Cuando uno conduce a solas, a pesar de la música que suena en el interior del vehículo la cabeza no cesa de trabajar maquinando todo tipo de pensamientos, propuestas, ideas y un sin fin de sugerencias. Ya puede ser corto el trayecto que la mente viaja a velocidad del rayo superando con creces a la propia velocidad del coche. El lunes por la tarde cuando me dirigía hacia el hospital me dio por sacarle brillo a los acontecimientos sucedidos días atrás. Mi mente se centró concretamente en mis sobrinos en cómo se habían cebado en sus declaraciones (si, comprendo que habían sido manipuladas por terceros pero no podía sentirme molesto por ello) y también como las opiniones de los niños cambiaban cuando hablaban con nosotros (sobre todo mi sobrino). Me sentía molesto cada vez que rememoraba la lectura de su declaración. Automáticamente me veían a la cabeza el día anterior cuando el niño me decía que en mi casa había estado muy bien y que había comido muy bien y que le hubiera gustado estar conmigo. No sé muy bien si lo que sentía en ese momento era ira o más bien frustración, lo que si tenía claro es que se me estaba tratando como un imbécil. El desprecio de esos niños era insultante, sentía que me estaban tomando el pelo y jugando conmigo o bien que se estaban tomando la gravedad de la situación como un juego de niños en el que ellos participaban chivándose para así avivando la llama. Por cierto, me había enterado que él niño, jugándose su integridad le había comentado mi visita secreta a su padre, lo supe porque uno de los comentarios que le hice y que sólo sabíamos él , la directora y yo le había llegado a la niña. Ésta, al llamarle mi hermana para saber cómo estaban (y que por cierto en dicha llamada la niña la llamó pesada y le pidió que no la molestase más llamándola cada día) se lo recriminó le dijo que ella no le había llamado “traidora” (luego supe que en la misma conversación también la había llamado Judas). Es más, trató de convencer a mi hermana que lo que ella había escuchado de su boca era mentira (una táctica muy común de la que hacen buen uso de ella tanto su padre como sus tías). Mi hermana me explicó esto una mañana temprano, en esos momentos en los que puede hablar. Me lo dijo con tristeza, llorando. Me insistía que había perdido a sus hijos. También me comentó. “Richard no me dejes sola. No me abandonaras ¿verdad?” Yo se lo aseguré. Ni puedo ni quiero. Es más no iba darle la satisfacción a la Sargento de Hierro de haber conseguido uno de sus principales propósitos, desunirnos y enfrentarnos. Parece ser que es una obsesión para esta tipeja destruir familias, y tratando de analizar lo que conozco de su vida creo haber encontrado una respuesta. Un día me contó que ella había perdido a una hija a los cuatro meses de muerte súbita infantil. La niña había fallecido en la guardería y que su familia (capullo incluido) no habían movido un dedo por hacer nada, es más recriminaba que nadie de su familia quiso hacerse cargo de la niña y que por ello tuvo que matricularla en una guardería. Ella me comentaba con mucha ira que si su familia hubiera cuidado personalmente a la niña ahora estaría viva. Sé que lo pasó o bastante mal psíquicamente. Lógico. Que le costó recuperarse. A quién no en estas condiciones. Pero eso no justifica que te pases el resto de tu vida haciendo que tus seres queridos (o no) se enfrenten entre ellos y se dejen de hablar. Hay gente que no entiende eso de “No desees al prójimo aquello que te hace mucho daño”. Es curioso dicho personaje. Desde que la conozco siempre ha estado enfrentada a alguien, o bien ella ha sido la mediadora para que el enfrentamiento se suceda entre otras dos partes. Conmigo también lo ha intentado en varias ocasiones, incluso ha intentado hacerlo al intentar (sin éxito alguno) enfrentar a Miguel conmigo. Ella es quien ha malmetido a los niños para que rechacen a mi hermana. Ella misma ha intentado que mi hermana rechazase a sus hijos. Si no lo consigue se enrabia. Pero insiste hasta la saciedad, aunque para ello tenga que manipular o incitar a otros personajes de su entorno. Y ahora estaba manipulando a mis sobrinos. Y sus actos me enfurecían y me inducían a la ira y al desprecio hacia ellos. El peor de los venenos de mundo. Llegué al hospital encendido. Entré en la habitación de mi hermana y junto a ella se encontraba María. La mujer me vio enfurecido y me calmó. Yo le comenté a mi hermana lo sucedido, estaba dispuesto a tirar la toalla respecto a los niños. No se merecían mi lucha ni mi cariño, ni siquiera el de su madre. No era justo como la trataban y sobre todo no era justo que se dejasen influenciar por semejante pandilla de mamarrachos. Analizamos la situación con María. No nos cabía la cabeza como unos niños de doce y diez años podían no pensar por sí solos y saber separar lo que le decían de los que sentían. Una madre es una madre por muy enferma que esté lo mismo ellos habían vivido unos muy buenos momentos con Miguel y conmigo. Habían tenido de todo, desde cariño a toda clase de bienestar. Y se les veía felices, es más se cuestionaban si volver con su padre. Y todo eso sin coacciones de ningún tipo. Simplemente les dejábamos vivir y disfrutar de lo que tenían alrededor. Incomprensible. Le dije a mi hermana que les daba una última oportunidad a los niños. Si los de EAIA conseguían demostrar que estaban manipulados y que su actitud era algo ajeno a ellos seguiría luchando por ellos, si no era así ls mandaría al carajo y que si ellos habían preferido vivir y seguir la dinámica de mentiras y engaños de su familia paterna pues allá ellos. Para mí habrían dejado de existir. Ya no habría más oportunidades por mi parte. Si luchaba era por ella y porque el capullo no le molestase más dejándole vivir tranquila los años que le quedasen de vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario