Desde pequeño tenía siempre miedo a la oscuridad. Sufría terrores nocturnos. Todo comenzó una noche que me fui a dormir, como venía siendo habitual día tras día. Tendría yo unos cinco o seis años. Mi madre me acostaba, me daba las buenas noches y apagaba la luz de la habitación. Esa noche en concreto sucedió algo más. Recuerdo aun y de forma muy nítida contemplar, antes de que la habitación se sumirse en la oscuridad, un cuento que tenía en la mesita de noche (donde un hada ofrecía una piruleta de verdad pegada en la portada) No se cuanto tiempo pasó pero para mí fue inmediato.De repente oigo abrirse la puerta de golpe, se enciende la luz y veo entrar por ella mi tío, el hermano mayor de mi madre. Emitía un rugido feroz. Entonces presentí que había venido a buscarme. Me fijé que entre sus manos portaba una caña de las que se usan en las zambombas navideñas que él hacía sonar sin necesidad del tiesto de barro (lo que hace de caja de resonancia). Por un segundo me quedé perplejo. ¿Cómo podía tocar la zambomba si le faltaba una parte de ella? me pregunté ¿Cómo es que tocaba la zambomba si todavía faltaba mucho para la navidad? Ese detalle fue el que más me llamó la atención y el que sin duda más me aterrorizó. Comencé a gritar. Despavorido. Lo peor de todo era que no me enfrentaba a un monstruo, ni un fantasma, ni un asesino, ni un ladrón, ni un muerto sino a mi tío. Como pude escapé de la habitación y corriendo me refugié en la habitación de mi hermana, contigua a la mía. Yo solía hacer eso cuando era la noche de reyes o bien cuando me despertaba muy temprano, sobre todo los fines de semana. Mi hermana solía hacerme un hueco y juntos nos lo pasábamos en grande leyendo cuentos y tebeos pero sobre todo cualquier volumen de la enciclopedia “El Mundo de los Niños” de la editorial Salvat, nuestros favoritos. Si bien aquel gesto de seguridad hubiera servido para mucho, en esa ocasión fue en vano. Mi tío, caña en mano, entró también en la habitación de mi hermana. En vez de esconderme bajo las sabanas salté de la cama y me puse a gritar frente a él, al pie de la cama. El continuaba en silencio, mirándome fijamente mientras meneaba la caña entre sus manos. El sonido que emitía me producía pavor. Parecía amplificado y como emitido a cámara lenta. También recuerdo detalles curiosos, como en un momento, con lagrimas en los ojos me dio por mirar por la ventana, que se encontraba junto a mi derecha, y ver la calle iluminada (era de noche) y distinguir algún coche pasar. También recuerdo claramente ver entrar a mi padre en la habitación. Recuerdo escuchar a mi hermana gritando asustada a mi espalda. Después de eso todo se desvaneció. Lo único que recuerdo es haberme despertado por la mañana en la cama de mis padres (mi padre había tenido que ir a dormir a mi habitación) y contemplar en silencio como las sombras de los coches se dibujaban entre el límite de la pared frontal y el techo de la habitación. Mi mente me decía que aquellas sombras eran como ángeles y yo quería cercarme a ellos pero una barrera invisible me impedía hacerlo. Era como cuando tratas de juntar dos imanes y notas que estos se repelen. Una sensación muy extraña, Lynchiana (de David Lynch) poco habitual pero misteriosamente placentera. Nunca se habló de este episodio en casa. Por supuesto para mis padres aquello había sido una pesadilla infantil. Pero para mí no. Hay sueños que se olvidan fácilmente y os puedo decir que este ha perdurado siempre en mi cabeza como la marca de un hierro candente sobre el pelaje de un caballo. Lo curioso es que tampoco hubo reacción adversa por mi parte al ver de nuevo a mi tío y eso que siempre que lo veía me acordaba perfectamente de ese extraño sueño.
