El último día en los EEUU se presentaba duro. Había poco tiempo y muchas cosas que hacer. Por un lado José y Los “Hobbits” querían ir en busca de nuevas tiendas de Comics y de paso echar otro vistazo a la tienda de guitarras que visitamos el día anterior. El resto nos apetecía echar un vistazo rápido a la ciudad, buscar alguna tienda de libros y DVD, comprar algo y de paso volver al hotel para recoger las maletas y llegar al aeropuerto lo antes posible y así pillar el avión sin tener que hacer cola. Ante tal premisa me alegré mucho de irme pronto a la cama pero…
Lo que el sueño se llevó.
Muchas veces me he perdido cosas por culpa del sueño y es que, cuando me entran ganas de dormir no puedo parar hasta que caigo rendido. Es inevitable. Además en esta ocasión y viendo lo que se avecinaba al día siguiente mis sufridos pies me pedían a gritos un descanso. Pero mira por donde, ante lo que descubrí esa misma mañana en boca del amigo Manolo me lamenté mucho de no haber dejado los dos pies en remojo en la super ducha y el sueño aparcado en la mullida cama y aunque hubiera hecho falta haberme arrastrado hacia la… Un momento, no voy a adelantarme todavía. Aun he de rebobinar hasta media hora antes de mi encuentro con Manolo, porque tengo otra cosa que contaros.
Sí, por culpa de mi sueño me perdí algo pero por lo menos al despertarme recuperé uno de mis sueños pendientes nada más llegar a la ciudad y curiosamente sin salir siquiera de la habitación. No sé, pienso que ese día los hados se debieron compadecer conmigo o no tenían a nadie más a quien premiar ya que me concedieron el mismo deseo en dos ocasiones. Igual si hubiera estado en Las Vegas a lo mejor había arrasado jugando a la Ruleta, al Bacarrá o a la máquina de tragaperras esa gigante que te puede tocar muchocientos dólares y un megacoche que chupa toda la reserva de petróleo del mundo mundial con tan solo ponerlo en marcha...
Fue dentro de un absurdo. No me lo esperaba ni lo estaba buscando. Tampoco imaginaba que podía estar allí, tan relativamente cerca. Pues bien, tras despertar, ponerme las gafas, encender la tele, levantarme, desperezarme y mear me acerqué hacia el bonito ventanal cuadriculado de la ventana de mi habitación simplemente para mirar un poco el paisaje y comprobar que tal se presentaba el día. Pues bien, el día estaba despejado, muy despejado, perfecto, más que días anteriores y sobre todo muy soleado. Me di cuenta de que la causa de ese brillo tan espectacular era que todavía no había señales de contaminación. Ésta estaría durmiendo la mona, o perdida por alguna otra ciudad o igual en un arrebato se la habían comido los “Homeless”. Mientras bostezaba y me rascaba la barriga fui admirando el paisaje: palmeras, casitas, carretera, el colegio judío, el Blockbuster y la tienda de la Fortune Teller (vidente) con las luces apagadas y el cerrojo echado, montaña, casitas en la montaña, una H, una O, una L, otra L, una Y, una W… ¡Huy¡ Me acerco un poco al cristal. Casi al final del marco de la ventana veo una especie de diminuto manchurrón blanco con forma de letras. ¡Eso no estaba ayer aquí!… ¡No puede ser! ¡Me cago en…¡ARGSSSSSSSSSSSSSSSSS ¡Por fin! ¡Ahí esta! ¡El puto cartel de HOLLYWOOD al completo! ¡Lo había tenido en todo memento casi frente a mí y por culpa de la mierda de contaminación no me había podido percatar de elloooooo!
Pues sí, he de decir que me emocioné mucho. Casi lloro, en serio. Aquello se había vuelto tan frustrante que me costaba creerlo. No quería sentirme como ese típico turista accidental que va a Londres y no ve el Big Ben o a Paris y por mucho que otee el horizonte no consiga ver ni la punta de la Torre Eiffel. Me quedé mirando el cartelito de marras un buen rato, casi dando saltitos de alegría. Hasta le hice fotos y todo (por cierto eso me recuerda que he de rescatar la tarjeta de memoria de la cámara del interior de la carcasa del televisor ya que la metí por la ranura equivocada…) Me duche más feliz que una perdiz. Recogí los trastos de la habitación, preparé la maleta y bajé al Hall del hotel.
