Ahora os cuento el cómo, cuándo y el por qué de los mismos...
A partir de aquí abstenerse de leer este párrafo hasta no haber leído los cuentos. Alla vamos. En el primer relato titulado En la carretera lo que se cuenta tiene algo de autobiográfico. En varias ocasiones he visto lo que los protagonistas ven con sus propios (y aterrados) ojos. El fragmento final de la carrera es un chiste de mal gusto que se nos ocurrió una vez a los ocupantes de un coche tras ver a uno de estos extraños seres detenido en uno de los arcenes de una solitaria carretera. El segundo relato Me ha dicho que nos haría un gran regalo es un pequeño homenaje que le quiero hacer a los episodios clásicos de Twilight Zone. La curiosidad infantil, su afán por saltarse las reglas y el egoísmo han sido para mi un gran pozo de inspiración. En el ultimo relato llamado Hasta la última gota (uno de mis preferidos) he vuelto al clasico horror de la Hammer y al poderoso mundo de los seres de la noche. También, en cierto momento de la narración, hago un muy diminuto guiño a Poe o incluso a Stephen Kingcon el uso del Doppelgänger, un tema que siempre me ha fascinado.
Espero que os gusten.
Quisiera dedicarselos a todas las incansables redactoras de "Lo que me sale del Bolo"
En la carretera
Audrey se despertó, no fue por un frenazo o por nada inusual. Había sido de forma natural. La oscuridad reinaba por doquier. Miró el reloj del salpicadero. Había estado durmiendo por lo menos dos horas. Johnny conducía a su lado, con la mirada fija en la carretera. Parecía algo preocupado. El coche apestaba a tabaco, en realidad estaba lleno de humo y el cenicero era un auténtico cementerio de colillas humeantes o aplastadas. En el coche sonaba música. Tenue. Era un tema de los Dixies Midnight Runners que ella detestaba sobremanera pero que a Johnny le gustaba con locura.
-¡Qué peste a tabaco! ¿Por qué no abres la ventanilla? – le preguntó molesta mientras se ponía recta en la butaca del acompañante y alargaba la mano hacia el elevalunas de su puerta.
-Ni se te ocurra abrir la ventana- le advirtió él con cierta severidad pero con una lentitud pasmosa. No había molestia en sus palabras, es más estas sonaban como atonales semejantes a las de un robot de una de esas películas antiguas de ciencia ficción.
-¿Y por qué no iba a abrir la ventana?
- Por eso… - Le comentó él señalando con un dedo hacia el exterior.
Afuera, en la oscuridad de la campiña, había cientos de siluetas. Todas oscuras, más negras que la noche. Algunas se movían, otras estaban de pie al borde de la carretera o sentadas, solitarias sobre los montículos que adornaban el paisaje; todos parecían como extraños espectadores de un Rally. Un Rally fantasmal. Había figuras de todos los tamaños y formas. A Audrey le parecieron como personas pero carecían de rasgos, o por lo menos eso asemejaba a simple vista. La oscuridad no dejaba a ver mucho más.
- Si abres la ventana podrás oírles gemir, reír o cuchichear entre ellos.– Contestó Johnny. Esta vez su voz sonaba trémula. - Eso es mucho peor que verlos. Te lo juro Addy, es algo muy desagradable… muy, muy desagradable. – Repitió. Hubo una leve pausa luego añadió: - ¿Sabes? Hace un rato pude ver a uno de ellos persiguiéndonos. Lo vi a través del retrovisor. Le vi incluso los pies, o lo que fuese eso que arrastraba. Corría como a cámara lenta pero a la misma velocidad que el coche. Muy extraño ¿No? Al final tuve que acelerar porque casi nos alcanza. Juraría que tenía rostro, pero no estoy seguro. – Entonces la miró a ella con los ojos desencajados y dijo: - Juraría que me estaba sonriendo…
- ¡Joder Johnny! ¿Y quién demonios son?
- No lo sé. Son muchos. Llevan acompañándonos desde hace hora y media.
Me ha dicho que nos hará un gran regalo…
-¡David! ¡David! Quiero que veas algo. ¡Es una pasada!
El pequeño David miró a su hermano desde el suelo del parque. No le gustaba que lo molestase cuando estaba construyendo una carretera para su circuito de coches Hot Wheels que lucían todos ellos aparcados en el suelo, bien alineados, como esperando impasibles a que comenzase la carrera.
- Sea lo que sea no me interesa. - Sentenció a su hermano pequeño.
