viernes, abril 11, 2008

Redención. Episodio 1. Hay cicatrices que ni el tiempo puede curar.

Todo el mundo tiene espinas clavadas en su alma, nadie se salva de ello. Son espinas que se van clavando durante la vida. Unas lo hacen con poca intensidad y la propia madurez es la que se encarga de extraerlas con mayor o menor facilidad. Hay otras que con su fuerza arrancan espinas más antiguas ocupando entonces su lugar, incluso haciéndonos olvidar el dolor que aquellas, las de antaño, nos producían. Pero hay espinas tan duras y resistentes, dolorosas y sangrantes que se hincan en la carne con tanta fuerza que es prácticamente imposible sacarlas. No existen tenazas o pinzas en este mundo que consigan hacerlas arrancarlas y menos aun aliviar el intenso dolor que nos producen. Yo conseguí clavarme una de ellas hace exactamente 18 años.

Prologo. Manumittere per testametum.

Anoche tuve otro sueño. Era un sueño mucho más agradable que el que tuve días atrás. Por lo menos mucho más sanador. Soñé que hacía las paces. Se sellaban con un tierno beso en los labios. Un beso que transmitía mucho cariño. Durante el sueño se repitió en un par de ocasiones. Parecía todo muy real. Yo me sentí como nunca, inmensamente feliz, inmensamente aliviado.

1. El dolor no conoce tiempo ni espacio.

No guardo muy buenos recuerdos del verano de 1990 y menos aun de los meses que cerraron ese año. Alguien que me conoció en por esa época me dijo que parecía un muerto. Y en un sentido de la palabra así lo estaba, así me sentía.

No fui el único que se hizo daño ese verano. Mi dolor lo compartí con otra persona. Alguien a quien he querido mucho, muchísimo y pase el tiempo que pase seguiré queriéndole con la misma intensidad que le quería en esa época. Es algo que se escapa fuera de toda comprensión es como una deuda adquirida, aunque leído de esta forma no suene muy del todo correcto. Yo se que él también me quería, tanto o incluso más que yo a él. Me lo dejó entrever en varias ocasiones, durante el (breve) tiempo que se nos permitió permanecer juntos. Nuestro principal problema para que todo se fuese al traste fue, quizás, la falta de sinceridad. Eso y no saber manejar nuestros sentimientos. Nuestra relación se basaba en hablar mucho, de todo (a todas horas) y nada acerca de nosotros mismo, de lo que realmente sentíamos el uno hacia el otro. Yo contaba por aquel entonces con veintitrés años y cero en experiencia sentimental. Él tenía cuarenta y un pavor a enfrentarse a su sexualidad de forma abierta, sobre todo de forma honesta, como algo natural, con la posibilidad de encontrar a alguien con quien compartir una vida y una relación estable. Él acabó viéndose como un enfermo, lo que sentía, lo que deseaba estaba producido por una enfermedad. Pero en el fondo no podía evitar sentir algo hacia personas de su mismo sexo. Él siempre echaba la culpa al trato recibido desde muy joven por miembros (poco célibes) de comunidad Cristiana, sobre todo en su etapa escolar. “Cuando acababan las clases mi profesor, el padre Fulanito me decía que me quedase en clase, a solas, con él, para que le contase la película que había ido a ver al cine ese fin de semana con mis hermanos”. Comentaba sobre su etapa escolar. Lo decía con sorna, con una especie de sonrisa que podía confundirse con una expresión de cierto malestar.

Durante el tiempo que le conocí pude notar su lucha interior. Quería querer a otra persona del mismo sexo pero en el fondo había algo que se lo impedía. Se conformó en convertirse en un ser solitario, poco dado a las charlas, pese a tener cierto sentido del humor. Era de naturaleza desconfiada y con una obsesión por la monotonía que rozaba lo absurdo. Hasta que aparecí yo en su vida.

2. Todo tiene un principio.

Nos conocimos en 1989 en una escuela para adultos. No congeniamos enseguida. Tardamos un tiempo. Al principio era el típico compañero esquivo que sólo participaba de las tertulias en los momentos de descanso entre clase en clase. Yo al ser más abierto en carácter trate de romper el hielo con él en varias ocasiones cosa que conseguí casi a final de curso. Por aquel entonces yo me fui de viaje a Italia, solía bajar a la escuela de vez en cuando en busca de las notas o para verlo a él y charlar un buen rato. Hablamos de hacer un viaje, juntos. Él, ese año, se iba de vacaciones a Rusia con su sobrino, hijo mayor de uno de sus hermanas. Tanto a él como a mí nos atraía mucho Rumanía, concretamente Transilvania. Lo que al principio se convirtió en un proyecto para realizar el verano siguiente. Ya por aquel entonces nos solíamos llamar por teléfono cada día, incluso después de habernos visto escasas horas antes. Hablábamos largo y tendido. Sin parar. Nos sentíamos muy a gusto juntos.