Nada más salir del ascensor me encontré con Manolo. Le comenté lo del cartel. Me dio la enhorabuena. Estaba esperando a Juan. Habían quedado para ir a desayunar al “Bervely Hills Center Mall” junto al hotel. Esperamos un poco. Él se había quedado sin batería en el móvil. Me pidió a ver si le podía prestar el adaptador para cargarlo. Como Juan no venía decidimos aventurarnos y acercarnos al centro comercial no fuese que estuviera ya allí. Así que nos fuimos para allá. Fue durante el camino, cruzando la calle cuando lamenté haberme ido a dormir tan pronto la noche anterior y no haberme quedado un poco más en la superfiesta de Kerrie con Los” Hobbits”.
En primer lugar me enteré que la velada no terminó en el bar del hotel. Por lo menos para todos los allí reunidos. Después de beber un buen rato más Kerrie y el periodista alemán se fueron a dormir o a cualquier otra cosa que se pueda hacer sobre la superficie de una cama, no hago especificación al respecto porque no lo sé así que lo dejo a vuestra propia imaginación. Los “Hobbits”, frustrados por su poco sex appeal y mas salidos que “Alfredo Landa” en cualquiera de sus películas, decidieron tratar de apagar su fuego interno en el “Star Strip Theatre” un tugurio de alterne situado justo en frente al Blockbuster y en donde chicas ligeras de ropa bailaban como torpes autómatas por un puñado de dólares. Juan y Manolo los acompañaron. Manolo se arrepintió. “Esas chicas me dieron mucha pena”. Me confesó. “Ese sitio es un antro lúgubre y sucio. Las chicas parecían perritos encerrados en una perrera en busca de alguien que las sacase de allí. Me las hubiera llevado a todas. Era muy triste, tendrías que ver la clientela... Menudo zoo. Había un tipo desagradable, al fondo de la sala que iba acompañado de una japonesa diminuta. Él tío le susurraba cosas al oído. Como para darle órdenes. La Japonesa se levantaba, acercaba a las chicas y les metía billetes dentro de en la ropa interior, luego volvía con el hombre a la espera de nuevas instrucciones.” “¿Cuanto os soplaron por entrar?” Le pregunté mientras subíamos por las interminables escaleras mecánicas. “20 dólares.” Me dijo. “¿Por lo menos entraría la consumición?” “Si, una mierda de refresco. El alcohol se pagaba a parte y a precio de oro.”
Desde luego se le veía en los ojos que no le había gustado nada ese lugar. No paraba de repetirme la tristeza que sintió por esas pobres chicas. Yo imaginaba unos cuerpos nada que ver con las imponentes féminas que anunciaban los carteles de la entrada. “Bueno ¿pero por lo menos al final éstos mojarían?” Le pregunté bromeando y refiriéndome a nuestros diminutos compañeros. “No, nada. Salieron muy cabreados. Hubo un momento estampida en que las chicas salieron a buscar clientes para “otro” tipo de espectáculo pero te puedo asegurar que pasaron olímpicamente de nuestro grupo. Parecía como no existiéramos”.
Yo trataba de imaginárme a los “Hobbits” poniéndose casi de pie a levantando el dedo histéricos diciendo todo el rato: “ Yo, yo, yo. A miiii a miii…” como los típicos niños sabihondos del colegio cuando el profesor suelta una pregunta jugosa al azar. “Ni pagando los querían.” Me añadió. Me reí y por un momento me lamenté y mucho de no haber estado allí para poder verlo. Hubieran pagado los 20 dólares con muchísimo gusto con tal de verlo.
Dentro del “Mall” no encontramos a Juan. Pero si al resto del grupo babeando en el interior de una Apple Store. Manolo y yo desayunamos en una cafetería situada en el centro de una plazoleta cubierta. Pastel de canela, café, bollería y zumo. Me fijé que aquello aparentaba mucho centro comercial pero la variedad brillaba por su ausencia. Casi todas las tiendas eran de lo mismo: ropa y muebles. Sólo destacaba una pequeña tienda de animales y la de Apple. Mientras desayunábamos hablamos un poco de trabajo, también temas relacionados con la familia como la custodia de mis sobrinos y la terrorífica historia del calvario vivido por mi hermana. También hablamos de cosas más banales. Sobre todo temas relacionados con juegos de tablero (eurogames) donde le asesoré varios títulos muy lejanos al clásico Monopoly o a cualquier Trivial en sus múltiples (y aburridas) variaciones.
