martes, julio 22, 2008

El Sótano del Terror Vol. 4

Aquí tenéis una nueva entrega de cuentos cortos de terror. Los escribí este fin de semana mientras en casa reinaba la paz ja ja ja ja… Hice hasta 10 en total, que irán apareciendo a lo largo de las siguientes semanas. Con dos de estos tres que presento a modo de "Grindhouse" he de confesar que me lo pasado en grande escribiéndolos. Siempre disfruto escribiendo pero con estos más… Pese a su extensión son cuentos rápidos de leer. A partir de aquí se cuentan cosas por lo que prefiero que lo leáis al final de los mismos.

El primer cuento llamado Alquimia ha sido un poco duro de pelar. Eso sí surgió de la nada pero a medio camino no veía claro como debía acabar, es algo que a veces suele suceder. Por eso dejé macerarlo (a semejanza de lo que hace Lord Hornchurch con sus “trofeos”) unas 24 horas para que se fuera cociendo en mi cabeza y así, a medida que lo corregía, fuese surgiendo el final más apropiado. Hubo varios pero me quedé con el que aquí os presento que es el que más me gustó. Es un cuento gótico, un homenaje a las películas de la Hammer y también a la obra de Lovecraft. Es curioso que mientras lo escribía aparecían con claridad muchas de las escenas que se iban narrando, las veía con tonos fríos de luz, casi en blanco y negro. Es un cuento muy cinematográfico y lo más curioso con una atmosfera atemporal. Bien lo puedes trasladar a la Inglaterra Victoriana como a la época actual o a mediados del siglo XX. El cuento es una especie de larva literaria, una historia con posibilidades de continuar. También es curioso que nunca me hayan atraído las novelas de misterio al estilo de Agatha Christie o Sir Arthur Conan Doyle… Ha sido estos días que me he puesto el traje de “Holmes” en otro blog que de repente haya aparecido esta historia. Estoy muy contento con el resultado final y creo insisto que aun puede dar más de sí. Quién sabe… igual Higgins y Hornchurch se van a tener que ver las caras más adelante… También depende de vosotros…

El segundo cuento Hikikomori es una historia sencilla, pero de esas que dejan que pensar. Desde que supe de la existencia de los Hikikomoris (personas que se encierran en su habitación y se aíslan por completo de la sociedad) sobre todo en Japón me atrajo la idea de saber por qué sucedían estos casos (hay más de un millón registrados) Espeluznante. Enfocarlo desde el punto de vista parapsicológico me atrajo bastante. Es corto pero no por ello nada interesante. Para los foráneos de la cultura nipona los Onis son una raza de demonios bastante violentos.

La última historia Obutu es para mí lo más divertido y que más me ha llenado de todos los cuentos que llevo escribiendo y eso que con muchos me he emocionado. Es mi niño bonito. Me lo he pasado bomba con él. Un cuento que desde que salió (fue un parto muy fácil) me tiene atrapado y enamorado. Aun me hace cosquillas por todas partes y me apetecía mucho (no mucho, muchísimo) que lo leyerais. El tema de los encuentros cercanos con seres de otros mundos en este caso con los enigmáticos Chupacabras me fascina y aun pese a que el tema OVNI no es de mis preferidos. Esta es otra historia atemporal como Alquimia y también una especie de larva literaria de la que si os voy a confesar pienso continuar a modo de historias independientes pero con un eje en común… Obutu es posiblemente el episodio segundo o quizás el tercero de una trilogía. Es la historia de una tribu africana en continuo contacto con fenómenos paranormales.

Quiero dedicar estos cuentos a tres personas. Estas son Mariano Menor /VTR, Alberto Rodilla/Sisterboy y Aurora. Son cuentos muy especiales y vosotros sin duda lo sois.

