viernes, marzo 21, 2008

Justos por Pecadores

El texto mostrado a continuación pertenece a una respuesta realizada por mí en le blog Lo que me sale del Bolo perteneciente a Mercedes Milá. El tema era acerca de la prohibición de fumar.

Soy no fumador desde que nací. He probado fumar alguna vez sin ningún resultado. No va conmigo ni me gusta. Nunca. Eso sí, suelo respetar a los que fuman siempre y cuando no se dediquen a lanzarme ráfagas de humo denso a la cara y os aseguro que alguna vez lo he tenido que soportar. Que sí, que me molesta el humo sobre todo si me encuentro en un lugar tan angosto que se me hace imposible respirar. Mi asma y mis ojos me lo recuerdan constantemente. No niego en absoluto que fumar es nocivo para la salud. Tanto para los que lo practican (aunque pienso que cada uno es libre de hacer lo que quiera con sus pulmones mientras, claro está, no perjudiquen a terceros) como para los que no lo practican. Pero pese a ello, a veces, siento cierto malestar cuando a los fumadores de toda la vida se les comienza a tratar como parias. En primer lugar, hemos de pensar que también son personas como nosotros, fuman sí, pero ni asesinan, ni torturan, ni son de sujetos de la peor calaña (bueno habrá algún hijo de su madre que haga eso y sea fumador empedernido, o puede que no…)cuando se ataca a los fumadores siempre me da por pensar qué sucede con otras “drogas” o “hábitos” como es el alcohol, los estupefacientes, la comida basura o las los alimentos bajos en calorías… ¿Por qué no existe hacia ellos el mismo trato o la misma persecución tan drástica y casi despiadada como la que están sufriendo quienes practican el tabaquismo? ¿Cambiarían entonces algunas de las opiniones vertidas contra el tabaquismo?


3 comentarios:

Amparo dijo...

Ole mi niño.
Amparo, fumadora no practicante

Anónimo dijo...

Años antes de que la cruzada anti-tabaco se pusiera de moda yo me cepillaba entre un paquete y medio o dos paquetes al día. Eso son 30 o 40 cigarrillos, y la cosa me duró unos 11 años. Por suerte empecé tarde. De esos 11 años al menos me pase 6 o 7 queriendo dejarlo sin acabar de conseguir librarme de mi adicción a los condicionamientos sociales que me hacían esclavo del estúpido cigarrillo.

Pero al final lo logré, y afortunadamente para mi autoestima conseguí dejarlo antes de que se pusiera en marcha toda esta turba moralista que se parece tanto a la que parió la ley seca durante los años 20 en los EE.UU., abriendo de paso nuevos horizontes empresariales para la mafia de aquel país (y que le costó la vida a no poca gente).

No me gustan los moralistas, no me gustan las turbas, no me gustan los EE.UU. y no me gusta la mafia.

Por desgracia el ser humano es inseguro y gregario, necesita que le digan lo que tiene que hacer para ser feliz, y necesita sentirse cobijado por la aprobación de los que le rodean.

El imbécil que antes le echaba el humo a la cara a los demás por encima del plato de ensalada es el mismo que ahora les coacciona todo con el apoyo legal del estado para que den un espectáculo bochornoso fumando de pié a la intemperie en la puerta del mismo restaurante.

El tabaco solía ser una planta sagrada que facilitaba el contacto del ser humano con sus dioses, y fumar era una actividad espiritual.

Ojalá todos fueramos libres de decidir cómo queremos vivir, cómo queremos morir, a qué parásito chupasangres queremos votar para que nos represente en el parlamento, o por qué orificio del cuerpo preferimos toser.

Todo sería mucho más fácil si simplemente aprendieramos a respetarnos los unos a los otros.

foscardo dijo...

Plas plas y plas