miércoles, marzo 05, 2008

Terror en el vuelo 1076.


¿Recordáis un episodio mítico de “La Dimensión Desconocida” (Twilight Zone) titulado “Pesadilla a 20.000 Pies” (Nightmare at 20,000 Feet, 1963) que fue recreado bastantes años más tarde por George Miller (Mad Max) con John Lightgow en una película basada en dicha serie fantástica? ¿No? Bueno os pongo en antecedentes, en el episodio William Shatner (el famoso Capitán Kirk de la serie Star Trek) era un pasajero de un avión que, tras mirar por la ventanilla en plena tormenta, descubre paseandose por una de las alas a un horrible monstruo jugando a destruir con sorna cada uno de los motores. Pues bien eso no era nada con lo que tuve que vivir anoche mientras volvía de Ámsterdam a bordo del vuelo 1076 dirección a Barcelona. En esta ocasión el monstruo no viajaba en el ala del avión sino que estaba dentro y no era uno, sino muchos y todos tenían cara de chino. Si un día os encontráis en un aeropuerto, azotado por la nieve y se sube una horda de hijos de "Fu Man Chu" haced caso a las sabias palabras de "Gandalf" el Mago de "El Señor de los Anillos"": "Huid Insensatos!". Si para el colmo en lo alto del cielo se producen todo tipo de fenómenos atmosféricos (turbulencias en la mayoría de los casos) la ecuación puede ser doblemente catastrófica.

El avión salió con retraso (tal y como estaba previsto). Hay que decir que estaba hasta los topes. Había personas de todas las razas y edades. Desde pakistaníes con sus trajes típicos hasta mexicanos, pasando por españoles o miembros de otras razas variadas. Vamos la ONU al completo comprimida dentro de un extraño cigarro puro con alas y varios metros de largo por otros de ancho. Me tocó sentarme en el asiento central junto a un español y un chino que por mucho que le insistiera se negaba levantar para dejarme pasar. Bueno es que en hacerse el sordo era todo un maestro. Tras insistirle varias veces más con un “Excuse me, please” se limitó a mirarme, apartar las piernas y permitirme acomodarme (es otro decir) en mi asinto. Imaginaos tratar de pasar mi envergadura por un espacio tan comprimido. Sobre todo entre el asiento de delante y su cara. Al final el “Sr Wu” (a partir de ahora lo llamaré asi) comió “Chop Suey” de culo de Richard. Me senté. Me puse el cinturón y esperé como todo el mundo al despegue. En eso al “Sr Wu” se le ocurre soltar un sonoro estornudo que pudo amortiguar con las dos manos (menos mal, pensaréis) pues no; le puede más la curiosidad que la educación ya que no se le ocurre otra cosa que apartar las manos y mostrar a toda la fila el regalo acuoso, gelatinoso entre verde y transparente que abarcaba toda la palma de sus manos. El tipo se lo mira, me mira y emite un “Eeejj” de asco. Me pregunto si tanto asco le da por qué entonces se mira las manos. No sé, igual esperaba encontrar un premio, un mensaje de esos que hay dentro de una galletita de la suerte o parte de su masa encefálica, ni idea. Bueno, lo peor de todo viene ahora. Como no encuentra un pañuelo no se le ocurre otra cosa que extraer la bolsita papel para los vómitos de su butaca y limpiarse las manos con ella; acto seguido la guarda otra vez en su sitio, me mira fijamente y me dedica una estúpida sonrisa. Yo no sé si vomitar (en mi bolsa, no en la suya que tiene mocos) o pedir que me cambien inmediatamente de sitio. Aunque fuese en el ala haciendo compañía al monstruo que rompe los motores. A todo eso me fijo como al fondo una azafata está tratando de convencer a un par de chinos de que no tiren de la palanca de la salida de emergencia situada en el ala. La pobre operaria (oriental también) estaba un poco exasperada pero guardaba en todo momento la compostura. Muy profesional. Afuera había dejado de nevar pero aun llovía. Antes de despegar, ya en la pista de ascenso y preparados para ello, un azafato llama la atención al “Sr Wu” por tener la bandejita para la comida bajada. Después de esos pequeños incidentes el despegue y ascenso fue bastante normal (bueno eso también suele suceder en las películas) Como dicen los guionistas: "Lo mejor suele suceder a mitad de la trama." El vuelo ha de durar una hora y media, que se la va a hacer. A la media hora nos traen la comida. Cuando voy a hincarle el diente a mi sándwich comienzo a oler algo raro, es un olor intenso, concentrado, pestilente. ¡Joder es un pedo! Y no soy el único que lo ha notado. Mi compañero de ventanilla también. Ambos miramos al "Sr Wu" de reojo. Éste se hace el sueco. Mira al horizonte hasta casi atravesarlo. El olor desaparece. De momento, treinta segundos más tarde aparece otro y le siguen otros rezagados. Como con asco. Todo me sabe a flatulencia. Después de cenar y recoger la bandeja el dios “Eolo”, seguramente compinchado con los orientales, va y se pone a jugar con el avión. Como es habitual, en caso de turbulencia, las luces de abrocharse los cinturones se ponen en marcha y todo hijo de vecino ha de permanecer sentadito en su butaca sin rechistar. Bueno me da que esa norma de aviación no se cumple en china porque de repente a varios de los asiáticos les da por levantarse y pasearse alegremente por el pasillo. Se divierten y sonríen felices. Parece que les molan los zarandeos aéreos aunque a mí me da que ya están más que acostumbrados a todo lo que tenga que ver con las catástrofes, sobre todo con tanta peli de monstruos “Made in China” que pueblan su filmoteca nacional. Se oyen pasos raudos por el pasillo. Las azafatas se han levantado de sus butacas y corren a sentar chinos por un lado y otro del avión. Veo como una de ellas llama la atención a una chica para que ocupe su asiento. Le indica correctamente y por señas que debe ponerse el cinturón. La otra tipa se la mira con cierto desprecio. Es como si no fuese con ella. Después de insistir varias veces y adoptando un aire mucho más severo la pasajera accede a ocupar su butaca. De momento todo vuelve a la normalidad. Pero ésta dura poco. “Eolo” vuelve al ataque y da un “super bufido hiperhuracanado” mandando al avión a dar más tumbos que un borracho en la feria de la cerveza. Traqueteos, ascensiones y bajadas bruscas que ríete tú de las montañas rusas del parque de atracciones. Se escuchan chillidos por parte de los pasajeros y también muchos lloros. En uno de los vapuleos no logro sentir el asiento debajo de mi trasero. El “Sr Wu”, el otro compañero de fila y yo nos agarramos como podemos. Comienzo a marearme (nunca me había pasado en un avión) y mi pulso se acelera. Más baches, esta vez más violentos y más gritos. Todo se enturbia alrededor. Las luces titubean. Miro hacia arriba y espero que en cualquier momento aparezcan las mascarillas de oxigeno. Pero no lo hacen. El motor del avión ruge de lo lindo. Oigo llantos de bebé. Luego todo se calma.

