martes, septiembre 09, 2008

Cuentos Checos

Antes de comentar mis andaduras por Praga (y acabar con las andaduras por La Mancha que dejé a medias) he preferido sacar a la luz los cinco cuentos que se me ocurrieron durante los dos días que permanecí trabajando en la capital checa. Cada uno de ellos cuenta una pequeña historia de esa hermosa ciudad. Quizás la más bella de Europa. Todos los cuentos han sido inspiradas en cosas que vi durante esas escasas cuarenta y ocho horas. Algunos como Don Juan en Praga o La pasión de Dvořák los llegué a escribir en la habitación del hotel, bueno eran simples esbozos pero lo suficiente para ya darles cara y ojos.

Quisiera dedicar estos cuentos a los compañeros de prensa españoles que me acompañaron en el viaje pero sobre todo a IreneVazquez de THQ que, de no ser por su agradecida invitación, estas cinco piezas jamás habrían visto la luz. También quiero dedicar el segundo cuento titulado El insignificante Václav Zajíc a la persona que me lo inspiró y que se cruzó en mi vida en el trayecto del bus donde compartimos destino durante unos instantes.



#1: Svoboda*

Una mañana todas las tiendas de marionetas de Praga amanecieron sin sus máximos representantes. Sólo quedaban colgados de la pared y del techo cientos de mástiles con su docena de cuerdas pendiendo a modo de flácidas telarañas. En cada una de las tiendas aparecía una nota. Eliška Dvůr, que tenía una tienda bajo una de las entradas del Karlův Mos (Puente de Carlos), leyó con perplejidad la suya: "Ya no seremos más vuestros esclavos…" Se podía leer con una escritura tosca, casi garabateada, muy infantil: "¡Por fin somos libres!" Concluía el mensaje que por cierto no llevaba firma.