Decidimos regresar al hotel. Cabía la posibilidad de encontrarnos con Juan en el Hall. No hizo falta llegar a nuestro destino. Lo encontramos subiendo las escaleras mecánicas. Aprovechando que él se fue a desayunar Manolo y yo fuimos a buscar el equipaje y de paso a prestarle el conector de corriente americano que me entregaron en el hotel por lo menos para recargar por unos breves instantes la batería de su teléfono.
Tu a Mordor y yo a Minas Tirith.
Ya he comentado lo pésimo que es el servicio de taxis de Los Ángeles. Pues bien el colmo lo vivimos cuando decidimos ir de compras por la ciudad. El encargado de buscarnos transporte del Hotel, un tipo latino, de unos cincuenta años, delgado, con un rostro pétreo de rasgos afilados nos comentó que existía un “Virgin Center” en el mismo Sunset Boulevar. Nos alegró la mañana, aunque sólo que por un instante…
De un silbido llamó a dos taxis que esperaban al otro lado de la acera, frente al centro comercial. En un taxi nos subimos Juan, Manolo, José y yo y en el otro el resto de la Comunidad del Anillo. El taxista era un tipo mayor de origen Ucraniano que apenas hablaba correctamente el inglés.
Nuestro vehículo iba a la cabeza. En un momento dado perdimos de vista el coche de los “Hobbits”. Subimos y bajamos varias avenidas y cuando casualmente llega a la altura del puto restaurante donde no nos atendieron como dios manda el tipo nos dice: “El sitio que buscáis está detrás de esta calle. Yo os dejo aquí porque no puedo parar frente a la puerta”. Nosotros accedemos. Pagamos 27 dólares y nos apeamos. Comenzamos a dar vueltas por la manzana. Allí no hay señal de ningún “Virgin Store”. Vamos ni siquiera una mísera tienda de nada. Damos varias vueltas más. Nada de nada. Nos quedamos perplejos. José llama a los “Hobbits”. A ellos les ha pasado lo mismo aunque su taxista les ha dejado a 4000 números de donde nosotros nos encontrábamos. Flipamos en colores. ¡No sólo no nos ha llevado a donde le habíamos pedido sino que nos habían tangado 27 dólares!
Como los “Hobbits” se encuentran muy cerca de la tienda de guitarras y la triste tienda comics “MeltDown” decidimos acercarnos a donde ellos se encuentran. Andado. ¡Los 4000 números! No queremos pillar más taxis de los que sean necesarios, no fuese que al final acabásemos en la otra punta de la ciudad.
Después de una larga caminata nos reunimos con nuestros compañeros. Comentamos la jugada. No tenía ni pizca de gracia. Pero ninguna. Preferimos no remover más el asunto. Quedan unas tres horas de ocio antes de regresar al hotel. Entonces nos dividimos. Raúl se mete en su tienda favorita a comprarse más pedales para su guitarra, José y los otros dos “Hobbits” se van a la tienda de comics y Juan, Manolo y yo nos damos una vuelta por el museo de la música (es un decir) situado junto al “Guitar Center”. Cuando nos aburrimos nos vamos a la tienda de comics. Allí de nuevo, todos juntos, decidimos volver a separarnos. José y los “Hobbits” por un lado y Juan manolo y yo por otro. Nos ponemos de meta llegar a las 13 horas al Hotel, rescatar las maletas de la consigna e irnos al aeropuerto cagando leches.
El mundo está loco, loco, loco, loco...
Antes de separarnos nos encontramos con una escena salida de “28 Semanas Después”. En la acera de enfrente vemos a un tipo correr enloquecido. Grita y aúlla como un perro, a veces suelta frases aparentemente coherentes. Está como poseído, corre de un lado a otro de la acera golpeando a enemigos invisibles en el aire. Suerte que no pasa nadie a su alrededor. Al no encontrar carnaza se lía a bofetadas con una pequeña palmera. La agarra con furia y la menea hasta la extenuación. El tipo chilla y grita mientras se contorsiona, luego sale corriendo dando como manotazos a cientos de enjabres de avispas invisibles. Me fijo que en suelo: Yacen más de una docena de hojas de palmera. Me entra un escalofrío. No me imagino que hubiera pasado si de repente se hubiese encontrado a alguien, un niño, en su camino.
In n´Out: Las mejores Hamburguesas del mundo.
