El Jet Lag, ese gran “amigo” de los viajeros. Tras llegar al "Hotel Sofitel de Los Ángeles" y asignarnos la habitación correspondiente concretamos todos los allí reunidos en quedar en el Hall a eso de las 9:30 del día siguiente. Esa mañana nos esperaba un intenso día de trabajo. ¿Pero qué sucede cuando viajas y pierdes de golpe 9 horas de tu vida. Que tu cerebro y tú metabolismo se hacen la picha un lio. Por un lado sabes que estás a miles de kilómetros y que son 9 horas menos, que no son las 7 de la mañana sino las 11 y que aun te quedan como unas 8 horas de sueño. He de decir que antes de dormir me costó hacerme a la idea de ello. Estaba medio paranoico con eso del maldito reloj. Tenía la constante sensación que sólo podía con dos horas escasas de descanso y sobre todo que muy pronto iba a amanecer. Pero no, la noche era todavía muy larga.
Ya en la habitación (y menuda habitación) llamé a casa. Contestó mi sobrino. Acababa de levantarse. Hablé con Miguel y con mi sobrina. Después de ello me fui directo a la ventana. Como era de noche no pude apreciar aun la vista. Sé que me encontraba en la parte trasera del Hotel lejos del bullicio de la calle principal. Frente a mí se alzaba una montaña poblada de cientos de lucecitas pertenecientes a casitas destinadas a viviendas. También distinguí, de forma tenue, un par de columnas de palmeras. Por fin había pisado Estados Unidos, por fin había llegado a Los Ángeles.
Me metí en la ducha, una especie de habitación donde podían caber perfectamente cinco personas. Probé todas las modalidades de chorro de agua. Me relajé de lo lindo. Sobre todo por lo que respecta a mis pies. Me sequé, me puse el albornoz, me tomé mi Ibuprofeno, encendí la tele de plasma y mi por último portátil. Tenía que apresurarme con su uso ya que aun no contaba con un adaptador de corriente USA. Me conecté al Messenger para ponerme en contacto con Adrian (Barry Gon para los amigos) que desde San Francisco (donde vive) tenía que enviarme un paquete al hotel. Sobre el tema Wi Fi… como no me apetecía contratar el servicio del hotel (no por caro, todo lo contrario) sino por pagar y luego correr el riesgo de no encontrar el adaptador de marras, conseguí “tomar prestada” un poco de señal a un colegio judío que se encontraba justo abajo del hotel y enfrente de mi ventana.
Aquella noche dormí como un tronco, bueno casi ya que Eva me llamó dos veces al teléfono móvil (al que no podía apagar al tener activada la alarma) La culpa era mía. No me había acordado de avisar a los amigos de que estaba de viaje. No le contesté. Le envié un mensaje avisándole que estaba en los USA y que me encontraba durmiendo. Eran las 4 de la madrugada. Acto seguido me fui a dormir de nuevo. No tarde mucho en hacerlo. Estaba prácticamente agotado.
Breakfast in America
Una de las cosas que se diferencian los americanos de los europeos es por su forma de comer. Ni siquiera los británicos, primos hermanos de los primeros se asemejan a ellos. En España se come de forma copiosa (dejando de lado a esa cuadrilla de iluminados dedicados a tomarnos el pelo con el tema de la cocina experimental) con grandes platos, mucho ajo, cebolla y buenos caldos. Pero aun y así no tiene comparación con lo que se come en los Estados Unidos de América.
Mi primera mañana en “La Tierra de la Libertad” sirvió para convencerme que los americanos son desmesurados en todo, empezando por la comida. Tras despertarme, ducharme, drogar a mi pié y aclimatarme al nuevo horario, bajé al hall del Hotel. Allí me encontré con Juan y Manolo. Como no nos entraba el desayuno en el precio de la habitación nos fuimos a la calle en busca de una cafetería para poder hincar el diente aunque fuese a un simple y aburrido Donut. Encontramos una cafetería no muy lejos. Típica y tópica Americana, de esas que ves en las películas o series de televisión. Eso sí antes de entrar en ella tuvimos que sortear unos cuantos obstáculos esparcidos por la acera en forma de “Homeless” zombificados.
