La primera cosa que hice el jueves, sin contar lo que hace uno después de levantarse de la cama, claro está, fue arreglar los asuntos de la libreta de la pensión de mi hermana. Dejé a Miguel en el trabajo y me fui por la autopista hasta Sant Cugat. Cuando uno conduce solo, a pesar de la música que uno esté escuchando no deja de pensar en cosas. Las conversaciones con uno mismo, las preguntas que uno se hace se agolpan y se moldean y se desechan y desaparecen por milésimas de segundo. A veces son estupideces, como escenas desechadas de una película, algunas buenas pero imposibles, otras malas hasta la saciedad. El autoanálisis es divertido hasta cierto punto, pero no hay que abusar de él. No sea que a la larga acabes confundiendo realidad con ficción. La constante en mis comeduras de coco era una sola pregunta. “¿Por qué me había embarcado en esta siniestra cruzada?” los coches y camiones me adelantaban o yo los adelantaba a ellos como lo hacían las misma respuestas. Al final me quedé con una, para mí la más valida. Lo hacía por lo injusto de la situación, y os parecerá curioso porque igual pensáis que tendría que haber antepuesto por encima de todo a mi hermana o incluso a los niños. No, no era así. Claro que me importa mi hermana y sus hijos y mucho, pero lo injusto de la situación en la que se encuentran, y que puede afectar a millones de personas ya sean ricos o pobres, blancos o negros etc, etc… se elevaba ante todo ello superando con creces la altura del monte Everest. Es algo que roza lo insuperable. Cuando uno se enfrenta a la adversidad puede hacerlo solo pero los ánimos, los apoyos las muestras de afecto y solidaridad son como una inyección de adrenalina que te ayuda a avanzar. Tengo suerte de poseer esa energía extra gracias a vosotros y a más personas que no leen este blog. También porque sé que voy con la verdad por delante y que mi conciencia está limpia como una patena. Lo que encuentro a veces es que personas que podrían hacer algo, aunque sea solo una muestra de apoyo, no hacen nada y no lo digo por Miguel, ni por Amparo, ni Eva ni David, ni Martín, ni por Sonia o José ni por un largo etcétera porque me apoyan y mucho. Pero si por otra gente que ves que la situación como que no va con ellos o no les conmueve lo más mínimo. Frases como: “Yo no puedo hacer nada… Tu en esto no te metas… Ahora estoy muy liado/a…” son claros ejemplos de ello. A ver, personalmente no los necesito. Me valgo yo solo para resolver mis problemas. A veces pienso que si en vez de mis sobrinos o mi hermana fuesen de Miguel, cualquier miembro de mi familia o de cualquiera de mis amigos o conocidos os aseguro que el factor raíces o sangre hubiera estado al margen y no por ello hacer más ni menos por ayudar. Os aseguro que lo haría con los ojos cerrados. Ojo, ahora no tengo intenciones de apuntarme a todas la ONGS del mundo mundial ni a quitarle el puesto de mejor persona del mundo a la Madre Teresa de Calcuta. Pero lo que so decía la injustica es mi mosca cojonera particular y mi constante es luchar contra ella y aplastarla de un manotazo.
Bueno, dejemos atrás esta paja mental que os acabo de contar… Llegué a Sant Cugat del Valles a eso de las 11:00 horas. Entré en el banco y la persona que tenía que atenderme no estaba pero ya conocían el tema. La cuenta de la pensión de mi hermana ya estaba anulada, sólo tuvieron que abrir una nueva cuenta y activar una nueva libreta, cosa que hicieron tras entregar el permiso redactado por la asistenta social en nombre de mi hermana. De momento el capullo no podría meter mano al dinero de la pensión, que ya era algo. Por un momento me imaginé el instante en el que el capullo descubría que ya no tiene acceso alguno a la pensión de mi hermana, sobre todo al observar como el cajero automático engullirla y destruía la vieja libreta con la misma voracidad con la que Frikky (el monstruo azul de Barrio Sésamo) engullía un plato de galletas. En este caso hubiera estado bien que una voz semejante a la del monstruo sonase desde la maquina diciendo: LIBREEEETAAAAAAAAAAAA!!!! ¡¡¡ÑAM, ÑAM, GARFFF, BURRRRRPSS!!!