Alquimia

Descendió tranquilamente a la gran sala. Allí los tenía a todos, en fila, tumbados, inertes. Cuarenta y seis en total, flotando en bañeras con cloroformo, inciensos y hierbas de varios tipos. Hacía tiempo que los estaba coleccionando y precisamente hacía pocos días que ya había completado su colección. Los cuerpos de los allí presentes eran de las peores personas que podían haber habitado la tierra. Los había de todo tipo, rufianes, estafadores, especuladores, asesinos, maltratadores, ladrones, violadores, traficantes… la peor calaña que había escupido las entrañas de la tierra en las últimas cuatro décadas. Algunos tenían su renombre, otros estaba en pleno apogeo de su maldad, había también algunos que habían comenzado su andadura hace poco pero tenían un enorme y poderoso potencial. Los había cazado él. A todos. Siguiendo el ritual establecido en el “Gran Libro Escarlata”.

Ya tenía el caldero preparado, gigantesco, de cobre, semejante a que se utilizaba para preparar grandes caldos industriales. Hacía horas que estaba hirviendo con agua y algunos ingredientes adicionales. Especias exóticas, toxicas en su mayoría. También había hongos y varios tipos de líquenes y algas. Antes de comenzar el ritual sumergió la piedra “Lipippium” en el interior del caldero. El agua se agitó, soltó borbotones de burbujas y de repente se torno de un oscuro intenso, tenebroso. Esperó un par de horas más. Limpió cada uno de los cuerpos con esmero. Les colocó los emplastes de aceite de “Crusaquia” templada debajo de las axilas, cuello y parpados. También les Introdujo debajo de la lengua dos pedazos de sándalo negro con los glifos escritos con su propia sangre.

Apiló los cuerpos en orden de antigüedad sobre el torno que los ascendería a la boca del caldero. Los fue arrojando, uno por uno, lentamente, comenzando por los pies y esperando siete minutos entre cada inmersión. Los hizo descender con cuidado, ayudado por unas firmes cadenas. Al tomar contacto con el agua los cuerpos automáticamente reblandecían y se tornaban fofos, de un aspecto repulsivo. Algunos de ellos cobraron vida. Momentáneamente. Tan sólo unos segundos. Algunos pataleaban y gritaban con voz chirriante como langostas a las que se les sumerge en agua hirviendo. Estaban como aterrados. Como si durante un instante supiesen lo que les iba a suceder. Le sucedió con los más jóvenes, aunque también con alguno de los ancianos como “El Asesino de las Rosas Negras” un tipo muy desagradable que mientras se retorcía violetamente en el agua le maldijo (o al menos eso le pareció a él) para toda la eternidad. Lo hizo mirándole fijamente a los ojos. Helándole la sangre.

Cuando acabó de arrojar el ultimo cuerpo cerró el caldero. No debía escapar ni una solo gota de vapor. Era imprescindible. Bajó el fuego y dejó que la química hiciese el resto de su trabajo.

Pasaron 23 horas y 23 minutos. El tiempo exacto para la cocción. Aun de estar cerrada herméticamente la sustancia que se encontraba en su interior desprendía un olor indefinido, tremendamente nauseabundo. No tuvo tiempo para atender las arcadas. Había muchísimo trabajo que hacer.

Abrió el grifo sus ojos observaron cómo el infecto liquido recorría las tuberías de cobre hasta llegar a la habitación de los ritos y llenar la enorme bañera de acero hasta casi rebosar. Se acercó hacia el lugar. Varias veces se sintió desmayar por aquel olor pero utilizó todas sus fuerzas para poder sobrellevarlo. Se desnudó y se quitó también las vendas que cubrían cada uno de los puntos cardinales de su cuerpo dejando al descubierto unos enrevesados glifos como grabados a fuego sobre su piel.

Introdujo el pie izquierdo en la bañera, como así debía ser. Luego el derecho y acto seguido se arrodilló. Junto las manos, las acercó a su frente y musitó una oración en un idioma extraño. Cuando terminó se sentó sobre sus tobillos y luego se fue estirando hacia atrás hasta sumergir todo su cuerpo en el pestilente caldo. Tan solo eran visibles unas cuantas burbujas que dejaron de aparecer al cabo de unos cuantos segundos más tarde. Luego el contenido se solidificó.

