tengo una especial animadversión a los últimos cuatro meses del año, bueno, no es del todo cierto. Me gusta bastante el mes de Diciembre. Septiembre, octubre y noviembre no. Lo siento para quienes adoren esos meses en especial. Por un lado me obligo a ponerme las pilas casi a diario. Si yo no lo hago no lo hace nadie. Tengo momentos en los que me reactivo y no paro y otros que me amodorro y me doy como asquito de mí mismo. Hay momentos en los que me convirtiendo en el rey de los gandules. Por eso me cabreo conmigo mismo. Ya se me pasará. Con mi hermana es diferente. El cabreo es visceral. Ya sé que no debería cabrearme pero no soy el único que lo está con ella. Tiene a todas las enfermeras y enfermeros revolucionados, y no sólo eso, María también está muy cabreada con ella. Lleva desde que nos fuimos a Francia robando pastillas como una posesa. Aunque os parezca imposible es más rápida que el correcaminos. Se cuela por donde haga falta para echar mano de los medicamentos de los carritos (incluso roba llaves para abrir las puertas donde los encierran) El problema es que roba todo tipo de medicamentos suyos o de otros pacientes. Los suyos se los toma desordenadamente causándole todo tipo de problemas digestivos y físicos: Babea, tiembla mucho más, el iris desaparece sorprendentemente de sus ojos y vomita un liquido acuoso entre blanco y amarillo de lo más desagradable. Las pastillas de los otros pacientes las tira a la papelera de su habitación. Eso si, después de abrirlos y jugar con ellos durante un buen rato manoseándolos hasta que casi se deshacen (no como los M&M). Cuando la pillan con las manos en la masa las broncas son morrocotudas, incluso la han llegado a atar en numerosas ocasiones. Roba cuchillos de la bandeja de la comida y se entretiene lo que haga falta por desatarse, rasca que te rasca, los puntos débiles de sus ataduras convertida en una versión desquiciada de Harry Houdini. En uno de los hospitales que estuvo con anterioridad llegó a tratar de destornillar una puerta con un cuchillo romo. La puerta daba a una habitación donde las enfermeras guardaban los medicamentos. También robaba los imanes que la liberaban de las correas que la aprisionaban en la silla de su habitación. Un día la encerraron en el pabellón psiquiátrico y se peleó con un par de Yonkis por conseguir una silla para de esta forma tener controlado el mostrador donde la enfermera guardaba la llave del botiquín de los medicamentos. Este episodio me lo comentó mi prima un mañana que fue a verla. La pobre salió con los pelos de punta que ríete tu de Elsa Lanchester en “La Novia de Frankestein”. Es tal su obsesión por las putas pastillas que, a veces, cuando le hablas, parece que no existas e incluso notas como te traspasa con su mirada absorta. No pueden (o quieren) cambiarle la medicación. Una medicación que, de boca de su neurólogo, causa un número elevado de adictos en población con Parkinson juvenil. Sin embargo no hacen nada para evitarlo. Salvo embolsarse dinero porque los medicamentos para este tipo de enfermedad cuestan muchísima pasta. Hace cuestión de meses que le da por apoderarse de una silla de ruedas. Ella puede andar (ya os digo si corre que se las pelas cuando se trata de pillar pastillas) a veces camina peor. No necesita silla de ruedas. Lo que hace es sentarse en ella en un cruce de pasillos para controlar a los enfermeros y los carritos de los medicamentos.

