martes, abril 08, 2008

God Bless America Episode 6: Una de Cal y una de Arena.

Filias y fobias.

Una de las cosas que más me gusta de los hoteles es la sorpresa que te llevas al ver la habitación que te corresponde y la otra (si la habitación es de tu agrado) el confort que proporciona la cama. La que me había tocado en Los Ángeles era inmensa, tanto como la que me encontré una semana antes en el hotel de Manchester. Un paraíso. Lo que más me gusta de una cama es ante todo el tacto de las sabanas y si están limpias resulta una gozada. Sabanas blancas y limpias y cama mullida con muchas almohadas. Así cualquiera no pilla el sueño…

El problema que tenía yo con esa cama era que la ventana de la ducha (adornada con cenefas a lo “Art Nouveau”) se encontraba justo encima de la cabecera, pero por suerte hacia el lado izquierdo. Hay que apuntar que Los Ángeles es zona sísmica así que con esa premisa me entró una especie de paranoia de que si dormía a ese lado de la cama y había un terremoto (y los cristales de la ventana de la ducha se quebraban) podía a acabar decapitado. Así que durante mi estancia sólo utilicé el lado derecho de la cama. Manías que tengo.


La rebelión de las maquinas, orfanato y huevos enrollados.

Esa mañana me levanté un poco más tarde lo habitual. No era el único. Entre otras cosas porque no había que trabajar y porque teníamos todo el día libre para conocer la ciudad (como si ya no hubiese visto suficiente). Aun tenía agujetas en las piernas pero mi pie derecho estaba muchísimo más relajado. De momento. Para ese día nuestro grupo había decidido ir de compras (en el caso de encontrar alguna tienda decente) mientras Kerrie (que se emperró en llamarme Robert durante la noche anterior) y el resto de periodistas tenían previsto irse de excursión a Universal Studios. Me duché, me vestí y bajé al hall del hotel a conectarme a uno de los ordenadores de la zona Wi Fi (el mío se había negado a digerir la electricidad yankee así que había entrado en coma) y bajarme el correo. Mi móvil, solidarizándose con mi PC también dejó de darme cobertura así que si quería llamar al Miguel tendría que ser por vía telefónica. Suerte que a última hora de la noche anterior había conseguido hablar con él (gracias a la intermediación de Adrian/Barry Gon que desde su casa en San Francisco y con tarifa plana telefoneó a casa para ponerles al día de mi situación). Después de mirar el correo y un par de blogs que me interesaban subí de nuevo a la habitación.

En el ascensor compartí conversación con uno de los recepcionistas. El tipo sonrisa perpetua en el rostro me preguntó de dónde venía, yo le contesté que de Barcelona, España. Él asientió con amabilidad, entonces me preguntó si he visto una película… “El Orfanato” me dijo primero en ingles y luego en castellano torpe. Yo le contesté que no, que no la he visto pero que me constaba que era buena. Antes de descender del ascensor tres plantas más abajo él me lo confirmó recomendándomela muy mucho. Me resultó curioso que alguien asociase Barcelona con una película de terror y no con monumentos como “La Sagrada Familia” (bueno algo de terrorífico si tiene semejante aberración), las “Ramblas” o el “Parque Guell”… Ya en la habitación traté de llamar a casa a través del hotel. Sí, sé que era una insensatez y unas ganas de tirar dinero al WC pero sólo pensaba hablar un par de minutos. Me hice la picha un lio con las teclas. Colgué, volví a descolgar y en eso oí alguien al otro lado de la línea. Me preguntó cuál era mi problema. Traté de decirle que no tenía pajorera idea de hacer una conferencia. La tipa debió pensar que era tonto o algo por el estilo y comenzó a hablarme en cámara lenta. Me preguntó a donde quería llamar. Yo le dije que a España, entonces me dejó en silencio. Al cabo de unos segundos apareció otra voz por el auricular. Era una mujer con acento sudamericano. Me dijo en tono meloso como debía hacer la conferencia. Llamé y hablé con Miguel y los críos. Prueba superada.

Cuando bajé al Hall me encontré con José, Kerrie y Jurgen uno de los periodistas alemanes que ya se iban al parque temático. En eso llegaron Juan y Manolo y al cabo de unos minutos dos de los Hobbits, el otro se había recién levantando y se estaba duchando. Mientras esperábamos hablamos de la cena del día anterior. José nos comentó que había visto a “Velma” y “Mr Didgeridoo” desayunando muy acaramelados en la cafetería del hotel. Se escucharon algunos murmullos de desaprobación.