-Va venga, si te va a gustar. A mí me ha impresionado. Además tiene muchas ganas de conocerte…
Aquellas últimas palabras le llamaron mucho la atención. David sabía de antemano que ni él ni Daniel, su hermano, tenían que hablar nunca con extraños. Su madre se lo había dejado muy claro y por lo que parecía el estúpido de Daniel se había saltado la norma olímpicamente. Si éste había entablado conversación con algún desconocido seguro que esa noche se las iba a cargar por todo lo grande. Pero la curiosidad y sobre todo el ego era mucho más poderoso que las duras advertencias de su madre. Ella no le gustaba que perdiese el tiempo fabricando carreteras para sus coches ni inventando autopistas con los libros de la casa.0
- ¿Quién quiere conocerme?
- El duende, el duende del puente. Me ha dicho que te ha estado mirando mucho rato y que eres un niño muy habilidoso y que seguro que podrías ayudarle.
- ¿Ayudarle? ¿En qué?
- No sé, dice que no puede abrir la puerta que conduce a su madriguera.
-¡Anda ya! ¡Me estas tomando el pelo! Los duendes no existen. Oye, ¿No te habrá ofrecido caramelos… o juguetes?
- Aun no. – Contestó rápidamente Daniel. - Me ha dicho que si le ayudas nos podrá dar a cada uno el regalo que deseemos. – Los ojos del Daniel estaban llenos de luces. Estaba entre excitado e ilusionado.
- ¿El qué deseemos?
Su hermano asintió. De repente se imaginó con la mayor colección de coches de Hot Wheels que jamás pudiera imaginar, hasta habría coches que aun no se habrían inventado. Los otros niños seguro que se morirían de envidia. Aunque… también estaría bien pedirle al duende una mini excavadora para que le ayudase a hacer más rápido las carreteras… o igual una grúa con volquete para hacer puentes… o… No, no podía. Su madre no se lo permitiría, enseguida que lo viese en casa aparecer con tantos juguetes se preguntaría quién demonios se los había regalado. Además se llevaría una buena reprimenda por no haberle obedecido y haber hablado con extraños, aunque se tratase de un duende en apuros y haber sido buen chico por haberle ayudado.
- No, no pienso ayudarle. Que se las apañe él sólo.
-¡Pero David!
- ¡Déjame en paz!
- ¡Eres un rajado! Sabía que no me ibas a ayudar. Bueno tu mismo. Pero luego no llores si me ves llegar con un montón de juguetes.
Aquello fue la gota que colmó el vaso. David se levantó y le dijo a su hermano que se quedase allí, vigilando sus coches. Daniel no vaciló. Se sentó en el suelo y comenzó a construir una nueva carretera sobre la que había construido su hermano.
- ¡Oye! ¡No se te ocurra tocar nada hasta que yo vuelva! Sólo limítate a vigilar que nadie se lleve ni uno de los coches de mi colección. ¿Entendido?
- Pero…
David miró a su hermano pequeño de forma amenazante. Esté bajó la mirada y dejó de construir más carretera.
- De acuerdo.
- Y ¿Dónde has dicho que se encuentra el duende?
-Allí bajo en el puente del estanque artificial. – Apuntó Daniel mientras le señalaba el lugar a su hermano con un leve gesto con la cabeza.
Nada más comenzar a caminar David ya se había arrepentido de hacerle caso a ese renacuajo. Pero la idea de conocer a un duende y que éste le regalase una bonita (y completa) colección de coches Hot Wheels era mucho más poderosa que el hecho de dejar de lado su momento de ocio. Además no todos los días se podía ayudar a abrir una puerta a un ser aparentemente imaginario. En esos instantes le pasó por su cabeza que tal vez se trataba de una broma, o de un vagabundo que quería raptarlo. Esa última idea la descartó. ¿Para qué iba a llevárseme a mi si mejor podía haberse llevado al imbécil de mi hermano?...
Se acercó al puente. No había nadie. Ni otros niños, ni adultos, ni el supuesto duende. Sólo estaba él y el molesto sol de verano. De repente escuchó un ruido, como un gorgoreo pero con eco. Surgía detrás debajo del puente. David supuso que era el duende que le estaba esperando.
-¿Hola?
Otra vez el sonido. Esta vez sonaba lastimero. David se acercó, lentamente. Tenía miedo. Menos mal que su hermano no se encontraba allí sino habría tenido que haberlo reconocido. Echó un vistazo donde se encontraba su hermano. Daniel se encontraba de espaldas a él. No podía ver bien lo que hacía pero más le valía que no estuviese destruyendo su carretera, sino se las iba a cargar. Se sentía como un tonto. Sólo faltaba que aquello fuese una broma estúpida de su hermano o de una patraña para poder jugar un rato con sus Hot Wheels.
