sábado, abril 21, 2007

El confidente (II)

… satisfactorio por lo menos a simple vista. Me presenté en el colegio a las 15:45 tal y como había concretado con la directora. Llevaba el Creative Zen que utilicé ya para entrevistar a mi hermana. Como había comprobado que captaba perfectamente el sonido y tenía las baterías cargadas confié en que funcionaría al cien por cien y no me defraudó. En absoluto. Esperé una media hora antes de encontrarme con mi sobrino. Una mezcla de sentimientos se me cruzaba de la cabeza al corazón, ¿era justo “engañar” a un niño con una conversación aparentemente normal para tratar de sacarle información sobre las fechorías de su padre? ¿Cómo podía sonsacar al niño la información sin que sospechase nada y se sintiera forzado? ¿Era franco con él? ¿Le buscaba tres pies al gato y lo forzaba a responderme? Ya de camino al colegio la cabeza me iba dando vueltas. Tenía menos de dos horas para buscar una prueba que equilibrase la balanza o la volcase hacia nuestro lado. Igual os preguntáis por qué yo era la persona más adecuada para hablar o tratar de sonsacar al pequeño. El niño había sido franco conmigo las veces que lo había visto. Se confiaba en mí para expresar lo que su padre le hacía o decía así que, por qué no iba ser ahora. Lo que sucedía era que la última vez que nos vimos ya hubo bronca en casa, o por lo menos eso intuimos. ¿Cómo podía justificar entonces mi presencia aquella tarde? La respuesta no tardó en llegar. El último día que le vi me reclamo una Memory Card de su Playstation 2 que se había dejado en mi casa antes de su marcha. Así que si se la llevaba sería un buen motivo para no sospechar nada. No creáis que me sentía bien haciendo eso. Engañar a un niño no está arraigado en mi naturaleza pero aquella ocasión lo requería, por su bien el de su hermana y el de mi hermana, su madre. Era necesario por lo menos intentarlo. Como ya dije después de esperar un rato apareció Silvia, la directora del colegio y tras de ella mi sobrino. El niño cuando me vio se detuvo, temeroso, al parecer ahora ya soy un ser cada vez más malo y perverso según su padre y su familia. Al parecer mis intenciones es separarlos de ellos y arrojarlos tanto a él como a su hermana a un orfanato y alejarlos de su padre para siempre. De vómito. Como vi que el niño estaba cohibido y no se atrevía a acercarse saque la tarjeta de memoria y se la mostré sin decir nada, eso sí con una buena sonrisa. Es curioso ese gesto lo había hecho mi padre conmigo en mi infancia cuando a veces venía a buscarme al mismo colegio pero claro está en otras condiciones y cambiando una tarjeta de videoconsola con un tebeo o un sobre sorpresa (de esos de indios o vaqueros o soldados de élite todos de plástico barato) El niño me devolvió la sonrisa y se acercó confiado por el pasillo. Aprovechando un punto ciego entre el marco de la puerta y el susodicho pasillo saqué el Creative Zen y puse la grabadora en marcha. El pequeño no me vio hacerlo. La directora nos acomodó en su despacho, ella se quedó con nosotros a una distancia prudencial, sobre todo para que el niño no se cohibiera y se negase a hablar con soltura. El niño y yo nos sentamos frente a una mesa y comencé a hablarle de cosas cotidianas. Como lo veía serio aproveché para preguntarle si estaba enfadado conmigo. Él lo negó. Me dijo que la que estaba enfadada conmigo era su hermana. Yo le pregunté porque y él me dijo que no lo sabía. Entonces le metí el primer gol preguntándole si por mi culpa el otro día su padre se había enfadado con él. Me dijo que si. Que su padre se había enfadado mucho y le había agarrado del brazo (me acordé de la lesión que tuvo en el brazo tanto él como su hermana al iniciarse el curso, cuando aun dormían en casa de su abuelo y que ya comenté en este blog hacia el mes de septiembre) con fuerza. Le pregunté si le había hecho daño. El niño me dijo que si, pero un poco. Le dije que tendría que haberme avisado o lo menos a la directora y entonces mi sobrino bajó la mirada. La directora aprovechó para intervenir comentando que el día después de mi visita junto a su madre ya lo había visto extraño, como deprimido, triste y esquivo. El niño hizo una especie de asentimiento. Le dije que sobre todo no le dijese a su padre que yo había ido a verle. El motivo era para protegerlo a él si lo agredía así que la tarjeta de memoria de la Play 2 se la había dado la directora porque yo me había pasado por ahí. El niño asintió y como la excusa le agradó se sintió