*Libertad


#2: El insignificante Václav Zajíc
Nadie se percataba de su presencia. Entre otras cosas porque era una persona minúscula. Pero si lo mirabas bien, aunque fuese de reojo, podías encontrarle rasgos bastante interesantes. No llegaba a ser un enano, pero casi. Su cuerpo era delgado, su cabeza era algo prominente, de rasgos angulosos y poseía una gran nariz y boca; su coronilla se encontraba poblada de un fino cabello rubio que a simple vista casi parecía inexistente. Otro rasgo característico eran sus manos, de tamaño grande y muy huesudas. Parecían bastante fuertes tal y como aparentaba la firmeza con la que agarraban el asa de una cartera de piel negro de aspecto un poco ajetreado.
Se había subido en el bus al principio de parada, como hacía cada tarde después de trabajar. No se sentó. Siempre prefería permanecer de pie en la zona donde el vehículo se empalmaba en dos piezas que lo convertían en un autobús mucho más largo de lo habitual. Se trataba del bus exprés que salía del aeropuerto Ruzyne de la ciudad de Praga. Como nadie lo miraba, nadie se podía dar cuenta que Václav Zajíc, que ese era su nombre, les observaba. Aunque a simple vista pareciera que estaba mirando, medio sonriente, al infinito. Se consideraba un gran observador, el mejor del mundo. Pero eso nadie lo sabía, porque nadie le importaba un comino quien era, ni siquiera si existía o formaba parte de la nada.
Se bajó en Mustek junto a todo el mundo. No tomó el metro hacia el centro de la ciudad como la gran mayoría. Él vivía cerca, en uno de esos gigantescos edificios de la época dorada de la ocupación rusa. Un triste bloque de cemento pintado de azul y rodeado por otros edificios semejantes, que en su conjunto, ofrecían menos personalidad que un paquete de folios completamente en blanco.
Entró en el edificio. El 55-57. No había ascensor. Simplemente hacía ya varios años que había dejado de funcionar y nadie se había preocupado en arreglarlo. Después de subir catorce pisos a pié llegó a su casa. Lo primero que hizo después de dejar la cartera en el suelo fue meterse en su minúscula pero pulida cocina y preparar un té en una taza de cerámica blanca que tenía algunos bordes algo desconchados. Luego se fue al salón y encendió la televisión. Se sentó en su sofá de eskay verde y comió unas pocas galletas que aun quedaban dentro de una caja que ya había abierto tres días atrás. Estaban un poco rancias, pero aquello no le importaba. Contempló la centelleante pantalla en silencio. Durante un par de horas.
Cenó sopa. Le incluyó algo de col trinchada. De segundo comió un poco de carne de cerdo con una patata, bacón y un poco de espinacas al vapor. Todo aquello lo había comprado en el colmado de la esquina. Como hacía desde hacía veinte años cada dos días. No les puso sal. No le gustaba la sal. Bebió agua. No de una botella sino del grifo. Sólo un vaso. Luego fue a ducharse, lavarse los dientes y ponerse el pijama.
Antes de acostarse se acercó a una cómoda. Giró una llave que ya estaba insertada y abrió uno de los cajones. De su interior extrajo una especie de librito cuyas cubiertas eran de piel. Tomó un bolígrafo y se sentó frente a la mesa del comedor, que era la única parte de la casa que aun permanecía iluminada. Lo abrió por donde tenía depositado un cordel rojo y comenzó a escribir sobre una página pautada pero en blanco. Lo hizo hasta que casi el sueño le venció. Si hubiera había alguien allí con él y pudiera haber leído tan sólo un párrafo de lo que había escrito se hubiera quedado maravillado. Las más intensas historias jamás imaginadas se encontraban surcando ese especie de diario que no era tal, sino una impresionante recopilación de impresionantes cuentos. Había historias de todo tipo, maravillosas, tristes, alegres, llenas de acción, de ternura de poesía… Aquellos tesoros había surgido del interior de la mente de Václav con tanta intensidad que con su simple fuerza podría haber destruido centenares de muros tan densos como las paredes de un malecón. Los muchos de los personajes que aparecían en ellos eran los rostros anónimos que cruzaban cada día con él durante el trayecto de ida o en el de vuelta del trabajo hacia su casa. Toda esa grandiosidad surgida de la simple rutina de un cotidiano paseo en transporte público.
Václav Zajíc guardó el cuaderno en el cajón. Con mucho cuidado. Se metió en la cama, puso en marcha el despertador y se sumió en un profundo sueño. Mañana iba a ser un día más dentro de su anónima y aparentemente monótona vida.
#3: Don Juan en Praga
Encontrándose Don Juan de visita por las callejuelas de la ciudad de Praga cuando contemplando las almenas de una de sus hermosas cúpulas vio surgir de tres ventanas las siluetas de tres damas. Prendado por la sutil belleza que aparentemente desprendían se acercó raudo al edificio donde se encontraban para poder entrar en él y así poder cortejarlas.
- Pierde usted el tiempo- le comentó una voz masculina tras la puerta.
- ¿Por qué dice eso caballero? - replicó Don Juan.
- Porque esas damiselas que usted desea cortejar son hijas mías y las tengo encerradas en esos torreones que rodean la cúpula, para que nadie pueda alcanzar seducirlas.
-¿Y cuál es el motivo por el que priva usted a esas damas de conocer que es el amor?
- Porque estoy seguro que cuando las conozca no estará seguro de querer poseerlas.
-¿Qué hay de malo en ellas? - preguntó extrañado el más famoso de los amantes.
- Pues verá, Porque Bohuslava, la mayor, es muda. No ha dicho palabra desde que nació. Milenka, la segunda, es sorda y jamás ha escuchado sonido alguno. Lyudmyla, es ciega, y no ha conseguido ver nada desde que llegó a nuestro seno.
Don Juan comenzó a reír, tanto como podían soportar sus pulmones. El eco de sus carcajadas pudo escucharse en varias calles a la redonda. Ofuscado, el padre de las damiselas intentó retar al descarado caballero que le había ofendido.
- ¡Usted no sabe con quién está hablando!- replicó enfadado tras la puerta.
- Y por lo que veo usted tampoco…- contestó Don Juan desde el otro lado. – No pienso batirme en duelo con usted porque veo que es un buen hombre y sobre todo un mejor padre. Ingrato sí, pero en el fondo un ser bondadoso. A cambio de mantenerle con vida quiero hacerle una propuesta.
-¿Una propuesta? ¡Rufián! ¿Qué diablos está usted diciendo?
- Por su puesto y sin duda la mejor que jamás habrá escuchado. Pero, antes de que entre en desatada furia, escuche muy bien lo que le voy a decir pues seguro es que va usted a concederme tan apreciado ofrecimiento.
-No entiendo…
-Tranquilícese mi buen caballero. Es muy sencillo. Tan sólo le pido dejarme pasar una noche con Bohuslava y por la mañana surgirán de su boca los más bellos sonetos de amor. Permítame otra noche con Milenka y conseguiré que escuche por sus oídos el dulce trinar de los pájaros por la mañana; y le aseguro que tan sólo me hará falta una sola noche para que la bella Lyudmyla consiga ver en el mismo instante que mis labios rocen los suyos las estrellas que cubren el firmamento.