Apoyó la mano sobre la baranda de piedra.
- ¿Señor duende está usted ahí?- David se aproximó a la parte baja del puente. Pese al miedo ahora sentía curiosidad por ver quién o qué había producido esos extraños ruidos.
-¿Hola?
El tintineo de unos cascabeles le hizo respingar. Había alguien allí debajo. Sin duda alguna. Asomó la cabeza por el debajo del arco del puente, lentamente. De repente sus ojos se abrieron como platos. Frente a él, junto a la boca de una especie de alcantarillado, sobre la pared anterior del puente, se encontraba un personaje insólito. Parecía un duende semejante al de los cuentos que le contaba su madre antes de irse a la cama. Era la mitad de pequeño en tamaño que su hermano. Vestía un traje como de bufón de terciopelo verde y rojo de estilo medieval. Sobre su cabeza había un gorro acabado en cuatro puntas. De cada una de ellas colgaba un cascabel. También tenía cascabeles en las botas y en las mangas de su chaqueta. El ser no se asustó al ver a David. Todo lo contrario. Le estaba esperando tal y como le había indicado su hermano. El ser hizo un ademán a forma de saludo, como haciéndole la reverencia. Luego le sonrió. Era bastante feúcho, de rasgos afilados, poseía orejas de punta, una larga y gruesa nariz donde asomaban unos densos pelos negros de ambos agujeros. Su boca era ancha de labios grotescos. Sus ojos eran dos finas grietas. Sobre ellos dos tupidas cejas negras. Se acercó a David como preocupado. A base de gestos le indicó que no podía abrir lo que él suponía la entrada de su madriguera. David miró donde le señalaba. Había una puerta vieja, enrejada que le impedía acceder a su interior. Se acercó a ella, se acuclilló y tiró fuertemente. La puerta no cedió. Era extraño no había candado ni cerradura alguna. Lo volvió a intentar. Mientras lo hacía escuchaba al duende respirar dificultosamente a su derecha. Estaba muy nervioso.
-Está oxidada.- Le comentó. El duende no le dijo nada. Sólo le miraba el orificio con mucha ansia. -Déjame que intente hacer fuerza con la piernas.
David se sentó en el suelo. Colocó las piernas sobre la pared y agarró de nuevo las rejas de la puerta. Tiró con fuerzas. Con todas sus fuerzas. Al final la puerta emitió un sonido estridente y se abrió. David soltó la puerta y dio una voltereta sobre sí mismo. La punta de su pelo se remojó con el agua del río artificial. Se quedó durante un par de segundos sentado con sus manos agarrando a la nada. Luego comenzó a reír. El duende lo miró. No sonreía. Es más lo ignoraba y ya había entrando en su madriguera.
-¡Eh tu!- exclamó David poniéndose de pie. – ¡Me prometiste un regalo!
El duende desapareció.
David enfurecido se levantó al principio pensó en cerrar la puerta y dejar al duende dentro para siempre. Se merecía que lo encerrasen de por vida, o hasta que encontrase a otro incauto como él que le ayudase a cambio de nada. Pero era tal su rabia que no se lo pensó más y se adentró corriendo agazapado en la madriguera.
Las paredes eran de piedra durante los primeros diez metros, luego la oscuridad se apoderó de todo y de repente se convirtieron en piedra y tierra. Vio varias raíces asomarse por el techo. Alguna se le enganchó en la cabeza y cuello haciéndole daño. Había algo de luz pero cada vez ésta ida disminuyendo en intensidad. David no tenía miedo a la oscuridad y menos a un duende tan pequeño y escuchimizado como aquel. “Si no cumple con su palabra le voy a dar su merecido...y a Daniel también.” Añadió en sus pensamientos. Mientras caminaba podía oír el sonido de los cascabeles a pocos metros de él.”Si, en cuanto pille a ese ladrón se va a enterar muy bien de quién soy yo...”
