viernes, abril 18, 2008

Redención. Episodio 4.

11. El destino es un animal caprichoso.

Al bajar del avión en el “Aeropuerto Antonio Maceo” me reuní con mi compañero y le comenté mi nuevo hallazgo. Al principio a él no le hizo mucha gracia pero ya de camino al hotel de Santiago de Cuba, en el autocar y tras conocer al resto de compañeros de aventuras en una excursión al Valle de la Prehistoria (un lugar cochambroso dejado de la mano de Dios y sacado de una producción hecha con cuatro duros de Los Picapiedra) acabó por asumirlo. En total el grupo lo formábamos nueve personas. Se encontraban Satur y Mercedes una pareja de Barcelona, mecánico él y policía ella que precisamente ocupaban el Bungalow contiguo al nuestro; Rosa y Merche, que eran las que siempre armaban el cotarro allí donde fuesen; Damián, un taxista de Barcelona tan grandote como bonachón que le gustaba provocar a Rosa en todo momento y que protagonizó varios momentos cómicos durante el viaje y Julia y Goya dos amigas jubiladas que adoptaron el papel de madres de todo el grupo.


12. La esencia de la sospecha.

Esa misma noche después de una cena más larga que un día sin pan les comenté que en mi guía recomendaban mucho visitar los talleres de talla de madera de la zona. Una hora más tarde habíamos pillado dos taxis que nos llevaron donde Cristo perdió la gorra. Allí Damián compró material interesante. Al subirnos en el coche yo me subí en uno ocupado por Rosa, Merche y Julia y Goya. El otro iba el resto incluido mi compañero. En un momento del trayecto su taxi se detiene y hacen subir a dos cubanos que pasaban por allí. Las risas no tardaron en llegar hicieron. En eso Julia comenta: “Anda que como el cubano se siente encima del mariquita…” Se hizo un silencio repentino. De repente oigo como su amiga le comenta: “Calla que está aquí el otro…” Rosa rompió el silencio con una de sus salidas y el asunto se quedó como zanjado. Pero me dejó a mí con la mosca detrás de la oreja. Ellas se habían dado cuenta. Mucho antes que yo. De nuevo apareció en momento la ecuación constante: Si eso era cierto ¿Por qué no daba de una puñetera vez el paso? Lo que me olvidé en preguntar era ¿Cuándo iba yo a dar también ese paso? Pero no quiero adelantar acontecimientos.

13. El amor tiene un millón de formas y cada uno lo ve como mejor le place.

Ya durante nuestra estancia en Santiago de Cuba las cosas comenzaron a torcerse. He de reconocer que gran parte fue por mi culpa. La primera mañana, después de la aventura en taxi, tras despertarme pude contemplar una estampa bastante curiosa. Él se encontraba tumbado sobre su cama. Estaba despierto. La primera cosa que me llamó la atención era que me miraba muy fijamente mientras jadeaba casi en silencio. La segunda cosa que me llamó la atención era que se estaba masturbando. Sólo su respiración entrecortada y el sonido de las olas romper sobre el acantilado donde se encontraba el hotel rompían el silencio de la habitación. En ningún momento se inmutó conmigo, sobre todo al descubrir que yo estaba despierto. Él seguía masturbándose sin apartar la mirada de mí. Esa extraña situación comenzó a cabrearme y a sentirme incomodo. Aun, a estas alturas son cosas que no entiendo por qué. Ahora, en estos momentos no hubiera sucedido lo mismo. De eso estoy muy seguro. Pero en aquellos momentos consiguió sacarme de quicio. Sé que no debería haber actuado así. Pero era un niñato demasiado idealista y muy poco práctico. Pero en aquellos momentos esa no era la mejor forma iniciar un romance que yo quería. No caí en la cuenta de que quizás igual aquella era la única forma. Maldita gilipollez la mía.

Sí lo sé, de nuevo actué de forma incorrecta. Lo más lógico en nuestra situación hubiera sido haberme levantado, haber descubierto las sabanas de su cama, haberme me metido en ella cama y haber rematando la faena con un polvo de órdago, de aquellos que nos hubieran dejado más que satisfechos. Pero no. Simplemente me levanté, malhumorado, me vestí rápidamente y salí al exterior dando un sonoro portazo. Antes de salir él dijo algo que no alcancé a comprender. Su tono era tan brusco como el mío. Insisto, os lo creáis o no ignoro el porqué de tal reacción en mí, si en el fondo estaba pidiendo a gritos iniciar (mantener) una relación sexual con él. Supongo que de nuevo fue culpa de mi propia falta de madurez. Pero como en las películas allí no estaba la voz de Maika advirtiéndome que debía madurar, ser realmente quien era, dejar a un lado al niño y convertirme de repente en un hombre.

Como no lo hice en ese momento fue el propio destino quien se encargó de darme tal zurriagazo. Un golpe certero del que aun me estoy recuperando.

Tras el incidente permanecí un largo rato sentado sobre el muro frente al Bungalow. Tras de mí se precipitaba un acantilado. El mar bramaba con furia golpeando las rocas. Yo me sentía igual, molesto y muy cabreado.

(Continuará…)


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