#4: MET
Cuatro días estuvo sumida Praga en el más terrible de los pánicos. Habían aparecido a lo largo de la ciudad una media de un cadáver por día. Los primeros en hallar fueron los cuerpos de una pareja de ancianos, habitantes de un ático en el Altneuschul (barrio judío), uno de ellos, el hombre, apareció en el interior de su vivienda tumbado junto a un inmenso, antiguo pero roído baúl; su mujer fue hallada tras la lápida de una tumba, justo en la entrada del cementerio judío. El segundo cuerpo encontrado fue el de una joven turista israelí que apareció tendida sobre el suelo, junto con su mochila, intacta, al pie del reloj astronómico; el tercer cadáver era el de un ejecutivo alemán que apareció flotando desnudo en una de las orillas de la isla Střelecký Ostrov junto al Mos Legii (Puente Legii). El cuarto y último se trataba de una niña rusa de nueve años que había desaparecido un día antes de la mano de su madre justo cuando compraban en el mercadillo de la calle Hevelská. La infante apareció muerta, sentada como si fuese una delicada y pálida muñeca de cerámica, sobre un banco de metal en lo alto de la Petřínská Rozhledna (Torre de Observación de Petřín). Todos los fallecidos tenían señales de haber muerto de forma violenta, concretamente en manos de alguien con una fuerza descomunal. Su cuello estaba quebrado por varias vertebras lo mismo que su esófago y tráquea. Otra particularidad era que en todos ellos había una gran cantidad de barro en el interior de sus bocas y sobre todo alrededor del cuello. Lo más inquietante era una palabra escrita en sus frentes y cuya primera letra, ligeramente visible, había sido intencionadamente borrada. La palabra original era “Emet”, que en hebreo significaba “verdad”; al borrar la letra E del principio de la palabra se había creando otra nueva “Met” cuyo significado era “Muerte”.
Después de estos terribles sucesos ya no hubo más muertes en la capital checa. En cambio corría un extraño rumor, una especie de leyenda urbana que se extendió como la pólvora en toda la república. Se decía, más que asegurarse, que el Golem (mítica figura del folclore judío - eslavo) había vuelto a ser reactivado, posiblemente por uno de los viejos que fallecieron del barrio judío. Nadie que escuchase tal fantasía negaba que era el mismo ser el que había causado todos los asesinatos. Durante varias semanas hubo cierta paranoia. Había gente que aseguraba haberlo visto en otros puntos del país. Concretamente en lugares donde había desaparecido o encontrado gente asesinada de forma misteriosa. El rumor se propagó como un contagio y también hay quien aseguró haberlo visto en Banská Bystrica (Eslovaquia), Viena (Austria), Kesckemét (Hungria) e incluso en Ankara (Turquía). Quien lo veía decía que se trataba de una figura gris, corpulenta, de pisadas pesadas y ronroneante rugido que poblaba el silencio de la noche en las callejuelas más oscuras.
#5: La pasión de Dvořák
Venía de una prestigiosa casta de artistas. Todos ellos se habían prodigado o bien en la música, la poesía, la escritura e incluso el funambulismo. Bohumír Dvořák no quería ser menos pero aun no había encontrado cuál era su don. No sabía cantar, ni tocar ningún instrumento; tampoco sabía componer ni siquiera una triste melodía. La literatura se le daba igual de mal. Mucho peor era cuando trataba pintar, o esculpir, o incluso manejar una escuadra y un cartabón para realizar un simple triángulo. No es que Bohumír fuese un imbécil. Tenía una importante carrera. Había terminado su carrera de economía y finanzas con “Cum laude” dentro de la prestigiosa Univerzita Karlova v Praze. Los cazadores de talento de la república se lo rifaban. Cada día le llovían ofertas de todas partes. Podía incluso de un chasquido elegir los mejores puestos de trabajo en cualquiera de las incipientes multinacionales que se adueñaban del país, como una especie de plaga. Pero Bohumír no le interesaba para nada todo eso. Lo había probado y pese a funcionarle a las mil maravillas aquella vida no le llenaba en absoluto. En el fondo de su ser sabía que su destino era el ser un gran artista. Pero no sabía aun en que vertiente…
Un día se propuso definitivamente encontrar su lugar en el mundo de las artes, en cualquiera de ellas que fuese. Costase lo que le costase. Así que dejó a su mujer y a sus hijos esperando en casa y se dedicó, durante un par de semanas, en buscar una profesión que se amoldase perfectamente a lo que le satisficiera. ¡Y lo encontró! Para él el mejor trabajo de toda su vida.
Alzbeta su mujer, al enterarse de la noticia lloró, pero no precisamente de alegría. Esa misma día le hizo las maletas y lo echó a gritos de su casa. Deambuló por las calles durante unas horas maleta en mano y finalmente se hospedó en un minúsculo hostal situado en la calle Palackého, muy cerca de donde se encontraba su nuevo trabajo. Pese a la situación embarazosa en la que se acababa de encontrar ya no le importaba nada ni nadie que no fuese su nueva y recién descubierta pasión. Su Jerusalén. El paraíso recién hallado. No había tristeza en su rostro, ni en el interior de su ser, todo lo contrario, Bohumír estaba pletórico de felicidad.
Trabajó incansable, cada día, durante muchos años, incluso haciendo horas extra por la noches. Amaba su trabajo tanto como a la vida misma. Se solía cambiar de ropa en la trastienda del establecimiento con aquel olor a cebolla frita, carne a la parrilla y queso parmesano envolviendo el ambiente. Se ponía su horrendo y destartalado traje y salía a la calle vestido con él. La gente siempre lo miraba tratando de aguantar la risa. Él, bajo la tela, sonreía feliz. No le importaban en absoluto las burlas de sus paisanos; ni que los turistas tratasen de hacerse siempre fotos a su lado como tratando de comérselo; ni mucho menos que los niños cuando iban a la escuela o los borrachos que deambulaban por la Václavske nám tratasen de arrancarle la horrenda capa roja pegada con velcro a su espalda. Bohumír Dvořák era sin duda el mejor super bocadillo ambulante del mundo.

© Richard Archer - 2008 (Todos los derechos reservados)

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