Avanzó un par de metros y de súbito perdió el equilibrio. Se precipitó dolorosamente por lo que supuso era una rampa. Se golpeó la cabeza contra algo duro que había en el suelo. Le dolía la cabeza, las rodillas y el brazo derecho. Además varias lágrimas habían comenzado a brotar de sus parpados. El miedo y el dolor habían venido cogidos de la mano para hacerle una visita. Con las manos palpó el terreno. Sus dedos se toparon con algo alargado, en forma de bastón. Estaba sucio y pegajoso. No veía nada. Solo notaba que el suelo estaba como húmedo y olía mal. Alargó la mano hasta palpar algo diferente. Era como una piedra pero tenía varios agujeros. Había más piedras como esa por todos lados. David la tomó entre sus manos y la acarició para ver de qué se trataba. De repente soltó un chillido. No hacía falta darse cuenta darse cuenta que tenia agarrado un cráneo humano, y por su tamaño aquello debería ser el de un niño. De repente la sala comenzó a iluminarse. El duende apareció en lo alto de la rampa. Blandía una cuerda y un puñal. No estaba sólo. Había una docena de duendes más con él. Algunos de ellos portaban antorchas. Se abalanzaron sobre David que no para de chillar aterrado. Dos de ellos le atraparon. Le golpearon en la cabeza con un garrote. Lo arrastraron por las piernas hasta el fondo opuesto de la gruta donde se encontraban. David estaba medio aturdido pero aun chillaba. Desde la perspectiva del suelo vio que la sala estaba llena de esqueletos. Aquello era un almacén de esqueletos, o una despensa, o un templo ya que había incluso huesos incrustados sobre la tierra adornando las paredes y techo. Los duendes comenzaron a alzarlo, boca abajo. El duende que le pidió ayuda se acercó y de un solo tajo le cortó el gaznate como si fuese un cerdo el día de la matanza, luego, mientras se desangraba le quitaron las ropas y lo fueron despellejando lentamente sobre un barreño que se iba llenando de sangre y jirones de piel.
Daniel se dirigió lentamente al puente. Tenía muchas ganas de recibir su regalo. Cuando llegó el duende ya le estaba esperando. Le sonreía, maliciosamente. Daniel le correspondió. El duende asintió y de un simple gesto chascó dos dedos . De repente todo se hizo borroso alrededor de Daniel. Incluso hubo de apoyarse en la pared porque se mareó. Tardó un poco en recuperar el equilibrio pero enseguida tuvo la impresión de el duende había cumplido con su palabra y ya le había entregado su regalo.
-¡Daniel! ¡Daniel! ¿Dónde te has metido? – escuchó a su espalda.
Era la voz de su madre. Daniel comenzó a correr hacia donde estaban los cochecitos de Hot Wheels. Su madre le esperaba impaciente.
-¿Dónde estabas? Cuantas veces te tengo dicho que no te alejes por tu cuenta. Además has dejado tus coches solos y cualquier niño te los podría robar.
- Lo siento mami.
-Más lo sentiría yo si te perdiese… Por cierto bonita carretera has construido hoy. Un día de estos serás un gran ingeniero.
- Gracias mami.
-Anda, recoge tus juguetes. Es hora de irse a casa.
Recogió todos los Hot Wheels y los metió en la caja de madera donde se encontraba inscrito sus nombre.
Antes de partir echó una mirada al puente. Por un momento le pareció ver de nuevo al duende hablar con otro niño que se había acercado a curiosear. Daniel sonrió y corrió hacia su madre. Le tomó la mano. Había jugado mucho aquella tarde y comenzaba a tener mucha hambre.
Hasta la última gota
-¿Cómo me ha dicho que se llama?
-Catriona, señora. Catriona Dunn.
-Muy bien Catriona. Veo que ya no me hace falta otras buena referencias para que consigas este puesto. – Contestó la dama mirando los voluptuosos pechos de aquella mujer robusta y regordeta.
-Gracias, señora.- Contestó ella ruborizándose un poco. – He amamantado a varias docenas de niños, a parte de los propios. Mi madre también era muy productiva. Podía dar de mamar hasta bien pasados los cincuenta. – acabó la frase con una sonrisa y una caída de ojos. Se sentía un poco avergonzada por lo que acababa de decir.
-Curioso…- apuntó la mujer.- Hay quien goza de suerte y quien no… como yo. Veras Catriona, estoy seca. No doy ni una gota de leche. Mis pechos se niegan a producir. Ni un mísero calostro. Parece ser que el señor no se acordó de mí el día que fabricó mis senos. Soy árida como un desierto.
Catriona volvió a ruborizarse, le resultaba curioso (y a la vez chocante), que una, Duquesa para ser más concretos tan fina y tan educada como aquella le hablase con tanta libertad de sus mamas. Pero ya lo decía muchas veces su madre: “Cuando uno tiene clase puede permitirse el lujo de descender con dignidad a donde se encuentra el populacho.” Y sí, sin duda alguna aquella mujer tenía mucha clase.
- ¿Está usted dando ahora de mamar a alguna otras criaturas?- Preguntó la duquesa con cierto interés.
- No señora. Bueno, hasta hace muy poco… - Su semblante se puso triste. – ..a mi hijo pero murió hace un par de semanas… tras una noche de fría helada.
- Vaya, lo siento mucho.
