Aprovechando ya que estamos en este post y poniéndolo a huevo permitidme realizar una curiosa reflexión. ¿Qué es y para qué sirve un hermano? No es una cuestión fácil de responder pero por lo menos se podría intentar resolver. Vayamos por partes. En primer lugar no todo el mundo tiene un hermano (ojo que cuando digo hermano también hago referencia a hermana). Todos sabemos que los hijos únicos existen, yo no tengo nada contra ellos, salvo que si me permitís mi opinión son los que, sin duda alguna, desconocen en profundidad lo que significa el tener otro personaje a nuestro lado que compite por compartir el cariño y el amor de unos padres. Hay quien dice que un hermano es una prolongación de uno mismo. Es posible. Para algunos, un hermano es quien lleva consigo los defectos o virtudes que le pueden faltar al otro. Es como si los padres, no del todo satisfechos con su primera obra quisieran acabar de perfeccionarla y aportan a la familia a un nuevo semejante que acabe de satisfacer su afán por conseguir lo perfecto. No sé si eso es cierto o no. Yo no soy psicólogo ni antropólogo pero para mí un hermano es otra cosa. Si estoy de acuerdo con una parte de la teoría de la prolongación y lo digo porque mi hermana y yo no nos parecemos en nada. Ni física ni psíquicamente y ambos hemos sido educados de la misma forma.
Hacía tiempo que quería escribir. Es decir, hacerlo siendo yo mismo, sin estar pendiente de una fecha de entrega o a cambio de un talón. Creo que ya va siendo hora de armarme de valor, de entrar en el caserón, de abrir ventanas y puertas y permitir que la luz invada su interior. Necesito dar forma a los fantasmas, atraparlos, enfrentarme a ellos y asumir que, en el fondo, también forman parte de mi vida.
viernes, abril 13, 2007
Hermana.
Aquí está, junto a mí, mi hermana. Después de consultárselo me ha dado su beneplácito para que todos podáis conocerla. Bueno, y para acallar a quienes aun dudaban de su existencia y pensaban que todo el folletín que llevo narrando desde antes de diciembre era producto de mi imaginación. En serio, a veces y en muchas ocasiones he deseado que todo esto fuese una invención, os aseguro que no habría nada más importante en el mundo para mí que tal cosa fuera cierta. Pero no. Mi hermana y su historia existe y como podéis ver en la imagen la enfermedad como su batalla personal la están consumiendo. Ella quería también darse a conocer para demostrar al mundo que, pese a su enfermedad, se puede luchar por recuperar el amor de unos niños y sobre todo para agradecer las numerosas muestras de afecto e interés de muchos de vosotros ya sea en este blog o por correo electrónico o vía telefónica.
Respecto a mi hermana puedo decir que ella se llevó la inocencia que yo no tengo. Yo a su vez recogí la espontaneidad y el don de gentes que se dejó ¿queda bien decir en el útero de mi madre? No quiere decir que mi hermana no tuviera carácter, que si lo tenía y lo sigue teniendo (a veces lo saca y uno puede echar a temblar) lo que sucede que ella siempre ha sido muy reservada. Siempre nos ha costado saber que lo piensa o qué opina sobre determinados asuntos ya sean de índole personal o ajena. Si ella es mucho más cerrada y reservada yo soy (demasiado) explícito y comunicativo. Como podéis ver en las fotos ella fue mucho más lista que yo y se llevo gran parte de la belleza y el atractivo. Yo me conformé con los restos. Mi hermana era una niña muy lista de pequeña, era viva, tremenda y dicharachera. Pero algo sucedió en su psique que su carácter dio un vuelco y se transformó en todo lo contrario. Creo que todo vino a raíz de un fracaso laboral de mi padre. Mi madre contaba que una mañana mientras desayunábamos para ir al cole vimos como entraba mi padre en casa arrastras acompañado de unos vecinos que lo había encontrado en la calle tras un ataque de ansiedad debido al estrés laboral que estaba sufriendo. Yo de ese episodio no me acuerdo y eso que debería contar con seis o siete años. Mi mente lo ha borrado, pero la de mi hermana al parecer no. Contaba mi madre que mi hermana sufrió un shock. Ver a su padre, el rey, el héroe, su ojito derecho, uno de los mayores pilares fuertes de la familia derrumbado y vulnerable le afectó de tal forma que nunca jamás volvió a ser la misma. Fracasó en el colegio, se distanció de su padre, se encerró en sí misma y ya nunca más quiso crecer. Si bien es cierto que su mente se fijó un objetivo (muy válido para ella) pero que a la larga le acabaría pasando cuentas. ¿Qué cual era el objetivo? Se le podría llamar “El síndrome del cuento de hadas” que no es otra cosa que conocer a un príncipe azul, casarse con él y traer niños al mundo. Ningún objetivo más. Mi madre nos llevó al psicólogo en su tiempo (yo por culpa de los terrores nocturnos, que me duraron hasta los 21 años y que algún día si se tercia hablaré de ellos) y mi hermana por su peculiar ostracismo. Pero ojo, ni yo ni mi hermana podemos quejarnos de nuestra infancia. Todo lo contrario. Pese a algunas incongruencias (quien no las ha tenido) personales, hemos tenido una infancia mejor de la que nos merecíamos. Lo teníamos todo. Bueno no todo, nunca tuvimos una bicicleta. Un trauma infantil que aun, con el tiempo debo superar (aunque no os creáis tanto mi hermana como yo aprendimos a pedalear en bicicletas de amigos) Quitando hierro al asunto. Tanto como mi hermana como yo nos sentíamos privilegiados ya que éramos los únicos niños en todo el bloque que