lunes, octubre 01, 2007

Crueldad inocente.

Los niños son crueles. Mucho más que las personas adultas. En momentos extremos de esos de tensión dialéctica pueden ser mucho más peligrosos que una manada de terroristas de Al Kaeda. ¿Quién no ha sufrido o ha sido participe de un episodio de crueldad infantil? Personalmente hice referencia en este blog a uno muy concreto que sucedió en mi tierna infancia y me marcó tanto de modo psicológico como profesionalmente para toda la vida. Si, los niños son verdaderos terroristas verbales, y de los más sangrientos si se precia. Esta mañana han venido mis sobrinos a casa. Han llegado antes de la hora concertada (las 10 de la mañana) ignoro si es porque tenían ganas de venir o porque mi casa les ofrece todo un paraíso de tecnología y diversión sin límites (aquellos que la conocéis sabéis de que hablo). He de decir que alguna que otra vez he dudado de si su afán por venir a casa es simplemente para vernos o para conectarse al Messenger o al Habbo (en el caos de mi sobrina) o para ponerse como el quico jugando a las videoconsolas (en el caso de mi sobrino). En el fondo los comprendo. Ya me hubiera a mi gustado tener un tío como yo a su edad. Pero no fue así. Mis tíos eran personas adultas. Yo con cuarenta años recién cumplidos aun no sé que quiero ser de mayor. Vamos ni me lo planteo. Toda una incertidumbre. Bueno, a lo que iba. Crueldad infantil. Menudo contexto esconden ambas palabrejas… Dejadme hacer un flashback. Un leve viaje en el tiempo (tan sólo de unos pocos días) que guarda muchísima relación con el suceso que ha sucedido esta tarde en casa. Una pequeña pizca de sal dentro de una amarga y venenosa sopa casera formada de un millón de espeluznantes ingredientes que ni un sucio Trol de las cavernas se atrevería a probar. Si habéis leído los post anteriores os comenté que fui al colegio a llevarle una videoconsola que se le había estropeado a mi sobrina. Que al llegar hablé con Silvia, la directora. Pues bien una de las cosas que me explicó y que aludí del post (sin ninguna censurable intención) es un suceso aconteció en el patio del colegio y que tenía a mi sobrino como protagonista. Al parecer estaba el niño jugando con sus compañeros al futbol y mi sobrino metió un gol. Una de sus compañeras (que tuvo un mal perder) lo insultó llamándole Hijo de Puta. A ver, resulta que la niña es de por sí bastante desagradable con el resto de sus compañeros, ojo y no porque a ella le guste serlo, sino porque la vida le ha dado palos de esos gordos desde muy joven y tiene mucha ira y rencor escondido en sus adentros. Por ejemplo me enteré por Silvia que los padres de la pequeña habían muerto en un terrible accidente de coche y que la niña y su hermano mayor habían tenido que dejar su casa para irse a vivir al amparo de sus tíos. Da igual que su tía sea la persona más agradable, atenta y dulce del mundo (la conozco porque lleva la contabilidad del colegio) Un suceso tan remarcado y decisivo como ese deja heridas y respuestas en el aire del tamaño de catedrales. Y ya puedes tener la ayuda psicológica o afectiva que quieras. La muerte repentina de unos padres marca. Mucho y no hay más excusa. Mi sobrino (según él en defensa propia) atacó desde toda la ira que guarda en sus entrañas con la desafortunada frase: “¡¡¡CALLATE CARA DE CULO, NIÑA SIN PADRES!!!” Para que voy a contar. Estoy seguro que ni la mente más retorcida de todo el planeta llegaría imaginarse la reacción sufrida (tras esta especie de nefasto sortilegio) en la reacción de la pequeña… Basta decir que al final ambos acabaron más que castigados y mi sobrino se ganó (a pulso) el puesto de honor como el niño más “horripiloso” de la historia del colegio… No es la primera vez que observo este tipo de reacción en mi sobrino. Es más en el viaje a Normandía fui testigo de una de estos episodios. Una pelea entre hermanos y en la que me vi yo involucrado echándole los lobos a mi sobrina