Hacía tiempo que quería escribir. Es decir, hacerlo siendo yo mismo, sin estar pendiente de una fecha de entrega o a cambio de un talón. Creo que ya va siendo hora de armarme de valor, de entrar en el caserón, de abrir ventanas y puertas y permitir que la luz invada su interior. Necesito dar forma a los fantasmas, atraparlos, enfrentarme a ellos y asumir que, en el fondo, también forman parte de mi vida.
jueves, marzo 15, 2007
Fabricando rosas.
Antes de ayer visité a mi hermana en el hospital. La encontré en la sala de rehabilitación, de espaldas a la puerta y rodeada de compañeros de la tercera edad. Sus compañeras de mesa se encontraban haciendo flores de colores con plastilina. Cuando me acerqué ella capto mi presencia (tiene una habilidad especial para reconocer las pisadas) y se giró. No podía hablar, estaba en ese momento denominado Out en el que las cuerdas vocales no le responden. Estaba tratando de hacer de enhebrar un hilo de nylon a una aguja para llenarlo de cuentas de colores. Como la enfermedad del Parkinson ya le está haciendo cada vez más mella en su cuerpo le era prácticamente imposible realizar el ejercicio. Aunque por lo menos lo intentaba. La profesora del taller al ver que mi hermana no podía le sugirió otro ejercicio más sencillo: fabricar rosas de papel para el día de Sant Jordi. La tarea era mucho más manejable que la anterior, consistía en agarrar un palito verde (que hacía de tallo) y colocarle en la punta superior una tira de papel de seda de color rojo de forma más o menos holgada, emulando así los pétalos de una rosa. Mi hermana lo intentó (le costó lo suyo) pero al final le salieron tres rosas. Yo le ayudé a colocar el celo en la base del papel y depositar la flores en una cajita de cartón situada en el suelo. Había un muy buen ambiente en el lugar. La sala era iluminada, la profesora muy paciente y agradable y detrás de mí un CD escupía alegremente tangos y coplillas. Mientras mi hermana realizaba el ejercicio me di cuenta de muchísimas cosas. Una de ellas era lo poco que valoramos nuestras habilidades prensiles. Abrir una puerta, una botella, agarrar una taza, un peine o el cepillo de dientes es algo tan cotidiano que no nos damos apenas cuenta de su importancia. Supongo que mi hermana antes de la llegada de su enfermedad habría confeccionado más de diez rosas en el tiempo que utilizó ahora para hacer solo tres. Reconozco que estuve tentado de ayudarla en hacer flores mucho más rápido, pero no habría servido de nada. Era su trabajo, su responsabilidad y sus ejercicios. Entenderlo no me costó mucho, asimilar por enésima vez su condición de “anciana” a sus 43 años me llevó mucho más tiempo. Es algo que cuesta mucho de asimilar y digerir, sobre todo cuando ves que hasta la fecha no hay un efecto reversible. Otra cuestión que me vino a la mente (acompañada de un recuerdo muy lejano, casi descolorido) era: ¿cuánto hacía que mi hermana y yo nos habíamos encontrado en una situación similar compartiendo trabajos de plástica? La respuesta se remontó a la época escolar, cuando solíamos sentarnos alrededor de la mesa del comedor, frente a una lámina de cartulina y la llenábamos de “gumets” (unos topos adhesivos de colores que servían para hacer vistosas composiciones). También me acordé de otros instantes, como cuando un día cuando ella tenía dinero y me regaló el muñeco Zhorak al que yo tenía muchas ganas. O cuando yo, enfermo de gripe, me regaló un libro (la novela de El Imperio Contraataca) después de ir al centro de compras con sus amigas. Me acordé de mis sobrinos, cuando meses atrás los veía en casa haciendo los deberes juntos, compartiendo lápices de colores y herramientas escolares. Compartir. Interesante y conmovedora palabra. Hacía muchísimo tiempo que no compartía un momento así con mi hermana. Desde que éramos niños. Cuando uno crece y se distancia inexorablemente de la infancia ya no hay momentos así, tan sencillos como agradables e inocentes. Entonces me di cuenta de algo más… En esos momentos yo le estaba regalando mi ayuda, mi apoyo y ella me estaba regalando un instante único. Un instante que me sirvió para transportarme de nuevo a aquel lugar donde todos los sueños son posibles o donde la enfermedad no es más que una palabreja fea, algo lejana, casi carente de sentido.
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1 comentario:
Pues mira Richard, a pesar de la dureza de la historia, estoy de acuerdo en que os regalasteis un momento precioso el uno al otro. Seguro que para tu hermana fue muy bueno. Igual yo soy un poco mucho sensiblona, pero es que a mí esto de recordar momentos pasados felices me da mucha fuerza.
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