lunes, julio 02, 2007

Crónicas de Londres 3: I Feel British, Oh so British...

Hay un dicho popular que dice más o menos así: “Si Londres te aburre entonces es que estas aburrido del mundo.” Cuánta razón hay escondida en esa frase. Si hay una ciudad con la mayor oferta de ocio y cultura es sin duda la capital del Reino Unido. Puedes pasear por las calles, perderte en los parques, ir de compras (si tu salario te lo permite), comer en cualquier lado platos típicos de lugares muy lejanos, visitar museos… ¿Qué sucede cuando tienes sólo una mañana para pasear por Londres cuando tienes el resto de la tarde y gran parte del día siguiente para trabajar? La respuesta: Planificarte el día para ir así aprovechar en mayor medida el poco tiempo libre. Cuando llegué a Londres el tiempo me acompañó, por lo menos hasta que llegue a Mayfair donde se encontraba el Hotel que Sony había elegido para los periodistas convocados. Llegar hasta el campamento base fue muy sencillo. Desde el aeropuerto de Heathrow había un estupendo metro que me dejaba a escasos metros del Hotel. El problema fue encontrar la entrada del metro. Ojo, hay dos entradas, una corresponde al Heathrow Express (que te deja en Paddington) la otra, el metro (para mí perfecta) te lleva al mismísimo corazón de la ciudad. Antes de embarcarme en “The Tube” cambio un puñado de euros. Pregunto a la taquillera del “Boreau of Change” por donde se pilla el metro. Me lo indica. Me llama Miguel. Le indico donde estoy. Como al principio no consigo dar con la entrada del metro trata de guiarme con la ayuda del Google Earth (un procedimiento un tanto friki lo reconozco) El principal problema es que me indica cómo se entra en el metro desde afuera, no desde dentro del recinto del aeropuerto. Al final la encuentro. Está escondida tras una columna y muy mal iluminada. Bajo a la estación y me dispongo a sacar el billete que me conduzca hacia Green Park. La entrada de la estación está a rebosar de gente. Delante de la máquina expendedora de billetes tengo a una familia Yankee salida de una Sit Com tipo “Matrimonio con Hijos” Una niña típicamente americana se emperra en meter un billete de cinco libras por la maquinita de marras. Ésta se lo escupe una , dos , tres, y hasta diez veces. La niña lo intenta incansable. Sin resultado alguno. La madre la anima a repetir la acción (en vez de darle un billete nuevo y quedarse con el chungo) Comienza a hacerse cola tras de nosotros. ¿Por qué siempre me tocan los gilipollas de turnos cuando me encuentro frente a una maquina de este tipo? ¿Ley de Murphy? ¿Atraigo a los lerdos e inútiles de las maquinitas? Nunca lo he comprendido. Me sucede en todos sitios, especialmente en parkings de grandes almacenes y peajes de autopistas. En Londres la maldición no está exenta por lo que veo. La madre manda la niña a paseo e intenta ella hacer que la maquina trague el billete. Mira de reojo hacia atrás y no se inmuta ante la inmensa cola de gente que hay a sus espaldas. Curiosamente de todos ellos el más ofuscado soy yo. Debe ser porque no tengo en mi sangre el cien por cien de la famosa flema británica. Pese a que la miro con mala hostia la mujer sigue jugando a las maquinas tragaperras. Comienza a darle a los botoncitos con las diversas opciones de compra de billetes. Sencillo, múltiple, de ida, de ida y vuelta. Me da la sensación que está jugando a tocarme las pelotas (y de paso a todos los demás habitantes de la cola, a las mujeres los ovarios.) . A la veinteava vez que intenta colar el billete de cinco libras (roñoso por cierto) le llega la brillante idea de probar con monedas. Pero hete aquí que la mujer comienza a echar monedas con una parsimonia que sacaría de sus casillas al mismísimo Job. Veo a la niña paseándose por alrededor suyo aburrida, al resto de su familia comenzando a impacientarse, todo el mundo comienza a contagiarse de la puñetera impaciencia. Bueno todos menos ella. Cuando lleva ya una docena de monedas introducidas (a cámara lenta y la mayoría de diez peniques) se da cuenta de que ya no le quedan más y no alcanza el importe necesario. Aquello es exasperante. La mujer se gira con una irritable pachorra y le dice a su marido: “Daaaaarling give me more coints!” (¡Caaaariñooo dame más monedas!) Estoy por empujarla a un lado a lo Hulk y apoderarme de la maquina. La mujer comienza a tocar teclas para liarla aun más. En eso aparece el marido y con una cara de mosqueo más remarcada que la mía y le da un billete. La tipa se molesta con él y vuelve a introducir el papelito con el careto de la reina impreso en ella (esta vez de veinte libras por la ranura) ”¡Qué lo acepte, qué lo acepte, Jesusito de mi vida que lo acepte o la matoooo!” me digo para mis adentros. Me doy cuenta que no soy el único que piensa lo mismo. La flema inglesa de mis compañeros de cola está casi rozando bajo cero. El billete se comporta y la maquina lo acepta. Casi aplaudo. La mujer recibe el ticket del metro y toda la sarta de monedas que ha metido inútilmente. Sin pedir disculpas se marcha. Parece frustrada. “Que se joda” pienso. Me toca mi turno. Pillo un billete sencillo. Voy a apagar con tarjeta de crédito y éste no parece entrar en la ranura. Un caballero muy british me indica cual es la ranura correcta. Se lo gradezco. La maquina me rechaza la tarjeta (me comienzo a asustar) ¿Y si eso me sucede en todo mi periplo londinense? Paso de hacer el idiota como la mujer Yankee y rápidamente saco un billete que me acepta de forma inmediata. Pillo el ticket y bajo raudo las escaleras mecánicas. El metro está aun allí, esperando. Me subo y me siento. Los vagones de metro son angostos pero muy bien adaptados. Hay asientos ambos lado y la gente se sienta uno frente a otro dejando un pasillo central completamente enmoquetado (por si no lo sabíais a los ingleses adoran con locura las moquetas y a sus microscópicos habitantes) El viaje en metro es un placer. Hay un momento que puedes ver la campiña y sobre todo las casitas típicas de dos o tres plantas, con chimeneas de ladrillo y con ventanas rectangulares muy típicas y que hemos visto en muchas películas y series de televisión británicas. En el vagón, durante el viaje, escucho música y observo a los otros viajeros. Mi reflejo en el ventanal me hace dar cuenta de una cosa. Por mi aspecto parezco uno de ellos. Paso desapercibido. Me llaman al teléfono. Es Miguel. Al abrir la boca y comenzar a hablar mi disfraz de “Typical British Gentelmen “desaparece. Soy un guiri más. Si observáis mis fotos personales publicadas en este blog, (o si ya me conocéis) os comento, a modo de detalle, que mi aspecto británico no viene de mi padre, sino de mi madre. Ella ni nadie de su familia son ingleses. Sino españoles de pura cepa. No de un sitio concreto, sino de varios. En mi sangre corre mucha mezcla cultural, amén de la británica, tengo genes, andaluces, valencianos, cántabros y madrileños. Curiosamente no tengo nada de catalán. Por parte de mi padre hay un poco de sangre galesa pero sobre todo inglesa (de Londres concretamente) Menudo coctel. Eso sí, me miro al espejo me parezco más a mi familia materna que la paterna. Cosa contraria a lo que le ha sucedido siempre a mi hermana. Sin embargo y por razones que no acabo de comprender sus lazos de unión con la tierra y la familia de mi padre no son tan intensos como lo míos. ¿Cuestión de prioridades? No lo sé.