Andamos. Para variar. Casi sin rumbo fijo. Se habla de ir un momento al “Teatro Chino” y a “Hollywood Boulevard” para hacer unas fotos. Nos dirigimos no muy decididos hacia allí. A medio camino aparece ante nuestros ojos una tienda de DVD de segunda mano. Suenan coros celestiales. Es como ver un oasis en mitad del desierto... Menos para mis tripas. De golpe y porrazo comienzo a sentir un retortijón, el puto pastel de canela parece que tiene ingrediente sorpresa o por lo menos efectos secundarios. Sí, me cago por momentos. Aguanto, sólo por ver que tesoros podemos encontrar a precios irrisorios en aquella monumental tienda (cochambrosa de aspecto por cierto). Pero no aguanto ni cinco minutos. Necesito un baño ¡ya! Eso o unos pañales de esos para abuelos. Me acuerdo de la película “Trainspotting”, donde Ewan McGregor tras un golpe de tripas buscas un WC desesperadamente, él se lo imagina limpio y reluciente, con papel de seda fina y olor a lavanda. A mí me da igual si llego a tener el asqueroso y maloliente WC que aparece al final en la película frente a mí hubiera hombre más feliz del universo. Me cago en mis tripas (valga la redundancia) Una tienda decente que encuentro y me entra en jodido apretón. Salimos de allí pitando. Manolo comenta de haber visto un In n´Out cerca. Corremos hacia allí. El sitio es el típico restaurante de comida rápida especializado en jugosas hamburguesas y propenso a recibir la visita inesperada de un psicópata con una escopeta en mano. A mí me importa un puto bledo. Yo sólo quiero cagar. En eso me viene a la mente una noche que subí a la montaña de Montserrat con dos esperpentos humanos que iban las 24 horas de místicos para ver pasar el cometa Hale Bopp. Recuerdo estar mirando el cielo contemplando la mancha blancuzca en el cielo. El tipo inspirado por su propia gilipollez se me pone a filosofar en plan dramático sobre la insignificancia de nuestras vidas ante la grandeza de ese pedazo de roca y hielo que surca el espacio bla, bla, bla y bla… Cuando termina su estúpida cháchara baja la mirada y me pregunta: “¿Qué piensas? ” Yo recuerdo haberle contestado: “Que me estoy cagando” Me salió del alma porque realmente, en ese momento tan esotérico, me estaba yendo por la pata abajo. Creo que a partir de ese día fue cuando me empezó a odiar…
Pues bien entro en el recinto, sorteo la cola y me meto en el baño, de los paralíticos. Paso de buscar otro. El alivio no tarda en llegar. Estoy seguro que si eso hubiese sido una yincana y la prueba hubiera sido encontrar un WC en tiempo record seguro que habríamos ganado el primer premio por goleada. Que os voy a contar, a mí ya me daba igual, ya podría haber entrado el “esquizo” y liarse a tiros con su escopeta recortada(haciendo bailar en el aire cientos de panecillos con pepitas de sésamo) que yo me hubiese hasta muerto feliz. O igual hubiera salido del baño y me hubiera encontrado con la masacre el percal más descansado que la bella durmiente del bosque.
Pero no fue así. Salí y me encontré a Juan y Manolo haciendo cola. Les había entrado “gusa”. Manolo nos contó que un amigo suyo, que vivió una temporada en los EEUU, había trabajado en esa cadena de hamburgueserías y que todos los productos eran 100% frescos y muy sanos. El pan, las patatas (que por cierto te las pelaban y cortan delante de tus narices) e incluso la carne que no eran congelados.
Así que ante tal premisa me animé y pedí también. Me gusta mucho la comida basura. Aunque no para comer todos los días pero reconozco que no le hago ascos. He de decir que entre todas las comidas basuras que he probado esa era la mejor de todas. Se notaba que todo era fresco, sobre todo el sabor de la hamburguesa y la textura de las patatas. Era como una hamburguesa hecha en casa casi a tu gusto. Deliciosa. En serio, insisto: la mejor comida basura que he probado en mucho tiempo.
De Sunset Boulevard a Melrose.