Nos sentamos en una mesa al lado de un gran ventanal. En seguida llegó un camarero y nos trajo tres grandes vasos con agua con hielo. Acto seguido nos entregó la carta. No fue fácil decidirse por un buen desayuno. No es que todo lo que ofrecían estuviese repulsivo, todo lo contrario (por lo menos a simple vista) Había todo aquello que hemos visto tantas veces en el cine, desde las tortitas o Panqueques con sirope de Arce, pasando por tartas de cereza, manzana, zanahoria y chocolate, huevos con bacón y cebolla frita, Brownies y Cookies. Mientras mis compañeros miraban la carta me fijé en la gente que poblaba el bar. Algunos eran formas mejoradas de los zombis que pululaban por la acera. Por lo menos iban muchísimos más limpios. Comían de forma pausada, mirando al fondo del (gigantesco) plato o a la nada. “¿Te das cuenta? Aquí mucha gente sólo puede comer un plato en todo el día” me apunta Juan. Me doy cuenta de ello. No todo reluce como el oro en la ciudad de Oz.
Llega el camarero. Manolo y yo pedimos Panqueques. Él el “Médium Size, yo el “Tower Size”. Nos preguntan con que “Toppings” queremos aderezarlos (aparte del jarabe de Arce) Hay melocotón, plátano frito o fresas. Opto por el plátano, Manolo sólo sirope. Juan se pide un clásico “Desayuno de Campeones” consistente en huevos fritos con bacón, salchichas, patatas y para rematar Panqueques. Como somos unos inconscientes nos pedimos, de paso, unas “Cookies”. De beber yo opto por el zumo de naranja. Ellos piden café (aguachirri para los amigos). Llega la comida. Los platos parecen piscinas para recién nacidos. Todo rezuma comida. Yo me tengo que enfrentar a media docena de Panqueques acompañados por 8 plátanos fritos cortados y esparcidos como una mañana de Ñus por encima del plato. Me lo miro y no salgo de mi asombro. Me alegro de no tener problemas con el Potasio. Las risas llegan con el plato de Juan. Es otra piscina pero en vez de agua llena de colesterol. Éste se puede oler, aparte de saborear. Todo es desmesurado. Las Cookies son igualmente monstruosas. Grasa en estado puro. Yummy!!! Para más INRI a Manolo y a mí nos traen dos bolitas blancas (a las que confundo con helado de vainilla) metidas en una mini terrinas de plástico. “No es helado. ¡Es mantequilla salada!” me confirma Manolo. No suelo ser tiquismiquis con la comida. Los que me conocen ya saben bien que sale más barato comprarme un traje que invitarme a comer. Pero aquello es demencial. ¡Y sólo es el desayuno! ¡Por lo menos el zumo de naranja es natural! Comemos hasta que nuestros estómagos dicen ¡basta! Salimos de la cafetería desencajados. No puedo apartar de mi cabeza la imagen de tantos plátanos fritos juntos en un mismo plato. Aquello me ha superado.
De camino al Hotel pasamos por un Taco Bell. Los he visto muchas veces en la tele pero nunca tan de cerca. Juan comenta que allí se come bien, por lo menos si te gustan los burritos. Aun tengo las “Santas Narices” de confirmar que me encanta la comida mexicana. Mi estómago está demasiado ocupado en digerir como para protestar por ello. Me fijo en los anuncios de los productos que ofrecen. Me llama la atención uno que pone: “Gordita Supreme” Me hace gracia así que interrumpo a mis compañeros para comunicárselo gritándolo a los cuatro vientos. Justo cuando señalo con el dedo el cartel aparece, frente a nosotros, una mujer chicana, bajita y rechoncha. La mujer se queda parada y me mira de forma extraña, parece ligeramente malhumorada. Se hace un silencio a nuestro alrededor. De repente escucho las risitas tenues de mis compañeros de expedición. Yo sonrío a la mujer y pasamos rápidamente de largo.