El domingo vino a casa. También lo hicieron los niños y Esther, que desde el viaje no los había visto y tenía muchas ganas. Cuando llegué al hospital con mi sobrino (mi sobrina no quiso ir a verla porque cuando está así pasa de ella y su hermano) no encontré a mi hermana en la habitación. La señora que comparte habitación con ella (ya que a Rosario, la madre de María la han cambiado de planta) me dijo muy estresada que mi hermana rondaba por los pasillos. Me lo dijo en un tono exasperante. Al parecer le había dado la mañana. Cuando mi sobrino y yo salimos al pasillo la vimos a lo lejos. Nos acercamos a ella. el niño le dio un fuerte abrazo. En eso aparecen las enfermeras. Dos de ellas (precisamente las que tienen más paciencia que un santo) me comentaron que estaban en un tris de no dejarla salir. Al parecer les había dado la mañana y la anterior y la otra y la de más allá. Me dieron tres sobrecitos con la medicación. Uno para las 13 horas, otro para las 16 horas y otro para las 19 horas. Mi hermana miró los sobrecitos como cuando a una mosca le ponen una luz azul fluorescente muy intensa y atractiva. Me guardé los sobres y nos fuimos para el coche. Durante el camino no hubo problemas. Escuchamos música (a mi sobrino le gusta mucho "Mika" y "Paul Hartnoll" y me pidió que se los pusiera) Yo también le puse "Shiny Toy Guns" que le gustó mucho (y de paso aprovecho para recomendar muy mucho a este grupo) Llegamos a casa y yo saqué la medicación para ponerla en una balda del mueble del comedor (gran error mío) A las 12:45 se puso a pedirme la medicación de la una. Insistente, como un disco rayado que alguien se olvida de desbloquear. Le digo que se espere. Parece hacerme caso pero cada vez que se acerca la hora ella se pone mucho más puñetitas. A las 13 le doy la medicación y se calma. Me pide ver una película. Ella me pide y yo le pongo la nueva versión de "Poseidón" (ya que como a mí nos gusta mucho y nos recuerda mucho nuestra infancia cinéfila) A ella parece gustarle. Eso sí, en ningún momento desde que ha llegado le pregunta a sus hijos como les ha ido el colegio. Yo le tengo que insistir que lo haga. Los niños se lo explican y ella como que no les hace mucho caso. Los niños se dan cuenta de que les ignora y dejan de contarles cosas. Yo voy a hacer la comida. Cuando acabo llega Esther y nos sentamos a la mesa. Mi hermana comienza a comerse el puré de patatas que le he hecho atragantándose en varias ocasiones. En un momento se levanta y se dirige al baño. Veo que tarda un poco. Sale sin tirar de la cadena. Yo voy a tirar pero me doy cuenta de que no ha hecho nada. Me empiezo a mosquear. Observo que mientras come tiene la lengua teñida de amarillo (una de las pastillas por las que ella siente devoción tiene la particularidad de teñir la lengua de ese color) y siempre que se ha dopado de forma extra (su record ha llegado a ser de 400 pastillas de más en un mes) la lengua parecía la piel del culo de "Bart Simpson". Sin mirarle a los ojos le pregunto si se ha tomado una pastilla de más. Ella me jura y perjura que no. Yo no le creo. Pasamos la tarde y a eso de las 15:30 se me pone de píe y se planta delante del mueble como si fuese un perrito que espera su galletita de compensación. Yo la miro de reojo. Ella también. No dice nada. Espera paciente a que yo le pregunte. Eso me escama. Le pregunto qué es lo que quiere. Ella me pide las pastillas. Yo le digo que se espere. Ella no quiere. Los niños observan la escena en silencio. Esther y Miguel también. A eso de las 16 me dirijo al mueble. Ella no se ha movido de su sitio. Su postura me recuerda años atrás, antes de conocer al capullo, cuando ella ponía música en el salón de casa. Tenía la puñetera manía de colocarse frente al tocadiscos con la mano apoyada en una de las baldas mientras bailando ligeramente respirando de forma muy nerviosa. Una de sus manías que más me sacaba de quicio (y a mi madre también) era no dejar terminar una canción. Siempre se comía un bloque de versos de los últimos minutos del disco. Odiaba cuando hacía eso. Ahora no había tocadiscos. Y el vinilo ya no tenía forma de vinilo sino de pastilla. Y, sorpresa la mía tampoco había dejado terminar la canción (en este caso el tratamiento) Cuando voy a echar mano de los sobres de las pastillas veo que me falta el correspondiente a las 19 horas. Fijaos si soy ingenuo que en un principio pienso que igual se ha caído del mueble con el viento. Mi sobrino me ayuda a buscarlo. No aparece por ningún lado. Miro en la mesa. A todo eso me voy diciendo que los sobres, los tres los había puesto juntos en la balda del mueble. No s, igual mi mente me ha jugado una mala pasada. De repente me acuerdo de la lengua amarilla. Le pregunto si ha pispado el sobre en un descuido mío. Ella me lo niega. Me pongo nervioso y vuelvo a buscar. Hasta voy al baño a ver si lo he dejado allí (o tal vez ella) Pero no aparece. Le vuelvo a insistir. Ella me lo niega de nuevo, un pelo ofendida. Yo me siento mal. ¿Y si me estoy equivocando y la estoy acusando delante de sus hijos de un descuido mío? Pero la lengua amarilla no se aparta de mi mente. Es más, me parece como si estuviese burlándose de mí. Le vuelvo a preguntar esta vez mosqueado. Ella me jura y me perjura incluso por que se muera alguno de sus hijos que no tiene ni se ha tomado las pastillas de las 19, eso sí me pide insistentemente las pastillas de las 16. Yo me niego a dársela hasta que no aparezca el dichoso sobre. Ella me ruega que se las de. Como si le fuese con ello la vida. Entonces hago una cosa. Le agarro el bolso y se lo registro. Ella mira mientras piensa “Frioo, friooo…” Yo rebusco en