Justo al salir del establecimiento y pedirle a Juan que nos hiciera una foro frente al mismo, nos llama José. Es hora de volver al hotel. El tema ahora es encontrar un taxi y que éste nos lleve correctamente a nuestro destino. Caminamos otro buen rato. A lo largo de Sunset Boulevard. Vimos muchos vehículos pero taxis ninguno. También vimos Homeless (para variar) y justo en la intersección de una avenida, sobre la montaña de nuevo el cartel de Hollywood. “Dos veces en un mismo día, hoy es tu día de suerte” pienso. Pero no hay suerte con los taxis. Llegamos a la altura del edificio de la CNN. Hay una gigantesca manifestación contra la guerra de Irak y la (nefasta) política de Mr Bush. Hay coches de policía, policía, caballos con policías, mucha gente pero ni rastro de taxis. Decidimos bajar hacia Melrose. Las calles me son familiares. Algunos me suenan como escenarios de algunos episodios de 24. Tengo la sensación de que en cualquier momento va a aparecer “Jack Bauer”, pistola en mano acercándose sigilosamente hacia el patio trasero de una de las casitas que nos vamos cruzando. Como le sucede a él en la serie nuestro tiempo también apremia. Me parece escuchar por unos instantes el sonidito del reloj digital en Dolby Surround. Imaginaciones mías. De repente baja un taxi a toda pastilla. No sabemos si está libre u ocupado. Qué más da. Pasa de largo. Continuamos bajado. Las casas dejan paso a talleres y almacenes de chatarra. No hay más remedio que intentar pillar transporte en Melrose.
Nada más llegar a la calle aparece un taxi. Corremos por la acera como locos (o como Jack Bauer persiguiendo a un villano de turno). Alcanzamos el vehículo. Respiramos tranquilos.
Llegamos al hotel. El latino de rostro afilado nos pregunta que tal han ido las compras. Le contamos la odisea. Nos pide disculpas y nos comenta que la mayoría de taxistas ucranianos de la ciudad son unos impresentables. “Si no saben dónde está el sitio te llevan igual. La cuestión es cobrar y salir huyendo.”
Cuidado con decir la palabra mágica.
Llegamos al aeropuerto a tiempo. Por lo menos los taxistas no eran de los países del este pero si corredores de rally por lo menos. Me marcho acordándome de lo que me han sableado el hotel con la llamada a casa (54 dólares por 3 míseros minutos… También me acuerdo de Amena por haberme cortado la conexión y dejarme casi aislado con el resto del mundo.)
Entramos en la sala de embarque. Hay colas por todos lados y muy poco personal atendiendo. Eso me recuerda al día que llegamos. Nos ponemos en la fila correspondiente a “British Airways” No le quitamos el ojo a un tipejo alemán joven que disimulando que habla y habla por teléfono trata colarse. El tipo no suelta el aparato de su oreja. Trata de colarse. Lo dribleamos, lo mismo que la pareja de pasajeros detrás nuestro. Él tipo a lo tonto a lo tonto pretende quitarse de encima media hora de espera.
Una hora más tarde de espera nos toca el turno de hacer “Check In”. La azafata de tierra va pasando uno por uno los pasaportes y de paso quitando el papelito verde de aduanas enganchado a él. Cuando le toca pasar el pasaporte de Manolo éste se engancha de la cinta lectora y se hace trizas ante nuestros ojos. Manolo no sabe cómo ponerse. La chica, oriental y muy mona está que se quiere teletransportar como si fuese cualquiera de los personajes de Star Trek. Trata de arreglar el entuerto con cinta adhesiva. El resultado: el pasaporte queda hecho un higo. Ella no hace más que sonreír estúpidamente.
Hay prisas así que decidimos dejar de lado el incidente y tratar de huir de allí. Pasamos a otra cola consistente en depositar las maletas sobre una cinta transportadora que las va conduciendo a una aparatosa máquina de Rayos X que por su apariencia debe soltar más radiación que la que un día se escapó de Chernóbil. Nos toca superar la última cola. La más engorrosa. Si esa que te has de quedar medio desnudo para ver si eres un terrorista en potencia. Vemos unos carteles donde advierten que está prohibido mencionar, ni siquiera de broma la palabra Bomba. Uno de los “Hobbits” haciéndose el gracioso pregunta casi en voz alta si se puede decir pistola. Nosotros nos apartamos rápidamente de su lado.
El aeropuerto más aburrido del mundo.
Damas y caballeros, el aeropuerto del LAX es la cosa más horrenda y mal diseñada del todo el planeta. Sobre todo en lo que hace referencia a comercios libres de impuestos. Si alguna vez tenéis que ir a ese horrible lugar os aconsejo que compréis algo antes de embarcar porque si pretendéis quemar los últimos dólares que os quedan en el bolsillo, como no los utilicéis para sonaros los mocos o limpiaros el trasero no vais a conseguir absolutamente nada. Es tan minimalista, gris y feo que hasta cuesta ver la comodidad de los bancos de la sala de embarque. Suerte que nosotros no tuvimos que perder mucho el tiempo esperando. En media hora ya estábamos todos subidos al avión y éste recogiendo el tren de aterrizaje.