José nos contó que había desayunado con ellos. Como “Velma” tenía prisa (porque su avión para París salía en menos de dos horas) comió algo rápido. Se despidió de él y del australiano (no especificó cómo) y los dejó solos. José nos explicó que entonces “Mr.Didgeridoo” (igual apenado por la pérdida de su amada…) tomó con las manos y de su plato un trozo de huevo frito (yema incluida), colocó en su centro una buena ración de cebolla, patatas fritas y salchicha y a continuación se hizo una especie de burrito metiéndoselo de un bocado de la boca. “Caían chorros de yema por todos lados” nos comentó asqueado. Nosotros sentimos lo mismo en esos instantes. En eso llegó el último Hobbit. Son las 11:30 de mañana.

El objetivo del día era visitar Rodeo Drive y si era posible Santa Mónica. Por lo menos hoy vería el océano.

No somos Pretty Woman.

Y ahí íbamos de nuevo, la comunidad del anillo en busca de una nueva aventura. Caminando incansables sobre las aceras de Los Ángeles, sorteando transeúntes, homeless, vehículos y haciendo fotos a las palmeras, banderas y señales de tráfico que encontramos por el camino.

El paseo duró un buen rato pero no fue tan cansado como los del día anterior. Ni punto de comparación. Hacía calor menos mal que todos íbamos bastante fresquitos. Cuando llegamos a Rodeo Drive ya era casi las 13:00.

Rodeo Drive es como un paraíso. Bueno un paraíso para aquellos que tengan una buena posición económica, cosa que no era nuestro caso. No hay marca que no tenga presencia allí. Como no me pagan no voy a mencionarlas pero ya os podéis hacer una idea. Nada de lo que se vendía allí bajaba de los 1000 dólares. Hay que decir que el barrio es bonito, muy elegante y limpio. Es un barrio para ver pero no para comprar a no ser que sea millonario. Imagino que los homeless deben estar prohibidos (para mí que utilizan un sistema disuasorio tipo spray de esos que hay en los WC y que sueltan chorros cada “nosecuantos” minutos dejando al instante un fragante olor a lavanda, en este caso jazmín; o sonidos de baja frecuencia como los que usan en áfrica para alejar Leones o elefantes de los hoteles en mitad de la sabana) porque no vimos ninguno y eso ya era muy extraño.

Como no teníamos mucho que hacer por allí decidimos acercarnos a la costa. Alguien con sensatez (no sé si fue Juan o José) sugirió pillar dos taxis o bien subirnos al metro (digo subirnos porque en Los Ángeles los metros van por arriba, por la superficie del asfalto y todos tienen forma de autobús) además son más baratos que los taxis (1 dólar 50) y mucho más seguros (sé lo que me digo).

Ascendimos hasta la llegar a Bervely Hills y allí en una parada esperamos un buen rato. José y yo sentado bajo una pérgola Juan, Manuel y los Hobbits (que habían reactivado su charla sobre vaginas y lo que hacer con ellas desde que salimos del hotel) prefirieron quedarse al sol.


Paisaje Urbano.

No entiendo aun cómo no habíamos decidido viajar en bus (bueno Metro) antes. Los transportes públicos multitudinarios de Los Ángeles son la monda y una gran fuente de sorpresas. Supongo que viajar de día a viajar de noche debe ser otra experiencia mucho más diferente, terrorífica, sobre todo por tener que aguantar a tu alrededor olores que nunca hubiéramos llegado a imaginar y que pudieran ser desprendidos por un solo cuerpo humano (imaginaos varios…) El Metro por la mañana es toda una delicia. Os lo aseguro.

La expedición hacia la playa fue un trayecto interminable a través de una avenida donde las casas no sobresalían de las tres plantas. Porque si pensáis que Los Ángeles está repleta de rascacielos estáis muy equivocados. Haberlos haylos pero ni son muchos (unos 15) ni están en todas partes (sólo en el centro de la ciudad). Los americanos son muy previsores. ¿Para qué construir grandes edificios de cristal si luego viene un puto terremoto y los derrumba como un castillo de naipes?

