jueves, mayo 03, 2007

Patrones.

A estas alturas de la historia muchos de vosotros igual os cuestionáis cómo mi hermana acabo cayendo de bruces en las garras de “La Familia Munster”. Esa es una pregunta compleja que incluso mi madre se llegó a cuestionar en muchísimos momentos durante sus últimos años de vida. Hay quien dice que en cosas del amor no entra el intelecto, puedo asegurar que mi hermana es una muestra clara de ello. Y ella no es la única en mi familia. Por poner un ejemplo la hermana de mi padre, mi tía, no sólo compartía un increíble parecido con su sobrina, sino que también eran absolutamente idénticas en el terreno sentimental. Tanto en una como otra existía una incipiente necesidad por casarse y traer hijos al mundo. En ambas existía un muy escaso criterio a la hora de encontrar pareja. En el caso de mi tía se enamoró como una loca de un marinero, que le gustaba mucho tanto darle a la botella como repartir bofetadas (dejando como a vulgares aficionados a Bud Spencer y Terence Hill…) Como mi tía veía que sus amigas se casaban y formaban una familia a ella se le antojó hacer lo mismo y como lo único que tenía a mano era a “Popeye el marino” pues su único afán fue llevarlo al altar. El tipo llega un día a Portsmouth (donde vivía mi padre) y se encuentra con una novia radiante esperándole en la iglesia. No había bombo. Mi prima nació un año más tarde. Simplemente ganas de tener esposo. Mi padre me comentaba que siempre se negó a aquella boda pero tanto mi abuela como para mi tía su opinión no contaba para nada. Le decían que siguiese con sus estudios y sus libros y que las dejasen en paz. Y así hizo. Cuando “Popeye el marino” se lió a ostias con mi tía mi padre ya no vivía en Inglaterra. Las palizas que le propinaba eran de órdago. En una ocasión estando mi tía y “Popeye” en Singapur (él estaba destinado allí durante una temporada) Le propinó una soberana paliza después de vaciar una botella de Whisky. Mi tía estaba embarazada de mi segundo primo (tuvieron tres hijos) Le propinó una patada descomunal en la barriga y le abrió una brecha. El niño nació bien, pero con el tiempo sufría constantes ataques epilépticos. Pese a los esfuerzos de mi abuela (que carácter la mujer tenía para dar y repartir) como del resto de familiares cercanos no hubo forma de detener la furia de “Popeye el marino”. No sólo bebía y zurraba también metía a otras mujeres en casa cuando mi tía no estaba en ella. El carácter de ella se volvió muy agrio. Convirtiéndose en una persona llena de complejos y manías. Al final tomó la determinación y se divorció. Aquello fue su liberación. Al tiempo conoció a su segundo marido con el que vivió una etapa dorada. No tuvieron hijos. Él ya tenía dos y ella tres. Con aquello era más que suficiente. Viajaron mucho. Vinieron a España en un par de ocasiones. La primera fue inolvidable. Ella era una persona nueva, con una marcha sin fin y con una mente muy liberal y abierta. Lejos del personaje triste que conocí de muy joven. La última vez que vinieron coincidió con la muerte de mi madre. Venían de vacaciones y se encontraron con un entierro inesperado. Un par de años más tarde ella también murió. Curiosamente y tras ver un programa de cáncer de mama y prevención le dio por hacerse ella el autoexploración en los senos. Encontró un bulto. Tras una biopsia se descubrió que era cáncer. Sufrió el tratamiento de quimioterapia como una jabata. Pero de poco le sirvió. El cáncer le llegó a los pulmones y su vida se fue apagando lentamente. Resulta curioso que en esta historia mi padre fue más un espectador pasivo que una persona que se involucrase. No la ayudó en el tema del divorcio (salvo traerla a ella y a mis primos una temporada a Barcelona en régimen de vacaciones). Tampoco acudió a su entierro. No había ningún problema personal entre ellos. Mi padre tachaba todo a la distancia pero sobre todo al carácter familiar. Las familias inglesas no son tan pasionales como las españolas. Son mucho más cordiales que emotivas. Eso lo había comprobado con mi abuela. Mi familia paterna nunca había sido muy dada a los besos y los abrazos. Ni siquiera entre mi padre hacia mi hermana o hacia mi persona. Son otras costumbres. Reconozco que no ser tan afectivo me trajo varios problemas de acercamiento con mi hermana. Ya de mayores no éramos propensos de demostrarnos cariño con un par de besos o un abrazo. Tuvimos que aprenderlo. Y reconozco que a mi hermana le hacía muchísima falta. Sobre todo después de lo que había vivido.

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