Llego a Green Park y después de buscar durante un par de minutos el ticket del metro por todos los bolsillos, sobre todo los de mi pantalón (es necesario para poder salir de las instalaciones) por fin lo encuentro. Subo unas escaleras y aparezco en mitad de Londres. El día comienza a nublarse y parece que chispea un poco. Londres sin lluvia no es Londres. Trato de llamar al banco para solventar el tema de la tarjeta. No puedo comunicarme con ellos. Llamo a Martín y a Amparo para ver si hago algo mal al marcar el numero (00 34 …) Amparo me cuelga, me envía un mensaje diciéndome: “En caso de que estés en peligro de muerte llamamé, sino mándame un mensaje y te contesto que las llamadas internacionales a voz son muy caras”. Le envío un mensaje y al cabo de un rato me contesta dando instrucciones de cómo llamar a Barcelona de forma satisfactoria. Me doy cuenta de que no estoy haciéndolo mal. Sera cosa de la cobertura. Me encuentro en el corazón de Myfair (un barrio muy fashion y elegante) justo al lado de un pequeño parque lleno de encinas y olmos donde hay varias personas descansado en bancos de madera. Llamo a Mónica de Sony. Me salta el contestador. Deben estar aun en el aeropuerto. Me dirijo al Hotel. Voy al mostrador. Me presento y entrego mi documentación. Sucede una cosa muy curiosa con mi documentación, ya sea que me encuentre en Londres, Madrid, o en cualquier parte del mundo. Mi pasaporte es británico, mi foto es muy británica ergo siempre se me dirigen en inglés. Sucede que cuando les contesto en perfecto castellano (eso sucede en España) se asustan o incluso se sorprenden. En Inglaterra me hablan rápido y en ocasiones en “Slang”. Entonces yo o me bloqueo o me da por hablar “spanglish” como acto reflejo. No me cuesta hablar inglés. Siempre que puedo me lanzo a hablarlo. Pero os confieso que es un idioma que, como el catalán lo utilizo muy poco. Lo tengo un tanto oxidado. Lo puedo leer, lo puedo entender pero me cuesta un poco construir frases sin traducirlas anteriormente al castellano. Y os preguntaréis ¿cómo siendo mi padre inglés ni yo ni mi hermana dominamos el idioma de Shakesperare, Lord Byron, o Elisabeth II? Eso es algo que ni yo mismo consigo dar respuesta. Es curioso pero a mi padre pese a hablar en un 80% en castellano nunca se le fue el acento británico. Llegó a España en 1959 y hasta el 2004, año de su fallecimiento, siempre pronunciaba mal las erres, confundía géneros y decía “ojijeno”, “cacus” o “pero” en vez de oxigeno, cactus o perro. Cuando se enfadaba (pero mucho, mucho) no podía soltar tacos en castellano. No le salían. Insultaba y se cabreaba en ingles. “Bloody Hell”, “Sut Up The Cake Hole”, ”Piss Off”, “Stupid Cow”, “Come On!” o “Silly Old Sod” eran algunos de sus tacos y exasperaciones más comunes. Pero en casa el inglés, como idioma, brillaba por su ausencia, salvo algunas excepciones. Palabras sueltas como “Night, night” cuando cada noche mi hermana y yo nos íbamos a dormir, “Pudding”, “Custard”, “Staffing” y alguna que otras más formaban parte de nuestro vocabulario. Si, lo confieso me hubiera gustado mucho haber aprendido inglés de forma espontánea y de boca de mi padre. Lo intentamos varias veces. Muchas. Perno nuca lo logramos. ¿Por qué? La excusa que él daba era: “Yo no soy profesor…” Yo como recurrencia siempre le decía que mi madre tampoco y que en casa habíamos aprendido castellano y català gracias a ella. El San Benito de “Eres inglés y no sabes hablar inglés” me ha perseguido toda mi vida. O bien a modo de reproche, a bien a modo de burla. Desde entonces una pregunta siempre me ha rondado la mente. ¿Puede el hecho de que una persona hable o no el idioma de sus antepasados hacerle con mayor o menos derecho a sentirse de otra parte o de otro lugar? Pienso que es posible. Por lo menos por lo que a mí respecta. Está muy bien eso de hablar el idioma de tus antepasados pero en ningún momento te hace con mayor o menor derecho a reivindicar tus raíces. Siempre me ha hecho gracia aquellos que me han insistido hasta la saciedad de que yo soy cien por cien español. He nacido en Barcelona, si. He vivido gran parte de mi vida en España, correcto. Pero nunca he olvidado que tengo sangre inglesa en mis venas y que, sin el hándicap del idioma de por medio, en