-Gracias señora. Ha sido un duro golpe pero en casa ya lo vamos superando…
La duquesa se levantó de su butaca y se acercó hacia ella. Caminó todos los pasos que las separaban con las manos cruzadas, reposadas delicadamente sobre su zona pélvica. Sus chorreras de encaje le daban aun más aire de distinción. Catriona pudo admirar mejor el vestido que portaba. La falta de luz de ambiente no le había permitido admirarlo en todo su esplendor. Era una pieza muy elaborada, de varias capas que lo hacían parecer muy ancho. Era un ropaje sencillo para la distinción de aquella mujer pero solemne, todo él era de un intenso color escarlata adornado con puntillas en hilo blanco. Parecía algo pesado pero tal y como lo portaba aquella hermosa mujer lo hacía parecer muy volátil.
-Me agradas Catriona. Mucho. – Sentenció la mujer con una tenue sonrisa mientras le apoyaba una mano en uno de sus hombros. – Desearía mucho que me ayudases a criar a mi hijo. El pobre no acepta mis pechos, ni siquiera la leche de biberón. Supongo que el contacto de la tetina de cristal no le debe motivar o igual le repugna. Estoy muy preocupada Catriona. El pobre se está quedando en los huesos y temo que en cualquier otro momento se vaya a morir. Además llora mucho porque tiene tanta hambre…
- No se preocupe señora. Conseguiré sacarlo adelante. Confíe en mi.
- Gracias Catriona pongo toda mi fe en ti.
La duquesa dio un par de palmadas y la gran puerta del salón se abrió de repente. Apareció tras ella un hombre muy mayor con aspecto de mayordomo o lacayo. También vestía de forma elegante, todo él muy lustroso.
-Angus, Catriona se queda con nosotros. Haz el favor de llevar el equipaje a sus aposentos, creo que se encontrará muy cómoda en la habitación azul, la situada en el ala oeste. Asegúrate de ello y también de que descanse y cene bien antes de darle el pecho al pequeño Alastair. ¡Ah! y paga al cochero que la ha traído hasta aquí. Dile que ya no necesitamos sus servicios.
Angus asintió y tomó en una de sus huesudas manos la voluminosa bolsa de tela algo raída que había traído Catriona.
- Bien querida, sube tras él y ponte cómoda, aséate y luego cena todo lo que quieras. Dentro de un par de horas podrás ver a mi pequeño y tratar de darle de comer.
-Gracias señora. No se arrepentirá. – contestó entusiasmada. - No se arrepentirá en absoluto de haberme escogido como ama de cría.
-Estoy completamente segura de que no me arrepentiré. – Contestó con firmeza la mujer. De nuevo su boca perfiló una media sonrisa fría y extraña.
Nada más cerrarse la puerta de su habitación Catriona se sentó sobre la cama. Era mullida y confortable y apetecía mucho echarse un buen rato sobre ella. Pero tenía cosas que hacer y un de ellas era deshacer su equipaje. Abrió la bolsa y buscó con cierta ansia en su interior. Tardó un poco pero cuando lo hizo extrajo una pequeña caja de madera. Catriona la abrió y de repente sus ojos se llenaron de lágrimas. Dentro de la caja había una especie de retrato, burdo pintado con colores toscos, opacos. Era la imagen de un recién nacido de cara risueña. Catriona se lo llevó rápidamente al pecho y comenzó a sollozar con fuerza. Así se pasó cinco largos minutos hasta que ya no consiguió extraer más lágrimas de sus ojos. Entonces se puso en pie, besó con amor la imagen y la colocó sobre la mesita de noche junto a la cama. Retiró el equipaje y lo guardó sobre una bella cómoda de madera tallada situada junto a una puerta. Allí guardó todas sus cosas. La habitación que le habían asignado era más grande que la casa en donde vivía con su Dougal y sus hijos. Se acercó hacia uno de los ventanales que daban al exterior. La noche lo cubría todo y las estrellas pintaban como pequeñas luces amarillas sobre el cielo. También habían luces abajo y a lo lejos, “Las de Dufftown o de algún pueblo cercano…” Imaginó. Mientras el opaco paisaje se confundía con su propio reflejo a través de los cristales de la ventana trató de recrear como serían las vistas por la mañana. “Sí, tendrían que ser impresionantes.” Se dijo. Pese a la altitud de los techos no hacía nada de frío en aquella estancia. La habitación disponía de su propia chimenea y además estaba bien amueblada, más de lo que ella podía imaginar. Tenía hasta su propia butaca y una alfombra de lana de varias pulgadas de grosor. Y no sólo eso. ¡Acababa de descubrir un cuarto de baño para ella sola! Se acercó a la bañera. Colocó el tapón de corcho en el desagüe y comenzó a llenarla de agua, templada al principio para luego pasar a caliente. Pese a la terrible pena que ella sentía aun tuvo un instante de sentirse emocionada ante semejante lujo. No se lo pensó dos veces. Se desnudó y metió un pié en el agua, luego el otro y luego sumergió su cuerpo de cintura para abajo. Arrojó agua a su rostro, espalda y pecho. Tomó una pastilla de jabón y comenzó a frotarla sobre su cuerpo. Tuvo especial cuidado de aplicarse mucha espuma en los pezones. No quería que el pequeño Alastair notase sabor a jabón en su boca. Se soltó el cabello y un cabellera rojiza se desplegó por su espalda a modo de extraña cascada. Se mojó la cabeza y se relajó apoyando la nuca sobre la base de la bañera y cerrando los ojos durante unos instantes. Mientras, de su boca comenzó a sonar una dulce canción parecida a una nana. Mientras lo hacía volvió a llorar.