A la mañana siguiente el sargento Walter Higgins, de Scotland Yard llegó a la mansión, con un grupo de policías. Hacía ya varios meses que sospechaba de Lord Hornchurch tras varios meses hilando sospechas y juntando pesquisas. Encontró la casa vacía. No había nadie, ni Lady Hornchurch, ni los niños, ni los criados. Ni siquiera hallaron los animales de compañía de la familia.

Bajó al sótano. El olor era todavía intenso y muchos de los que le acompañaban vomitaron de forma irremediable. Bajaron las escaleras de metal hacia la gran sala donde encontraron el caldero ya completamente vacío. Las bañeras permanecían amontonadas cerca de una pared con restos de cloroformo aun en su interior. Sobre el caldero reposaban las cadenas para alzar los cuerpos. Había una atmosfera malsana en aquel lugar. Era algo maligno e indefinido. Como espeso.

El sargento Higgins avanzó por el lugar buscando algún indicio sobre el paradero de Lord Hornchurch. Encontró la habitación donde reposaba la gran bañera de metal. Estaba rota. Partida en dos. Como si algo o alguien la hubiera hecho estallar desde su interior. Había restos de una piedra gris por todos lados. Al sargento Higgins le recordó un huevo gigantesco. Sin duda algo o alguien había surgido de aquellos restos. Aquello ya no se trataba de un caso de asesino múltiple. Ahí había algo más. Algo arcano que se escapaba de cualquier explicación humana.

De súbito uno de sus hombres le llamó. Habían encontrado algo. El sargento Higgins salió de la sala con la extraña sensación de haberse sentido acompañando. Pero en aquella sala no había nadie más que él.

Le llevaron a una puerta de metal. Había estado escondida tras un armario. El sargento Higgins vio restos de vomito al pie de la puerta. Fuese lo que fuese lo que había allí dentro no era apto para mentes susceptibles.

No se equivocaba. Nada más asomarse su estómago le dio un vuelco. Allí, apilados los unos sobre los otros, se encontraban unos quince o dieciséis cadáveres, todos ellos despellejados. La mayoría se encontraban abrazados y todos conservaban sus ojos. Estos expresaban junto con su boca un horribles rictus de terror. En una esquina pudo ver los cuerpos de tres niños y otra figura mucho más corpulenta de mujer que aparecía asirlos con desespero. En un primer vistazo podría tratarse de Lady Churchhorn y sus tres hijos. Los cuatro se encontraban en una muy apretados como tratando de arrimarse o desaparecer deserradamente a través de la pared. El resto de individuos, animales incluidos, presentaban los mismos rasgos: carecían de piel en sus cuerpos, ensangrentados y desnudos. A simple vista parecía como si se la hubiesen arrancado mientras aun vivían y trataban de huir desesperadamente de su agresor. Pero ¿por qué algunos no habían tratado de huir por el hueco de la puerta si el agresor había entrado a por ella? Miró al suelo y vio pequeños restos de arena gris por todos lados. Se agachó y los acarició. Observó la puerta. Miró el picaporte, la cerradura. No estaban forzadas. Sus hombres habían encontrado la llave que abría dicha puerta sobre una mesa, justo en frente donde se encontraba el armario que ocultaba la habitación secreta. Se detuvo un instante. De nuevo se sintió observado. Esta vez desde cierta distancia. Era como un frio acompañado de un leve viento. Como un golpe de brisa que te despeina los cabellos.

Se levantó y avanzó un par de pasos hacia la sala principal. Dirigió su mirada hacia el lugar donde creía que lo miraban. Sus hombres no entendían lo que estaba haciendo. Enfocó su mirada hacia una puerta que conducía a una especie de pasillo en penumbra. Lo contempló en silencio. Mientras lo hacía escuchó el sonido de las ambulancias. Era curioso a simple vista no había nada extraño en ese punto. No había absolutamente nada. Pero juraría ante la biblia que allí, contemplándoles entre las tinieblas había alguien. Alguien que no tenía cuerpo pero si una especie de esencia. Una esencia llena de pura maldad.