Antes de entrar en el hotel nos acercamos a unos de esos supermercados abiertos las 24 horas. Hay de todo menos de lo que busco, el puñetero adaptador americano/europeo para poder enchufar el cargador del móvil y mi ordenador portátil.
American Super Heroes.
Hay que ver lo que le pueden sacar de partido a un muñecote a escala natural del Increíble Hulk. Cuando me refiero a escala natural hago referencia al tamaño que dicho engendro tendría si no viviese dentro de los comics. Sería algo así como un Levantador de Piedras Vasco dos metros y medio y de color verde (ah y bueno con muy mala leche). Éste de momento el Sr. Increíble Hulk estaba petrificado pero aun y así nos mostraba un interminable grito de furia como si alguien le hubiese pegado un puntapié en los mismísimos o en los Juanetes. Su rictus de furia en su rostro no se lo quitaba ni con mil litros de lejía. Pero vayamos por partes…
Después caminar un buen rato y descubrir que el calor de California no era nada compatible con mi indumentaria, llegamos a las oficinas de la MARVEL en Los Ángeles. Me llamó la atención que de camino al lugar lo que menos abundasen eran las tiendas. He de decir que frente al hotel había un gran centro comercial (que luego más tarde descubrí que era una mierda de caballo de tres toneladas y media) pero en las calles donde paseábamos lo único que proliferaban eran comercios de bañeras, muebles y cerámica para baños. Sólo vi una tienda de moda perteneciente a la hija “Cumbayaa” de Paul McCartney. En la puerta de las oficinas nos encontramos con más periodistas concertados. Subimos por el ascensor y después de acreditarnos entramos en una sala de reuniones donde nos esperaban los responsables de las versiones para videojuego de Iron Man y Hulk. Después de ver el tráiler oficial de las películas nos mostraron como iban a ser los juegos. Cuando terminó la exhibición pasaron al tema ruegos y preguntas. Luego nos invitaron a comer. Nos fuimos la mayoría de los allí presentes a otra sala donde encontramos una mesa llena de bandejas de cáterin con ricos y sabrosos Sándwichy ensalada. Allí también nos aguardaba la estatua de Hulk. ¿Y qué puede pasar si una panda de frikis de los comics MARVEL se encuentra con semejante engendro de cartón piedra que parecía que recién se había escapado de las fallas de Valencia? Pues hacerse fotos hasta la nausea. Al principio las fotos eran tipo pose seria junto al monstruo. Luego se fueron animando y buscaron los ángulos más imposibles y estrafalarios para fotografiarlo, ya fuera con o sin gente. La cosa se fue animando hasta ya alcanzar la modalidad pornográfica, casualmente la entrepierna del bicho quedaba justo a la altura de la boca de la mayoría de los allí presentes…También descubrieron que tenía pezones o que se podía hacer unas cuantas cerdadas con ellos o con los puños del muñecote. Los periodistas australianos fueron los que más lejos llegaron. Varios de ellos se pusieron tras el muñeco y en cola para hacer un “trenecito” cuya cabeza del convoy era el pobre bichejo verduzco (que seguía malhumorado menos todos los demás que ponían mil y una caras de placer).
La velada la terminamos de nuevo en la sala de reuniones junto a dos tipejos que venían a presentar (nadie sabe muy bien a santo de qué) las aventuras de los personajes MARVEL en dibujos animados.
Aceras de California.
A eso de las 15:30 parte de la nuestra expedición (incluido yo) abandonamos las oficinas de MARVEL. Sólo se quedaron Juan, Manolo y José de Sega. Los dos primeros tenían que filmar las entrevistas y aquello llevaba su trabajo. Rehicimos el camino hacia el hotel David, responsable de la revista oficial de Xbox 360, Raul del Grupo Zeta y otro David de Hobby Press todos de Madrid. Por motivos de malestar en mi pie yo iba un poco rezagado. Ellos iban delante de mí charlando animadamente y compitiendo a ver cuál de los tres soltaba la mayor gracieta o la mejor parvada con mayor contenido en temática sexual. Mientras los oía hablar tuve una especie de extraño Dejà vu. Escucharlos me recordó a alguien muy lejano, uno que se cree un filósofo urbano y no es más que un espantoso clon de Santiago Segura. Ojo, que estos eran mucho más majetes. Incluso que el mismísimo Santiago Segura, aunque en ocasiones he de confesar que tuve la extraña sensación de estar de nuevo inmerso en un viaje de fin de curso del instituto.