casa ha habido siempre costumbres muy anglosajonas, una de ellas, quizás la más arraigada, la puntualidad, sobre todo a la hora de las comidas y las cenas. Curioso ¿no? En mi infancia el inglés, como idioma me atraía, pero no me apasionaba. Mis visitas a mi abuela, tía y primos no eran muy continuas, unas dos veces cada cinco años. Hay que entender (y esa es otra cuestión de mi educación con ramalazos británicos) que el concepto familia al modo de ser británico era cien mil veces diferente al de familia en el más puro sentido español. Mi abuela, por ejemplo no era muy dada a ser afectuosa con mi hermana ni conmigo. A ver, no nos odiaba ni nada por el estilo, simplemente no era afectuosa y punto pelota. Recuerdo llegar un verano a Portsmouth, subir las escaleras que conducían a su casa entrar (siempre tenía la puerta abierta) a saludarla y en ningún momento llenarnos la cara de besos ni apretujarnos en abrazos. Se emocionaba, por supuesto, pero no de la misma forma que hacían las abuelas españolas. Lo mismo sucedía con mi tía y mis primos y algunos miembros de la familia de mi padre que llegué a conocer. Mi madre a eso le llamaba “Guardar la compostura”. Hay que vivirlo para entenderlo. O mejor dicho ser más o menos de allí. A mí eso no me molestaba. Estaba acostumbrado. Ni mi hermana ni yo hablábamos inglés por aquel entonces, ojo no penséis que por eso mi abuela era menos cariñosa con nosotros. A mis primos los trataba igual. En casa mi padre se comportaba así con nosotros. Nunca había besos ni abrazos. Si mi padre se iba de viaje muy pocas veces le dábamos un beso de despedida. Lo más correcto, en mi caso era darle la mano. ¿Raro? ¿Frio? No. Sólo son costumbres. Siempre me he sentido atraído por Inglaterra. Desde muy pequeño. Una de las cosas que más me atraía era mi historia familiar. Sabía mucho de la familia de mi madre (lógico por cercanía y por idioma) pero muy poco de la de mi padre. Sabía cosas sueltas. No fue hasta muy adelante que averigüé como se llamaba el pueblo natal de mi abuelo (Shropshire) y donde se encontraba (muy cerca de Manchester y Liverpool y sobre todo muy cerca de la frontera con Gales). Sabía que mi abuela era londinense, que durante su juventud se encargaba de un puesto ambulante de “Fish and Chips” de mi bisabuelo y que fue gracias a eso que conoció a mi abuelo (marinero de profesión) en periodo de entreguerras. Sé que debido a la profesión de mi abuelo se trasladaron a Portsmouth donde nacieron mi tío Peter, mi padre y su hermana Joan. Sé que mi abuelo murió en 1943, en el golfo de Vizcaya durante la Segunda Guerra Mundial. Mi padre y mis tíos huérfanos de guerra, sufrieron las mil y una por sobrevivir y que mi abuela endureció tanto su corazón que nunca más se casó tomando de por vida un carácter fuerte y muy luchador. Mi padre era un “cerebrito”, le gustaba mucho estudiar y se sacó la carrera de economista en un respiro llegando a España a finales de los 50 casándose con mi madre nueve meses después de conocerla. Sólo tengo dos fotos de mi abuelo. Las guardo como un tesoro. Es lo único que me queda de él, sin contar los genes. Con el paso del tiempo me he sentido mucho más atraído por mis raíces anglosajonas que española. Lo que sucede, sucederá o sucedió a mi familia en esa isla es la gran incógnita de mi vida. Es una atracción muy intensa (¿como la de la fuerza?) Y ahora que mis sobrinos son tan importantes para mí, sobre todo porque me siento con la necesidad de inculcarles el tema de las raíces familiares (porque si a este paso se adentran en el árbol genealógico de su padre pueden hasta llevarse sorpresas desagradables) la intensidad es mucho mayor, cási se ha convertido en una porioridad. Sobre el idioma. Al final aprendí inglés. En gran parte fue por esfuerzo de mi madre. Ella me insistió mucho en que lo aprendiese, aunque fuese pagando. Estudié en el Instituto Británico de Barcelona hasta 4. Luego por interés general lo he ido (más o menos) puliendo hasta llegar a controlarlo (que no decir dominarlo) La falta de uso es lo peor. Y eso que en casa Miguel y yo procuramos ver siempre cine en versión original aunque siempre acabe saltando alguna palabra en American English que haría revolver en su tumba a mi padre y resto de parientes fallecidos.