Hikikomori

Me llamo Yami Sawamura. Hace ya setenta años que hice un pacto con los Oni. Si yo no salía jamás de mi habitación ellos nunca devorarían el mundo.

Obutu

Obutu era el ser más feliz del mundo. Vivía en la selva, con su familia, con los miembros de su tribu, en su choza de barro construida por él, su padre N´Gagui y Batunga, su mejor amigo desde la infancia, que era muy grande y fuerte y podía cargar con mucho más peso que ellos dos juntos.

Obutu le gustaba cazar. Lo hacía siempre con lanza. Su abuelo Oguri, el más anciano y venerado del poblado, hasta que unas extrañas fiebres se lo llevaron al más allá, le enseñó el difícil arte de la cacería. A Obutu le gustaba hacerlo por la noche, tenía muy buena visión nocturna y gracias a ello pillar desprevenidas a algunas de sus presas.

Hacía ya dos estaciones que había pasado la prueba de valor. Ya era un hombre y por ello estaba preparado para recibir a una esposa y entre ambos traer descendencia a la tribu.

Ya tenía una mujer elegida, Otamba hija de Usuri, el brujo. Tenía buen cuerpo y buenas caderas por lo que sería una madre y esposa perfecta. Tenía pensado pedirle permiso a Usuri, para que diese su consentimiento para la unión. Para ello tenía que satisfacerle y llevarle una buena presa de caza. Cuanto más grande o exótica mejor que mejor.

Caminó sólo por la sabana. Toda la mañana y parte de la tarde. El sol era una bola inmensa y amarilla. Hacía mucho calor y un par de veces echó mano de la bolsa de piel de Ñu donde guardaba el agua para refrescarse. Comió larvas de gusano de uno de los troncos que encontró por su camino. Tuvo que espantar a una docena de babuinos para hacerlo. Esos monos eran un incordio y unos animales estúpidos.

Cuando llegó el anochecer se preparó para la caza. Se agazapó entre unos matorrales y esperó. Obutu tenía mucha paciencia. Con suerte igual hasta podía cazar a una cría de elefante o a un león herido o a una jirafa despistada. Lo que si tenía claro era que no iba a volver a casa con las manos vacías.

Pasaron las horas y no apareció ningún animal. Ni siquiera una miserable hiena. Nada. Ya estaba a punto de darse por vencido cuando de repente escuchó unos extraños sonidos a su espalda. Eran ruidos extraños, indescriptibles, ya que jamás los había escuchado. Obutu agudizó el oído. Entre aquel sonido, de forma muy tenue, había algo más. Consiguió escuchar sonidos de animal, tal vez una o varias gacelas. Gritaban levemente. Parecían asustadas. Si eso estaba sucediendo significaba que posiblemente hubiese leones acachando cerca. Sonrió. Al parecer definitivamente no iba a volver con las manos vacías.

Corrió agazapado hasta alcanzar el pie de una loma, de donde provenía el extraño ruido. Se dio cuenta que había una extraña luminosidad al otro lado como el de una poderosa fogata de varias zancadas de tamaño. Posiblemente se trataba de otra tribu. Se sintió algo incomodo y maldijo su mala suerte. No había leones que cazar por lo que ahora tendría que luchar duro contra otros semejantes si quería conseguir otra buena presa. Quizás, con suerte, el macho dominante de la manada.

La primera cosa que vio al asomarse a la cúspide de loma fue el cuerpo de una gacela joven. Se asustó un poco. El animal parecía mirarle con desespero, como aterrado pero Obutu en seguida se dio cuenta que estaba muerto. Tenía el cuello partido y bordeado de una herida sangrante.

Se volvió a asomar para observar un poco más. Lo que vio le dejó perplejo. En el centro del pequeño valle que rodeaba la loma había una especie de choza inmensa y plana que emitía una lechosa luz. Ni juntando todas las casas de su poblado conseguiría formar semejante envergadura. Por un momento Obutu pensó que “La Hija de la Noche” se había desprendido del firmamento y se había precipitado de forma brusca contra la tierra. Pero no era así. Miró al cielo y ella seguía aun allí mirándolo con complicidad con su extraña cara de mujer.

