viernes, abril 11, 2008

Cuestión de dolor.

Hoy me he pasado el día cuidando a mi sobrina en casa. Tenía que ir a una presentación en un hotel para un asunto de prensa pero he preferido quedarme en casa con ella, cuidándola. He descubierto que cuando la niña está pachucha está mucho menos borde y algo más mimosilla. Ahora me sigue a todas partes, me llama a todas horas, me agarra de la mano, se me abraza como un Koala. Esta mañana le he preparado su comida favorita pero ha comido muy poco. Le cuesta tragar. Llora mucho porque dice que le duele la graganta (según ella) un 7 de 10.

Esta tarde le ha dado una especie de neura y con unos lagrimones como puños me pedido que por favor no me alejase de ella que me quedase en su habitación a pasar toda la noche a su lado. Me ha dicho que tiene mucho miedo a que no se le cure la inflamación de anginas. Yo le he quitado importancia y le he dicho que llorando solo va a conseguir ponerse más nerviosa y multiplicar las mlestias. Le he preprarado un vaso de leche caliente que se ha bebido a sorbitos. Vamos a ver, no es que no me la crea, pero me ha recordado mucho a mí cuando me ponía muy dramático en una situación semejante. Lloraba a moco tendido hasta por un simple rasguño. No os digo el drama que montaba con un dolor de muelas...

Hoy me he acordado mucho de mi madre. De la paciencia que tenía cuando nos cuidaba al ponernos malos. Sobre todo a mí que era el más enclenque de la casa. De sus sopitas, sus vasos de leche caliente con miel y las bolsas de agua caliente que me preparaba. Ahora me sentía como ella y me ponía en su pellejo. “¡Sorry mamá por no valorarte lo suficiente en esos momentos! Santa paciencia tuviste…”

Veréis yo fui un niño enfermizo y escuchimizado. Todo por culpa de las anginas. Las mías solían ponerse como sandias de 10 kilos. Día sí y día también. Mi madre estaba ya hasta el moño de ellas sobre todo porque siempre me costaba mucho respirar y se me ponía una voz gangosa y siempre como muy nasal y amortiguada. No podía con mi alma y me pesaban hasta las uñas. Así, un buen día mis padres me llevaron (engañado) a una clínica, “Ven Richard que vamos a encargar un nuevo hermanito…” Yo más tonto que imbécil acudí con ellos convencido de que iba a regresar a casa luciendo hermano. Me acuerdo que llegamos a la clínica y lo primero que hicimos fue ir a la “nursery” para que eligiese que niño o niña nos llevábamos a casa de entre todas las cunas. No me gustaba la clínica olía a raro a… olía bien como a limpio pero a clínica. Pero en ese momento no me importaba. Cuando tuve bien claro quién iba a ser mi nuevo hermano me llevaron a una habitación, con una cama. Lo que no comprendía en esos momentos era por qué tenía que esperar en esa habitación, por qué debía ponerme el pijama y porque debía meterme en esa cama que no era la mía. “Que cosas más raras hacen los mayores. Si yo sólo he venido a buscar un hermanito” me repetía una y mil veces. Recuerdo muy bien cuando llegó la enfermera. No traía una cuna ni un bebe en sus manos, sino una bandeja plateada con una jeringuilla en su interior. Comprendí entonces que me habían engañado vilmente y que venían a ponerme una inyección. Recuerdo mucho el intenso olor a alcohol impregnado en el algodón y la llorera que tuve antes, durante y después del pinchazo. Luego me dormí y curiosamente cuando me desperté ya no había amígdalas, tampoco prepucio… Me habían hecho un dos por uno.

Mi hermana nunca se ponía enferma. Supongo que la pobre se estaba guardando para el final. Sólo se ponía fatal cuando le venía la regla. Pero así como yo pasé por quirófano un par de veces (la otra para una hernia umbilical) ella siempre se libraba. Bueno alguna gripe le cayó pero sus amígdalas estaban perfectas. Las mías las había comprado en un todo a 60 céntimos de Euro. La cuestión es que una vez fuera no sólo se acabaron los ronquidos (ahora ronco pero es por otros motivos) y la falta de aire para respirar. Mi salud mejoró bastante pese a mí temprana hipocondría (me río de Woody Allen) y que un día os hablare sobre ella.

Si, hoy he regresado a la infancia y aun sigo superando este nuevo obstáculo que son las enfermedades infantiles. ¡Ay! qué duro es ser padre, que bonito pero que sacrificado a la vez.


Por cierto las imagenes que ilustran este post pertenecen a la controvertida fotografo Jill Greenberg. Sí, ya se que son duras, pero no me negaréis que poseen una fuerza e impacto visual fuera de serie.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Las fotos son muy buenas, tanto en lo técnico como en lo artístico; además las encuentro muy acordes con el tema. Es una buena elección.

La pregunta es, si esta tal Jill Greenberg, a la que desconocía, aprovecha las pataletas ocasionales que les puedan entrar de forma espontánea a estos críos al acudir a una sesión para hacerles las fotos, o de alguna manera (directa o indirecta da igual) se las provoca ella.

Si es lo primero, 'chapeau'; si es lo segundo: menuda cafre.

foscardo dijo...

Pero aun y asi el resultado es espectacular.

atropina dijo...

Espectacular si...pero de feo...vamos de terrorrrrr, estan tan maquillados que el efecto es antinatura... que no digo yo que no sea el que el autor quiere conseguir.NI�OS QUE BRILLAN CON LUZ PROPIA..."DE PRONTO DE JHONSON"
mas-menos seria el titulo.

foscardo dijo...

jajaja si partecen de plastico