Dejando de lado a mis acompañantes. Me llamó mucho la atención el tamaño de las aceras de la ciudad. Eran el doble de altura de las que podemos encontrar en Europa. Casi todas ellas estaban pintadas de color rojo, supongo para hacerlas distinguibles a según qué horas del día o para aquellos conductores más que despistados. Eso sí todas estaba acondicionadas con rampas para gente con minusvalía. Me hizo también mucha gracia los callejones estrechos entre algunas calles. Parecía que en cualquier momento aparecería por ellos un grupo de coches (la mayoría de policía) en una peligrosa y arriesgada persecución.
Muy cerca del Hotel donde nos alojábamos se encontraba el Hospital Mount Sinaí. Para quien no lo sepa es mayor (y mejor) templo de cura para aquellos famosos sobrecargados de estupefacientes y variados.
Llegamos al hotel y quedamos los cuatro unos tres cuartos de hora más tarde para ir de expedición a Sunset Boulevard y a Hollywood. Subí a la habitación. En la entrada sobre el aparador me habían dejado el paquete enviado por Adrian desde San Francisco. Me desvestí y me pegué una ducha. Me tumbé un rato en la cama y al cabo de veinte minutos más tarde baje al Hall donde el resto de la Comunidad del Anillo me estaba esperando.
Si esto es Los Ángeles entonces no es Hollywood.
En cualquier viaje que se precie siempre hay ese momento en el que, o bien disfrutas de tu paseo, sea donde sea, o bien acabas cagándote en los muertos del notas que le ha ocurrido pillar un mapa y asegurar que tal o cual destino está a la vuelta de la esquina. Eso es, más o menos lo que a mi sucedió. Los mapas son verdaderas trampas para turistas, deberían venir con hojas de reclamaciones o indicar con exactitud las distancias en kilómetros que vas a hacer desde que sales de un lugar hasta que llegas a otro. Pero claro eso solo lo hacen los GPS no los papeluchos que te regalan en la recepción del hotel. La intención del grupo al que me uní era la de visitar una tienda llamada “Guitar Center” un auténtico paraíso para aquel que ame la música (para tocar, no para escuchar). No me arrepiento de formar parte de la susodicha Comunidad del Anillo, por lo menos esa tarde la aproveché para ver un poco la ciudad y hacerme una idea general de cómo puñetas estaba estructurada. De buenas a primeras os diré que Los Ángeles no tiene estructura alguna. Vamos ni por asomo. Los arquitectos de la ciudad no tienen ni zorra idea de lo que es eso. Los Ángeles esta desparramada, como un helado que se te ha caído al suelo y se ha fundido por obra y gracia del calor del sol. Me recordó a una mala partida de “Sim City” (simulador de ciudad para los que no sepan de qué va la palabreja). Te situabas en una acera y todo era glamur, cruzabas a la acera de enfrente y de repente se convertía en un suburbio sucio y cochambroso poblado de pandas callejeras salidas de una película de “Spike Lee”. Contrastes, al fin y al cabo, pero sin un puto orden ni razón alguna. Otra cosa que desconocen los del lugar son las curvas. Todo es recto. Recto e interminable como leerse “Guerra y Paz” de un tortuoso tirón. Las calles de la ciudad parecen cortadas por un pizzero dotado de una precisión milimétrica. Ni una sola puta curva. Cualquier gran avenida de cualquier ciudad se queda pequeña, ridícula, absurda con la calle más nindundi de Los Ángeles.