Había toda una manada de gacelas esparcidas por el suelo. De todos los tamaños. Sin duda era una manada muy grande. La más grande que había visto en su vida. Aun había algunas vivas pero estaban tan aterradas que no podían ni moverse pero la mayoría yacía muerta con el cuello reventado. El olor a sangre era intenso por lo que Obutu pensó que muy pronto el lugar se llenaría de depredadores.

Una especie de crujido a modo de desagradable gorgoteo le hizo quitar la mirada de la masacre. A muy pocos pasos de donde se encontraba pudo ver a un extraño animal del tamaño de una persona. Disponía de dos pares de brazos repartidos ordenadamente a ambos costados de su cuerpo. Agarraban con fuerza, pero con una extraña delicadeza, a una joven gacela que aun quería escapar. Las puntas de sus dedos se semejaban a las de los felinos ya que mostraban una especie de garras afiladas que se contraían o se retraían de forma voluntaria clavándose dolorosamente en la carne. Lo que más llamó la atención a Obutu eran sus piernas. Eran muy extrañas. Parecían como las de un león pero muchísimo más musculosas, angulosas y alargadas. Su rostro era pálido, desprovisto de pelo. Era afilado y provisto de dos grandes ojos negros que ocupaban los costados de la cabeza para proveerle de una mejor visión periférica. Sus orejas se semejaban a las de un murciélago. Tenía una boca circular, provista de dos filas de incisivos. Su hocico era igual de poderoso. Se asemejaba al de un tapir. El ser olisqueó el aire en todas direcciones mientras arrancaba y masticaba la piel del cuello de aquel indefenso animal. El joven cazador se dio cuenta que tenía mucha suerte ya que el viento jugaba a su favor soplando frente a él y alejando su olor del alcance del extraño.

Obutu descubrió que el extraño ser no estaba solo. Pudo ver a muchos otros muchos repartidos a lo largo y ancho de donde alcanzaba su visión. La mayoría estaban agazapados sobre sus presas o tratando de cazarlas dando impresionantes zancadas. Algunos emitían sonidos simiescos, guturales, como de ansiosa satisfacción; otros simplemente se limitaban a comer en silencio. Vio también a un grupo de ellos salir y entraban nerviosamente de su extraño campamento. No sabía qué clase de animales se trataban pero eran muy rápidos y muy voraces. Por un momento recordó las historias que su abuelo le contaba a la luz de la hoguera sobre los extraños demonios que poblaban la sabana. Seres que venían o bien del interior del suelo, del interior de los árboles o incluso de lo más alto del cielo y cuyo fin era romper la armonía y a dedicarse a propagar la maldad por el mundo.

De forma súbita se escucharon unos rugidos en la lejanía. Los seres dejaron de comer al unísono y enfocaron sus hocicos al aire. Obutu reconoció muy bien aquellos sonidos. Eran producidos por los leones. Se estaban acercando de frente y posiblemente en el grupo habían más ejemplares que dedos tenía él en sus manos y en sus pies. También escuchó el sonido de varias hienas. Las oía reírse en la lejanía, mucho más atrás que los leones. Las apestosas hienas siempre iban detrás de los leones. Unos cazaban y se daban el banquete y otras esperaban y se quedaban con las sobras. Así funcionaba la ley de la selva.

Nada más escuchar los rugidos el ser más cercano a él soltó la presa que golpeó el suelo con un sonido seco y quebradizo. El extraño emitió un chillido muy intenso, terrorífico que hizo que Obutu se cubriese los oídos y se mease sobre su taparrabos. El terror le inundó de repente y le entraron ganas de retirarse. Ahora se encontraba en una situación complicada y su suerte podía cambiar en cualquier momento, sobre todo con la llegada de los otros depredadores.

O tal vez no...