Como ya venía siendo habitual estos días comí mal (y no por lo que comiese estuviera malo, todo lo contrario) sino que lo hice rápido y sentado frente al volante del coche. Baje un momento a casa a poner en orden algunos temas de trabajo (revisar Emails, llamar por teléfono, hacer repaso en casa, poner la lavadora…) y poco después me fui al hospital donde fue ingresada mi hermana hace un año tras una soberana paliza del capullo (y que tapó comentando que mi hermana se estaba volviendo loca y no podía controlarla) para buscar el historial donde, al parecer figuraban notas respecto a los morados, golpes y heridas de un supuesto maltrato que además fue informado por un servidor y por miembros de mi familia. Suerte que el hospital (concretamente el la Vall d´Hebron) lo tengo en frente de mi casa. La asistenta social del centro me había dicho por teléfono aquella mañana a dónde debería dirigirme para buscar los informes. Después de perderme por los pasillos y acabar en la sala de recreo de los médicos llegué al lugar en cuestión. Estaba dentro de un largo pasillo oscuro, donde había un tipo arreglando una máquina expendedora de café. La verdad es que el escenario parecía sacado de una película de terror a lo Jaume Balagueró. En una de las vueltas de uno de los pasillos encontré un mostrador. Había dos mujeres tras él. A su alrededor había la tira de archivos y papelotes. La sensación de aislamiento era tremenda y pensé que menudo trabajo para ellas todo el día encerradas en aquel sitio sin notar el bullicio de la entrada principal que se encontraba a varios metros de donde se encontraban ellas. Les comenté la situación, necesitaba los informes para un caso de maltrato ya que le juez me los solicitaba. Si bien la cara de las mujeres era segundos antes de monotonía, por no decir aburrimiento, tras comentar la palabra mágica “MALTRATO” sus rostros cambiaron por completo. Sobre todo el de la mujer que me atendió. Me dijo que los papeles no los encontraría allí, sino que tendría que hacerlo en el departamento de Patología Penal situado afuera del edificio principal del hospital. Muy amablemente no solo me hizo fotocopias de mi pasaporte y el de mi hermana, sino que además me anotó el numero del expediente (para ir más rápidos y no tener que repetir la búsqueda) y como propina nos dio muchos ánimos. El edifico de Patología Penal se encontraba junto al banco de sangre. “Menuda extraña combinación” pensé. Por cierto, igual os preguntáis qué diferencia hay entre el archivo de historiales y el de Patología penal, pues muy sencillo. En el Penal se incluyen las anotaciones y observaciones hechas por los médicos cuando se detectan signos anómalos ya sea del tipo agresión o no relacionados con la patología por la que el enfermo ingresa en urgencias. Y ese fue el caso de mi hermana, que lego con la cara reventada a hostias y el cuerpo lleno de morados debido a los puñetazos y golpes propinados por el que vosotros ya sabéis y que fueron denunciados por un servidor a los médicos de urgencias tras una dolorosa y aterradora confesión de mi hermana. No sé si un día expliqué lo que sucedió ese día, en todos caso puedo volver a refrescarlo en otro post ya que me siento obligado moralmente a hacerlo. Pero no en estos momentos…
Tras subir unas escalera (un conserje muy enrollado me indicó el camino) entré en una sala. Había varias personas trabajando. Una señora muy peripuesta me preguntó que buscaba. Yo le comenté que necesitaba el expediente numero XXXXXX para un caso de maltratos y que había solicitado el juez. La mujer me miro raro. Me preguntó si tenía permiso de mi hermana. Yo le dije que no pero insistí en que el juez necesitaba el expediente. La mujer (bastante borde por cierto) me dijo que rellenase unos papeles pero que tardarían como mínimo ¡cuatro semanas! en entregármelo. Yo le comenté que eso era demasiado tiempo ya que era urgente para acelerar el caso. Me acompañó