los bolsillos del bolso. Pero nada. Entonces la registro a ella. meto la mano en el bolsillo izquierdo del pantalón. De momento no encuentro nada. En cuanto voy a hacer lo mismo en el bolsillo derecho ella mete la mano rauda y trata de agarrar algo de su interior. Le pido que lo suelte y meto la mano. Noto un papel arrugado con algo semiduro dentro. Lo saco y es el sobre de las 19 horas. La primera cosa que oigo es a mis sobrinos exclamar: “Titoooo ¡Ha jurado porque nos muramos que no lo tenía!” Yo me cabreo. No como se habría cabreado mi cuñado pero sin recurrir a las manos. Nadie en la sala habla. Sólo yo. Me jode que haya jurado en vano sobre sus hijos para cubrir su adicción a las pastillas. Me imagino a los niños llegando a casa y contándole lo sucedido a mi cuñado. Me jode tener que darle en estos momentos la razón a él (sin justificar el uso de la violencia) Me jode que haya abusado de mi confianza. Me joden muchísimas cosas erróneas y jodidamente jodidas en ese momento… Ella mete la mano en el otro bolsillo y nerviosamente me da otra pastilla que tenía escondida. Nota que estoy furioso y no le conviene estar a malas conmigo. Me pide la pastilla de las 16. Dudo en dársela sobre todo por la reacción que pueda ocasionarle tras haberse tomado otra de un turno que no le correspondía. No sé qué hacer. Me ha bloqueado por completo. Al final se la doy. Se la toma y se sienta en el sofá. Como si nada me pide que le ponga otra película. Los niños eligen "Scary Movie 4". Se lo pasan en grande. Ella sentada a su lado sin abrazarlos ni compartiendo nada con ellos. Los niños (sobre todo Adam) se abraza a Esther de lo feliz que está de poder compartir la película con ella. No con su madre. Parece enfadado con ella o por lo menos ofuscado. Cuando acaba la película el niño se levanta , se acerca a su madre y le dice: “Mamá prométeme que no vas a hacer más lo de las pastillas” Ella le dice que no se lo promete, sino que se los jura, levantando las palmas de las manos tal y como me había hecho unas horas atrás. El niño le abraza. Ella también. Tiembla mucho. La sobredosis de pastillas le está haciendo efecto. Parece una bandera hondando ante un huracán. Yo le miro a los ojos y veo que está engañando a su hijo. Es la misma mirada que ha hecho siempre que ha jurado no robar más pastillas a mi prima, a las enfermeras, a los médicos, a la asistentas sociales, al psicólogo, a mi cuñado, a toda su familia, a mí y al Santo Cristo del Amor Hermoso. Mi sobrino era ahora uno más en la lista de engañados. Y eso me cabrea. Les pongo a los niños otra película “Scary Movie 2”. Se ríen como locos. Mi sobrina llama a su padre para quedarse más tiempo. Hablo con el capullo. Me dice que no hay problema. Se lo están pasando bomba (parece que lo de su madre lo tienen asumido o lo dejan por imposible) A las 19 Horas mi hermana se pone en pié. Quiere irse. El problema es que al haberse tomado las pastillas que no le correspondían no tiene dosis y no quiere quedarse en mi casa. Lo peor del todo es que comienza a joder la marrana a los niños para que se marchen a su casa. Miguel, Esther y yo la miramos perplejos. Yo me planto y me niego. Le digo que no tiene ningún derecho a echar a los niños de mi casa. Ella insiste que quiere ir al hospital y que vamos a llevar a los niños a su casa. Yo le digo que no. Los niños dicen que no. Quieren quedarse en casa más tiempo, esta vez jugando a juegos de cartas y de tablero. Ella insiste. Yo la mando a cagar. Le digo a los niños que se pueden quedar en casa si lo desean. Ellos me miran aliviados. Entonces ella me dice que si se quedan los niños yo me quedo y entonces no la llevo al hospital para que pueda tomarse sus putas pastillas (que debería haberse tomado correctamente) Me cabreo como un mono y la pongo de vuelta y media. Los niños me miran. Yo les miro. Parecen que están volviendo a ver una escena del pasado cuando su padre discutía con su madre y después de los gritos llovían bofetadas hasta que sonaban las campanadas de Año Nuevo. Para no joderles la tarde a los niños me llevo a mi hermana, aun emperrada por echar a los niños de mi casa. Eso si antes de irse me pide que le entregue latas de paté y unos trozos del pastel que ha traído Esther para poder tomárselos de resopón esa misma noche . En el rellano de la escalera la pongo a caldo verbalmente. No se da cuenta que le está dando la razón a él. Subimos al coche. No le dirijo la palabra. Llegamos al hospital. La acompaño a la habitación. Le dejo las bolsas con su ropa limpia que me ha dado Miguel de la colada del día anterior y el paté y los trozos de pastel y me voy. Antes de cruzar la puerta me llama y regreso. Me dice: “Acuérdate de pedirle a la enfermera la pastilla”. Me doy media vuelta cabreado. Ni un “Perdona, ni un lo siento, ni un adiós hasta la semana que viene…” Sólo le interesan la mierda de las pastillas. Me voy a ver a María que está con su madre y su hija en la planta de abajo. Le comento la situación. Ella me da malas noticias. El enfermero que cuida a mi hermana le ha comentado que la asistenta social y la dirección del hospital planean echarla ( ya con esta sería la tercera vez en dos años) Hablamos un poco del tema. También lo hacemos de otras cosas, aunque todo se centra en lo sucedido los últimos meses. En un momento me tranquiliza y me calma los nervios. Después de la charla me marcho a casa. Recojo a mis sobrinos y los llevo a su casa. No comentan nada de los sucedido creo que se lo han pasado tan bien que su madre no es más que una sombra, una imágen vaga detrás del divertimento de la velada. A partir de esa noche llevo durmiendo fatal. Muy mal.