Algunos de nuestros compañeros (concretamente compañeras) de curso se extrañaban de nuestra relación. No entendían como un tipo tan abierto y dicharachero como yo podía relacionarse con un personaje de carácter tan seco, huraño y en ocasiones algo borde. “Borde será con vosotras. Conmigo se lo pasa bien y yo me lo paso muy bien con él”. Les decía. Por aquel entonces ya se rumoreaba sobre sus preferencias sexuales. En varias ocasiones había tratado de tantearlo por varias compañeras acerca de su sexualidad sin conseguir resultado alguno. “Tus amigas tratan de averiguar por donde flaqueo, pero no van conseguir ninguna información”. Me comentó una vez. A partir de entonces siempre procuraba que ninguna de ellas estuviese cerca nuestro. Le solía molestar su presencia. Sólo quería quedar a solas conmigo. Sin nadie más. Si alguna vez aparecía alguien a nuestra cita se sentía bastante molesto. Curiosamente su reacción la presencia de otros miembros del sexo masculino también era peculiar. Concretamente con otro compañero al que yo sentía un gran aprecio. Él lo detestaba. Sentía verdadera animadversión hacia él. Sobre todo cuando yo lo mencionaba.

Por aquel yo aun no había salido del armario, aunque si sabía muy bien por donde iban mis derroteros. Pero he de decir que pese a sentirme muy a gusto con él y percatarme de los rumores acerca de su homosexualidad lo mío no fue amor a primera vista (eso tipo de cosas se las dejo al “Sr. F” jejeje) Por lo que a mí respecta creo que por su parte sus sentimientos hacia mí fueron a la misma velocidad. Aunque a veces aun tengo mis dudas. A lo que iba lo mío fue lento (siempre he funcionado así). Eso me permitió ir conociéndolo lo suficiente como para ir sintiendo algo más intenso hacia él. Fue él quien comenzó a romper el hielo dándome las primeras señales de afecto. Un día, en un bar, nada más sentarnos frente a frente alrededor de una mesa me agarró cariñosamente las manos. “Bueno, que me cuentas” me dijo de forma muy tierna. Yo, perplejo, bajé la mirada. No pude decir nada. No es que me molestase su gesto, he de decir que me gustó mucho sentir el contacto de sus manos sobre las mías. Mucho. Pero aquella era la primera vez que me sucedía y todavía no estaba acostumbrado que otro hombre, mayor que yo fuese tan cariñoso conmigo de aquella forma. Él supongo que debió percibir otra cosa porque automáticamente retiró sus manos. Vi incluso como se ruborizaba. Aquella tarde se pasó tratando de convenciéndome que era el tío más heterosexual del mundo. Pienso que mi reacción, tras ese gesto y su afán por convencerme acerca de algo realmente que no era cierto marcó el principio del fin de nuestra extraña (y dolorosa) relación. A partir de entonces siempre hubo dudas entre nosotros acerca de nuestras tendencias sexuales. Esa falta de sinceridad mutua, de decirnos las cosas a la cara, sin tapujos fue la que produjo la destrucción. El fin de algo que hubiera podido ser muy positivo para los dos.

A parte de nuestras innumerables citas yo solía visitarle a su trabajo cada jueves por la tarde. Él trabajaba como conserje en una sucursal de telefónica en Barcelona. Solía pasarse horas muertas dentro de una cabina. De vez en cuando aparecía alguien que entraba o salía del local. Por lo visto la soledad lo acompañaba en cada instante. A él le gustaba que yo le hiciese compañía. De esto forma nos pasábamos toda la tarde charlando, sin contar las continuas charlas telefónicas. En nuestras reuniones solíamos hacer planes relacionados con el viaje. Los días que no estábamos en su trabajo nos íbamos al centro al cine a ver alguna película, a pasear o tomar algo. En ningún momento a tener relaciones intimas. Yo vivía con mis padres y él con su padre. Yo tampoco no me atrevía a dar el paso. Tenía dudas a millones, no sobre mí sino sobre lo que él sentía hacia mí. Pienso que por su parte nunca dio el paso definitivo por miedo a meter la pata y echar por tierra una buena amistad, una relación con alguien que había conseguido sacarlo de la rutina y que le ofrecía en todo momento buenos momentos de felicidad. Respecto a eso, un día un par de compañeros de su trabajo me comentaron lo cambiado que estaba desde que yo había aparecido en su vida. Lo veían hasta ilusionado y mucho más optimista. Él le quitó importancia al asunto pero me lo confirmó con una sonrisa en la mirada. Era feliz.

