domingo, abril 29, 2007

Volviendo a ser.

El martes por la mañana, el día que mi hermana bailaba ABBA con la mente la llevé de compras. Me lo había pedido ella. No era la primera vez que lo hacíamos y al parecer cada vez que salíamos disfrutaba mucho con la experiencia. Luces, colores, bullicio, libertad de escoger lo que ella quería y le apetecía. Me daba la sensación que al ir de compras e inundarse del espíritu consumista recuperaba algo que había perdido, algo llamado independencia y que la hacía sentirse de nuevo como persona y no como una enferma desubicada, encerrada en un geriátrico lleno de agonía y decrepitud. Le pregunté a mi hermana donde quería ir teníamos varias opciones. Una de ellas era ir al Mercadona, otra al Caprabo (dos supermercados de alimentación) o bien volver a Hipercor/Corte Inglés de Cornellà donde además de comida había tiendas de ropa, revistas y un sin fin de cosas más. Su rostro se iluminó al mencionarle el lugar. Ya habíamos ido la última vez que había disfrutado mucho, además para ella fue como volver de nuevo al pasado cuando mi madre, ella misma y yo acudíamos a comprar cuando éramos más jóvenes. Recuerdo haber pasado tardes los tres revolviendo cajones de ropa ayudando a mi madre a buscar alguna ganga en la sección de oportunidades. Mi madre era una gran experta en encontrar materia prima de calidad entre tanto trapo revuelto. A nosotros nos gustaba ayudarla, sólo un poco, ella nos recompensaba alguna que otra vez comprándonos un disco o una camisa, falda o pantalón. Llegamos a los grandes almacenes después de pasar por el banco, gestionar el asunto de la fe de vida y sacar dinero, su dinero, del que ella se le había privado bastante tiempo atrás al apropiarse el capullo de su libreta y tarjeta de crédito. Le pedí a ella que eligiese la cantidad que quería sacar (disfrutar) y ella sacó doscientos euros más recargó su teléfono móvil con veinte euros más. Después de lo que había pasado importaba una puñetera mierda cuanto se quería gastar en ella o como en que lo iba a utilizar. En el supermercado utilizamos la misma ruta que la última vez, compró exactamente lo mismo. Es curioso porque mi hermana nunca era de comer mucho dulce. Su estrecha y molesta relación con el Parkinson la ha vuelto adicta al chocolate y a los hidratos de carbono en su amplia gama de productos alimenticios. Todo tiene una explicación. Su cuerpo se mueve involuntariamente las veinticuatro horas del día. Para dormir necesita medicamentos relajantes muy potentes ya que si no se los tomase jamás conciliaría el sueño. Así al quemar tantas calorías necesita toneladas de azúcar. Devora bollería industrial, zumos y productos de panadería a velocidad del rayo. Lo más curioso (y si se quiere ver ventajoso) de todo es que no tiene ni un ápice de grasa en su cuerpo. Es un esqueleto viviente fibrado (pero no trabajado) ya que no supera los cuarenta y cinco kilos de peso con un metro setenta y cinco de altura. Suele comer con mucha ansiedad, casi siempre de madrugada que es cuando su cuerpo parece estar más dormido y puede controlarlo un poco más. Así pues compro todo los sabores de zumos que había en la estantería, bombones Ferrero Rocher, varias cajas de Donuts de chocolate, productos de higiene personal, una tarta de Santiago, bocadillos, chips de atún, tortilla, sobrasada, chocolate, paté, jamón y queso. Ella agarraba el carro de la compra con tremenda emoción, conduciéndolo por los pasillos mirándolo todo con los ojos como platos. Desde hacía mucho tiempo que ella no disfrutaba tanto. Se veía a veinte leguas. Yo la dejé que llevase la iniciativa, dejándome llevar como una prolongación del carro de la compra. Ella no hablaba. No podía. Pero por gestos se le entendía a la perfección. En un momento dado sucedió algo. Llegamos a la sección de ropa. Ella se detuvo sobre un cajón con medio centenar de piezas de ropa revueltas una sobre las otras. Sin decirme nada se puso a revolver las prendas. Era ropa de verano, bañadores para niña. Estudiaba las prendas con minuciosidad. Estaba eligiendo algo, un bañador para su hija. Eligió uno estampado muy bonito. Lo metió en el carro. Avanzó unos pasos. Mirando toda la ropa con atención. Le pregunté si quería que le ayudase a encontrar algo más. Me dijo que si. Nos acercamos a un aparador donde había unas blusas de lino con unas florecitas estampadas en el cuello. Elegí una de color rosa y a continuación una chaquetilla de ganchillo tipo top. Compaginé ambas y el resultado era muy atractivo. Lo metimos en el carro. Entonces nos dedicamos a buscar algo para el niño. Compramos una gorra y unos calcetines de los Simpson (a él le encantan) y un conjunto de camiseta, camisa y pantalón con motivos de Formula 1 y una camiseta de pirata. Mi hermana disfrutaba eligiendo ropa. Por un lado y como ya he comentado más arriba volvía a recuperar su papel de persona, dejando a la enferma completamente de lado, perdida vete a saber dónde o en qué lugar. Por otro lado, recuperaba los momentos agradables de compras junto a mi madre y, a por ultimo conseguía recuperar de nuevo su función como madre. Ultimamente los niños solían presumir delante de ella de las cosas que su padre y sus tías les agasajaban. Ahora le tocaba el turno a ella, salvo que las intenciones no eran las mismas que las perpetradas por la familia paterna. Había muchísimo amor en aquellas compras. Para ella era una forma de decir: “¡Hey! Sigo estando aquí, puedo elegir por mi misma y comprar con mi dinero lo que yo quiero. No hace falta que me traigáis nada como a una enferma. Me lo puedo comprar yo. Además yo puedo agasajaros si se me place.“ Salimos del supermercado cuando a ella le dio la gana. Yo le compré a los niños un bañador para él y un top tipo chándal con caperuza roja para ella. Me apetecía mucho hacerlo. Por mucho que mis sobrinos estuviesen a malas conmigo. Mi hermana compró varias revistas para ella y regresamos al hospital. Cuando llegamos a la habitación a mi hermana le hizo mucha ilusión enseñar lo que había comprado a las enfermeras. Cosa que hizo muy feliz. Yo la miraba y me alegré muchísimo por ello. En mi mente solo quedaba una cosa, pedí al cielo que los niños no rechazasen sus regalos. Sería muy cruel por su parte y un grandísimo disgusto para ella.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Richard, eres un hermanazo. Menos mal que te tiene a su lado. Todo esto que haces le tiene que estar sentando de maravilla; si su marido la ha dejado de lado todo este tiempo como a un mueble inservible, ahora con tu apoyo Carol está recuperando su autoestima, el control de si misma, de su vida, y las ganas de seguir luchando por lo que más quiere.

¡Bravo!

foscardo dijo...

Gracias. La verdad es que si. Esta recuperando su autoestima y sus ganas de vivir. Tenemos una lucha pendiente, bueno exactamente ella con el descontrol con las pastillas. Ya lo comentaré mas adlante porque preocupa bastante el tema de la adiccion a sus medicamnetos.

Djabliyo dijo...

Poco a poco, Mari, poco a poco. De entrada, estás haciendo lo principal: le estás devolciendo las ganas de vivir, de disfrutar, y con ello, le estás dando una cosa muy importante también: un principio de estabilidad, desde la cuálpoder luchar por sus hijos, tus sobrinos.

Adelante, sin miedo ni dudas. Váis por el buen camino.