Esta tarde me ha llamado María. Ha ido a ver a mi hermana y la ha puesto de vuelta y media. Se ha quedado a gusto con ella. Yo le he dado la razón y las gracias. Al parecer el lunes y el martes ha vuelto a rondar los carritos y las habitaciones de los medicamentos. Yo de momento me niego a ir a verla. Debe aprender a respetar y no a que le den todo hecho y que se le perdone por todo lo que hace mal. Tiene Parkinson, no Alzheimer. La cabeza le funciona de maravilla, por lo menos eso dice el informe psicológico. Me ha llamado estos días. Soy parco en palabras con ella y no me apetece hablarle mucho. Me llama para pedirme que le traiga cosas del supermercado. De momento no tengo intenciones de darle lo que me pida. Estoy cabreado y estoy en mi derecho. Por muy enferma o adicta que esté ella. Lo siento.

5 comentarios:

flor de te dijo...

Jo yo també estic una mica xusky però no perdem l'esperança eh, que les llumetes ens il.luminen en la foscor.
Petons Nyunyi

Esther Yébenes dijo...

Ritx, ánimo. La verdad es que es muy duro, y eso que sólo lo viví desde fuera una tarde, pero debo decir que eres muy fuerte. No desfallezcas ahora, verás que todo esto tiene su recompensa.

Además, estamos aquí para jugar al Sise cuando quieras.

Anónimo dijo...

Animo Sir Richard!!Y ahora k le pasa a Flor de Te?? Mañana me enteraré, megabesitos.

Djabliyo dijo...

Eso. Al Sise, o a lo que quieras (bueno, al Teto no, ni tampoco al Monopoly con el Tamagotchi).

El tema de las adicciones es jodido per se, y la que tiene que asumirlo como un problema personal suyo es Carol. Si no se responsabiliza de lo que se está haciendo a sí misma y a vosotros, me temo que ya se le pueden echar todas las broncas del mundo.

Y estoy de acuerdo: tiene Parkinson, no Alzheimer. Y unos hijos que no se merecen que su madre los relegue a un segundo plano para satisfacer su adicción a las pastillas.

Creo que tal vez su neurólogo no se hace una idea clara de los problemas que le está generando el tratamiento actual, y tal vez no esté de más que se lo recuerdes... otra vez.

Ánimo, Meri, que vale la pena.

Puss Puss

Erika Contreras dijo...

Hola:
Soy Erika tengo parkinson hace 10 años. Lamento mucho lo que te toca avivir con tu hermana. Estoy convencida que los neurologos no saben mucho de parkinson juvenil...ahora lo que si se es que los medicamentos provocan transtornos obsesivos compulsivos.
No se que decirte para reconfortarte, sólo decirte que puedes contar conmigo.
un abrazo
erika