más cómodo. Tampoco estaba allí su hermana así que no habría chivatazo y represalias. Aquello quedaba entre él la directora y yo. Todo estaba saliendo sobre ruedas. Pero necesitaba mucho más. Le pregunté que porque no venía a mi casa a verme. Me dijo que no podía. Yo le dije que su madre le dejaba y el niño soltó otra perla “Mi padre dice que mi madre no manda en nada, solo él.” Aquí intervino de nuevo la directora haciéndole saber con un poco de seriedad (pero no demasiada para no intimidar) que su madre era importante en su vida y en ese momento igual no mandaba en la cocina pero en él eso era otra cosa. El niño asintió, temeroso. Su padre era el amo del calabozo y tenía las llaves de la mazmorra. Eso me recordó esos padres que se creen propietarios de la vida que han traído al mundo incluso hasta para quitársela si se les place. Ese pensamiento me dio miedo. Le comenté los planes que había este verano (un viaje a Normandía con doce personas y visita a Paris y a Eurodisney y que por cierto ya está muy en marcha) Le dije que me encantaría que tanto su hermana como él vinieran, él me contestó que también le encantaría pero que había un impedimento. Yo le pregunté cual (sabía lo que me iba a contestar) y me dijo “Mi padre, no lo soportaría”. Yo volví a insistir que si su madre quería que él y su hermana vinieran conmigo podrían hacerlo. El me negó de nuevo. Su padre no lo consentiría. Le pregunté porque su hermana llamó traidora a su madre. Me desvió la contestación diciendo que la niña no quería que su madre le llamase por teléfono cada día. Yo volví a insistirle que su madre se preocupaba por ellos. Que los quería. El niño me dijo que él quería hablar con su madre cada mañana pero su hermana no y no podía evitarlo. Le pregunté por lo que sucedió en Artesa de Segre, sobre las amenazas de su padre con un hacha. El niño lo negó rotundamente, varias veces. Lo juró por sí mismo, que se muriese en ese momento si eso era cierto. Yo flipé, mi cuñado la persona que los había amenazado con matarlos me lo había confirmado cuando mi hermana me comentó por primera vez el suceso. Y también lo hizo mi hermana. En cambio el niño parecía no recordarlo. Entonces le pregunté sobre la paliza del garaje. Ahí si fue tajante. Su padre le había propinado una paliza que le hizo mucho daño “lloré mucho” me dijo por dejarse unas llaves dentro de casa. Es curioso pero este episodio lo había negado ante los forenses el día que fue a hablar con ellos. Como se acercaban las cinco de la tarde y en cualquier momento podría aparecer por el colegio le abuelo o cualquier otro familiar, di por concluida la entrevista. Tampoco hacía falta avasallar al niño demasiado. Habría otro momento para más preguntas y con lo que tenía parecía más que suficiente. Mi sobrino se iba a ir y le pedí un abrazo. El niño me abrazó y el hecho de poder sentirlo más la sensación de haberle “engañado” con mi visita aunque sólo fuese un poquito me entraron de repente unas ganas enormes de llorar. Le dije que le quería y que su madre le necesitaba y que nos ayudase. Él me preguntó cómo y yo le dije tocándome en el pecho que con el corazón. Con lo que él sentía y sobre todo con la verdad. El niño se fue y la directora y yo nos quedamos a solas. Resoplamos y comentamos un poco la jugada. Ella pensó que el niño le faltaba un poco más de confianza ya que su presencia podría haber interferido para que se cerrase un poco. Yo le dije que igual no, que con el hecho de que ella ya sabía cosas igual ahora le tomaba más confianza. Me miró de forma esperanzadora. Yo comprobé si se había grabado la conversación y me alegré de comprobar que sí. Estaba perfecta. Me marché del despacho de Silvia dándole las gracias y ella me dio a cambio mucha suerte. Al día siguiente, antes de dirigirnos al juzgado donde tendría que declarar mi hermana ante el juez tendría que ir al colegio de nuevo a buscar el informe sobre los niños que le había pedido Paloma. Salí raudo del colegio y me alejé lo suficiente para que me interceptase el abuelo de los niños. Llamé a Paloma y le di la noticia. También llamé a Amparo para comunicárselo y hablé con Miguel. En el fondo me sentía eufórico. Mi sobrino había cantado y su testimonio podría servir como prueba para alejarlo a él y a su hermana de su padre mucho antes de lo que pensábamos.

Aquella misma noche nos reunimos Paloma, Miguel y yo mismo en su despacho para buscar más pruebas y escuchar juntos el testimonio.

(continuará…)

No hay comentarios: