Hacía tiempo que quería escribir. Es decir, hacerlo siendo yo mismo, sin estar pendiente de una fecha de entrega o a cambio de un talón. Creo que ya va siendo hora de armarme de valor, de entrar en el caserón, de abrir ventanas y puertas y permitir que la luz invada su interior. Necesito dar forma a los fantasmas, atraparlos, enfrentarme a ellos y asumir que, en el fondo, también forman parte de mi vida.
viernes, abril 27, 2007
Mi hermana baila con la mano.
Uno se sorprende a veces del poder estimulatorio o curativo de la música. Ya he comentado en varios post el “experimento” que practico con mi hermana cuando le pongo la música que a ella le gusta en el coche. Siempre suelo elegir temas que para ella sean familiares, que correspondan a una época en la que ella era feliz, curiosamente de antes de que apareciese mi cuñado, cuando ella vivía aun en casa y mi padre nos deleitaba con intensas sesiones con música de todo tipo. Era en la época de los 70 y muy a principios de los 80. Mi hermana le gustaba bailar. Mucho. Sus gustos musicales iban desde los Bee Gees, la ELO, ABBA, The Beatles, Elvis, la música disco, el Thecno Pop, o interpretes solistas como Neil Diamond o Charles Aznavour o incluso clásicos como Beethoven, List, Brahms o musicales como West Side Story, Grease u Oliver! o las bandas sonosras de John Williams, Morriconne o Goldsmith. En mi casa siempre sonaba música y la mayoría de las veces llegaba de la habitación de mi hermana. A causa de su afición mi madre se las había que tener con algún que otro vecino que no entendía porque mi hermana se pasaba todo el día dale que te pego con el tocadiscos. La llegada del capullo en su vida no le hizo muy bien a su pasión musical. Esta fue desapareciendo tan rápida como inesperadamente de su vida. A veces me sorprendía su repentino desinterés, pero conociendo a mi cuñado no acabó de sorprenderme mucho. La pasión musical ha sido nula en los niños. Quizás ahora más mayores se han acercado a algún tema musical puntual pero nada comparado con el afortunado empacho melódico que mi hermana y yo llevábamos en la sangre desde que eramos renacuajos. Mientras vivieron con nosotros traté de inculcarles un poco de cultura musical con cierto éxito. Algo que me satisfizo bastante. Lo mismo sucedió con el cine. Convertir a mis sobrinos en cinéfilos fue una experiencia muy satisfactoria. Mi sobrino descubrió (con pasión) el cine de Truffaut (le encantaba La Piel Dura) y mi sobrina (y el niño también) se lo pasó en grande con películas como Whale Rider, la Noche del Cazador, Cuenta Conmigo, Poltergeist (aun David se acuerda el día que vimos la peli con ellos en el proyector de casa) o Gremlims (mi sobrina lloraba a mares cuando los bicharracos atizaban al buenazo de Gizmo). Redescubrir el cine con ellos también ha sido una extraordinaria experiencia como “padre” educativo. Era como volver a verlas de nuevo. Volviendo al tema de mi hermana. Resulta que el día que fuimos al banco para el tema de la fe de vida le puse música. Concretamente ABBA. Recuerdo que en sus tiempos ella se las sabía todas y su pasión por el grupo nórdico era tan comparable como el que sentía por los guaperas de los Bee Gees. Temas como Money Money, Honey Honey, Hasta mañana, The Winner Take It All, Waterloo sonaban sin parar en el reproductor de MP3. En un momento me fijé de reojo en ella. Estaba muy feliz. Me pareció que estaba escuchando atentamente cada tema como si con ello su mente tratase de grabarlo. Incluso pensé que su mente estaba tratando de rememorar aquellos momentos de juventud cuando mi padre nos pinchaba música sin parar y nosotros bailábamos felices en el salón de casa. Un detalle me hizo darme cuenta de lo que estaba sucediendo. Mi hermana estaba bailando, de nuevo. No lo hacía casi a simple vista, sino que gran parte de ello lo hacía mentalmente. Tan sólo su mano izquierda (ella es zurda) bailaba. Hacía domo de pie y seguía alegremente el con ritmo las notas musicales. Os puedo asegurar que aquel movimiento nada tenía que ver con el Parkinson. Era un movimiento voluntario. Ella lo controlaba a su antojo. Lo hacía suyo. Me alegré mucho por ello esbozando una sonrisa. Y es que al verla feliz, aunque fuese durante unos segundos, lejos de las desgracias que la acosaban era mucho más valioso que cualquiera de los tesoros del mundo.
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1 comentario:
Si es que ABBA son mucho ABBA!!
Besos y abrazos para Carol, y también para vosotros, Mari!!
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