viernes, febrero 09, 2007

Sevilla Mon Amour Episode III y IV

Día 3. Piedros y tertulias.

Como el domingo no llovía (cosa rara) decidimos visitar las afueras de Sevilla. Más concretamente Itálica en Santiponce (donde el solomillo y la Poleá del día anterior). Que podemos decir de Itálica… Pues que merece la pena y mucho verla, sobre todo por el inmenso anfiteatro, bastante bien conservado, pero sobre todo por los impresionantes mosaicos y los restos de baños públicos o que leñe, por pasearse un rato por el campo. Como íbamos acompañados por David al ser Sevillano de pura cepa (y porque le cayó bien al señor de los tickets) pudimos entrar gratis. Durante un momento de la visita a David le dio la vena arqueológica y comentó en varias ocasiones lo de ir un día con una pala y acabar de desenterrar los cientos de mosaicos (y vete a saber qué otras cosas) que aun permanecían enterrados entre los campos que nos rodeaban. Aparte de ruinas encontramos una rana (en la foto que cuelgo en este post se puede apreciar como en el centro de la misma aunque cuesta un poco de verla) y también vimos varias orugitas que, al igual que nosotros, iban y venían por los caminos de tierra que separaban las diferentes áreas. Después de pasar por la tienda, donde compramos puntos de libro muy chulos (uno para Amparo y otro para Eva) y varias cochinadas más (lápices, imanes para la nevera, gomas de borrar y una chorradilla de ceras de colores que le guardo de nuevo a Eva) nos fuimos a casa de Mercedes, en Sevilla, para comer un Queso de la Serena (uno de esos que por fuera aparentan ser un queso curado pero que al abrirlo, por la parte superior, es una delicia cremosa para mojar pan o picatostes) que habíamos comprado en La Venta del Culebrín, antes de abandonar Badajoz. Aparcamos frente a la casa de Mercedes y, casi al llegar a la puerta, nos sobrevino un penetrante y delicioso aroma perteneciente al plato sorpresa que nos tenía preparados (y que lo hizo mientras su lavadora se le rebelaba escupiéndole agua como una presa). Nada más y nada menos que Pechuga de Pollo a la Naranja (dulce, no amarga). Estaba de vicio, sobre todo acompañándola de un Lambrusco fresquito y varias raciones de queso cremoso. Supongo que os a estas alturas ya os habréis dado cuenta de que la comida ha sido una parte importante en todo el viaje. Basta decir que hemos comido como reyes y que la experiencia gastronómica andaluza merece mucho tenerla en cuenta. La sobremesa sirvió para hablar de cientos de cosas. Desde nuestras desventuras con la Familia Munster hasta asuntos que tuvimos que resolver consultando las cartas del Tarot. También conocimos a María, la hija de Mercedes (tan “wapisima” y “salá“ como su madre) y, al tener la misma edad que mi sobrina, me recordó mucho a ella. A eso de las 18:00 PM, Luis, pareja de Mercedes, David, Miguel y yo bajamos a una confitería a comprar unos pastelitos (una media luna rebozada de azúcar cristalizada, tres pedazos de tocinito de cielo con coco y un pastelito típico que se jaló David en un santiamén). Por cierto la confitería tenía una decoración muy pero que muy ochentera, tanto que a Miguel y a mí nos hizo mucha gracia. Fuimos también a ver la Iglesia de la Virgen de Triana (de la que David pertenece a su cofradía) pero lamentablemente estaba cerrada. Después de merendar David nos dejó en casa de Mercedes y también lo hizo Luis. Esa noche cenamos pulpo, solomillo al whisky y chocos en La Gamba Blanca y después de una breve charla con Mercedes nos fuimos a dormir (nos había cedido muy amablemente su habitación).

Día 4: El Retonno.

El último día en Sevilla fue rápido. Nos levantamos, nos arreglamos, salimos con Mercedes a la calle (tenía un examen de psicología) y en cuanto llegó su hermana a recogerla con el coche nos despedimos y nosotros tomamos el bus hacia el aeropuerto. Allí, mientras esperábamos, Miguel se terminó La Catedral del Mar (Idelfonso Falcones) y se compró otro libro Camposanto (del pesado del Iker Jimenez) que aun anda leyendo. En el avión (que esta vez fue muy puntual) se subieron unos follloneros que parece ser nunca habían volado. Aplaudieron después de la explicación reglamentaria de las azafatas (que si las dos salidas, que si el patito de goma, que si no encender los móviles…) y al aterrizar en Barcelona soltaron: “Cuidado cuidado que acabamos de aterrizar en Polonia”… Sin palabras.

2 comentarios:

Amparo dijo...

¡Mil gracias por el punto de libro!
Casi puedo saborear tooooodo lo que habéis comido, qué suerte pasar unos días allí... Me gusta mucho la foto en la que Miguel asoma la cabeza. Es tan él... Felicidades por el peaso viaje. (Respecto a los visitantes del avión, que sean bienvenidos a Polònia. Seguro que acabamos inoculándoles el virus catalán y regresan a su tierra amándonos ;-)(

Anónimo dijo...

No veas lo que me ha costao encontrar la rana...