contábamos con tocadiscos personal y una cultura musical sin apenas limites. También nos gustaba el cine, eso ya lo he contado en este blog muchas veces. Todo a que mis padres habían sido unos adelantados en su época. Viajábamos mucho, sobre todo a Inglaterra para visitar mi abuela, mi tía y mis primos. Las navidades eran mágicas en todos los aspectos. Había comida a to0neladas y regalos a raudales. Quizá este privilegio que vivimos mi hermana y yo era debido a la facilidad que tenía mi madre por sufrir abortos. Antes que naciera mi hermana hubo dos embarazos fallidos, uno de forma muy traumática. Mi padre nos contó una vez como, tras un aborto en casa, había tenido que recoger del suelo del baño el feto muerto (de un niño) de cinco meses (“Su hijo” nos decía), envolverlo en unas toallas y llevárselo junto a mi madre de urgencias al hospital. La llegada de mi hermana fue para ellos una victoria y un regalo del cielo. Tres años más tarde llegué yo, aunque estuvo a punto de no ser así ya que a los seis meses mi madre tuvo un amago de aborto y tuvo que guardar reposo. Cuando nací (por cierto escupiéndole en la cara al médico) mi padre conmigo en brazos le dijo a mi madre “¡Ya tenemos a Richard!” esa frase siempre me ha llamado la atención porque para mí sonaba como si me estuvieran esperado desde hace mucho tiempo. Después de nacer yo hubo dos intentos más y la cosa no llegó a su fin por lo que mis padres desistieron en el intento. Mi hermana, como cualquier hermano, tuvo celos de mí, pero también hubo mucha ternura, las fotos lo demuestran. Tardó un poco pero al final se convirtió en mi protectora. Siempre hemos sido unos hermanos muy unidos, pese a alguna que otra diferencia, pero quién no la ha tenido. Si en una cosa hemos sido educados es en el respeto mutuo y en el apoyo (cosa que no sucede en otras familias como las de mi cuñado por ejemplo en las que pelearse , quererse, tratarse como mierdas y luego sufrir ataques de amor fraternal son el pan nuestro de cada día). Nosotros no hemos tenido el privilegio de disfrutar de nuestros primos como amigos porque ellos (por lo menos los que corresponden en la línea maternal) eran mucho mayores que nosotros. Ahora, con la edad la cosa ha cambiado bastante. La diferencia de opinión e intereses es mucho más concordante y afín que en nuestra infancia. Sobre mi familia paterna el problema no era la edad (entre mis primos y yo y mi hermana no hay mucha diferencia, salvo algunos meses) pero si lo había en el idioma (otro trauma que un día contaré) y sobre todo la distancia. Mi hermana y yo nos rodeamos de amigos. Tanto escolares como del mismo barrio o bloque. Algunos de ellos adorables, otros gilipollas consumados y dignos del museo de los horrores. Por suerte (o desgracia) el tiempo los distancia y los olvidamos o incluso los añoramos. Tanto mi hermana como yo compartíamos juegos (como dato anecdótico yo prefería saltar a la comba o hablar con las chicas o incluso jugar a Antón Pirulero que darle patadas a un balón como el resto de los chicos, os podéis imaginar las burlas al respecto, aunque luego bien que se unían a los juegos cuando se aburrían como ostras) Si bien al principio yo iba a la zaga de mi hermana en tema de amistades luego, con el tiempo, la cosa se invirtió y acabó ella asumiendo como suyas mis propias amistades. Con mi hermana tanto acompañados como no, solíamos salimos mucho al cine, a la playa o comprar discos al centro. Ya en nuestra adolescencia íbamos juntos a la discoteca, la mítica Bikini, los domingos por la tarde. Una tarde que nos dirigíamos hacia allí con una amiga conocimos en el bus al capullo de mi cuñado. Me lamentaría de haber cruzado nuestros destinos ese día si no fuera porque, gracias a ello, nacieron mis dos sobrinos. Curiosamente una réplica exacta de la relación que vivimos en la infancia mi hermana y yo. Sobre el tema de ambiciones tanto ella como yo hemos sido muy dispares. En el terreno profesional y metas yo me decanté por las bellas artes y el periodismo y ella por ser ama de casa y ser la esclava del machista de mi cuñado. Sobre las relaciones ella buscaba un padre para sus futuros hijos (tendríais que ver los saldos que conoció antes que mi cuñado) mientras yo me decantaba por personas más cultas y que me llenasen mucho más en el terreno de lo intelectual. Nunca me he llevado bien con mi cuñado. No por celos ni nada por el estilo. Su ignorancia y su prepotencia han sido una barrera muy densa para que él y yo llegásemos a ser amigos. Reconozco que hasta que no se casó con ella y no nacieron mis sobrinos no hubo un cierto respeto aunque trifulcas ha habido, algunas más sonadas que otras, sobre todo cuando el bebía más de la cuenta y se le iba la pinza poniéndose de evidencia ante extraños o no tan extraños. Cuando mi madre murió mi hermana y yo arropamos como pudimos a nuestro padre, ella quizás menos que yo al no tener que compartir con él el mismo techo. Cuando mi padre murió y tuvimos que repartir una pequeña herencia nuestra educación y respeto hicieron que no corriera sangre entre nosotros. La enfermedad de mi hermana y su situación actual ha vuelto a conseguir que nos uniéramos. Por un lado ella es lo único que me queda de mí núcleo familiar así como yo para ella, sobre todo después de ver como la familia que ella había creado se desmoronaba por todos lados como un gigante de barro ante un torrencial aguacero.
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