Cuando bajó al salón contiguo a la cocina no pudo creerse lo que veía. Los responsables de los fogones, que no estaban a la vista habían preparado todo tipo de manjares. Había Roast Beef, Budín de calabaza, puré de castañas, gelatinas de todos los colores y formas, incluso una que tenía guisantes y verduras flotando pero estáticas en su interior y todo tipo de panes recién cocidos; también había un pavo gigantesco relleno de pasas y otras frutas y una docena de salsas todas vertidas en delicadas terrinas. Al lado de la mesa había una bandeja con ruedas con todo tipo de dulces y pasteles.
-¿Eso es todo para mí?
-Si señora. – Contestó Angus sin mostrar ni una mínima expresión.- Es el deseo de la Duquesa que usted esté bien alimentada.
Catriona casi tuvo que contener de nuevo las lagrimas. No es que ella y su parientes hubiesen pasado mucha hambre en la vida. Su propio sobrepeso así lo confirmaba. Su padre tenía una granja en el norte y nunca habían faltado buenos alimentos sobre la mesa, ni para ella ni para sus doce hermanos. A parte, su madre era muy buena cocinera, hacía los mejores huevos escoceses de todo el país y no digamos de su famoso pastel de ruibarbo... Pero por supuesto nunca había visto nada tan bien presentado o tan bien elaborado como todos aquellos manjares. Por un momento dejó de lado la gula y volvió a acordarse a su familia, concretamente a su Dougal y sus siete… seis hijos. La tristeza volvió a invadirla pero solo por un instante. Enseguida se preguntó qué cara habrían puesto todos ellos al ver semejante banquete.
Catriona se sentó en una cómoda butaca y comió, hasta hartase. Estaba todo tan delicioso que pensó en comentarle a Angus si podía guardarle todo aquello para hacérselo llegar a los suyos. Pero Angus no volvió a aparecer más.
El reloj de la cocina hizo sonar sus campanadas anunciando que ya eran más de las once de la noche. De repente sonó la campanilla, justo encima de su cabeza. Catriona se levantó sin saber muy bien qué hacer. Se dirigió a la cocina en busca de ayuda. Cuando entró en la sala de los fogones se encontró con una doncella. Era muy delgada de tez pálida y ojos acuosos. Catriona le sonrió. La muchacha no le correspondió.
-La duquesa le está esperando en el salón. Si quiere acompañarme…
-¡Oh¡ Si, gracias.
Catriona y la joven lacónica subieron las escaleras de servicio. Ninguna de las dos decía nada. Caminaron por un pasillo largo que venía de la cocina y conducía a las otras estancias principales de la casa. Todo estaba decorado con tonos bermellones. Varios cuadros y lámparas de gas se apoyaban de sus paredes.
- Aquí es. – Le anunció la joven señalándole una puerta.
- Gracias. Es usted muy amable – Contestó Catriona. Pero no recibió respuesta alguna.
Golpeó suavemente con el puño la puerta de madera. Escuchó un “Adelante” y entró en su interior.
La sala donde se encontraba la duquesa era más pequeña que donde la había recibido. No por ello era menos ostentosa. Grandes cortinajes de terciopelo y seda. Cuadros con retratos de posibles antepasados y alguno de motivos de caza. Un par de escudos sobre la chimenea de piedra. Una cabeza de ciervo con los ojos como alucinados y unos poderosa cornamenta que proyectaba sobre el techo una sobra medio espectral. A la altura del suelo había una alfombra de oso unas butacas orejeras y un par de mesitas. Lo demás eran varias estanterías repletas de libros perfectamente ordenados y varias figuras de cerámica delicada. La duquesa no estaba sola. Junto a ella se encontraba un elegante hombre de aspecto alargado, delgado como un palo. Su cara estaba adornada de un enorme y elaborado mostacho, oscuro como un tizón. Más arriba, sobre su ojo derecho, reposaba un monóculo.