He de añadir que por aquel entonces desconocía que mi tío (el solterón empedernido de la familia) era gay. Lo supe mucho más tarde, cuando tenía dieciséis o diecisiete años. He de decir que mi tío era un hombre muy culto pero con una soberbia digna de cualquier emperador romano. Su principal problema era que bebía como un cosaco y sus fiebres etílicas eran bastante autodestructivas. También fumaba tanto como bebía, incluso diría que más. Le recuerdo encender un cigarro cuando no se había acabado otro e ir tirando de los dos al mismo tiempo. Pese a ello mi madre adoraba a mi tío. En sus años de vacas gordas fue una persona que se preocupó mucho por su familia y sobre todo por él mismo. Se culturizó, le gustaba mucho leer, escribir tanto prosa como poesía, aprender idiomas y comer de lo bueno lo mejor. Estudió contabilidad, gracias a ello trabajó en varias agencias de viajes por lo viajar era una constante (mi madre, de soltera, a veces se iba de viaje con él) Adoraba las fiestas, sobre todo las tertulias. Más que nadie en este mundo. En definitiva, un tipo que se hizo a sí mismo. A aparte del alcoholismo su principal problema era el terreno sentimental. Se conformaba con muy poco (en eso salió también mi hermana). Para él cuanto más ignorante, mezquino y joven fuese su compañero de cama muchísimo mejor. Todo eso está bien si lo que buscas es un polvo pasajero pero no una relación seria y estable. Al tener cierta posición social y ganar bastante pasta lo convertían en apetitoso plato capaz de atraer a la peor rata de cualquier estercolero. Cuando esto sucedía le chupaban la sangre hasta el máximo y lo solían dejar tirado como perro y si te visto no me acuerdo. Le hacían mucho daño. Muchísimo daño. Su principal problema era que su soberbia le impedía reconocer tal debilidad por lo que su mejor camino era refugiarse en la bebida. Siempre recuerdo a mi tío como un personaje refunfuñón, de carácter fuerte pero eso sí, con una ostentosidad y generosidad del tamaño del monumento más imponente del planeta. Para nosotros era el TIO en letras mayúsculas (y que me perdonen con este comentario el resto de tíos y tía de ambas ramas familiares). Entre otras cosas mi hermana y yo le debíamos mucho.
Fue él quien presentó mi padre a mi madre. Era a finales de la década de los cincuenta. Mi madre trabajaba en la Warner Bros (curiosamente con el padre de Amparo. Lo descubrimos un día de puñetera casualidad, lo que son las cosas…). Mi padre y mi tío lo hacían en la nueva oficina de la Price Waterhouse situada en el Paseo de Gracia de Barcelona. Mi padre había recién llegado a España vía Inglaterra para trabajar en la oficina de la Price Waterhouse en Madrid. Como necesitaban a una persona que les ayudase a montar la infraestructura en Barcelona mi padre se ofreció encantado. Ya había estado antes de turista y le gustaba mucho la ciudad. Nueve meses después de aquel fortuito encontronazo mi padre había renunciado a marcharse a la capital y se había casado con mi madre. Y todo gracias a mi tío. Él siempre se hizo cargo de mis abuelos. Vivió con ellos hasta que murieron. En su casa se celebraban muchas fiestas, comidas, cenas y reuniones. Nosotros solíamos salir a comer con él los fines de semana. Siempre lo recuerdo invitando a todo dios. Siempre ostentando, siempre dejándose llevar por las malas influencias. Aquello fue el principio del fin de su etapa dorada. Mal aconsejado por un puñado de trepas de pacotilla dejó su puesto de trabajar. Por supuesto quienes le (mal) aconsejaron desaparecieron tan rápido como pudieron. Entonces al alejarse del entorno social y del estatus económico que necesitaba para sobrevivir su estado de ánimo fue decayendo llegando a cotas de decrepitud severa. Se quedó encerrado en casa, acompañado de su perro “Sirocco” que engordó y mimó hasta el punto de convertirlo en un bichejo fofo, malcriado y agresivo con las mujeres. Mi tío se pasaba días enteros sentado en una sofá orejero bebiendo Ginebra con limón a barriles y fumando cigarrillos sin parar. Escuchaba música clásica o a su ídolo Frank Sinatra, con ello trataba de rememorar los mejores años de su vida. Nunca más intentó levantar cabeza y resurgir como Ave Fénix de sus cenizas. Se sentía demasiado solo, demasiado acabado y demasiado mayor para hacerlo. Le gustaba mucho el cine. La Garbo, la Dietrich, Ava Gardner, la Davis… sus diosas.