Aparecen los miembros de la tripulación. Preguntan si estamos todos bien. De nuestra fila la que parece más afectada es la señora sentada en asiento central, en el lado izquierdo del aparato y opuesto al nuestro. Es mexicana. Llora desconsolada pero en silencio. Su marido y la pasajera junto a la ventanilla la tratan de tranquilizar. La mujer sujeta con desespero la imagen de un Niño Jesús con los brazos extendidos. Delante de mis ojos aparece una azafata portando varias bolsas para vómito. Llenas. La voz del piloto inunda el lugar. Nos pide disculpas en holandés e inglés. Dice, en tono jocoso, que lo peor ya ha pasado. Se oyen varias risas. La mujer mexicana sigue llorando. Reza. En eso vuelvo a oler a cuesco. Entonces veo como el “Sr. Wu” hace un gesto con las manos como tratando de alejar hacia el pasillo a una fuerza maligna e invisible. Se ríe. Un compatriota suyo, sentado en diagonal con él, sonríe también poniendo cara de asco. El culpable del ataque de pedos por fin se ha delatado.

El avión sigue su rumbo. Faltan 10 minutos para llegar a Barcelona. Estoy cansado. Me duele todo. Creo que he pillado gripe en Manchester. Me duele la cabeza, los iodos y la garganta. ¡Quiero llegar a casa de una puta vez! La señal de permanecer en los asientos sigue encendida menos para los chinos como era de esperar. Varios de ellos se levantan de sus butacas de nuevo campando a sus anchas. Esta vez al fondo del avión, donde la cola. Se oyen protestas de las azafatas. Se oyen risitas burlescas. Menuda pesadilla. El colmo de los colmos es cuando el avión está en pleno aterrizaje. Un chinito calzado de una chaqueta roja se levanta de la butaca y se dirige feliz al baño. Una manada de azafatas aparece desde la cola del avión empujandolo hacia su butaca. La bronca que recibe es descomunal. De repente comienza a sonar una melodía de teléfono móvil. Resulta que la “Sra.Wu”, esposa del lanzapedos está recibiendo una llamada de su prima ”Margarita Chao” de Pekín. Esta vez medio avión se gira en redondo. La tía pasa de todo y tan felíz como una perdíz se dispone a contestar. Cuando ve que las cosas se le van a poner chungas y va a aterrizar antes que el resto de pasajeros emite una risita como de brujita mala y apaga el teléfono. Aterrizamos. Los chinos parecen tener prisa y empujan de lo lindo. El “Sr Wu” abre el porta equipajes y me entrega mi bolsa de viaje y mi bolsa de compras. No por cortesía. Le molestan porque tiene prisa por sacar sus cosas y salir del avión (supongo que para tirarse más pedos). Bajo del aparato. Son las 00:00 horas. Renqueo por la terminal. El pié me duele de lo lindo. Tengo ganas sacar el coche del parquin, llegar a casa, abrazar a Miguel y a los niños, tomarme un ibuprofeno y meterme en la cama. Cosa que hago media hora más tarde.

2 comentarios:

flor de te dijo...

Joer Rich, sembla una barreja de aterriza como puedas i un episodi de l'Arale amb intervenció estel.lar del follet tortuga que era un marranu. Flipant.

Barry Gon dijo...

cusha, richar, como tenga de que vola crusando er charco, endema de la papita crua te vi a de recomenda de que te tome cuarto y mita de sommiferos, porque el vuelo eh que te se jase eterno; imagina que te echan de come tre vese y ntre comida te da tiempo a digeri eso y las galletitas que lleves en el bolsillo ( y el osito pa tu sobrina, capa ere de comertelo tamien)