Entonces se dio cuenta de que no; aun quedaba un detalle. Se había olvidado de colgar uno de los pequeños cuadros en la pared del comedor. Éste reposaba en el suelo apoyado contra la pared. Parecía un niño pequeño que pedía desesperadamente que lo aupasen.
Se levantó. Con lo cómoda que estaba. Tomó el cuadrito, un clavo y un martillo. “Sólo serán dos golpes” Se dijo a sí misma. “Ni los vecinos se enterarán.“
Colocó el clavo sobre la pared, donde justo quería que estuviese colocado el cuadro, levantó el martillo y golpeó con firmeza sobre el pequeño trozo de metal.
-¡Ayyyyyyyyyyy! - Escuchó de repente.
Ella se sobresaltó. Una gota roja, intensa se deslizó por la pared. Parecía sangre.
-¿Quién ha gritado? – Preguntó ella alzando lentamente el martillo a modo de defensa.
- ¡Me has hecho daño! – espetó alguien desde el otro lado.
Por un momento pensó que se trataba de un vecino que en ese momento se encontraba al otro lado de la pared pero aquella pared no daba a ninguna otra casa.
-¿Quién eres? – Preguntó ella ya con más curiosidad. La pared había dejado de sangrar.
-Me llamo Tobias. Tobías O´Connor. Soy uno de los obreros que construyeron estos apartamentos . ¿Con quién tengo el gusto de hablar?
- ¿Yo?... - Musitó ella como si en ese momento hubiesen más personas en la sala. – Me llamo Violeta… Violeta Twain... ¿Qué haces detrás de mi pared?
- Es una larga y extraña historia. – Comentó Tobías en un tomo entre cordial y resignado - Soy obrero casi desde que nací. Podría decir que toda mi vida me he dedicado a la construcción. Soy especialista en cemento. Los sé todo sobre el cemento. Pero ahora no te quiero molestar hablándote de este material… - se excusó desde el otro lado de la pared. - Hace unos meses me encargaron la supervisión de las paredes de este edificio... Por cierto ¿sabes qué este rascacielos había sido anteriormente un lujoso hotel?
- Nnno... – Contestó ella. Lo cierto es que se sentía un poco absurda hablándole a una pared.
-Pues si uno de los hoteles más altos del mundo y más lujosos. Pero con la crisis… Ya sabes el negocio se fue rápidamente al garete y a los dueños de esto les salía más rentable convertirlo en un edificio de apartamentos. Pues bien. Los cimientos estaban en muy buen estado pero las paredes que los rodeaban necesitaban ayuda urgentemente. Y aquí entre en escena yo. Mientras supervisaba los arreglos me comentaron de la existencia de un nuevo tipo de cemento. Un cemento que funciona como un espray, pero de grandes dimensiones. Acercas la boquilla hacia donde quieres aplicarlo y en cuestión de segundos sale una especie de espuma que se solidifica con al contacto con el aire en cuestión de segundos. Toda una ventaja para trabajar rápido pero todo un riesgo para quién la manipula ya que prácticamente la hace indestructible y tal como se aplica tal como se queda. Como había oído que yo estaba aquí y que era el mejor de los mejores me ofrecieron experimentar con ello. Yo, como no le tengo nada de miedo, es más aprender a manipularla abriría nuevas puertas a mi profesión me ofrecí encantado. ¿Estás ahí?
- Si, si… perdona te estaba escuchando.- Contestó ella. había tomado una silla y se había sentado muy pegada a la pared para escucharlo mejor.
- ¿No te estaré entreteniendo?- Comentó él desde el otro lado.
- No, no… En la tele no dan nada interesante y no tengo aun nada de sueño… - Entonces se dio cuenta de algo. Diciendo aquello había sido muy poco considerada. Trató de rectificar. - huy, perdona creo que esta frase no ha sido muy apropiada.
- No te preocupes. – Contestó él sin darle la más mínima importancia - Pues bien, una buena mañana me subí en el andamio, justo hasta dónde está tu apartamento. No iba solo. Me acompañaba un supervisor, el jefe de obras y el dueño del edificio. El agujero que debía rellenar era profundo. No te puedes imaginar lo densos que son los muros de este edificio… Los obreros había hecho un buen agujero donde yo podía meterme y desde dentro ir rellenando el hueco con el cemento, recular hasta el andamio y conseguir arreglar el agujero y dejarlo así todo bien finiquitado. Tuve que meterme cargado con la manguera mientras fuera esperaban mis órdenes para poner en marcha la bombona. Todo comenzó a ir bien y pude arreglar gran parte del desperfecto de la pared. Aquel cemento era una maravilla. No había que esperar a que se secara y cuando se endurecía era más duro que un diamante. Pero como decía mi padre: “No te fíes de los demás mientras los tengas a tus espaldas.” ¿Por qué me habría olvidado yo de esos sabios consejos? Pues bien el producto era bueno lo que no era nada bueno era el material, sobre todo el de la manguera. Supongo que querían ahorrarse algunos gastos. Así pues la manguera tuvo una fuga, una considerable fuga y en menos de lo que canta un gallo casi todo el hueco se llenó de cemento conmigo dentro. Cuando la masa se solidificó sólo quedaban varios rescoldos de aire. Suerte tuve de no llenarme todo el cuerpo de aquel producto. Me quedé atrapado por las manos los pies, parte de la cabeza y la parte superior de la cintura.