Lo mejor del viaje en transporte público es siempre lo que sucede dentro del propio transporte. Sea en el país que sea. Uno que es un gran observador (por si aun no os habíais percatado de ello) gusta prestar atención a los personajes que comparten mi trayecto. Suelen ser personajes anónimos, pequeños fragmentos de un gran espejo, en cuyo silencio guardan todo tipo de historias y experiencias. A veces me gusta escuchar conversaciones privadas entre algunos de ellos. Dan pequeñas pistas (o a veces pocas) sobre momentos concretos de su vida. Lo curioso es que en ese trayecto nadie hablaba salvo nosotros. Los pasajeros eran como extraños maniquíes, algunos, con movimientos propios, pero en definitiva absolutamente mudos. Muchos de ellos vivían ajenos al mundo exterior conectados a sus reproductores de música en MP3.

It´s a Felony y el payaso siniestro.

Publicidad. Sin duda lo mejor de los transportes públicos americanos. En el transporte que utilizamos había de dos tipos, la estática a modo de carteles anunciando todo tipo de cosas y la visual y auditiva, mediante unos televisores que escupían sin parar imágenes y sonidos, algunos inteligibles. Nos llamaron la atención un par de anuncios. Uno era una colección de frutas en “Stop Motion” (técnica de animación consistente en mover muñequitos articulados segundo a segundo para conseguir un efecto de vida, para muestra la película “Pesadilla Antes de Navidad”) todas haciendo cucamonas creando figuras antropomórficas y hablando un idioma imaginario, chillón que nos dejó durante todo un rato hipnotizados y en segundo lugar un payasito muy siniestro (que afectó seriamente la psique de Juan) que con voz estridente se reía de forma sardónica de los pasajeros allí sentados. Por un momento nos pareció estar en un episodio de “Tales Of The Crypt” titulado “Atrapados en el autobús del Infierno” o algo parecido. La risita del payaso apareció a lo largo del día a forma de coña siniestra. Pero si os pensáis que aquello era lo peor estáis muy equivocados. Pegado en varias de las paredes del transporte, compartiendo protagonismo con carteles de “Palacio de Singapur” o “Cuida tu familia asegurándola” había uno que anunciaba “Prohibido disparar al techo, hacerlo es un delito” para muestra la foto que os adjunto. Habla por sí sola.


Sushi frito en “Third Street Promenade”.

Nada más llegar a Santa Mónica. Antes incluso de ir a ver el Océano, fue meternos en una calle tipo rambla llena de tiendas de todo tipo más conocida por “3th Street” o “Third Street Promenade”. Aquello era un paraíso no sólo para la vista sino para los compradores compulsivos. Jardineras con palmeras, plantas y flores; divertidos dinosaurios esculpidos de metal que escupían agua a modo de fuentes, cines, tiendas de ropa, zapatos, música, comida… ¿He dicho comida? Había muchísimas tiendas de comida ya sea a modo de puestecitos ambulantes como de pequeños restaurantes a ambos lado de la calle peatonal. Yo me estaba muriendo de hambre (entre otras cosas porque en un principio pensé que íbamos a desayunar todos juntos cosa que no fue así) Dimos un pequeño y agradable paseo hasta detenernos en una especie de mini complejo donde confluían un compendio de establecimientos de comida basura universal. Había desde las típicas hamburguesas de la gran “M”, hasta pizzas, comida china, árabe o griega. Sin embargo lo que más nos llamó la atención a casi todos fue un puestecito de comida japonesa con todo tipo de manjares. Muy semejante al que aparece al principio de la película “Blade Runner”. Como el hambre que tenía era monumental (y el sushi es una de mis debilidades) arrasé con casi todas las bandejas de variedades expuestas. Incluso me pedí la especialidad del día “Sushi Frito” que consistía en una Tempura de Maki (rollo de arroz relleno de pescado, aguacate, marisco o carne) que estaba para chuparse los dedos.


Como hacía bastante calor no sentamos en una terraza donde compartí mesa con Juan y Manolo. Además de disfrutar de su presencia (la verdad es que mi relación con los Hobbits pese a cordial, no era del todo satisfactoria) descubrí que no era el único que comía más rápido de los tres. A unos cuatro metros de nosotros tocaba “The Ken Oak Band” una banda de músicos callejeros que fue para mí todo un descubrimiento (no para parte de mis compañeros que solo oírlos les producía incontrolables nauseas, somnolencia y urticaria). La calle estaba abarrotada de gente todos con bolsas de compra o bien comiendo perritos calientes, helados o bebiendo café, granizados o refrescos...

Los Hobbits desconocen el significado de la palabra esperar.