Después de este soliloquio sobre raíces regresemos al mostrador del Hotel. La chica que me atiende me explica cómo funciona el hotel a las mil maravillas (¿será porque es de cinco estrellas? ¿Dónde está en esos momentos la borderia inglesa?) El ascensor funciona con la tarjeta de la habitación, hay un gimnasio y un spa en las plantas inferiores y hay Wi Fi gratis en todo el Hotel. Me pregunta si quiero el periódico por la mañana y me recuerda los horarios de la cena y del desayuno. Le pregunto por mis compañeros de viaje. Consulta en el ordenador y no aparecen aun. Soy el primero en llegar. Viva la puntualidad heredada. Me voy solito a la habitación. El ascensor es muy ultramoderno, tiene hasta televisor LCD empotrado. Me pregunto quíen quiere un televisor en un ascensor… No hayo respuesta. Es algo extravagante. Llego a la planta y busco mi habitación entre el laberinto de pasillos (espero no encontrarme en ningún momento a las gemelas inquietantes de “El Resplandor”, invitándome a jugar con ellas mientras no se sueltan de la mano…) La habitación 470 está en el quinto pino, donde Cristo perdió la guitarra. La habitación es agradable. Muy sobria. La cama es lo mejor, grande llena de almohadas, con un inmenso cabezal estilo Hatari imitando a la piel de un cocodrilo. El baño es elegante y de diseño, está lleno de detalles. Me llama Miguel y hablamos un rato de la habitación y de mis planes de excursión matinal, antes del evento. Llamo al banco y me comprueban la tarjeta. No parece haber ningún problema. Respiro aliviado. Llamo de nuevo a los de Sony, no contestan. Hablo con mi hermana y después de ello me despojo de la mochila y me marcho a pasear. Ah, y de paso a ir un poco de compras.