Mi tío murió en 1984, en una camilla del hospital de San Pablo con el hígado reventado y más pobre que una rata. Yo ya tenía dieciocho años y la imagen de mi tío entrando en mi habitación caña en mano aun seguía allí. Su entierro fue muy triste. Su ataúd se apoyaba sobre dos sillas de cocina dentro de una sala de frías losetas blancas mucho más dignas de una carnicería. Su (anunciada) muerte sacudió los cimientos de la familia creando un terremoto general de magnitud nueve en la escala Richter. Después de eso mi familia materna ya no volvió a ser la misma desde entonces. Hubo reproches, peleas y malos entendidos. Pero no al nivel de la familia de mi cuñado. Todo muy sutil y muy educado, dentro de la gravedad. Había una fijación por parte de mi madre de compararme con mi tío. No había cosa que yo hiciera que mi tío hubiese hecho. Yo repudiaba la comparación. Entre otras cosas porque mi tío había acabado muy mal y no tenía muchas ganas de seguirle a la zaga. Mi madre siempre pensó que acabaría como él. Para ella tenía todos los números y más aun cuando se enteró que yo era gay. Traté de explicarle que pese a ello mis gustos sobre los hombres se alejaban bastante de los de mi tío. Ni me gustaban los chicos más jóvenes ni más garrulos. Para eso estaba mi hermana que en buscar frikis se las pintaba sola. Tampoco fumaba ni tocaba el alcohol . Mi hermana si lo hacía. Además ella era mucho más experta en meterse en líos que yo. Incluido un episodio con la justicia que igual un día cuento en este blog. Un día, un par de años antes de morir mi madre le comenté el suceso tipo sueño que había tenido de pequeño. Mi madre me miró raro. Se molestó conmigo mucho al respecto. Su hermano no podía haberme hecho nada malo (yo nunca le insinué tal cosa). Era imposible, aberrante.
No culpo a mi madre por no haberme creído o en todo caso en haberme ayudado a resolver el enigma y eso que ella era toda una experta en interpretar sueños. Sus premoniciones eran harto conocidas en casa y muy temidas. Como pincelada una semana antes de morir soñó que se encontraba siendo una niña en una nueva reencarnación. Aquel presagio me puso los pelos de punta y más cuando ella me sentenció que sabía que le quedaban poco tiempo de vida (todo sin saber que el cerebro le iba a reventar en mil pedazos). Intenté resolver el puzle por mí mismo. Hice sesiones de regresión, de hipnosis y no sacaba nada claro. Si no había sucedido nada ¿Por qué narices soñé con ello? No hace falta ser muy inteligente para interpretar que el gesto que hacía mi tío con la caña era un gesto onanista, pero realmente me hizo algo o puede que solo le viera a él hacerlo y mi mente lo asoció a un instrumento navideño…
Ignoro si un día conseguiré llegar al fondo de la cuestión. De lo que estoy seguro es que a partir de esa noche conseguí adjudicarme unos abominables terrores nocturnos que me duraron hasta bien entrados los veintiún años. Durante esa etapa nunca poder dormir con la luz de la habitación apagada. A pesar de intentarlo muchísimas veces. Siempre esperaba que se abriese de nuevo la puerta y mi tío entrase de nuevo a por mí.
2 comentarios:
Tu madre y mi padre, sin conocerse, estuvieron unidos por la gran Pilar Lizarriturri. Yo hasta puedo recordar el día que ambos descubrimos que compartíamos memoria de un apellido tan peculiar.
Gracias pero no me interesan para nada libros de autoayuda ni de como ser el más guay del universo. Si lo haces de buena fe perdona si te he ofendido con este comentario. Si lo haces para meter publicidad por el morro ya sabes donde te la puedes meter.
Gracias y a sobrevivir con astucia ya sea a base de consejos chuzos y teoria rancia de como me molo bartolo.
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