La intención principal después de comer era tratar de comprar algo y luego visitar la costa. Lo primero fue casi un imposible y esta vez la culpa no era de los comercios americanos sino de los Hobbits y su tendencia en ir a su puta bola en busca de tiendas de comics (otra de sus frikadas, eso sí mucho más respetable que la hablar todo el día de follar como salvajes). Si no hubiera tenido el teléfono incapacitado en ese momento me hubiera disgregado del grupo quedando con ello un punto concreto pero esperar eso era como pedir peras al olmo o tratar de detener u tren a toda pastilla solamente con las manos extendidas. Lo digo porque lo más seguro es que me hubiera encontrado en el punto de cita criando raíces o telarañas. Para muestra lo que nos pasó a Raúl y a mí en la tienda de guitarras... Así que dejé de perder el tiempo en mirar ropa u otros complementos tras verlos marchar Boulevard arriba sin contar ni siquiera con Manolo, Juan o conmigo. Suerte que fuimos raudos tras de ellos y que Juan y Manolo disponían de telefonía móvil.

¡Ayúdame Barnes & Noble eres mi única esperanza!

Por muy difícil que sea siempre hay algo que une polos opuestos y este caso no iba a ser la excepción. Su Nombre era “Barnes & Noble” la cadena de tiendas de ocio y cultura más popular de los EEUU. Los que no se perdieron en la sección de libros de cine (Juan y Manolo) lo hicieron en la de Comics (José y los Hobbits) o en la de DVD (yo mismo). Ahora tampoco aquello era la octava maravilla del mundo. Pero era lo más decente que había visto desde que había pisado Los Ángeles. Eso sí los precios no eran para tirar cohetes y eso que había cosas pero lo mismo que podías encontrar en Amazon y a mitad de precio. Como tenía ganas de gastar algunos dólares me prometí no salir de allí sin algo en las manos. Lo primero que elegí fue el especial navidad de la serie “Extras” (no se le podía hacer ese feo al gran Rick Gervais) y después de buscar y rebuscar entre las estanterías de series y ediciones especiales me lleve la versión definitiva de “King Kong” de Peter Jackson, con mucho más metraje (masoquista que es uno) y que fue vehículo de todo tipo de burlas por parte de Manolo (burlas consentidas hay que decir todo porque con él había mucho respeto). Uno de los Hobbits compró “Confessions of a Superhero” un agridulce documental sobre la penosa vida acerca aquellos que se ganan la vida en Hollywood haciéndose fotos con los turistas como el Spiderman, Chucky que vimos el día anterior frente al Teatro Chino. Dicho docudrama los había recomendado a la comunidad del anillo antes de partir de Londres (y que aprovecho para recomendaros muy mucho su visionado y que supongo que a estas alturas ya sabéis donde encontrarla…)


Por Fin, ¡el Océano Pacífico!

Una de las cosas que tenía muchas ganas de ver nada más llegar a Los Ángeles era el Océano Pacifico. La playa y el mar son como una droga para los que vivimos en la costa. Necesitamos ver, respirar yodo y salitre sino, notamos que nos falta algo. Es algo vital. Además no todos los días podemos tener la posibilidad de contemplar con nuestros propios ojos el océano más grande de nuestro planeta. Como el cartel de HOLLYWOOD ya se había convertido en un imposible para mí en ese momento me conformaba, por lo menos, con poder ver la línea azul del “Gran Pacifico” cortando el horizonte.

Recorrimos las callejuelas de Santa Mónica en dirección al malecón. He de decir que aquella zona me estaba empezando a gustar. Tenía una luz y una energía que carecía el resto de la ciudad. Estaba viva. Tenía esperanzas. Y no lo que más ansiaba en esos momentos no tardó en hacerse esperar.

Apareció como un enorme muro azul moteado por pequeños destellos blancos que aparecían y desaparecían como cuando el intenso brillo de la luz del sol atraviesa un gran zafiro azul. La franja de la playa era como una enorme mano que hacía de poderoso freno, destinado a frenar el empuje del agua y evitar que esta no entrase más de lo permitido. Sobre la arena blanca cientos de siluetas de personas tomando el sol, paseando por la orilla o jugando a hacer volar cometas multicolores.


¡Good Vibrations!

