miércoles, abril 23, 2008

Redención. Episodio 8.

21. Te amo porque te odio…

Cuando llegamos a Varadero la cosa entre nosotros ya se había complicando de forma considerable. No habíamos llegado a las manos porque entre otras cosas éramos muy educados y la violencia física no iba con nosotros, pero los piques y sobre todo los ataques de celos eran de órdago. Sobre todo cuando yo me acercaba a Rosa o a Merche. Por otro lado tuve bastante suerte ya que en todo momento me sentí apoyado por todos los miembros del grupo. Ser el más joven era una gran ventaja. Quizás despertaba en ellos una ternura casi maternal. Cuando discutíamos evitábamos hacerlo delante de los demás pero las malas caras y sobre todo mucha tensión acumulada entre nosotros era vigente y tan tangible como si fuese un personaje más de carne y hueso. Quienes más lo notaban eran el bando femenino (ah, esa sabia intuición femenina) tanto de nuestro propio grupo como otras compañeras de Tour. Entre todas ellas procuraban (en mayor o menos medida) mantenernos el mayor tiempo entretenidos incluso alejados el uno del otro. Supongo que en general nos veían como a un par de capullos que no sabían muy bien qué hacer con sus sentimientos. También en el fondo nos habían cogido mucho cariño.

22. Secretos de confesión.

Por regla general en todos los grupos existe un líder. Alguien que se encarga de organizar, proponer o indicar al resto aquello que pueda serles de mejor provecho. El líder por regla general también funciona como confesor. Rosa era la líder. A través de su sentido del humor y sus antológicos piques (sanos en contrapunto a los nuestros) con Damián divertía a todos los que allí nos encontrábamos, incluidos a los propios cubanos. Tenía mucha iniciativa en organizar excursiones fuera de las estipuladas o de gestionar el tiempo en las horas de las comidas sobre todo cuando éstas siempre tardaban de por media unas tres horas justas en llegar a la mesa. También sabía escuchar y ella, como ser humano también tenía mucho que contar. Tras su sentido del humor se escondía una tragedia: la muerte violenta y premeditada de una persona muy cercana a ella. Durante varios momentos del viaje, sobre todo en aquellos que nuestros trayectos se producían a bordo de un autocar y mientras la mayoría de sus ocupantes dormían, ella y yo hablábamos. Bajito, para no despertarlos o para que nuestras penas quedasen lo menos dispersas posibles. Intercambiábamos conversaciones sobre temas familiares. Yo había recién superado la larga enfermedad que casi había llevado a mi padre a la tumba a mi padre. Ella me hablaba de su madre de lo que podía haber evitado ella si se hubiera percatado de sus intenciones... Alguna que otra vez hablamos de mi extraña relación con mi compañero. Ella procuraba quitarle todo el hierro necesario al asunto. Supongo que veía prudente no mojarse mucho y verse envuelta en un asunto que ni le iba ni le venía y que podía incluso salpicarle. Ya os podéis imaginar: “En cosas de pareja cuanta menos gente se meta mejor que mejor.”


23. Ojo por Ojo.

A él no le gustaba mucho que yo hablase con Rosa. Siempre se sentía molesto, irritado y sobre todo celoso. Siempre me echaba en cara que yo pudiera airear asuntos personales o temas que pertenecían exclusivamente a nuestra intimidad. Yo prefería ignorarlo. Era uno de los mejores consejos que ella me pudo dar. Necesitaba mucho que alguien me diese algunas respuestas. O por lo menos algo de aliento. Llegué a un punto en que empezaba a dudar de todo y sobre todo a dudar por lo que él sentía o había sentido hacia mí. Y entonces comencé a sentirme culpable.