(Continuará)

9 comentarios:

Juan dijo...

Es admirable la ilusión y pasión con la que has vivido este viaje. Yo apenas hubira podido escribir cuatro líneas sobre mis días en Londres.

Eso sí, sin duda os las dedicaría a los que compartísteis esos días conmigo. Sin duda, fuisteis lo mejor.

Un abrazo!

foscardo dijo...

Ajajaj sisis se trata de pasion y tambien ganas de escribir. Yo os pienso dedicar los proximos post a vosotros.

Un verdadero placer y descubrimiento.

Eva dijo...

¿Nos vas a dedicar los próximos post? No si se me da miedo o me hace ilu. Es que me gustaría conservarte como amigo...

Anónimo dijo...

"¿Puede el hecho de que una persona hable o no el idioma de sus antepasados hacerle con mayor o menos derecho a sentirse de otra parte o de otro lugar?"

Desconocer el idioma no te quita ningún derecho a sentir lo que tu quieras sentir, pero el idioma es el factor cultural integrador por excelencia.

Aunque no conocieras el idioma, tienes una herencia cultural que te ha llegado a través de tu familia, de la que aun siendo incluso totalmente inconsciente no podrías renegar. Me refiero a cosas sencillas, pero que estarán ahi, formando parte de tu bagaje cultural personal sin saberlo, como podría ser por ejemplo (me lo invento) la receta de las galletas de gengibre de la abuela.

Sin embargo el idioma es el factor cultural nº1 a la hora de poder sentirse efectívamente integrado en una sociedad.

Sin el idioma no hay comunicación y sin comunicación no puedes participar en una sociedad (al menos, al mismo nivel que los demás). Tienes - tenemos - la obligación moral de manejarlo con un mínimo de soltura.

Aunque... no es lo mismo estar integrado funcionalmente que emocionalmente.

En mi caso (como sabes tengo doble nacionalidad Español/Francés), por ejemplo, sé que de buenas a primeras me costaría menos esfuerzo integrarme funcionalmente en Londres que en París, porque me defiendo bien con el Inglés y en cambio no hablo prácticamente nada de Francés. Además, he mamado cultura inglesa (más bien, británica) en el colegio desde los seis años, así que no me resulta para nada ajena.

Sin embargo no tengo vínculos familiares - que yo sepa -, en el Reino Unido. En Francia, tengo todavía familia e a la que he tenido la suerte de conocer personalmente, aunque el trato sea absolutamente esporádico.

Mi educación tiene más de inglesa que de francesa (y por supuesto española), sin embargo, hay un no-sé-qué de identidad emocional que hace que me sienta más vinculado con Francia que con Inglaterra. El haber podido visitar la tumba de mis bisabuelos, allí (en le Perthus), puede tener algo que ver con la constatación de esa raíz física que te vincula a una tierra determinada.

El broche de oro a todo este coctel de nacionalidades lo pone la identidad catalana. Es en realidad la más reciente, y es "adquirida" en el sentido de que he tenido que trabajar (ya mayor de edad) para ser capaz de descubrirla, identificarla y restaurarla.

Siempre ha estado ahí, pero era algo así como la identidad cultural "paria" entre las demás, que tenían una presencia mucho más fuerte en mi entorno familiar.