a una sala, me pidió la documentación, le entregué la fotocopia de los pasaportes con el numero del expediente incluido y me dejó solo mientras rellenaba el formulario. Al cabo de unos pocos minutos aparece en la sala acompañada de un doctor, de aspecto elegante, de unos sesenta y pico años con un pañuelo anudado al cuello. El hombre tan borde como la mujer me comenta que no pueden entregarme los papeles porque no tengo el permiso de mi hermana y que si el juez los reclama puede hacerlo él mismo sin necesidad de llamar a nadie. Yo le comento que me los pidió para acelerar el proceso, le comento también que a mí también me parece extraño que me los pida cuando él puede hacerlo en un plis y sin necesidad de preguntas maleducadas y desconfiadas. Le cuento el caso y les explico que mi hermana no fue ingresada por maltratos sino por otra cosa. Los bordes se miran como incrédulos. El hombre (por cierto tenía una hendidura a modo de cicatriz en la parte superior de la nariz que me ponía de los nervios) me dice que si puedo traer el permiso de mi hermana ellos me entregarán el expediente, en todo caso me dice que se quedan con el numero para así agilizarme las cosas. Mi idea entonces no es llegar con la firma de ella, sino con ella misma, cueste lo que cueste. Me marcho de allí. Tomo la ronda de Dalt hasta el hospital de mi Hermana, justo en frente del Hospital de Bellvitge. Subo a planta, hablo un momento con las enfermeras, les pongo en antecedentes, una de ellas, muy amablemente, me acompaña al despacho de la asistenta social. Tras esperar un poco le entrego la libreta de la pensión de mi hermana que guarda en la caja fuerte del hospital. Me entrega un papel con el que puedo extraer la libreta si lo entrego. Lo guardo yo y se lo comunico a mi hermana alegándole que no lo dejo en la habitación para que el capullo si lo busca pueda encontrarlo. Hablo con la señora del 633. Me dice que mi hermana está más tranquila por las mañana pero que al llegar la tarde noche se pone muy tensa porque teme la llegada del capullo o la Sargento de Hierro con intenciones de forzarla a firmar algo que la pueda perjudicar.
Perdonadme que haga aquí un alto. Os explico el qué… Esa misma tarde, aprovechado que tenía en mi bolsillo una grabadora de voz digital entrevisté a mi hermana. Ella me lo pidió, por si el día en el que que fuese el juez o el forense a verla no pudiera hablar, o por si le pasaba algo malo y no pudiera contarlo más. Es mi deseó dedicarle un post especifico a lo que allí se narra. No es nada fácil oírlo y no porque se grabase mál, todo lo contrario, sino por lo espeluznante que allí se cuenta. Como dije al principio de este largo post, concretamente en el correspondiente al Lunes, la entrevista con mi hermana ha sido sin duda la peor entrevista realizada por mí en toda mi trayectoria profesional. Os comento, brevemente, que en mitad de la misma tuve que parar para echarme a llorar. Asco, repulsión, rabia, dolor y un millón de cosas más se agolpaban en mis oídos y en mi cerebro en esos momentos. Es una experiencia que no se la deseo a nadie. Ni siquiera al hijo de puta que torturó durante dos años y en silencio a mi hermana.
(continuará…)
3 comentarios:
Vaya culebrón! Me tienes enganchado! Por cierto, que luego te pongo un regalito en mi blog. Muackas
Dimelo tu a mi. Para que luego se rian de lo que sufre jack Bauer y su pandilla. Te puedo asegurar que en una simple hora pueden pasar infinidad de cosas. Lo que sucede es que yo como y bebo y voy al wc no como ellos que parece que no tienen nunca hambre ni pis ni popo.
Un poco de humor va bien en estos momentos.
Es muy buena idea ir grabando a Carol. Entiendo que debe ser muy doloroso escuchar la historia de primera mano, pero su testimonio puede ayudar a que el asunto se resuelva a vuestro favor. ¡Ánimo, enano! Os habéis puesto en marcha y eso ya es un gran paso.
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