sábado, julio 14, 2007

Crónicas de Londres: Interludio

Hay viajes que sirven para ampliar conocimientos. Hay viajes que sirven para trabajar. Hay viajes que sirven para dejar salir los instintos animales de cada uno. Hay viajes que sirven para muchas cosas, que engloban todo lo citado arriba o que incluso lo llegan a excluir. Si escribo con tanta pasión sobre mi viaje a Londres es porque el viaje, en apariencia monótono, breve, pero privilegiado llevó consigo, mirándolo entre líneas, una connotación metafísica extraña de la que ni yo mismo he consigo aun entender. Resulta curioso. A veces puedes pasarte una semana en un lugar ajeno a tu vida y no sucederte absolutamente nada trascendental. Hay quien se pasa vacaciones enteras tomando el sol sobre una hamaca durmiendo a pierna suelta. Otros la pasan de bar en bar dando tumbos en cada esquina y pasándose toda la mañana durmiendo en su propio charco de vómitos o en el suelo de una calle desconocida (en el caso que no tenga la suerte de encontrar la habitación de su hotel). Nada que objetar. Cada uno que viva sus viajes como quiera. Igual también son viajes iniciáticos, vete tú a saber… Mis 48 horas en Londres, gracias a Sony Computers fue mucho más que un viaje de trabajo. Me sirvió para darme cuenta de muchas cosas, una de ella para darme cuenta de lo mucho que amo mi trabajo y de cómo amo también la tierra de mi padre, pero sobre todo como puedo creer y confiar en mí mismo después de tantos momentos de duda y confusión. Enfrentarme a una entrevista en otro idioma, viajar sólo en un lugar familiar pero ajeno, recorrer un paisaje lleno de recovecos con una facilidad pasmosa… A ver, no os vayáis a pensar que no he viajado mucho. Todo lo contario. Desde los 2 años de edad llevo conociendo mundo. He tenido suerte de tener unos padres muy viajeros. Mi padre, por ejemplo, antes de convertirse en un hombre amedrentado por los temores sobre todo de perder todo lo que él quería (supongo motivado por la pérdida de su padre durante la Segunda Guerra Mundial y a los 11 años de edad) había viajado por casi todo el mundo. Ya de joven se enroló en la RAF y se marchó dos años a Hong Kong y Malaysia, luchando en la jungla contra los elementos, la malaria y los enemigos de su Graciosa Majestad. Sólo se le resistió América y algunos lugares de Europa. Ni Italia, ni los Estados Unidos ni Sudamérica llegaron a conocer sus pisadas. Yo lo hice por él. En parte. Pisé Italia con 23 años en otro viaje iniciático (acompañado por la presencia de la prima de mi madre, todo un personaje digno del Fellinni más esperpéntico) y que un día puede que lo cuente (con algunos pelos y señales) ya que también supuso un punto muy importante dentro de mi vida. Viajé a Cuba en otro gran viaje lleno de todo tipo de experiencias y que supuso un antes y un después ya que en dicho viaje perdí a alguien muy querido que me acompañaba pero a cambio gané a un nuevo yo mucho más maduro con una visión de la vida mucho más adulta. Viajes. Uno aprende mucho de los viajes. Hasta en los viajes aparentemente más sencillos y en apariencia menos trascendentales se aprenden cosas.

No hay comentarios: