martes, enero 29, 2008

Doctora Wendy y Miss Peter Pan.

Estos días que tenemos a los niños en casa vengo observándolos con mucho detenimiento. Cuando los veo juntos me recuerdan la relación que teníamos mi hermana y yo cuando éramos más o menos de su edad (y con un año menos de diferencia entre ambos). He de comentar que aunque me los quiera a los dos por igual tengo cierta predilección por mi sobrina. No es que la quiera más, ni la mime más ni me centre más en ella. Ya lo he dicho aquí con anterioridad y vuelvo a decirlo y lo haré hasta que me canse. Dejadme que os explique. Su llegada a este mundo vino marcada por un antes y después en nuestras vidas, si ya sé, la llegada de un bebé a una familia es un cambio de consideración en cualquier casa de vecino pero en el caso de mi sobrina fue como si un terremoto de escala nueve hubiese tenido lugar en el epicentro mismo de la familia, sobre todo en la rama materna. Su nacimiento marcó un punto de transición en muchos aspectos. Por un lado mi pugna constante con mi cuñado se apaciguó sobradamente llegando a un punto de sentir respeto hacia él (cosa que luego se fue a hacer puñetas como ya sabéis la mayoría). También dejé de ver a mi hermana como una hermana para verla convertida en madre (uno de sus grandes sueños, por no decir objetivos en la vida) y en mi caso tuve que asumir mi nuevo rol de tío (y más tarde padrino) de aquella pequeña de nariz puntiaguda (heredada de la su propio padre). Eran tiempos de cambio. Si, había llegado un miembro nuevo y dejábamos de ser un núcleo familiar de cinco personas para pasar a ser uno de seis, pero por muy poco tiempo. Cuatro meses más tarde de la llegada de mi sobrina mi madre decidió abandonarnos. Se fue, de forma fulminante y para no volver, así de drástico y tan fugaz que conmocionó a todos los que la conocían. “Uno entra otro se va… “ Veréis, esta frase no me venía de nuevo. Diez meses atrás apareció en nuestra vidas como una sombra oscura revoloteando por el cielo escondida como un pronosticado en boca de una amiga, Tarotista de profesión, que venía a casa cada 1 de Enero para intercambiar premoniciones (yo a se las hacía a ella con mis cartas del Tarot y ella a mí con las suyas ) “Uno entra otro se va…” Eso nos dijo. Si alguna vez había dudado de las artes adivinatorias os puedo asegurar que no fue precisamente en ese momento. La muerte de mi madre afectó mucho a todos. Es comprensible, era el pilar principal de la familia, la relaciones públicas, la amiga de sus amigos y la sabia consejera. Mi padre, tras su muerte, se convirtió en un ser dependiente viendo en mí un madero flotando a la deriva tras un terrible naufragio al que quería a toda consta aferrarse con desesperación para no hundirse hacia el fondo. Yo huía de él concentrándome sobre todo en mi trabajo en la radio, mi hermana se enfrentó a una maternidad sin el apoyo de una madre que sobrellevó bastante bien aunque con el tiempo le dejó secuelas… Y mi sobrina… Bueno ahí estaba, la única luz de nuestras vidas. Un punto luminoso, diminuto dentro de un túnel tan oscuro como angosto. Aquel bebé, una niña llamada Laura crecía ajena a todo el infortunios salvo sin la posibilidad de recibir el amor de su abuela materna, una mujer que había cuidado a docenas de niños de todo el barrio y a la que la vida le había permitido el escaso privilegio de disfrutar de su presencia tan sólo cuatro meses de su vida. El tiempo pasa, llegan otros personajes a nuestras vidas, otros se van y uno tiene el privilegio de ver cómo crecen y se vuelven personas con sus sueños y sus pesadillas, su carácter y sus debilidades. Recuerdo que cuando mi sobrina llegaba a casa (mi madre vivía) y yo la filmaba con la cámara de video que muchas veces me preguntaba mientras la enfocaba con el objetivo cómo sería ella cuando tuviera 12 o 15 años, o tal vez 18 o 30. En ocasiones, en esos instantes, soñaba con tener una máquina del tiempo y verla crecida y poder charlar con ella y disfrutarla (tal y como la disfruto ahora) Ojalá hubiera podido hacer ese sueño realidad, sobre todo para mi madre y que ambas hubieran podido verse y compartir buenos momentos juntas. Y no decir de mi sobrino que jamás tuvo la oportunidad de haber sido tomado en brazos por su abuela, ni olerla, ni escuchar el tono de su voz... La máquina del tiempo no existe. Existe el tiempo como tal. Es lento y lleno de baches, de situaciones algunas buenas otras peores pero no va rápido ni es instantáneo. De momento y que sepamos eso es imposible. Como decía, he tenido la suerte de ser testigo del crecimiento de esos dos niños, mi padre también hasta, por lo menos, que los niños pudieron expresarse y conocerlos un poco mejor. Las circunstancias, como sabéis, ha hecho que los conozca mejor, y no ejerciendo precisamente el papel de tío al que ven un fin de semana cada mes o quien los llama por teléfono cuando se acuerda de ellos (cumpleaños y cosas por el estilo). A veces pienso que si hay un más allá (nunca he dudado de ello) mi madre (y mi padre también) ha influenciado en algo para que estos dos personajillos puedan estar conmigo. No sé, todo es posible... Dejémoslo así.

Volviendo al principio. Como decía con esta nueva responsabilidad puedo permitirme corregir cosas y reconducirlos hacia un futuro (por lo menos) un poco más prometedor al que le esperaba junto a su padre. Espero no equivocarme, si es así que el cielo me perdone, pienso luchar por evitarlo de la misma manera que he luchado por sacarlos del interior del pozo donde se encontraban atrapados. Hace unos días hablé con la directora del colegio tras una visita de la psicóloga escolar a los niños. Me comentó que, tras una prueba (ya os podéis imaginar que una de las que les tocó realizar era la de dibujar un árbol y contar una historia sobre él) los resultados fueron que mi sobrino estaba muchísimo más centrado que la niña y que ésta necesitaba mucho apoyo psicológico ya que había un brote de extremada rebeldía y evasión que hacía que brotase de su interior información respecto a su estado emocional sobre todo en la etapa donde había convivido con su padre.

Supongo que su actitud tiene algo que ver con la etapa de su vida que está viviendo, en este caso me refiero a la preadolescencia. Basta añadirle los conflictos familiares acumulados y ya tenemos la ecuación resuelta. Pero permitidme de nuevo en hacer una apreciación. Cuando quiere mi sobrina es Wendy, una mamá como la copa de un pino que se siente atraída por los niños más pequeños y los llena de cariño y ternura velando por ellos en todo momento, ese fenómeno se produce cuando no hay una presión de adultos a su alrededor o cuando ve que los adultos precisan de su ayuda. En el caso contrario, a veces (muchas) sobre todo cuando las responsabilidades son con ella misma, Laura sufre una especie de transformación y regresa a la tierna infancia convirtiéndose en una niña pequeña, una especie de Peter Pan, a la que detesta las normas y las reglas establecidas. Su filosofía es la de “Aunque todo el mundo lo haga así y sea lo correcto yo lo voy a hacer a mi manera y mal”. Esta actitud no me viene de nuevo. Mi hermana también lo sufrió cuando tenía su edad. Supongo que son actitudes heredadas, o propias de la edad. No lo sé. De momento la ayuda psicológica está al caer y nosotros la recibiremos con los brazos abiertos. Pienso que esa niña tiene mucho de qué hablar y por supuesto mucho de lo que purgarse.

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