El martes, el día del cumpleaños de mi hermana fuimos a ver a mi sobrino. Pensaba llevármelo a merendar, para celebrar la onomástica pero no pudo ser. Entre otras cosas porque la guardiana de la Sargento de Hierro iba a presentarse en el colegio a eso de las cinco para llevárselo a él y su hermana (que pensábamos que estaba de excursión) para la visita “sorpresa” del EAIA. Silvia nos cedió uno de los despachos del colegio para que pudiésemos hablar con él. Había que convencerle en tiempo record de que dijese la verdad. Ya habíamos puesto en antecedentes a Silvia sobre lo sucedido el día que me cedió su despacho y mi sobrino me confesó los maltratos de su padre y la familia de éste. Fue a buscarlo sin llamarlo por el interfono. Entre otras cosas para que mi sobrina no se enterase que había alguien allí que venía visitarlo. Este detalle le llamó mucho la atención al niño ya que durante la charla nos preguntó porque no lo habían llamado por el interfono. Yo le contesté que no lo sabía, que igual estaba roto. El niño llegó sonriente, me vio y no hubo señal de miedo o tensión como cuando me lo encuentro por la calle y su padre anda cerca. Es más abrazó a su madre con mucho amor y le deseó un feliz cumpleaños, luego me abrazó a mí sonriente y me dio un beso. Le comenté lo sucedido el día del parking. Me dijo que estaba bien. Había comprendido mi mensaje y mi precaución de no acercarme a él no fuese que su padre le castigase insultándolo o pegándole una somanta de palos al llegar a casa. Como no había mucho tiempo le comenté la situación. Le dije que aquella tarde el EAIA iba a hablar con él y con su hermana. El ya lo sabía. Por lo que de visita sorpresa nada, eso jodía en parte el plan ya que la tía podría ponerlo contra la pared para malmeterle y atemorizarlo como es habitual en ella. Le dije que tenía que ser valiente y hablar, contarles lo que me había dicho a mí días atrás. Le dije que era muy importante. Se lo pedí por él, por su hermana y por su madre. Que él era el único que podía parar eso y que si lo hacía, si contaba la verdad se acabaría todo y podría ser muy feliz y volver a casa conmigo y vivir con Miguel y conmigo para siempre. Tanto él como su hermana. Le pregunté cómo se había enterado su padre de mi visita, si se los había dicho a su hermana había dicho algo y esta se lo había chivado al capullo y a sus tías. Me dijo que se los había dicho él. Al parecer le preguntó si era cierto que su padre le había pagado el carnet de conducir a su primo. Su padre montó en cólera y le dijo al niño que eso era mentira. Yo lo se porque mi cuñado se lo había dicho a mi hermana cuando las cosas aun no se habían torcido y los niños vivían conmigo. Al parecer los pagos fueron la causa de que un día, antes de navidad acabase mi cuñado durmiendo en el coche en un descampado cerca de mi casa. Enfadado con la Sargento se lo dijo a mi hermana. Ahora lo desmiente y le dice al niño que eso lo he dicho yo para hacerles daño. Le dije que no tendría que hacerle esas preguntas a su padre. Tan sólo porque se enfadaría y él acabaría recibiendo y eso teníamos que evitarlo. El niño lo entendió. Mi hermana podía hablar un poco. Le pidió a su hijo, con lagrimas en los ojos, que le ayudase. Le insistí al niño que tenía que ser valiente y hablar. Que aquel sería el mejor regalo de cumpleaños para su madre. Y el mejor regalo que se haría él en toda su vida. Lo vi un poco afectado. Mi hermana lloraba y yo estaba a punto. Le suplicaba ayuda, que no nos dejase, que su padre lo estaba alejando de nosotros y lo estábamos perdiendo y eso a mi hermana, su madre, la estaba consumiendo. Entonces al niño se le llenaron los ojos de lágrimas. Miraba a su madre, que le extendía los brazos para abrazarlo, con pena. También había miedo. Comenzó a