- ¿Y no trataron de sacarte de aquí? - Preguntó ella, llevándose las manos hacia el pecho en señal de angustia.
- Era imposible. No se podía hacer nada conmigo.
- Pero… ¿Cómo comes? ¿Como bebes? ¿Como…
- Eso fue lo más sencillo. – Contestó él. – Todo tiene arreglo si tienes al mejor plomero del país bajo nómina y una o dos o tres buenas tuberías a mano.- He de reconocer que todos se portaron muy bien conmigo. Al final pudieron conectar varios desagües a mi cuerpo. Bebo agua de un conducto. Para la comida hay un sistema de tuberías que me administran alimentación tres veces al día. No tengo problemas para el baño ya que ese problema también está bien resuelto. Si te asomas al exterior verás que colocaron una rejilla sobre el lugar donde había el agujero. De allí me entra el aire para poder respirar.
Violeta se levantó de la silla. Abrió la ventana y se asomó. Afuera hacía mucho frió. Varios dirigibles con divertidos y llamativos anuncios de neón cruzaron ante sus ojos. La considerable altura contribuía más a ello. Vio la rejilla en la pared. Estaba bien disimulada. Apenas se notaba si no la buscabas. Cerró la ventana. Se quedó unos segundos en silencio. Aturdida. ¡Qué historia más increíble! Pobre hombre, toda su vida encerrado en esa pared. Sintió mucha pena por él pero también compasión.
Pasó el tiempo. Violeta se acostumbró a compartir apartamento con Tobías. Ella le hablaba de su trabajo como secretaria en una de las oficinas de los grandes rascacielos del centro. La parte más importante de la ciudad y la menos afectada por la crisis. Con ayuda de Tobías y con mucho cuidado había abierto dos orificios a la altura de los ojos para que él pudiera verla y viceversa. Ese momento fue muy especial para ellos. También pudo abrirle un orificio para la boca, de esta forma ella no tendría que acercarse más a la pared para escucharlo mejor. Tobías fue una gran fuente de consuelo para ella en muchos momentos, sobre todo cuando las cosas se le torcían y se sentía una desgraciada por culpa de sus superiores. Él le animó a estudiar y a mejorar. Le ayudaba en época de exámenes y celebraban los triunfos.
Después de eso llegó la época del amor. Tobías se declaró una tarde. Nada más llegar ella a casa de trabajar. Ya no era secretaria. Ahora ella tenía secretaria. Violeta no se lo pensó dos veces. Dijo el sí quiero sin musitar. No pudieron abrazarse pero sí pudieron besarse a través del orificio de la pared. Se casaron tres meses más tarde. Fue una ceremonia muy sencilla, casi inapreciable. Solo había un par de testigos, gente de mucha confianza, y un sacerdote.
Su vida fue muy feliz durante años. Hasta consiguieron tener dos hijos que dibujaron sobre la pared, de forma tosca, la silueta de cómo imaginaban ellos que podía ser su padre. Él les contaba cuentos sobre seres de cemento que habitaban un reino lleno de agujeros para tapar y les también les cantaba canciones de su época infantil, de cuando él era muy joven y su difunta madre se las cantaba para que él se durmiera.
Pero no todo iba a ser bueno en sus vidas. Una mañana violeta llegó a casa más temprano de lo habitual. Llegaba llorando, desconsolada.
-Violeta, amor mío ¿qué te pasa?- Le preguntó él sin poderse acercar a ella a consolarla.
Ella no quiso hablar. Se alejó de él y se encerró en su habitación. Tobías la llamó, desesperado. Casi quedándose sin voz. Podía escucharla a ella llorar por detrás de la puerta. Tardó una eternidad en salir de la habitación.
-Violeta, dime ¿qué sucede? ¿Qué te pasa?
- Es horrible. No puede ser.
- ¿Le ha pasado algo a nuestros hijos? ¡dímelo!
- No nuestros hijos están bien. Se trata de mi trabajo. Ha sucedido algo terrible – No pudo continuar rompió a llorar.