Durante nuestro trayecto hacia el “Nirvana” de los músicos cruzamos varios barrios, guetos o como puñetas se llame eso que vimos. El que estaba justo pegado al hotel era el más variado de todos. Abarcaba varias leguas a la redonda. Había numerosas tiendas de zapatos. Hasta aburrirte. Ahora, después de la caminata, entiendo porque proliferan tanto este tipo de comercios en esa ciudad. El olor a frito, asado, hervido o cocido nos avisaba de la proximidad de un restaurante. En la zona la especialidad eran los “Fast Food” (tipo Taco Bell, Wendy o similar) y los locales de comida exótica. Nos cruzamos con uno “aparentemente” coreano cuyo cartel lo presidía un ¡vikingo en toda la regla! También nos cruzamos con varios gimnasios donde pudimos ver a través de amplios ventanales como sudaban duramente la camiseta algunos de sus sudorosos socios. No eran locales modernos. Eran comercios ya añejos completamente reciclados. Ya a la altura del barrio (bajo) judío (porque los judíos también viven en barrios bajos) vimos varias tiendas de joyas (de empeño mejor dicho). Pero sin duda lo que más me llamó la atención eran los comercios regentados por pitonisas. Aquello era el “Red Light District” del esoterismo. Los establecimientos eran, en su mayoría, consultorios a la vista iluminados con luces rojas de neón donde por 10 míseros dólares, te leían el futuro. Los había de todas las especialidades habidas y por haber. La mayoría eran de lectura de las cartas del Tarot o de astrología. Pero dependiendo la zona donde te movieras proliferaban los locales especializados en otras artes adivinatorias. Alguno de esos comercios contaban con sala de espera, con asientos de “Skay” y revisteros incluidos para matar el rato mientras se espera turno para una buena (o mala) sesión de videncia. No fue muy difícil evitar que me viniera a la mente el consultorio de Odda Mae (Whoopy Goldberg) en la película Ghost (Jerry Zucker, 1991).
Caminamos y caminamos. Por entre calles concurridas o pobladas por casitas familiares (cuidadas o descuidadas) de esas que pueden verse en el cine o en la televisión con asientos en el porche y buzones que invitaban a ser machacados por un bate de beisbol. De vez en cuando consultábamos el mapa. “Quedan dos calles para Sunset Boulevard.” Siempre quedaban dos calles para “Sunset Boulevard” o tres kilómetros para “Sunset Boulevard”, pero por mucho que avanzásemos nunca veíamos acercarse el momento de poder ver el puto ”Sunset Boulevard”. Mis pies se habían inflado hasta asemejarse a los de un Hobbit (os recuerdo que unos días atrás apenas podía caminar) Rezaba a cada paso por llegar al Hotel lo antes posible y remojarlos en agua hirviendo hasta convertirlo en autenticas masas pulposas o si preferís gelatinosas. Si, por un momento me sentí como un jodido miembro de la Comunidad del Anillo en busca de un pedal (pero no etílico) para una supuesta guitarra mágica.
Pero no me iba a rendir muy fácilmente. Había cierta dosis de orgullo navegando por mis venas. No me iba a rendir. Además ya que estábamos allí por lo menos poder ver con mis propios ojos la meca del cine. En todo momento miraba las montañas tratando de ver aparecer de formas esplendorosa (con coros celestiales de película incluidos) el famoso cartel de HOLLYWOOD pero nada de nada. O no existía (eso pensé en más de una ocasión) o aquello no era Hollywood, me habían tangado y yo como un primo había tragado. A partir de entonces el puñetero cartel se convirtió en una obsesión para mí. Tenía que verlo. Tenía que convencerme de que estaba en Los Ángeles, en la meca del cine.