-Catriona, te presento a mi esposo, el Duque de Lismore.
-Encantada señor.
El duque le respondió con un simple gesto, moviendo levemente la cabeza.
- Dejémonos de cortesías. Ya es hora de que al pequeño Alastair le des su primera toma.
La duquesa le ofreció asiento, junto a la chimenea. Ella obedeció. Entonces dio dos palmadas y la puerta principal de la sala se abrió. De ella apareció una mujer muy anciana, vestida toda de negro y de cabellos recogidos con un moño y una tez blanca como la leche. Portaba un pequeño bulto envuelto en delicadas telas entre sus manos. La mujer se lo entregó a la duquesa y ésta se acercó a Catriona.
-Aquí tienes al pequeño Alastair, heredero de la casa Rusbridge.
Catriona destapó la tela del rostro del pequeño. Sobre sus brazos se encontraba el bebe más hermoso que jamás había visto, incluso tan hermoso como su pequeño Finlay, su pequeño ángel que había fallecido hacia solo un par de semanas atrás mientras dormía en su cuna. El pequeño la miró con unos ojos negros e intensos como el azabache. Se veía enfermo, con mucha hambre, su rostro era tan pálido como la anciana que lo había portado, más incluso que la joven doncella que la había acompañado a aquella sala. El rostro de aquel niño era muy perfilado, se le notaban los huesos de los pómulos y su piel era como áspera y carente de vida. Catriona sintió pena por él. Mucha. En el fondo le recordaba tanto a su pequeño Finlay…
-Acércatelo a ver si hay suerte y puede tomar algo. – Le invitó la duquesa.
Obedeció de nuevo. Se desabrochó la camisola que llevaba puesta y extrajo de su interior un descomunal y pecoso pecho. Limpió el pezón y lo arrimó con cuidado a la boca del niño. Este lo rechazó. Catriona insistió y volvió a rechazarlo, es más se puso a llorar. Los Duquesas la miraron con cierta preocupación. Aquello no la amedrentó en absoluto. Tenía demasiada experiencia con bebes difíciles. Insistió una tercera vez y tras dos amagos de rechazo Alastair se agarró al pezón con gran voracidad. Entonces todos en la sala sonrieron.
- ¿Lo ve señora? No hay que preocuparse. – Comentó Catriona con una gran sonrisa. – Todo está arreglado.
-Ni que lo digas querida.- Respondió la mujer sonriendo de nuevo con media boca. Se acercó a su hijo y acariciándolo en la cabeza le dijo: - Ahora sáciate mi bello Alastair. Bebe, aliméntate no dejes ni una sola gota. Lo necesitas.
Entonces Catriona notó una pequeña punzada en la aureola del pezón. Fue peor que la picadura de un tábano o la mordedura de un ratón. Su vista se nubló por un instante, parpadeó y comenzó a marearse. Bajó la mirada y contempló al pequeño. De repente le pareció como los ojos oscuros del bebé se habían vuelto de un intenso amarillo. Fue un lapsus de un segundo pero el suficiente como para que se sintiese aterrada. Como acto reflejo trató de desprender al pequeño de su pecho pero le fue imposible. Es más hacerlo le producía muchísimo dolor.
- No, no, no, no, no… – Musitó la duquesa. - Aun no ha comenzado. Debemos ser complacientes ¿No crees?. El pobre está muy hambriento.
El mareo se convirtió en vértigo y luego en debilidad. Catriona se recostó un instante sobre la butaca, curiosamente sin soltar en ningún momento al pequeño. Por un momento se auto convenció que se sentía muy mal por haber comido algo en mal estado…
- Señora… yo… no…
- ¡Shhhh! Tranquila lo estás haciendo muy bien. – Le animó la duquesa pasándole su fría mano por la frente.