llorar. Madre e hijo se fundieron en un abrazo. Yo acabé llorando también. Le pedí a mi sobrino ayuda. Le dije que su madre estaba muy mal y que el poco tiempo que le quedase de vida se merecía ser feliz y verlos a ellos felices. Me quite las gafas porque las tenia llenas de lagrimas. También había lagrimas sobre la mesa del despacho. Las limpie con la manga de la chaqueta. El niño se tranquilizó. Su madre también. Hablamos sobre la importancia de esa entrevista y de que tenía que ser prudente con no decir nada a su tía o a su hermana o a su padre hasta que hubiese hablado y estuviera a salvo. Que le pidiese ayuda al EAIA y ellos le protegerían y que si quería esa misma noche estaría conmigo en casa. El niño nos dijo que no nos preocupásemos, que diría la verdad. Lo juró, lo prometió y nos lo aseguró. Dijo que lo haría con una condición. Yo le dije cual. El niño me contestó “Que mi madre engorde”. Casi me echo a reír. Le dije que si él volvía con nosotros que su madre sería tan feliz que engordaría, pero que las penas que sentía por no poder verlos tan a menudo, sólo cinco minutos la estaban agotando. El miró al suelo. Sabía que no estaba bien lo que hacía su padre llevándolos cinco minutos de visita un día a la semana. Volvió a insistir con lo del viaje. Quería venir. Pero su padre no lo consentía. Estaba lleno de odio y rabia hacia mí y sabía que su negación (que no la del niño) me dolía más que una puñalada por la espalda. Se sentía poderoso y victorioso con ello. Él mandaba y nos tenía su merced. Le dije al niño que si él decía la verdad su padre recibiría ayuda. Porque la necesitaba. También le pedí que me ayudase a recuperar a su hermana. Ya no había comunicación con ella y no sabía cómo hacerla entender. Me dijo que no entendía porque su hermana no me quería y estaba enfadada conmigo. Le explique a modo periodístico que su hermana no había contrastado la información recibida. Sólo había escuchado una versión, posiblemente adulterada y le faltaba contrastarla y asimilar la que yo le podía aportar. El niño lo entendió. Le dije que no siéntese miedo al hablar. Que había mucha gente mandándole fuerza. Me dijo una cosa muy extraña: “Tito he soñado con el yayo (mi padre) y me ha dicho que no me preocupase que todo iba a salir bien. Yo he querido abrazarlo para que volviese a vivir con nosotros pero no he podido”. Luego me preguntó si Dios quería que dijese la verdad (es curioso que me lo pregunte cuando es un niño nada religioso, ni siquiera está bautizado) Yo le contesté que sí, sobre todo Dios quería que fuese valiente y dijese la verdad. Llamó miguel y habló un rato con el niño. También aprovechó la llamado para felicitar a mi hermana. Cuando colgó el teléfono estuvimos un rato hablando de música. Le puse los auriculares de mi MP3 y le puse su tema favorito, “I´m From Barcelona”, Le encanta ese tema. Lo cantó un rato. En un momento de la escucha me miró a los ojos y me dijo. “Quiero irme contigo, tu nunca me has pegado Tito” Casi rompo a llorar de nuevo. Su madre si lo hizo. Me enseñó sus cromos de Pressing Catch. Al cabo de un rato nos despedimos de él. Le di fuerzas y que fuese muy valiente. Él nos dijo que no nos preocupásemos que iba a hablar. Yo le dije que si todo salía bien que me llamase y que iría a buscarlo donde fuese. No llamó. No sabemos nada. El EAIA no ha llamado para decirnos nada. Todo es silencio e incertidumbre. Tememos lo peor. Paloma me ha llamado varias veces para saber cómo está la cosa. Yo he llamado al EAIA. La responsable no está. Les he dicho que me llame mañana. Sé que mi sobrina se ha ido de colonias. Me lo ha comunicado el colegio por un mensaje en el teléfono móvil. Estamos desolados. Creo que hemos vuelto a fracasar…
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