Rápidamente consiguió alejar el miedo de él y recordó cual era su principal objetivo. No estaría bien regresar al poblado con las manos vacías. Otamba no se lo perdonaría y dejaría de interesarse por él. Se convertiría en la deshonra de la familia y acabarían apartado del resto de la tribu. Por otro lado pensó que igual, con suerte y paciencia, podría llevarle a Usuri una cabeza de león, o quizás algo mejor… Sí, ¿qué sucedería se le traía como trofeo el cuerpo de uno de esos demonios? La idea le entusiasmó y le llenó de excitación. Pero tendría que actuar, rápido y sin llamar la atención, sobre todo del resto de componentes de la manada. Que el demonio estuviese más alejado del resto era una ventaja para él, la desventaja era que desconocía como podía reaccionar ante el ataque y cuáles eran sus puntos débiles.

La idea de cazarlo estuvo a punto de irse al traste cuando observó como casi todos los demonios se deshacían de sus presas y se introducían raudos como guepardos en el interior de la gran choza luminosa. Si aquel que tenía cerca conseguía esconderse allí, junto a los suyos, sería prácticamente imposible cazarlo. Tenía que actuar y ya. No había tiempo de pensar.

Obutu alzó en silencio su lanza y la arrojó con furia sobre el demonio. Éste no la vio llegar. La pieza de madera se clavó con fuerza sobre una de sus piernas. El ser gritó de forma horrible. Era una especie de alarido entre sorprendido y enfadado. Con una de sus garras se arrancó la lanza que se le partió en dos quedando aun un trozo dentro de su pierna. Ésta comenzó a sangrar. Miró en dirección a donde había venido el arma arrojadiza y vio a quien se la había lanzado. Obutu comprendió que había dejado de ser invisible y que pronto el demonio o se abalanzaría sobre él o pondría en aviso a sus secuaces y entonces jugaría con muchísima desventaja.

Al final sucedió que, en vez de atacarle, el demonio trató de huir. Mientras lo hacía seguía emitiendo unos sonidos intensos, dolorosos a los oídos de Obutu. Éste dedujo que se trataba de la temida llamada de socorro. También comprendió que aquel se trataba de un demonio joven e inexperto. El haberse alejado tanto de la manada era una muestra clara de ello. Los gritos que profería llamaron la atención de dos de sus compañeros que se encontraban aun alimentándose de sus presas y cerca de la gran choza. Ambos alzaron sus orejas y olisquearon rápidamente el aire emitiendo un gruñido ronco que erizó el cabello de la nuca del joven cazador.

Obutu comprendió que no había más tiempo que perder. Si todo salía como él pensaba incluso tendría más suerte de la que esperaba; así que corrió hacia su presa, saltando por encima de los cuerpos de varias gacelas muertas. El joven demonio trató de hacer lo mismo pero no podía. Saltaba pero no con la suficiente potencia como para deszafrarse de su asaltante. Los otros dos demonios zanquearon hacia su dirección, ellos si lo hacían a grandes saltos, gritando como enloquecidos.

Obutu extrajo el puñal de piedra de su cinto y saltó sobre el demonio herido. Ambos cayeron sobre el suelo rodando y asustando a un par de gacelas aun vivas que se encontraban paralizadas de terror la una junto a la otra. El demonio automáticamente clavó sus uñas sobre el cuerpo de Obutu que gritó y se agitó de dolor. Éste contraatacó clavándole el puñal sobre el torso a la altura de donde debía tener el corazón. El demonio chilló con intensidad y en su desespero trato de arañar el rostro de Obutu. Éste de un rápido movimiento le cortó un par de dedos de donde comenzaban a asomar dos garras afiladas como cuchillas de sílex.

El demonio cayó a un lado. Dolorido. Agonizante. Desde el suelo Obutu vio acercarse a los otros dos demonios. Estaban furiosos. Trató de incorporarse pero no podía. Se sentía extraño. Entonces comprendió lo que sucedía. Aquel ser le había metido un mal en su cuerpo, lo había emponzoñado a través de sus uñas, sentía el mal que lo paralizaba por momentos. Pensó que así deberían ser como ellos retenían a sus víctimas.

