A lo largo de los años uno se ha cruzado con mucha gente, de todo tipo he de reconocerlo, algunos buenos, otros malos, otros más bien tirando a gris oscuro y muy pocos en tono blanco nuclear. La conclusión que he sacado (tampoco es que haya descubierto la sopa de ajo con ello) es que hay gente buena y gente mala sobre la faz de la tierra(¿debería ganar un Premio Nobel por tal descubrimiento? Jijijijiji Jejejeje jojojojo). Pues bien después de esta banal apreciación a modo de primera reflexión, como una tenue pincelada sobre un lienzo virgen, permitidme, por un momento, ahondar en el posible lado metafísico de la maldad según a mi modo de parecer. No voy a hacer como Sisterboy y hablar como hace en su blog (baste decir de forma inquietante pero interesante) acerca de asesinos en serie. Me gustaría afrontar la maldad desde otro punto de vista, bien como algo abstracto y menos imparable que la furia asesina de unos desquiciados con problemas de autoestima o vete a saber que otros trastornos de personalidad. En primer lugar soy de los que piensa que si existe bondad (os aseguro que la existe) ya sea de muchos tamaños y formas también existe maldad en la misma mesura que su antagonista. Para que haya bien hace falta que haya mal, pero ojo siempre en la misma mesura, si se desequilibra la balanza (cosa que me parece matemáticamente imposible) el caos se adueña de la situación y enturbia el horizonte como un espeso banco de niebla confundiendo a todo aquel que lo contemple. Existe una teorías reencarnacionistas que comparto en opinión que habla acerca de la necesidad del equilibro entre la armonía y el caos. Vamos, que de misma forma que hay seres que evolucionan (ya sabéis aprendiendo de las situaciones que se vean afectados, sean de la índole que sean) también hay gente que involuciona, sobre todos aquellos que acumulan ceguera debido al odio, envidia, egoísmo y toda suerte de cosas chungas que alguien en su día denominó pecados capitales (para más información repasaos el catecismo o si no leéis veros la aburrida “s7ven” (David Fichtner,1996)) Una de las pocas cosas que aprendí durante mi periplo por el (farragoso) mundo esotérico fue a escuchar al silencio. Os aseguro que el silencio habla y dice más cosas que una docena de oradores cargados de los mejores pensamientos filosóficos de la humanidad. Os propongo un ejercicio básico (igual ya lo habéis practicado alguna vez) se trata de que cuando os encontréis en la calle os fijéis en la gente que os rodea. Escuchadla, ved como se mueven e interactúan. A veces, os puede llegar información acerca de ellos, información acerca de la edad y el estado evolutivo de su alma (da igual que no creáis en su existencia). Hay rostros que hablan. Gente primitiva, casi primigenia. Gente con una actitud básica hacia sí mismos y hacia los demás. Pero habría que diferenciar cuales de ellas son almas jóvenes y cuales almas en estado regresivo. Es posible que unos acaben literalmente de aterrizar en esta existencia y están aprendiendo desde lo más rudimentario. Son como rocas a las que hay que tallar para sacar un diamante en bruto o en su lado contrario un trozo de carbón más negro que la madriguera de un topo.
Los peores son aquellos que llevan mucho tiempo deambulando en este plano pero encontrarse en una situación de retroceso. Son seres que no quieren aprender de sus errores y prefieren caminar siempre en círculos enfurruñándose consigo mismos (y de paso con los demás). Son seres con una carga de energía (en este caso negativa) acumulada de la potencia de un misil termonuclear. Son peligrosos, autenticas bombas de relojería. Un peligro consigo mismos y para los demás. Son seres que se pasan su existencia produciendo un mal constante. Como un tumor de crecimiento lento, casi inocuo pero potencialmente maligno. Muchos de ellos saben que hacen daño. Incitan a otros a hacerlo y se regocijan de su maldad y del daño que producen. Para ellos el mal es una especie de superdroga que los mantiene como en estado de euforia constante. Algunos confunden (o pretenden asociar) ese mal con locura, ya sea transitoria o bien permanente. No tiene nada que ver. Los locos no son conscientes del mal que pueden producir. Son instintivos, básicos, pero en definitiva inconscientes. Curiosamente en estos días que deambulo con mi hermana por la sala de psiquiatría he podido darme cuenta de ello. No, los malos de verdad, aquellos que disfrutan con su maldad son cien por cien conscientes de sus actos y disfrutan como monos destruyendo todo a su paso. No todos son iguales, cada uno de ellos está versado en una especialidad. Los hay que gozan del poder de la avaricia, hay quienes disfrutan haciendo daño con su egoísmo, los hay que sufren verdaderos éxtasis de placer sembrando ira allí donde pasan. La maldad (como la bondad) existe en todos los grados y estatus sociales. Adoptan muchas formas y abarcan todo tipo de profesiones, ya bien en forma de políticos, gente versada o como personas anónimas de la calle. Sigo pensando que los peores malos son aquellos que son conscientes de ello. Los que realmente saben que hacen el mal pero se auto convencen de que ellos son buenos y portadores de la verdad absoluta. Son aquellos que culpan de sus desgracias a los demás y son los peores porque se marcan un objetivo primordial: “Joder la marrana”. Se vuelven incansables, porque nunca se encuentran satisfechos con los resultados conseguidos y porque ven como sus víctimas sobreviven día a día superando con éxito sus incansables ataques.
El mal como el bien está en la naturaleza de los seres. Esa es otra verdad como un templo. Las energía que nos rodea puede ser canalizada hacia una sola dirección si nos lo proponemos. Hay cura para el mal (por lo que también debe haber cura para el bien) pero depende mucho de la naturaleza que lleva cada ser educar o reconducir esa energía hacia un lado u otro de la balanza. Uno puede entrar de cabeza en el lado oscuro como salir por si mismo del caos. Depende de las ganas que le pongamos. No hay una persona cien por cien buena como una persona cien por cien mala (hasta Hitler o la Madre Teresa de Calcuta tendrías sus buenos y malos momentos) Herramientas para encaminarnos (o descarriarnos) tenemos todos. Tentaciones haberlas haylas pero también hay momentos de lucidez y de saber dominar la bestia. De ti depende: “O tú cabalgas sobre la bestia o la bestia cabalga sobre ti…”
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