Una de las cosas que predominó durante la jornada de ayer, durante el momento que permanecimos en el juzgado de familia de la Calle Valencia en Barcelona fue el silencio. Un silencio tan denso como una pared de plomo de un kilometro de espesor. Si, teóricamente allí no se iba a celebrar nada agradable, aunque no sea políticamente correcto expresar a lo largo de estas líneas una satisfacción rotunda y llena de plenitud, por lo menos por lo que a mí respecta. Se acabó. Fin de una etapa pero no de una historia. Todo quedó contrastado y firmado, a pesar de cierta incertidumbre por parte de la juez que llevaba el caso. Os cuento con más detalle. Mi hermana y yo llegamos al juzgado media hora antes. Durante el trayecto aproveché para invocar a los espíritus familiares poniéndole en el coche el casete donde se encontraban registradas las voces de mis padres, abuelos, amigos y nosotros mismos. Lo utilicé a modo de terapia. Mi hermana estaba tensa. Lógico. Iba a poner fin a 24 años de relación y 16 de matrimonio. Eso pesa y comprendo que pese al dolor que ha sufrido durante todos los años de su vida con el padre de sus hijos cosas buenas, aunque pocas, también ha habido. El rostro de mi hermana al salir del hospital era un rictus. Por un lado hacia casi un mes que no pisaba la calle, y ahora, cuando lo hacía no era precisamente para pasear ni para irse a comprar cantidades industriales de Donuts de chocolate (sus favoritos). Como ya he repetido iba a cerrar una parte de su vida. He de decir que ya tenía en mente darle la “sorpresa” de ponerle la cinta con las voces del pasado. He de reconocer que en algún momento pensé en no hacerlo. Sólo le faltaba que uno de los días más importantes (y porque no, dolorosos de su vida) le restregara por los oídos el sonido de las voces de aquellos seres queridos del pasado que ya en esos momentos no se encontraban con nosotros. Reconozco que me sentí un poco cruel aunque el resultado final fue muy distinto a lo especulado. Una de las cosas que conseguí tras poner en marcha la cinta fue que sus labios se relajasen considerablemente despegándose el uno del otro, dejando paso al tenue esbozo de una tierna sonrisa. Su cuerpo se relajó automáticamente, se sentía segura, arropada por la voz de mi madre, de mi padre e incluso escuchándose a ella misma con 35 años menos. De vez en cuando me miraba. Supongo porque se acordaba de situaciones que en la cinta no eran ni remotamente visibles. Recuerdos tal vez de gestos, de imágenes de miles de detalles que a uno mismo en estos momentos se le escapa de cualquier posible explicación. Una cosa si está bien clara. La invocación del pasado en forma de cinta magnética funcionó. Tener a sus padres allí, aunque sólo fuese en voz le dio fuerzas y algo de seguridad. Por lo menos eso es lo que yo pude percibir al respecto. Llegamos al juzgado y esperamos a Paloma en la puerta. Como no llegaba (tenía otro juicio en los juzgado de Santa Coloma de Gramenet) decidimos entrar, además comenzaba a chisporrotear. Ya dentro apareció un señor muy nervioso que se presento como el abogado de mi (ex) cuñado. El tipo estaba muy agitado pero se presentó muy amable y cortés con nosotros. Se interesó en el estado de salud de mi hermana y nos comentó que Paloma le había llamado y que estaba ya llegando al juzgado. También nos dijo que el capullo (él no lo llamó así) estaba arriba esperando. Esperando a los ascensores se me ocurrió preguntar por el EAIA. La respuesta del abogado fue una subida de ojos y una sinceridad fuera de toda duda acerca de lo que sentía hacia la tipa responsable y su afán por boicotear todo lo relacionado con el litigio y el asunto de los niños. Nos comunicó que no nos preocupásemos que allí no había nadie que no fuese más que los propios interesados, es más, nos dijo que había avisado al capullo de que no dijese nada a los responsables del EAIA para que no entorpecieran la causa. En eso llegó Paloma. Después de los saludos cordiales volvió a salir el tema EAIA a relucir dejando al final la cosa como lo que realmente era. Un berrinche de una inepta llena de prejuicios y sin pies ni cabeza. Ya habría tiempo más delante de encargarse judicialmente de ella. Tardamos un poco en subir debido a que solo funcionaba un ascensor y el que quedaba con vida no hacía más que subir y bajar plantas que no correspondían con la que a nosotros nos interesaba. Cuando llegamos, por fin pudimos ver, nada más abrirse las puertas a mi (ex)cuñado sentado en una butaca de plástico, haciendo ver que leía un periódico. Lo curioso es que no noté nada de nerviosismo en mi hermana, por lo menos en ese instante. Mientras Paloma y el abogado del capullo arreglaban papeles mi hermana y yo nos sentamos a esperar, a dos escasas butacas de donde se encontraba el capullo. No nos dijo nada, ni falta