Justo cuando iba a ser alcanzado por los otros dos demonios sucedió aquello que él tanto esperaba. Un par de leonas se abalanzaron desde la oscuridad derribándolos de forma violenta revolcándose por el suelo como si se tratase de un violento juego de lucha donde el ganador era el que permanecía finalmente con vida. Otros leones se unieron a la lucha. Obutu los escuchó gruñir mientras desgarraban los cuerpos de sus presas.

Mientras perdía la consciencia Obutu tuvo una extraña visión. Por un momento pudo ver como la enorme choza luminosa se alzaba en el aire frente a él y salía disparada a una velocidad atroz hacia el cielo del amanecer, convirtiéndose de repente en un punto luminoso tan intenso como aquellos tantos otros que poblaban el oscuro manto de la noche.

Batunga encontró el cuerpo de Obutu dos días más tarde. Lo reconoció sobre todo por el brazalete que aun llevaba puesto en una de sus muñecas y que los leones y las hienas no quisieron comerse. Aun había restos de gacelas muertas a su alrededor, también vio el cuerpo inerte de un león; pero lo único que estaba vivo en ese momento en aquel desolado lugar era el propio Batunga y los millones de moscas y gusanos que pululaban por entre los cadáveres.

Batunga nunca vio a los demonios. No había rastro de ninguno de ellos por alrededor. Simplemente habían desaparecido. Es posible que hubiesen sido devorados por las alimañas o bien alguien como el propio Batunga se había encargado de regresar y llevarse los cuerpos como lo iba a hacer él con quien antaño fue su mejor amigo.

© Richard Archer - 2008 (Todos los derechos reservados)

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Estupendos !!!!, he de reconocer que el que mas me ha gustado es el de Alquimia. Eso y que dejas los finales abiertos a la imaginación. Has tardado un poquito pero ha merecido la pena ;P

Un aterrador saludo

Byrnes

foscardo dijo...

Gracias a ti por leerlos jaja. Si Alquimia es un cuento que cuando lo relees te acaba gustando cada vez más. Ya se me ocurrira algo por si se pude continuar o hacer una nueva aventura del sargento higgins.

Aurora dijo...

Ostras! No sé ni qué decirte! Qué vergüenza! me siento abrumada, sorprendida... feliz!
MUCHAS GRACIAS!!!
Yo venía a decirte que ayer, por fin, pude ver y oír tu video y que me encantó saber como eres en movimiento, el timbre de voz que tienes... y me enduentro con esto.
AISSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS, que emoción!

Me los he impreso. QUIERO SABOREARLOS Y GUARDARLOS!
Muchas, muchas, muchas gracias!

SisterBoy dijo...

Alquimia también es el que más me ha gustado, con ese comienzo es como para enganchar a cualquiera. También me ha recordado a la Hammer pero más bien la Hammer sangrienta y sórdida de los setenta.

Soy fan de los minicuentos así que voto también por el de los Hikimori sobre todo porque es una figura que cada vez me resulta más atractiva. Del tercero destacaria lo extraño que se me ha hecho el marco físico donde se plantea el cuento. No recuerdo haber leido ningún relato fantástico ambientado en la sabana. Es su mayor atractivo

foscardo dijo...

Thanks si es cierto que aluimia gana puntos cada dia jaja. Sobre Hikimori es un tema espeluzcnante y seductor a la vez. ¿Llegraremos a eso aqui alguna vez si noe es que ya hemos llegado? ¿Os imaginais un mundo poblado de Hikimoris?
Obutu tine de especial su ubicación, pocos cuentos de miedo leemos con parajes tan extraños. ¿Para qué irse al espacio a buscar aliens si los podemos encontrar en un desierto o en una sabana?

foscardo dijo...

jaaj anda que menudo mensaje he dejado lleno de erratas jjajajjaaj

Anónimo dijo...

Foscardo dijo: "Para qué irse al espacio a buscar aliens si los podemos encontrar en un desierto o en una sabana?"

Ostras! Pues es verdad, una vez me encontré una Alien entre las sábanas.

Bueno ...en realidad era una mezcla entre Alien, Terminator, Belén Esteban y la bruja Pirula.

...cosas del exceso de testosterona mal gestionado.