cuando ella tenía toda la razón. Sí, mi sobrino tiene reacciones muy extrañas y preocupantes. Y no le culpo por ellas. Seguro que yo, con todo lo que él ha vivido estaría aun mucho más desquiciado. Hoy ha sucedido algo extraño. Algo que ni Miss Marple o Hercules Poirot (por no decir Sherlock Holmes) hubieran llegado a resolver en su puñetera vida (o por lo menos de los autores que los crearon). Esta tarde, después de comer mi sobrina se ha puesto a hacer los deberes. Hasta aquí todo correcto. Yo me he echado una siesta (ayer fue el cumple de Esther y el santo de Miguel y estuvimos de fiesta, no mucho pero si lo suficiente para acabar con bastante sueño) Miguel estaba en otra la habitación con el ordenador y mi sobrino jugando con la Xbox 360. En un momento mi sobrina ha ido a la habitación en busca del sabio consejo de Miguel. Tenía una duda con unos deberes de Català. Pues bien, en el leve tiempo que ha estado en la habitación le ha desaparecido una libreta de Sociales que tenía en la mesa del comedor junto al libro (o por lo menos eso ha asegurado ella) Como el único que rondaba por ahí (aparte del gato) era mi sobrino todas las sospechas (por parte de mi sobrina) hay caído sobre él. El niño ha jurado y perjurado que él no había tocado la libreta ( no sé pero de repente me ha llegado un tupo a Dejavú que me ha echado para atrás) La cuestión es que la libreta no aparecía por un lado y tanto Miguel como yo le hemos preguntado a la niña si estaba segura de haberla traído. Ella ha dicho que si, que la había puesto junto al libro de Sociales para dedicarles tiempo una vez terminado los de Català. Hemos rebuscado hasta en la arena del gato y nada que la libreta se había esfumado. Mi sobrino al sentirse culpable (la hermana lo ha chinchado un poco) se ha puesto a llorar. Hay que decir que antecedentes “haberlos haylos”. Es más, parece ser que a mi sobrino le pone eso de esconder libretas escolares. La niña me ha contado que un día ella y Maribel (la novia de mi cuñado) encontraron unas cuantas libretas escondidas debajo de la cama de la habitación del niño después de una discusión de esas tipo “Haz los deberes. No que no tengo libreta”. Hay filias extrañas pero ésta una de las más originales que he escuchado en mi vida. Mi sobrina ha insistido a su hermano hasta el aburrimiento. Ella también ha acabado llorando. Los he pillado por banda y me los he llevado al hospital a ver a mi hermana (otra experta en esconder y apoderase de cosas ajenas. Del galgo le viene la casta como diría mi difunta madre.) Por lo menos ella estaba hoy tranquila y animado con los niños. Es más, ha venido María y hemos estado hablando con ella un buen rato. Entre otras cosas nos ha impartido un curso acelerado de abrazos y besotes amorosos que han hecho las delicias de mi hermana. En el coche los niños han ido y venido en silencio. Eso si escuchando música (las extrañas pero bellísimas piezas "Joel's Theme" y "Sky Fell Over Me" de los “Shiny Toy guns”) Una vez en casa la letanía de “Dónde has escondido mi libreta” ha vuelto a hacer acto de presencia. Miguel y yo hemos tratado de poner paz y sugerirles, de forma lógica y formal (sin los gritos a los que ellos están acostumbrados). Le hemos sugerido a la niña que antes de acusar mirase en su casa (o en el peor de los casos en pupitre de su clase en el colegio) no fuese que la libreta estuviera allí olvidada. En ese caso debería perdonar sin excusas a su hermano. En el supuesto caso que apareciese en casa escondida ya tomaríamos medidas con mi sobrino. Ha llamado su padre por el interfono y la niña le ha contado el caso. El padre le ha dicho que la libreta tenía que aparecer. El niño ha llorado aun más. Hemos hablado de nuevo. De soluciones y sobre todo de que no tener la libreta en ese momento era excusa para no hacer los deberes. Miguel le ha dado unos folios a la niña sugiriéndole que hiciese ahí los deberes y luego, si aparecía la dichosa