3. Soledad con amor se cura.

Comencé a enamorarme de él unos tres o cuatro meses antes de partir de viaje. Sospecho que por aquel entonces él ya lo estaba. Se notaba por la enorme tensión sexual existente entre ambos. Las conversaciones entre nosotros ya no eran las mismas, había elementos de pique en cada una de las frases que salían de nuestra boca. Era un tira y afloja peligroso que duró más de lo que debía y que acabó convirtiéndose en un juego dañino consistente en provocarnos celos mutuos. He de decir que al principio hasta le pillé gusto, sobre todo porque veía reacción de molestia en él (incluso más de un calentón súbito) pero nunca lo suficiente como para encender la mecha hacia una reacción mucho más sana, mucho más concreta. Ambos sabíamos lo que sentíamos. Pero las dudas pesaban mucho más.

Yo esperaba. Esperaba a que cada vez que nos citábamos él fuera a dar el salto definitivo y acabaríamos los dos haciendo el amor en la habitación de un hotel hasta acabar casi exhaustos. Pero nunca sucedía. Esperaba hasta el último momento, cuando nos despedíamos en la parada del autobús cerca de su casa. O tras charlas un rato más al pié de las escaleras del edificio donde vivía (y sigue viviendo).

(Continuara...)

7 comentarios:

Anónimo dijo...

fijate que esa es la historia de mi juventud, gente con la que tenia una relacion estrecha, con la que fantaseaba pero que nunca me atrevi a abrirme con ellos, hasta que un dia me atrevi, tuve mi primera experiencia y fue la mas dulce y mejor de mi vida

foscardo dijo...

No te quiero adelantar nada. Pero por lo menos tu tuviste mucha suerte...

atropina dijo...

Me he dado un largo paseo por tu blog, en dirección presente a pasado. Hay cosa ya intuia, aun sin verlas escritas, pero otras superan hasta la ficcion.
Es conmovedora la entrada dedicada a LAURA EN EL PAIS...me recuerda a un libro que lei hace tiempo NADA DE Laforet, la otra Laura la del libro sale espiritualmente ilesa, de un mundo sordido, lugubre, enfermizo.
Hablas con ella del contenido de tu blog?.
Me sigues gustando muchoooooo!
Besitos.

foscardo dijo...

Sabe que existe. Pero este blog en el fondo es un arma de doble filo. Su existencia es necesaria para que ellos y aquellos quien lo leen, se sientan o no identificados con lo que se narra, sepan lo que psó y la lucha que hemos tenido para aparterlos del mundo sordido en el que s evieron envueltos.
Por otor lado es un arma carhgada en un juego de la ruleta rusa. Sobre toso en manos de la familia de mi ex cuñado. En el fondo me da igual, estoy acostumbrado a luchar y ya lo dije una vez mi arma es la palabra.
Quiero dejarles este legado a los niños para que un día lo descubran y sentados frente al ordenador puedan descubrir lo suficiente o poco que luchó su tio por ellos pero lo mucho que los he querido.

A veces imagino ese día. Y no se si me gustaría estar en su pellejo :)
quizas miedo a que me odien.

Anónimo dijo...

Los vericuetos de la vida.Resulta que entré en el blog de la Milá y ese camino me a llevado a tu historia que se repite hasta la saciedad, porque muchos la hemos vivido.Claro,después siempre vendrán otras vidas a reformar el calendario de fechas y dejaremos de ser menos tímidos.
Por cierto el miedo a que te odien, solo está en tu propio miedo.
Un saludo.

foscardo dijo...

Por suerte o por desgracia el tiempo hace que el miedo a que te odien vaya menguando. Si lees un poco más en este blog sobre todo en lo sucedido hace más o menos en un año veras que
he terminado por tenerle mucho menos miedo al odio y a saber ser paciente y confiar más en uno mismo, en la intuición. Una vez más el tiempo lo acaba por poner todo en su sitio.

Anónimo dijo...

Desde luego que es así.El tiempo nos afianza, nos curte, sin dejar de crecer por dentro y valorarnos más.