viernes, junio 20, 2008

Hipergrafía.

Tenía tan solo cuatro años cuando su padre le regaló su primer lápiz. Nada más ponerlo en su mano se sentó en su taburete y se puso a escribir. Sin parar. Sin descanso. Al principio le costaba horrores pero luchaba con todas sus fuerzas para darle forma a las letras y a que estas, a medida que iban apareciendo sobre la superficie blanca del papel, creasen palabras. Sus padres lo miraban con devoción. El niño tenía talento. Tenía madera de escritor. No paraban de repetirselo. Nunca les dejaba ver lo que escribía. Es más, lo hacía en soledad, sin descanso. Rellenaba libretas, diarios y pequeñas encuadernaciones que le fabricaban sus padres y las colocaba ordenadas cronológicamente en una estantería sobre su escritorio lleno de gomas de borrar, más lápices y docenas de sacapuntas. Era insaciable su sed por escribir.
A los siete años su padre le regaló su primer bolígrafo. Le costó acostumbrarse a él ya que cuando se equivocaba, o algo no le gustaba, tenía no podía borrarlo ya que las gomas de tinta sólo hacía que ensuciar el papel. Las odiaba y no permitió que ninguna entrase a formar parte de su escritorio. Prefería rescribir el texto en una hoja aparte y pegarla con delicadeza sobre el texto equivocado.

Pasaron los años y su afán de escribir continuaba sin haber descendido ni un ápice. Descansaba cada vez menos. Apenas comía y si lo hacía no soltaba para nada el bolígrafo. De esta forma no perdía el ritmo. Le daban ataques de rabia cada vez que tenía que atender la escuela, comer, ir a baño o dormir. Según él: “Perdía demasiado el tiempo”. Le costó pero consiguió dosificar las horas de sueño al mínimo para estar así cada día más concentrado en sus escritos. Un día su padre le regaló una computadora. Tenía procesador de texto. Aquello fue la revolución. Podría escribir con mayor celeridad, sin tener que tachonar y sin borrar ni sobrescribir nada. Aquello fue lo más maravilloso de toda su vida.

Lo más curioso de todo era que a ninguno de sus padres le importaba mucho que su pequeño genio llevase una vida aislada, siempre escribiendo, siempre rellenando párrafos con cientos de palabras. Tampoco se habían aventurado mucho a leer lo que él escribía. Siempre había sido muy receloso con mostrar su obra. Ya no tenía amigos, desde que se puso a escribir nunca los tuvo. Es más, los posibles amigos que poseía eran personajes que surgían de su imaginación; algunos decía, eran alter egos suyos que le retaban a escribir mejor e incluso superarles, otros eran verdaderas némesis, feroces como alimañas que disfrutaban hundiéndolo en la miseria.

Pasaron los años. Acabó la etapa escolar y gracias a ella pudo concentrarse más en su pasión por las letras. Apenas salía de sus habitación. Sus padres, orgullosos del talento de su hijo, lo dejaban tranquilo. Les gustaba oírlo teclear sin descanso día y noche. "Un día será un famoso escritor y seguro que nos sacará de la pobreza." Se decían con anhelo.

Cuando él cumplió los dieciocho ya no les dejó entrar en la habitación. Su madre, solía depositar la bandeja de la comida frente a la puerta. Muchas veces era devuelta sin ser tocada o sin apenas haber sido manipulada. Los vecinos comenzaron a quejarse. Llevaban demasiado tiempo soportando el ruido del tecleo y el ensordecedor sonido de la impresora conectada al ordenador. Amenazaron con llamar a la policía si no hacían nada al respecto. Como no querían molestar al genio, decidieron silenciar a los vecinos pagándoles una cantidad de dinero al mes por todas las molestias. Con ello se solucionaron los problemas y su hijo podría seguir escribiendo sin parar encerrado en su habitación.

Cuando se les acabaron los ahorros y se habían vendido la mayoría de muebles y enseres de la casa sus padres se pusieron a trabajar, en largas y agotadoras jornadas, de esta forma subsanaban las molestias causadas por el futuro escritor. "Todo en sacrificio de nuestro pequeño genio". Se decían para auto convencerse.

Primero murió su padre, de un infarto- Lo provocó la acumulación de agotamiento. Él no fue al entierro. No podía. Tenía mucho que escribir "Voy muy atrasado por culpa de malgastar las horas en sueño". Su madre murió dos años más tarde. De una embolia. Falleció sola, tirada sobre el suelo de la cocina junto con la bandeja de comida que había preparado con mucho amor a su hijo antes de irse a trabajar. Nadie se dio cuenta de ello hasta que el cadáver comenzó a apestar. Mientras, en la habitación el sonido del tecleteo no cesaba de oírse una y otra vez. Los Bomberos tuvieron que derribar la puerta. Ni los vecinos, ni los enfermeros, ni la policía habían conseguido que es escuchase el timbre para que les abriera.

Lo encontraron en su habitación. Sentado. Concentrado en la luminiscente pantalla del ordenador. Su pelo era largo, frondoso y raido. Llevaba una larga barba canosa, sucia, como el resto de su escuálido cuerpo. La habitación hedía horrores. La policía y el cuerpo sanitario tuvo que entrar con máscaras. Alguno de ellos vomitó en el pasillo o sufrío desmayos. Le apagaron el ordenador pero él ni se inmutó. Sus dedos seguían escribiendo, sin parar. Le quitaron el teclado y el movimiento compulsivo de los dedos no cesó ni un solo momento. Tardaron en darse cuenta que se había arrancado casi todas las uñas era para evitar que estas le molestasen cuando iban creciendo.

Había apartado la cama y el resto de muebles que ya no le servían para llenarlo todo de columnas de folios. Completamente ordenadas. Había escritos en el suelo, el techo y las paredes. También descubrieron textos sobre su piel, blanca como el papel, cuando consiguieron quitarle toda la mugre que lo envolvía.

Cuando los medios de comunicación le preguntaron a su psicóloga que es lo que él había escrito durante todos estos años dijo: Nada, nada interesante. Al no haber tenido nunca una vida rica en experiencias, algo que le sirviese por lo menos de inspiración, lo único que había escrito entre ese montón de papeles era sólo paja. Kilos... toneladas de simple y pura paja mental.

Dedicado a... bueno sólo yo se a quien está dedicado...

©Richard Archer

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que historia mas fantastica, aunque sea ficcion, como el ser humano puede desjar de cuidarse de otro por el solo hecho de que sera famoso y que esto reportara un beneficio para ellos.
Me hace pensar en los sacrificios que hacemos los padres para los hijos.
Y a veces ellos no nos lo agradecen ya quepiensan que es un abligacion de hacerlo, por eso desde pequeños les debemos hacer ver las cosas.
Yo me he dado cuenta ahora de cuanto no he agradecido a mis padres los sacrificios que hicieron por mi, lo ves cuando tienes hijos, y ahora la relacion con ellos es mejor, mucho mejor.
Hasta pronto
HISTORIA

foscardo dijo...

Es cierto. Muy Kafkiana pero podría ser real. El problema es que los talentos, en el caso que los haya, deben estar controlados y no dejados de la mano de dios. Tambien hay mucho colgado que va de iluminado y la buena fe de otros hace que se lo crea convirtindole en un monstruo, a veces ridiculo o grotesco.