Cuando llegamos a “Sunset Boulevard”, después de ascender una pequeña pendiente, descubrimos que estábamos a 4000 números de la tienda de las guitarras. Suerte que nos pillaba de camino al Teatro Chino y toda la parafernalia del mundo del cine, sino ya habría tirado la toalla y habría mandado a todos al peo con un grito “hipohuracanado”. Descubrí, para mi deleite, que mis compañeros de viaje también estaban molidos. Ya no se sentían los dedos de los pies, ni los pies, ni las piernas, ni la cintura, ni ninguna parte de su cuerpo. Estaban agotados tanto o más que yo jejejeje. También noté que el cansancio había apaciguado los chistes malos y las ocurrencias dignas de un grupo de alumnos de 2º de ESO. Ya no hablaban de “Como pille a esa me va a comer la polla”, “Le iba a pillar yo las tetas a esa otra” o “Fíjate en aquella tiene un culo que es para agarrarlo con las dos manos mientras se la meto hasta el fondo”. No, se habían acabado. Necesitaban toda la testosterona y el sentido del humor para poder caminar. ¿Y por qué no pillamos un taxi o un autobús os estaréis preguntando? Ni zorra idea. Eso también me preguntaba yo. El lado bueno de todo eso era que estaba conociendo rincones de la ciudad que jamás se me habrían antojado visitar. Vaso medio lleno vaso medio vacío…
Viajar con la versión chulapa de los Super Salidos (Superbad, Greg Mottola 2007) era como tratar de detener una avalancha de bolas de colores que te viene encima desde lo alto de un tobogán. Son imprevisibles en todo momento y a la que te das la vuelta ya puedes pasarte un buen rato jugando al escondite. Raúl llegó a su templo, compró un pedal mágico y se dedicó a pasear, junto con un menda, por la impresionante tienda de guitarras, baterías, teclados y un largo etcétera de cachivaches musicales habida y por haber. Cuando nos dimos cuenta “Pippin” y “Merry” habían desaparecido. La “Guitar Center” no es pequeña precisamente. Pero Raul y yo la repasamos de cabo a rabo. No había señal alguna de los otros dos Hobbits. Como de camino habíamos pasado por una tienda de comics (Melting Pot) de apariencia extravagante decidimos cruzar la calle y presentarnos allí a ver si, no sea que por un casual, se encontraban pululando en su interior. Antes de todo Raúl tomó fotos de las manos de una veintena de músicos (de Queen, ZZ TOP, KISS, Van Halen y un largo etcétera) estampadas en el suelo de la puerta. Allí nos cruzamos con otro fanático del Rock, un pureta que, cámara en mano no dejaba de hacer fotos a cada una de las huellas. Estaba tan entusiasmado que parecía un niño dentro de una juguetería. Le preguntó a Raúl cual era su músico preferido y le ayudó a buscar sus huellas.
Ya de camino a la tienda de comics oímos un silbido. Eran “Pippin” y “Merry” se habían metido en un bareto a tomarse un batido de color rosa anaranjado. "Podían haber avisado" Pensamos Raúl y yo.
Lo mejor que tenía la tienda de comics eran unos bancos de madera para poder sentarse. El resto era bastante desangelado. No es que ahora vaya de chauvinista pero hay tiendas en Barcelona y Madrid que dejan a “Melting Pot” a la altura del betún. Después de dar cien vueltas por ella salimos en busca de la meca del cine.