Catriona miró de nuevo al pequeño. Su mente de nuevo le jugaba malas pasadas. A veces tenía entre sus brazos al pequeño Alastair, segundos más tarde era el pequeño Finlay quien estaba amamantándose otras veces era una especie de criatura demoníaca con dos incisivos alargados clavados sobre su carne, unas manos de dedos ganchudos y uñas afiladas que amasaban y apretaban su pecho con una desagradable lascivia. Y ese ruido que hacía… Trató de levantarse de nuevo pero ya no podía. Esta vez las piernas le fallaban. Lo que sí pudo fue llorar. Llorar sobre todo de miedo y tristeza y con el presentimiento constante de que ya no iba a poder ver más a su marido ni a ninguno de sus hijos. La duquesa se acercó a ella y de un tirón le sacó a su hijo del pecho. El dolor que sintió Catriona fue tremendo y casi perdió el conocimiento. Sintió algo cálido y acuoso que se escapaba por debajo de su falda descendiendo por sus piernas y depositándose en el suelo. Se estaba orinando encima. Sintió mucha vergüenza. La duquesa acercó al neonato al otro pecho. Ya se había saciado suficiente de uno y lo había dejado vacio, tan seco como un trozo de piel rugosa y muerta. De nuevo el dolor. Los llantos de la pobre Catriona hicieron presencia en toda la sala. Alastair comenzó a succionar. Docenas de burbujas de sangre y leche se asomaban por la comisura de sus labios. Poco a poco había recobrando su aspecto saludable todo lo contrario a su ama de cría que iba perdiendo color, salud y tersura. Su piel se iba arrugando, su cuerpo se estaba deshinchando por momentos creando una especie de extraña y grotesca muñeca de carne seca.
-Fin…lay… - gimoteó Catriona. – Doooou… gaal.. a…yuda..me. - Su voz era como un estertor ronco como el que hacía el desagüe cuando se colapsaba de agua sucia. Aun había lagrimas en sus ojos.
-Tranquila – alentó la duquesa a aquella especie de guiñapo que sostenía a su retoño. – Pronto habrá terminado todo.
Y así fue. Una vez saciado, el pequeño Alastair se desprendió del pecho y se quedó reposando sobre el regazo de aquella especie de grotesca momia que antes había sido la pobre Catriona. La duquesa dio un par de palmadas y de nuevo apareció la mujer vestida de negro que tomó al niño en brazos y lo hizo desaparecer tras el marco de la puerta.
- Ahora sólo queda por hacer una cosa.
La duquesa esperó, paciente, detrás de la butaca y mirando el cuerpo momificado del ama de cría casi como por encima del hombro. No hizo falta mucho tiempo de espera. De repente Catriona abrió los ojos, amarillos e intensos como los de una pantera, su boca se estiró en un rictus ofreciendo una horrible mueca y mostrando unos incisivos puntiagudos, afilados como dos cuchillas. De su garganta se escuchó una especie de chillido animal desgarrador. Aquel ser trató de ponerse en pie de forma violenta.
-Lo siento querida no hay suficiente sitio para todos.- Anunció la duquesa. Alzó una espada y de un rápido movimiento le corto de un tajo la cabeza. Esta rodó por el suelo hasta chocar contra la pared de piedra. El chillido se trasformó en aullido y luego en vahído; por último la nada.
El duque se acercó a ella. Le mostró su brazo y la duquesa colocó su mano por debajo. Ambos se dirigieron hacia la puerta. La cena esperaba en algún lugar de Escocia. Había que dar las condolencias a un pobre marido y seis niños que acababan de perder en muy poco tiempo a otro ser querido y en extraordinarias circunstancias.
2 comentarios:
Hola amigo ,,,,,
el cuento segurito que no lo leoo,,lo de gallina yo ..como que no lo sueltoo...
CUando lei lo de tu hermana,,,,
esque es tan dificil juzgar,,tan dificil estar en la mente de alguien,,,se lo que es esoo,,siiii,,,me salio mal y no tuve el valor de reintentarlo..siii
seguia lo de gallinaa,,,
pero es dificil juzgar a nadie cuando lo hace ,,o lo intenta,,,
no suelo hacerlo ,,,que va,,,a nadie..,,
pero si me doy cuenta cada vez,,que eres una persona ,,no solamente geniall, sino excelente,,esos niños,,son un encanto ,,en los videos de las vacaciones,,se ven felices,,se ve el animo que le pones,,
se ve que eres excelente,,,padre..
siiii,,,estoy segura que muchoss
uffff tantos,,,ni soñando son ni la mitad que tu con ellos...
y tu hermana,,,como me gustaria saber que este mejor,,porlo menos quiere a alguien,,a algo,,,
se arregla,,,eso esta bien,,,
un abrazo fuertee,,enormeee,,,
siempre gracias,,,
tengo el cuentico,,ahiii
en el corazòn y a ustedes,,siempre los recuerdoo,,,,
Mucho animo para tu hermana,espero que esté mejor y que los niños lo vayan superando,tambien me alegro de que te vaya saliendo trabajo,Los cuentos..uffff, me han sabido a poco, los he disfrutado un monton,muchos besos de corazon
ion-laos
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