Cuando se calmó le comentó a Tobías lo sucedido. La mayoría de empresas del centro habían entrado en bancarrota. La crisis, esa especie de sombra oscura y siniestras les había alcanzado de pleno. Pero Violeta no lloraba por su trabajo en sí. Éste no peligraba. Como un gran pulpo que era, la multinacional donde trabajaba como directiva, la mejor de su promoción, le había conseguido un puesto importante en otra ciudad, a miles de kilómetros de allí. Ella, como Tobías sabían que si no lo aceptaba sería su perdición. No estaban los tiempos para despreciar una buena oferta. Y más aun teniendo dos hijos a los que alimentar.
-Debes aceptarlo.- Le insistió. - ¡No te puedes permitir que nuestros hijos pasen hambre! No lo permito!
- Pero qué pasará contigo.- Preguntó ella sin dejar de llorar. Se acercó a la pared y le beso los labios.
-No sufras por mí. Sabes que no puedo acompañaros.
Hubo un silencio sepulcral. Violeta trató de decir algo pero no pudo soltar palabra alguna. Sólo consiguió hacerlo pasados unos dos largos minutos.
- ¡No, no pienso abandonarte! - espetó ella.
- No tienes otra opción. Yo estaré bien. No te preocupes. – le dijo Tobías tratando de consolarla.- Sabes que no me puede suceder nada. Aquí estoy bien protegido. Tú no. Tú has de luchar por los tuyos... por tus hijos. Nuestros hijos… Eres la única que puedes hacer que sobrevivir en un mundo mucho mejor… juntos, a tu lado. –Ahora era él quien lloraba. Ella no pudo verlo. Pero Tobías tenía el rostro lleno de lágrimas.
Le costó convencerla. No fue cosa de horas si no de días, muchos días. La despedida fue dura. Fue un día antes de partir ella y los niños. Tobías le pidió a su esposa que tapase todos los agujeros. Que lo aislase del mundo. Ella lo hizo. El último orificio en tapar era el que estaba a la altura de la boca. Ella lo besó. Como nunca lo había besado. Ambos lloraron. Los niños también se despidieron de su padre. Él les planteó esa despedida como un juego. Como si él se iba de viaje y muy pronto se encontraría con ellos en su nueva casa, lejos de aquel apartamento. Ellos lo aceptaron. Tobías se sorprendió en cuan de inocentes eran sus hijos.
Una vez tapado el último orificio Tobías no volvió a hablar. Nunca jamás. Violeta pasó la última noche durmiendo junto a su amado sentada en el suelo, con la cabeza pegada a la pared. Ella le hablaba. Sufría pero Tobías no decía nada. Sólo escuchaba sus sollozos y lloraba en silencio.
Pasaron los años. Diez, veinte, treinta… Nadie de los que habitaron ese apartamento supo nunca que Tobías vivía tras aquella pared. Él los escuchaba, pero no participaba. No se sentía con ganas. Nunca más vio a Violeta. Ni a sus hijos. Desde su soledad se imaginaba millones de cosas. Todas aquellas cosas que un padre y un marido se pregunta sobre sus seres queridos. A veces, cuando dormía, soñaba que llegaba a casa. Libre. Sin ataduras. Violeta se encontraba en la cocina, podría pasar el tiempo y él siempre se la imaginaba joven y hermosa, como la primera vez que la vio. Ella lo recibía con los brazos abiertos y ambos se fundían en un cálido abrazo. Luego hacían el amor y salían al porche de su nueva casa para esperar la llegada de sus hijos y a los hijos de sus hijos. Siempre cuando llegaba ese momento Tobías se despertaba. Era una constante. Algunas veces por algún ruido al otro lado de la pared, otras por la llegada del alimento o agua que le seguían subministrando.
Tobías murió. Un invierno. Estaba ya muy viejo. Su corazón se cansó de latir. Nadie se dio cuenta de su muerte. Nadie. No hubo entierro, ni flores, ni siquiera quien le llorase. Pero por fin su alma fue libre. Por fin pudo disfrutar de su ansiada libertad.
Dedicado con mucho cariño a Riesgho. Este cuento hace mucho tiempo que rondaba por mi cabeza. Años. Por fin ha decidido salir a la luz. Sé que sabrás apreciarlo.
©Richard Archer
4 comentarios:
felicidades richard.te superas cada vez con los cuentos
a riesgho seguro que le gusa,ami me parece genial eres un crack ,deberias de escribirlos en un libro.y publicarlos,solo es una idea ..
besos
de hormiga
Gracias meggan. Lo de pusblicar no s eme había ocurrido aun. No hay suficiente material para un libro, de momento.... jajaja. Es curioso que siemrpre he sido más de escribir novela y mira por donde le estoy metiendo caña al cuento y lo cierto es que me los estoy pasando bien.
Richard, deja ya tus celebraciones cumpleañeras que ya pareces la Reina de Inglaterra!!!! y ponte a escribir de lo paranormal que ya sabes quye me engancha!!!
Besazos.
Soydemar
Hola foscardo, soy IsaMar. Quería darte las gracias por hacerme pasar unos minutos preciosos leyendo este cuento.
Un beso.
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