libreta, los pasase a limpio. Yo le he comentado que hablase con el profesor, que es un tipo muy cabal y que entendería la situación. La niña estaba rabiosa (y reconozco que con razón) y le ha dicho a su hermano que no le iba a devolver a su hermano el mp3 que tenía ella en su posesión y las revista de videojuegos que le había dado yo hasta que apareciese la libreta. Ha atacado con ira a su hermano y yo les he pedido calma. Les he dicho que nunca se peguen (les he preguntado y sin respuesta el porqué de esa puñetera manía que tiene su familia por arreglarlo todo a golpe de mano) Le he pedido (como si fuese una suerte de Michael London en Autopista en el Cielo) que se quisieran y se respetasen. Entonces ha aparecido en la conversación el tema del Parkinson. Les he pedido (rogado, prometido, suplicado) que, si diese la puta casualidad de que en un momento dado alguno uno dos sufriera la misma enfermedad que padece su madre, el otro cuidaría del enfermo como hacía yo con mi hermana. Entonces ha sucedido algo. El horrendo monstruo de la crueldad infantil ha hecho acto de presencia de nuevo. Sin olor a azufre pero si con una abominable fuerza que me ha helado la sangre y erizado todos los pelos del cuerpo. Y esta vez ha vuelto sin tregua. No tiene amigos y aquellos que un día hicieron uso de sus servicios hoy pueden convertirse en sus victimas. Dos caras iguales en la misma moneda. En esta ocasión quien lo ha invocado ha sido la niña. Ha surgido en su boca con una frase lapidaria llena de púas tan afiladas como oxidadas. Ha dicho: “Ese no será mi caso. Mi madre sufrió el Parkinson por culpa de mi hermano. Lo empezó a tener cuando él aun estaba en la barriga de mi madre”. Entonces mi sobrino ha roto a llorar como nunca lo he visto jamás. Me he levantado y le he abrazado. Le he dicho que no se preocupase que él no tenía ninguna culpa. Él me ha dicho que “Siempre me lo dicen” haciendo no sólo referencia a su hermana sino a alguien más en su casa. Yo le he llenado la rechoncha cara de besos y le he abrazado aun mucho más. Le he tratado de tranquilizar pero hasta yo también me he sentido alterado. Pena. Mucha pena he sentido. El niño me ha repetido varias veces que él tenía la culpa todo. Como si tras insistírselo tantas veces lo hubiera asumido como algo maligno que habita en el fondo de su alma. Le he tranquilizado todo lo que le he podido y le he asegurado que no tiene la culpa de nada. Me he despedido de él con tristeza . Una tristeza dolorosa, de esas que queman como si fuese lava surgida del corazón de la tierra al mismo tiempo. Respecto a mi sobrina… no se lo he tenido en cuenta. De momento. No es culpa suya. Son opiniones y conjeturas de otros que habitan su cerebro y su lengua con una maldad sin límites. Una maldad destinada a un inocente que, pese a sus ataques de ira y sus extrañas filias me ha demostrado, en numerosas ocasiones, que tiene un corazón inmenso como todo nuestro universo. Quien también le conocen pueden dar fe de ello.

3 comentarios:

Esther Yébenes dijo...

Richard, como ya te dije anoche, lo de tu sobrina es porque lo ha escuchado en algún otro lado. Los niños se limitan muchas veces a repetir cosas que oyen, y normalmente en el peor momento y para herir al que tienen delante.

Yo lo que haría es empezar a contarles cosas de la enfermedad de su madre. A nivel informativo, pero que ellos mismos pierdan el miedo a ese gran desconocido. A mí me encantaba (aún me gusta, la verdad) conocer los fenómenos físicos de todas las cosas, el por qué de cualquier cosa que pasara (luego me metí en Física y acabé como informática). Son pequeños, pero con paciencia comprenderán que muchas de las cosas que han oido o que les han contado no tienen nada que ver y que no hay nada más alejado de la realidad.

Y cuenta conmigo para las "clases teóricas", que me quiero mucho a esos dos críos.

foscardo dijo...

gracias guapisima

Esther Yébenes dijo...

Na, a mandar...