Estos días los niños han ido trayendo a casa parte de los recuerdos que mi hermana dejó en casa de mi (ex)cuñado. Son objetos muy diversos, amontonados y revueltos en casa o bolsas de plástico. Algunos de ellos me son desconocidos. Son cosas que mi hermana había adquirido mientras vivía con el padre de sus hijos. Ropa y algún objeto sin valor la mayoría de veces. Pero en otras ocasiones lo que regresa a casa son cosas que para mí son familiares. Estas tiene forma de álbumes (raidos) de fotos, en blanco y negro o en tonos multicolor donde se entremezclan imágenes del pasado. Los niños las miran sin criterio alguno. Les suenan algunos de los personajes que aparecen pero otros le suenan a chino. Yo trato de explicarles quienes son o confirmar que esa señora que aparece en la cama de un hospital tratando de comerse una sopa es su abuela. Me pregunto ¿cómo es que nadie antes se lo había explicado? ¿O tal vez si y lo habían olvidado?, no lo sé… Por si acaso tengo paciencia para refrescarles la memoria foto por foto. Si paciencia a mi no me falta. Últimamente la saco hasta de debajo de las piedras si hace falta. Ayer llegaron más cosas del pasado. Llegó mi sobrino con una bolsa grande lleno de ellas. Había un retrato de mi hermana a los 9 años dibujado por una de mis primas, mas fotografías, esta vez de los 5 primeros meses de vida de mi hermana, un reloj que había dejado de funcionar no se sabe cuándo y lo que más impactó: su traje de novia. Lo tomé en mis manos, en silencio mientras escuchaba a los niños hablar como a kilómetros de donde me encontraba. Estaba impactado. Casi derrotado. El vestido (ya no tan blanco como la primera vez que lo vi) venía revuelto y arrugado. Como tratado con desprecio. Si bien yo trate con respeto quien lo había colocado en la bolsa no lo había hecho. Por un momento me pregunté que había sentido esa persona al colocarlo de aquella forma dentro de la bolsa. No es por el valor económico de la prenda, sino precisamente por su valor sentimental. Revuelto de cualquier forma dentro de una bolsa. Eso era lo único pensamiento que me venía a la cabeza. Sentí pena. Una pena muda, lejana, como el lamento de un bebe abandonado en una montaña y cuyo eco podía escucharse por doquier. Recuerdo con cuanta ilusión eligió mi hermana ese vestido. Mi madre, compartía ese estado de ánimo más por mi hermana que por mi futuro cuñado. Pero que se le iba a hacer, la niña quería casarse por todo lo alto y no iba a escatimar en gastos. El vestido era bonito, elegante a la vez que sencillo. Ahora, mirándolo de nuevo, no más que es un trapo arrugado, inservible y rodeado de un tufillo a rancio mezcla de sal de muchas lágrimas con toques de hiel. Por un momento desee que nadie más que no se lo mereciera se hubiera puesto esa prenda. Me imagine a la novia de mi (ex)cuñado (o a la sargento de hierro o a cualquier otra de las (ex)cuñadas) con él puesto haciendo el tonto por los pasillos de su casa y se me revolvieron las tripas. Igual no, pero conociendo al capullo poco me podía esperar. Sobre todo ahora que piensa rehacer su vida casándose de nuevo. Nada que objetar al respecto. Que rehaga su vida y que aprenda de sus errores. Punto y pelota. Si había alguien que podía hacer uso (aunque sólo fuese a modo de disfraz) de ese vestido era mi sobrina, nadie más. Aunque, mejor dejarlo como está, eso sí bien doblado y planchado (si es posible) y olvidado en un rincón del armario, lejos de la mirada (y recuerdos) de mi hermana.
1 comentario:
Què maco noi...a m'agrada molt el nou disseny del blog. 1000 petons.
mua
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