Pero si algo destacaba en ese paisaje, algo más llamativo que los viejos y lujosos hoteles construidos en los años 20 o 30 del siglo XX, las avenidas con palmeras y las casitas al pie de la playa era sin duda alguna el “Santa Mónica Pier” un monumental muelle de madera que se adentraba descaradamente hacia el océano. El lugar albergaba un centro de ocio consistente en pequeñas tiendas de regalos, un diminuto (pero entrañable) parque de atracciones llamado “Pacific Park” y varios restaurantes como el “Surf View Café” o el “Bubba Gump” especializado en gambas (…al curri, con salsa tártara, mostaza de miel, mahonesa, fritas, hervidas, con arroz, con pasta, con frijoles, con sopa, con sésamo, con salsa barbacoa, con pescado, en pizza, con maíz, en panqueque, con mermelada…) y de visita obligada para cualquier cinéfilo que se precie; pero eso no era todo, en un salón recreativo abarrotado, a pocos pasos de allí encontramos, entre las maquinitas electrónicas de moda o incluso añejas, toda una joya cinéfila. Se trataba de “Zoltar” la maquina adivinatoria que puso un aprieto a “Tom Hanks” en la película “BIG”. Las fotos con ella eran obligatorias.

Caminamos hasta el final del muelle. El océano parecía embelesado por el sonido de un músico callejero que tocaba “Knocking at the Heavens Door” del gran "Dylan” sólo con la ayuda de una guitarra, una armónica y su quebrada voz.

Los mejores Margaritas del mundo.

Si un día vais por Santa Mónica Pier no os perdáis el “María Sol Restaurant” situado justo en el extremo del mismo. Como desafiando al Océano. Allí, bajo un ambiente típicamente mexicano (eso si un poco de cartón piedra) se pueden tomar los mejores cocteles del mundo, especialmente Los Margaritas a base de ron. Yo que no soy nada bebedor me zampé uno bajo la sorprendida mirada de mis compañeros de viaje. Luego, lo rematé con una piña colada (sin alcohol) que estaba para quedarse a vivir allí para siempre.

Una de las cosas que más me sorprendió del lugar, a parte de los combinados, eran don “superpijas super super monas oséa de la muerte lenta sentadas en una mesa al fondo. Ambas eran clones perfectos de Paris Hilton y la cacho burra de su amiga (ahora ya menos) Nicole Ritchie. A ver, no me fijaba en ellas por su belleza. A estas alturas no hace falta ni que os lo jure... Sino en cómo y cuanto comían. Ambas. En el momento que permanecimos en el restaurante aparecieron ante ellas tres o cuatro bandejas (tamaño estadio de futbol) repletas de marisco, alitas de pollo, nachos y costillas en salsa barbacoa. Las super pijas no estaban fondonas precisamente. Más bien todo lo contrario. Las vi comer con devoción. Con los dedos (perfectamente cuidados) pero siempre en modo fino, como para no mancharse más que las yemas. Una vez se vaciaba la bandeja se metían otra entre pecho (“siliconizado”) y espalda. Reían y charlaban con la boca llena contándose mil y una confidencias todas dos super monas, rubias de bote... (...chocho morenote) de un blanco casi nuclear. “Los peces se van a poner las botas dentro de un rato”, pensé yo, mientras me acababa mi piña colada sin quitar la vista de ellas meintras me las imaginaba, minutos más tarde, asomadas a una de las barandillas del muelle, metiéndose los dedos en la graganta para poder "descargar" (sin parar de reír y charlar entre arcada y arcada por supuesto) mientras el músico callejero el que habíamos visto antes de entrar en el restaurante les amenizaba su funcion (para nada gástrica o digestiva) con "Going, going, gone" de nuevo de "Bob Dylan”...


3 comentarios:

SisterBoy dijo...

Vaya por fin un motivo para ir a Los Angeles o al menos ese dia parece que al fin viste algo bueno. Fotaza la de la noria ¿y que te digo Zoltan?

foscardo dijo...

Santa Monica fue lo mejor del viaje. A parte trasnmite muy buenas vibraciones. Nos costó mucho mover el culo del restaurante Maria Sol y no era por los cocteles. Se estaba muy a gusto supongo por ser el punto más lejano del hepicentro urbano. Tmbien la combinacion oceano, playa y cinefilia hizo posible el milagro. Si algun dia me piero en LA , en el caso que regrese, buscadme alli.

Anónimo dijo...

la noria del pier de santa monica ha salido a la venta en ebay

http://cgi.ebay.com/The-Original-Pacific-Wheel-Ferris-Wheel-at-Pacific-Park_W0QQitemZ290222956722QQihZ019QQcategoryZ13878QQssPageNameZWDVWQQrdZ1QQcmdZViewItem

no es broma, lo han comentado en los telediarios de aqui...

BarryGon