domingo, febrero 24, 2008

La familia y trastos viejos, pocos y lejos...

“Pobre Caroline…” Esta es la frase más recurrente escuchada en labios de muchos miembros de mi familia. Pero sólo se queda en eso, en dos palabras. A veces también aparece otra frase: “A ver si un día de estos vamos a verla…”, una sintaxis un poco más comprometida pero tan estéril en su resultado como tratar de sembrar un campo con kilos y kilos de cal viva. He hablado muchas veces de la familia del capullo pero poco de mi propia familia. Por lo menos la que tengo más cerca y que pertenecen a la rama de mi madre. En primer lugar no tienen ni punto de comparación con la pandilla de mamarrachos y de seres de circo de la (ex) familia política de mi hermana. Tienen sus defectos (y alguna virtud) como todo el mundo, pero nada que ver con el comportamiento animalesco de "El otro lado". De eso no tengo duda. Y no es que porque sean mi familia. Hay cosas que no tienen cajón. Sin embargo en cuestión de desidia no les gana nadie. Excusas todo el mundo sabe poner, desde el típico “No tengo tiempo”, “Estamos muy liados ”, hasta un largo etcétera. Cualquier dribleo es bueno con tal de no acercarse ni un solo momento a ver a mi hermana. No todos se han comportado así, hay excepciones, pero también ha habido quienes se merecen formar parte del museo de los horrores (crueles horrores) El numero uno se lo lleva una de las primas de mi madre, una tipa forrada de pasta hasta que se le salen de las orejas que basa su vida en el odio hacia todo ser viviente (en especial predilección por su hermana y sobrinos) y en coleccionar muebles antiguos. Dicho ser tiene la virtud (o el defecto) de emular al río Guadiana: aparece y desaparece por arte de magia. Cuando hace acto de presencia (cual bruja Maléfica de La Bella Durmiente del Bosque) no es sino para sembrar odio y malestar. Como una especie de “Angela Channing” engaña posee un arte para engañar haciéndote creer que en ese momento está de tu lado y que va a hacer todo lo posible por echarte una mano (una garra llena de pinchos podrida y hedionda diría yo). La última vez que apareció prometió ayudar a mi hermana, personalmente, le dio esperanzas, anhelos iba a hacer todo lo posible por buscarle los mejores médicos para que la sacasen del pozo donde se encuentra atrapada. Al final no hizo nada. Dejó a mi hermana esperando sin ningún atisbo de solución por su parte. Es más, arrepentida de su oferta me llama un día para recriminarme lo mal hermano que yo era ¡porque no hacía nada por mi hermana!… Oír para creer. Me lo estaba diciendo una tiparraca que odiaba a muerte a su propia hermana (enferma) y a la que deseaba la peor de las muertes. Una tipa que nunca tuvo hijos por el simple hecho de que estos no se comieran su fortuna. Que por cierto había amasado gracias al odio, el egoísmo y la codicia. Ni tiempo me dio para decirle que se metiera todo su dinero en el culo. Colgó. Así de fácil. Como una tarántula o escorpión me dejaba a mi todo su veneno y se quitaba el problema de encima. Eso sí, me dijo que todo su dinero y sus casas (la de Paris, Roma, Capri y Barcelona) iría a parar a un convento de Carmelitas y a Greenpeace antes que ir a parar en manos de un médico que pudiera ayudar a mi hermana. Prefería ayudar a las ballenas o a dar dinero a la iglesia (supongo que haciéndolo se pensaba asegurar un lugar de privilegio en el cielo) que ayudar (cuando ya se lo había prometido a la propia enferma). Cierto es que cada uno hace con su dinero lo que le dé la gana, ya sea si se lo ha ganado con el sudor de su frente o con el sudor de su espalda o bien ambicionando y conspirando cual rata de cloaca. Lo que no veo justo es que se juegue dando esperanzas a aquellos que realmente necesitan ayuda para luego dejarlos en la estacada. Eso es crueldad. En el amplio sentido de la palabra. Una actitud tan deleznable como cuando mi (ex)cuñado cuando se regocijaba golpeando e insultando a mi hermana. Pero, a todo esto ¿Qué es peor, prometer ayuda y negársela o no hacer absolutamente nada? Pienso que despreocuparse es tan infame como hacerlo y luego quitar la mano tendida a modo de ayuda. ¿Cómo es posible ser tan ciegos y negar un poco de aliento a una persona que lo necesita? Ni una simple llamada, ni una simple visita, ni una mísera ayuda. Nada. Vacio. Eso es lo que he recibido de mi familia. Luego, claro está, cuando todo termina y el atormentado acaba en un ataúd vienen los lloros “Ay, si lo llego a saber…” o “Podría haberla ayudado más…” Típico. Por lo menos siempre quedan los amigos. Al menos a estos los elijes…

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