Sus celos, sin embargo, fueron en aumento. Detestaba que me hiciese fotos con ella. Por ejemplo: en una ocasión, Rosa le pidió que nos hiciera una. Nada más poner mi mano sobre su hombro él apartó la mirada de la cámara y nos gritó enfurecido: “¡Quítale la mano del hombro joder! ¡No sea que piensen que sois novios!” Ambos nos miramos aterrados. Más tarde, en la playa nos hicimos una foto de grupo, comiendo “mamoncillos” una fruta autóctona muy refrescante. Él, colocado junto a ella, aprovechó la oportunidad de dejar que a ella que plantase la mano sobre su hombro. Cuando se lo comenté me dedicó una sonrisita irónica y cargada de muy mala leche.



24 …y te odio porque te amo.

Pero cuando no había una de cal había una de arena. Por ejemplo un día más tarde sucedió una cosa muy curiosa. Estábamos todo el grupo comiendo en la playa. Él se encontraba hablando con Damián y Satur de pie cerca de la orilla. En un momento dado me acerqué por detrás y le agarré cariñosamente del cuello y de forma súbita. El se giró y me vio. De repente su bañador cambió de tamaño a la altura de la entrepierna. Había sufrido una erección descomunal. Soltó un “¡Uff!” y sin pensárselo dos veces se metió corriendo en el agua para ocultarse. Tanto Satur, Damián como yo nos quedamos perplejos. Las risitas y la guasa no tardaron en hacer acto de presencia.

Nuestro último día en Varadero, ya que al día siguiente mi compañero y yo partíamos para dos días en Cayo Largo, quedé con Rosa para acercarnos a la playa, cerca de la Mansión Dupont. Rosa quería hacer una foto del amanecer. Él no vino. No porque no quisiera. A mí no me apetecía y no quise contar con él.

Teníamos coche. Un “Nissan Bunny” mexicano que chupaba más gasolina que un bólido de carreras. El día anterior mi compañero, Damián y yo lo habíamos alquilado para hacer una excursión por los alrededores de Varadero, concretamente a las poblaciones de Cárdenas y Matanzas. Por cierto allí visitamos unas famosas cuevas donde, por casualidad o por error, fuimos mojados él y yo fuimos por Damián en la denominada “Fuente del Divorcio”… (Con la oscuridad y el gentío allí presente se despistó olvidando que la Fuente del matrimonio era la que se encontraba a la derecha)

Pues bien, Rosa y yo nos levantamos a eso de las 6 de la mañana. Ella y Merche dormían en la habitación contigua a la nuestra. Merche se quedó en su la habitación, durmiendo. Mi compañero también. Pero no dormía precisamente. Estaba muy despierto y muy cabreado.

La velada en la Playa de la Casa Dupont fue tranquila, cargada de emoción. Ella habló de nuevo de su madre y lloró. Me llamó la atención de ver aquel personaje tan dicharachero se derrumbase de aquella forma. Por mi parte no hubo abrazo fraternal ni nada por el estilo. Simplemente palabras de apoyo. No estábamos solos. Pudimos ver (y fotografiar y grabar en video) un grupo de delfines nadando muy cerca de la orilla. Varios pescadores de la zona que allí se encontraban nos comentaron que era muy común verlos a aquella hora del día. “Para comer y para hacer el amor” nos dijeron.

Cuando llegamos al hotel él se estaba duchando. Con la puerta abierta. Le comenté que habíamos visto delfines pero no le prestó mucha atención. Eso sí me comentó, de mala gana, que mi padre había llamado por teléfono. Más tarde mi padre me dijo que cuando llamó mi amigo, al otro lado de la línea, le había contestado de muy forma muy grosera y de muy mala gana. Si, sin duda estaba muy cabreado.

(Continuará…)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya lucha interior!!!la de tu amigo, siempre ha sido tan sordo cuando el instinto, la quimica, el deseo toca el piano en su oreja??

Negacion...negacion y autocontrol.
No me extraña nada que estuviera tan de mala baba y tan mal educado. Eso suele pasar cuando no nos escuchamos y actuamos por libre en contra de nosotros mismos

!QUE POCA CAPACIDAD DE SER FELIZ!

foscardo dijo...

Y cuanta represion tambien :) Y si muy pocas ganas de ser feliz.