¿Por qué en Los Ángeles hay kilómetros de calles y ni una tienda decente en la que perderse o quedarse admirado? Porque si pensáis que aquello es el paraíso de las compras estáis muy equivocados y os lo dice un comprador compulsivo (quizás el numero uno de compradores compulsivos del mundo mundial) No hay nada. Pero cuando digo nada es nada. Sólo licorerías, restaurantes de comida basura, tiendas de empeño, de losetas para el baño y zapatos. Nada más. Por lo menos en un 80% de la ciudad. Me acordé mucho de Manchester o de Londres en esos momentos… Por otro lado el cartelito de HOLLYWOOD seguía sin aparecer. Caminamos como una eternidad hasta llegar a una zona mucho más concurrida llena de moteles casposos (“Tenemos ¡TV en Color!” Anunciaban a los cuatro vientos) En algunos de esos carteles había carencia de letras o algunas de ellas estaban más inclinadas que la popa del Titanic cuando apenas le quedaba segundos de flote. Los "Homeless" pululaban por doquier, todos ellos de aspecto cobrizo tirando a más a roñoso, algunos con pupas y chancros en la cara, otros arrastrando carritos de la compra con cientos de miles de bolsas de basura en su interior. Por un momento me dio la sensación de que tras de una montaña aparecería el cartel de MORDOR en vez de HOLLYWOOD. Pero ni eso. Entonces veo a varios turistas tirados en el suelo. Sé que son turistas porque los Homeless olían e iban andrajosos y estos no. Entonces me doy cuenta que estoy ya en el paseo de la fama. Bajo la mirada y veo que precisamente estoy pisando la estrella de Bob Hope. Miro a alrededor de nuevo. Pordioseros a mi derecha, moteles cutrones a mi izquierda y bajo mis pies el mitificado paseo de la fama. No puede ser. ¿Qué coño es esto? Repito la operación. Homeless, moteles y paseo de la fama. De repente quiero morirme mi Hollywood no es así. Mi Hollywood es como una película de Ava Gardner, Clark Gable o Paul Newman no como una escena salida de la retorcida mente de David Lynch o David Cronemberg. ARGGSSS nooooooooooo que me devuelvan el dinerooooo. Que paren el mundo que me bajo ahora mismoooooo. Aquello es el colmo de los colmos. Pero la gota que rebosa el vaso, el umbral donde se asoman los Limites de la Realidad (Twilight Zone) es ver, frente al teatro chino, junto a huellas tan glamurosas como las de Marilyn Monroe, Bette Davis o Joan Crawford las huellas de ¡Steven Segall! ARGGGGGSS noooooooooooooo eso no puede ser ciertooooooo ¡¡¡Pero cómo es posibleeeeee!!! Quiero quedarme ciego, sordo, mudo en esos instantes. Correr a lo largo de la calle, gritando, dando manotazos en el aire. ¿Dónde está la cámara oculta? Vaaaa que ya os habéis reído de mí un buen rato.
5 comentarios:
solo queria puntualizar que las acerar pintadas de rojo son como el disco azul con la doble diagonal roja; o sea, prohibido terminantemente detenerse, solo queda permitido para policia, ambulancias y bomberos; luego las pinbtan en verde, que es permitido detenerse por un tiempo limitado ( las encuentras frente al videoclus, la pizzeria o el tinte), azules, solo para minusvalidos y con tarjetita colgando del retrovisor, y amarilla, cuyo tiempo de uso va limitado por una senialitas que, ademas te prohiben aparcar entre tal y tal hora determinado dia de la semana, generalmente porque es el dia en que pasa el camion aspiradora limpiacalles
en cuanto a rampas para minusvalidos, si lo fueras y vas y te resulta dificil entrar en algun comercio o edificio publico, les pones una demanda que se les caen las bragas; de ahi tanta rampita
ah, y tu dicha era grande, verdad? es para aseguirarse de que ningun gordo gordo queda encajado (te lo juro)
nosotros vamos a tener reformas en los aseos de casa, tu sabes una actualizacion; bueno, pues la normativa prohibe que la ducha sea de menos de 90 de ancho (ya ves, en europa te venden platos de ducha de 60 y tan panchos)
Me encanta esta frase describiendo la estructura urbana de la ciudad de Los Angeles:
"Los Ángeles esta desparramada, como un helado que se te ha caído al suelo y se ha fundido por obra y gracia del calor del sol."
Es lo más poético que se me ocurria jajaja
Tienes razón al figurarte que nos estabamos preguntando por qué no fueron en taxi hasta la tienda de marras. Mientras estaba leyendo el relato de la larga marcha casi podía sentir el dolor de sus pinreles mientras pensaba "taxi, taxi, taxi".
Del aspecto cutrongo de Hollywood Boulevar ya había oido hablar. Y creo que por la noche es mil veces peor. No quiero pensar que se me apareceria el chucky ese :O
De la fauna nocturna ya hablaré en la proximo entrega. Solo digo que aquello parecia La Noche de las Barbies Vivientes. De bandas nocturnas solo vimos pasearse en coche con los bajos a toda pastilla. Era como estar dentro de GTA San Andreas.
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