que hacía. Se dedicó a mirar como interesado el periódico y taparse la cara con él el mayor tiempo posible. Noté como mi hermana hacía un par de miradas fugaces (moviendo el cuello lenta y torpemente) hacia él. Solo recibió silencio. Qué más podía esperar. En esos momentos y pese a lo que ha sucedido en todos este tiempo me dio por pensar en lo complejo (y extraño) que resulta el comportamiento humano. Tres personas sentadas en una misma sala con muchas vivencias compartidas y ahora sólo había silencio entre ellos. Era como tres extraños que coincidían en un mismo día y hora con la única cosa en común que haber elegido un idéntico lugar concreto. A ver, tampoco esperaba más, ni lo estaba deseando. Pero uno no dejaba de pensar en cómo unas (duras) circunstancias determinadas podía convertir en personas con muchos vínculos en común en perfectos extraños. Era como tratar de darle sentido o lógica a un cuadro de Salvador Dalí o Mauris Cornelis Escher. No por ello dejé de sentir tristeza a pesar que en lo más fondo de mi corazón desease quitarme de encima a ese personaje de mi vida. Resulta irónico que en esos momentos pudiese hacer justicia sobre que ganada cada uno de todo ello y que se perdía. A grosso modo unos ganaban la libertad, a partir de entonces podrían hacer con sus vidas sentimentales lo que le dieran en gana y sin dar explicaciones a nadie (aunque aquí quien más salía ganando era el capullo ya que mi hermana de momento no cuenta con muchas posibilidades y ahora mucho menos después encontrase donde se encuentra ahora internada) por otro lado otros ganábamos la posibilidad de ejercer una paternidad que no estaba ni siquiera planificada, por lo menos desde antes de que este violento terremoto sacudiera los cimientos de la familia. Por último, otros ganaban la posibilidad de poder rehacer sus vidas en el seno de una nueva familia (atípica para algunos sectores conservadores de la sociedad) pero en definitivas cuenta un nuevo y peculiar núcleo familiar. Permitidme que me confiese sobre algo que estos días atrás me viene mucho a la cabeza y que no es más que el resultado de una conversación que mantuve con una de mis primas sobre el asunto de mi hermana. Es algo que también me sobrevino durante el tiempo que estuvimos sentados esperando a entrar para hablar con la juez y que vino propiciado por el profundo silencio que reinaba pese al bullicio de la gente que nos rodeaba en ese momento. Hace unos día mi prima, por teléfono me comentó algo que en un principio no le di toda la importancia que se merecía. Si me llamó la atención pero no lo suficiente como para darle vueltas al asunto. Supongo que son ese tipo de comentarios que se hacen a veces y que deben permanecer u n tiempo en las neuronas macerando como si fuese un tipo de licor extravagante y con mucho cuerpo. El comentario en resumidas cuentas hacía referencia a como tanto mi hermana como mi (ex) cuñado habían conseguido endosarme su vida (o lo que quedaba de ella) tras su (porque no decirlo ya preconocido) fracaso matrimonial. Yo lo resumo a “recoger los pedazos” aunque a simple vista (y dentro de su más que complejo significado genérico) suene como a muy liviano. Sus vidas están hechas trizas y yo me he quedado con una parte de ellas para tratar de reconstruirlas. Nunca habría sino más cierto. Pero elegir ese camino tiene también su precio. A la larga he de reconocer que he supeditado mi propia vida a reconstruir lo que queda de la de mi hermana. Ojo en ningún momento quiero dar a entender o provocar ciertos malentendidos ni que tras asumir ciertas responsabilidades me lamente o me retracte sobre el resultado final de toda esta compleja ecuación. Sólo apuntar que a veces veo como mi vida ya no es cien por cien mía, supongo que es un sentimiento muy común en personas que hayan vivido una situación semejante. Cuidado, tampoco quiero que nadie me relacione conla palabra egoísmo, simplemente dejar constancia de que muchas veces me siento como el Carpatia tras el hundimiento del Titanic.
Hacía tiempo que quería escribir. Es decir, hacerlo siendo yo mismo, sin estar pendiente de una fecha de entrega o a cambio de un talón. Creo que ya va siendo hora de armarme de valor, de entrar en el caserón, de abrir ventanas y puertas y permitir que la luz invada su interior. Necesito dar forma a los fantasmas, atraparlos, enfrentarme a ellos y asumir que, en el fondo, también forman parte de mi vida.
miércoles, febrero 20, 2008
La esencia del silencio.
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1 comentario:
Aquella misma tarde mi sobrina había invitado a dos compañeros de clase a merendar.
Creo que esta frase resume como ninguna una situación compleja y dilatada en el tiempo, que por fin acaba.
Bendita normalidad.
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