Mis adorable "Mishinos"

Después de una larga temporada al cargo de un gato viejo uno se olvida lo difícil que es enfrentarse a una paternidad gatuna de tres pequeños cachorros. Chuskete ya lo tenía todo aprendido aunque su último año de vida su cuerpo (en concreto su estómago y esfínter no funcionaba como dios manda) Tan real como la vida misma y tan semejante a la propia vida de un humano que le hace uno pensar y estremecerse con ello.

Después del segundo disgusto de la muerte de uno de los pequeños, la recuperación milagrosa de Glondris y la llegada de Lia la nueva terremoto uno se ha de enfrentar a tratarlos de reeducar casi de la misma forma que estoy reeducando a mis sobrinos, con algunas diferencias claro está, pero a la larga es tanto de lo mismo. El tema wáter lo tienen más o menos controlado aunque a veces nos dan sustos (o disgusto) dejándonos “regalitos” acuosos y otros más sólidos donde menos te lo esperas, aunque sienten cierta predilección por hacerlo en mitad de nuestra cama y justo cuando estamos roncando. Hace unos días Miguel me despertó a eso de las 6:00 AM (en realidad estaba algo despierto tras notar dos gatos peleándose encima de mi cabeza) para decirme que alguno de los tres mishinos se había cagado en nuestra edredón nórdico “Made in IKEA”. Miguel se dio cuenta primero al tratar de taparse y encontrar cierta resistencia cremosa a la altura de sus piernas. Ahí nos tenéis a los dos levantados, con las legañas aun pegadas a los ojos retirando la funda que días atrás habíamos puesto sustituyendo a una que habían meado una de las gatas. El olor a excremento gatuno fue lo que acabó de despertarme y despejarme completamente. Como decía mi madre, que en paz descanse: “Estos comen gloria pero cagan mierda.”

Dos días más tarde estaba yo durmiendo la siesta y sin que me de cuenta se suben las dos gatas en la cama. Sin que me de cuenta una se pone a mear y la otra hace cola y en cuanto acaba tapa la meada con la suya. Yo que noto algo liquido y cálido en mi espalda y después de pegar un grito me cago en todos los parientes felinos de los nuevos habitantes de la casa. Desde entonces tomamos una decisión: En nuestra habitación solo entra Glondris que es el único que sabe controlarse la vejiga y el esfínter.

Pero claro uno no puede evitar que se cuelen cuando menos te lo piensas. La noche siguiente a los meados olemos de nuevo a excrementos. La cama está limpia y deducimos que el “popo” se encuentra debajo de nosotros. Efectivamente ahí esta y como huele el condenado… Al día siguiente Adam va a buscar los gatos que se han metido debajo de la cama. Apoya el brazo sobre una maleta y ¡zasss! se pringa todo el antebrazo de mierda (además superapestosa). El niño viene a verme a mí mini despacho casi llorando y con grandes arcadas. Yo me levanto del ordenador y voy a ver lo sucedió. Una maleta estupenda que me regalaron los de Microsoft con motivo del lanzamiento de Xbox 360 cagada hasta los topes. La agarro. ¡Joder como huele! Me cago de nuevo en los gatos y a la vez voy soltando risotadas y arcadas, una situación muy extraña… La limpio con agua a presión y la dejo secar en la terraza.

A todo esto cada día vamos enseñando a los gatos donde han de ir al baño. Hasta que nos aburrimos. Obedecen. Le limpiamos el baño cada dos días e incluso han aprendido a hacer cola ante la caja. Pero de vez en cuendo se les escapa el punto como sucede con los niños pequeños. Tierna infancia...

Por cierto hoy me he rapado la mata de pelo y barba de cara a la entrada del verano y los pobres no me reconocian.