No, no es una nevera con alas es un avión de British Airways
Tuvimos bastante suerte a la hora de asignarnos asiento. A Juan y mí nos tocó sentarnos juntos en las últimas butacas de la fila derecha del avión. A mí al lado de la ventanilla. Una pena porque atravesaríamos EEUU en plena noche. El resto de compañeros estaba muy cerca de nosotros a excepción de Manolo que lo habían enviado a lado puesto. No hubo mucha charla. El cansancio había ganado protagonismo y una hora después de despertar los “Hobbits” roncaban a pierna suelta.
La ventaja de sentarse al final del avión es que casi puedes ir al baño sin levantarte de la butaca. El inconveniente es que al final oyes los pedos o el chorro de pis de la mitad trasera del avión. Después de cenar las azafatas nos piden que cerremos las cortinillas de la ventana. Es hora de echarse un sueño. No es mala idea. Desenvuelvo la manta. Comienza a hacer frio. Mucho frio. ¿Alguien se ha dejado la puerta abierta mientras sobrevolamos de nuevo el Polo Norte? Me acurruco en mi butaca tratando de buscar la comodidad. No hay forma. Pero prefiero quedarme quieto a tener que sufrir hipotermia por asomar la cabeza un solo instante. Oigo estornudos en varias ocasiones. Me siento como un muslito de pollo ultracongelado. ¡Viva la crionización!
Wellcome Europe y despedida y cierre.
Llegamos a Hadwick a tiempo de correr por los pasillos y perdernos durante un rato por la tiendas de la sala de embarque. Compro caramelos chocolatinas y un refresco. Miramos el panel de salidas. En eso Manolo y Juan desaparecen. Nadie sabe dónde están. De repente el panel de control avisa que mi vuelo a Barcelona sale por la puerta 35. Rápidamente me despido de José y de los “Hobbits”. Como sucedió ya en el viaje a Londres (que tuve que salir corriendo como Buster Keaton tras el tren que iba al aeropuerto) no puedo despedirme de Juan y Manolo. No me importa. Estoy seguro que nos encontraremos en otra aventura.
Corro por el pasillo y me siento en mi sala de embarque a esperar. El viaje ya toca su fin. Solo me queda dos horas para estar en casa. Tengo muchas ganas. Me pongo los auriculares y pongo en marcha mi Samsa. Me relajo hasta que nos llaman para embarcar.
Dos horas más tarde llego a Barcelona, sin turbulencias, sin sobresaltos. Recojo la maleta y salgo para afuera. Veo a Miguel, a mi sobrino y a Eva (que los había traído al aeropuerto en coche) esperándome. Me abrazo a mi sobrino, le doy un beso a Miguel y otro a Eva. Mi sobrina está en casa. No le apetecía mucho venir. Le aburre esperar. Yo no paro de parlotear, contándoles miles de cosas. Cuando llego a casa me entra sueño de repente. Es el “Jet Lag” duermo una pequeña siesta. Después me uno a la cena.
De repente recuerdo una frase de "Dorothy" en "El Mago de Oz": “No hay nada como estar de nuevo en casa”.
5 comentarios:
We´ll meet again
don´t know when, don´t know how
but I know we´ll meet again
some sunny day...
Yes my friend. I hope to see you soon!
Me imagino que para alguien tan cinefilo como tu ir a la meca del cine debio ser muy emocionante.
Me alegro que nos cuentes tus andaduras.
Besos
soydemar
Bueno fue extraño. Si te has leido el resto de episodios veras que me dejo bastante aturdido. Lo bueno es que sirvió para sacarle el mayor jugo posible a la cronica.
Me gustan las notas frikisimas de tus amigos los HOBBITS. Me los imagino bajitos delgados con gafas, camisetas de "hombre anuncio" y los nervios a flor de piel,sobresaltados ante la hipercultura compre-venta de EEUU.
Diciendo para sus adentros cuan spot publicitario !!AHORA O NUNCA! (AL MERCADO DE LA CARNE)
Lo escatologico de la narracion, ha estado bien.
!Ya se sabe el que se acuesta con crios(sobrinos)..... se levanta!
Besitos
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