Y digo "broche de oro" porque a pesar de ser "adquirida" no es artificial, sino también heredada: Un día descubrí (en torno a los 12 años) que aquellos familiares franceses con los que a penas podía entenderme con signos, hablaban casi todos el Catalán (un Catalán 'raro'), y fué ver desmoronarse en un instante el muro de la incomunicación: Eran "catalanes del norte" (Montpellier, Sète, Perpignan); compartía con ellos, además de la cultura francesa, la catalana.

Esta es una característica que tu y yo tenemos en común, el tener raíces culturales de distintos países, y realmente creo que los que tenemos la suerte de nacer con una identidad plurinacional HEREDADA (que al nacer con ellas las hemos recibido de forma natural, sin traumas de desarraigo) somos unos auténticos privilegiados.

La identidad cultural no termina en las fronteras de los países, sino que se solapan entre ellas.

Anónimo dijo...

uix, uix, se te está empezando a pegar la "marca de la casa", relatos por entregas.....(jajaja) no es que me moleste pero.....gran hermano se sentirá orgulloso de tí.
Gracias por hacernos tan ameno e interesante tu viaje a London, y eso que solo fueron 4 dias (?) que si llegan a ser mas............
Un besi. See you tomorrow!

foscardo dijo...

4 dias??? Solo fueron 48 horas!!!
Lo que pasa es que yo soy muy explicito jajajajaja.

foscardo dijo...

Sobre lo que comenta Dani (Blego). Que sucede con os sordomudos? Ellos no hablan un idioma habaldo ergo no por ello van a estar vinculados a unas raices. Yo creo que todo esto es más prufundo. Es algo que sale de dentro es como un sentimiento, como estar en casa. Para los que no comparten culturas diferentes es una cosa que no entienden. Tanto allí como aquí me siento de dos lugares a la vez. En casa las tradiciones que más imperaban eran las británicas, sobre todo respecto al tema de los horarios de las comidas, la música, el cine o incluso la lectura. Sin embargo el idioma predominante era el castellano.

Anónimo dijo...

Bueno, la lengua es fundamental para integrarse culturalmente, pero no es suficiente por sí sóla para sentirse de un lugar, es por eso que no creo que pudiera sentirme más "en casa" en Inglaterra que en Francia, a pesar de dominar infinitamente mejor la lengua y algunos aspectos culturales.

Arriba digo que "Mi educación tiene más de inglesa que de francesa (y por supuesto española)", pero no me he explicado bien, por orden, el factor predominante en mi educación formal es español, después el inglés, catalán y francés; sin embargo me siento por igual español, francés y catalán, pero no inglés, porque ni lo soy, ni tengo vínculos familiares allí.

SrNadie dijo...

El idioma solo es una parte de la cultura, importante para la convivencia, pero cuyo valor social esta sobrevalorado por los nacionalismos modernos.

Me explico, la cultura es extremadamente amplia y para mi la parte más importante de ella es la que se refiere a lo cotidiano, a las costumbres y formas de vida diarias,... antiguamente estas costumbres cotidianas eran tan o más importantes para definir el sentimiento "nacional" que el idioma, pero los nacionalismos modernos nacidos en el siglo XIX, de caractar burgues y intelectualoide, consideraron que el idioma era el principal baluarte del sentimiento nacional, eso ocurrió por ejemplo en cataluña donde el catalán había sido durante siglos un idioma plebeyo despreciado por las clases cultas y pudientes... y de la noche a la mañana pasó a ser la repera en bicicleta, y escribir en catalán lo más de lo más, sobretodo para la creme de la creme.

Saber idiomas esta muy bien, es mi mayor deficit personal y lo siento mucho, y para alguien que llega nuevo a un pais ajeno PUEDE ser un factor importante de integración... pero antetodo un idioma es un mecanismo de comunicación, y en la comunicación lo más importante es la actitud, si dos o más personas se quieren entender lo lograrán, sino quieren hacerlo de poco sirve que hablen el mismo idioma. No os engañeis, el idioma como principal indicador nacional es antetodo un arma política interesada, muy utilizada para la exclusión social... esa es la verdad, un idioma no te integra, pero puede excluirte, y eso es muy triste.

Afortunadamente para sentirte ingles, frances, español, catalán o apache chiricaua lo más importante no es ser filologo diplomado en tal o cual idioma, sino sentirte a gusto en un lugar concreto, en un ambiente concreto y con unas costumbres cotidianas concretas... O sea en tu más estricta intimidad sentirte "como en casa".


P.D.: ¿Aceptamos Frankfurt como integración social gracias al idioma?