lunes, agosto 28, 2006

Saliendo a flote

Os presento a Adam, tiene 10 años recién cumplidos y se encuentra a mi derecha en la foto. A mi izquierda está Laura y tiene 12 años. Ambos son hermanos y ambos son mis sobrinos. Ejercer de tío es una tarea fácil sobre todo si las cosas entre la familia funcionan viento en popa a toda vela. Cuando uno es tío a secas simplemente se limitas a llamarlos de vez en cuando por teléfono, sobre todo cuando son pequeños y te acuerdas de su cumpleaños. Tambiés sueles regalarles alguna cosilla para navidad o preocuparte al principio de su vida cuando hay de por medio algún trastorno de salud ya sea leve o más grave. Cuando uno es tío y no se tienen hijos el vinculo es quizás un poco más cercano, aunque depende del numero de sobrinos que uno tenga o las relaciones de cercanía que tengas con ellos. Se de tíos que apenas tratan a sus sobrinos. Los hay que para ellos no son más que extraños o intrusos que tratan de usurpar su jerarquía en el delicado árbol genealógico, sobre todo cuando hay pasta de por medio...

En cualquier caso ese no es mi problema. Yo soy tío y además soy padre (aunque Laura y Adam ya tengan uno). Todo esto viene por que mi núcleo familiar sufrió un vuelco trágico que comenzó hace ya doce años, justo cuatro meses después de nacer mi sobrina.

Mi madre que había sido la madre de innumerables niños del barrio, que había sido la sabia consejera de sus amigas, la perfecta anfitriona, la que había ejercido de tía con gran orgullo y entrega cayó fulminada por una embolia que la alejó de todos nosotros después de quince largos días de lucha contra la imperturbable muerte. Dicho suceso la privó de poder disfrutar de sus nietos (a Adam ni siquiera lo llego a conocer).

La perdida fue dura, sobre todo por lo inesperado de la situación. Al principio cuando tratabas de asumirlo buscaba respuestas donde no las había. La primera sensación que sentía, aparte del horrible vació, era la incredulidad. Aquello no podía estar pasando. No podía estar en el guión. Alguien se había equivocado y había eliminado a uno de los personajes importantes de la trama. Todo había sucedido por un error. Pero no. Como se dice siempre: La realidad supera con creces a la ficción. Su muerte resquebrajó muchos esquemas. Hilos y lazos de unión se cortaron de un simple tajo. Docenas de personas que nos rodeaban desaparecieron silenciosamente, pocos quedaron a nuestro lado aunque pronto las ausencias fueron complementándose con atrás nuevas tal y como sucede en las series de televisión, se cierra una temporada y se empieza otra con algunos protagonistas, una nueva trama y nuevos personajes. El nacimiento de mi sobrino, dos años más tarde, fue feliz pero muy amargo y por varias situaciones. La primera faltaba mi madre, por otro lado mi hermana comenzó a sufrir los primeros síntomas de su terrible enfermedad: El Parkinson. Mi padre sabía que perder a un ser querido era duro. En su infancia había perdido a su padre durante la Segunda Guerra Mundial mientras crecía junto a mi tía y mi tío en su Inglaterra natal. Por eso se aferró mucho a mi hermana y a mi, demasiado. Pese a su obsesión por sobreprotegernos (y a la vez sobreprotegerse a sí mismo) pude conocerlo un poco mejor e incluso disfrutar con él una relación padre/hijo anteriormente inimaginable. Pero eso duro poco. Si no se cuida, si incluso se abusa de la confianza, la relación se pudre y se muere como una planta maltratada. Hace tres años que murió. Se fue, más solo que la una. En una sombría habitación de una residencia cutre en el centro de la ciudad. Ni él mismo se hubiese imaginado una muerte así, tan triste, alejado de sus seres queridos, tal y como hizo 45 años atrás cuando llegó solo a Barcelona procedente de Portsmouth. Su último año de vida había sido un infierno. Hacia ya 16 años que su salud se había resentido debido al estrés del trabajo y una familia que bien poco le ayudaba. En 1947 había estado a punto de morir. Y luchó. Pese a tener muchas cosas en contra luchó y sobrevivió, dando una lección a todo el mundo, sobre todo a quienes no daban ni un duro por su vida. Siempre había sido un buen padre. Muy estricto en cuanto a sus emociones y su afecto debido a su educación muy British pero siempre había sido un buen padre. Ni mi hermana ni yo nos podíamos quejar. De él aprendía a amar al cine, la música y la comida. También viajar y sobre todo aprendí que en esta vida se tenia que ser honrado en todos los aspectos y profesional en tu propio trabajo. Su enfermedad nos rescató en parte de nuestra ceguera. Hacía tiempo que habíamos dejado de ser una familia. Lo habíamos olvidado. Y afortunadamente volvimos a unirnos. También sirvió para reunificar otra parte de la familia, aquella que pertenecía a la periferia del núcleo familiar. 1988 fue un año de reconciliaciones (algunas sinceras otras no tanto). A mi me enseño a ver, a saber distinguir y saber en quien confiar y en quien no. Lo veía en cada una de las visitas que venían a verle al hospital, también en la gente que conocimos a lo largo de 10 interminables meses y numerosas operaciones a vida o muerte. Y sobre todo en el resto de la familia. Alejada a la fuerza por culpa de un estúpido legado en forma de espejo mugriento en casa de mi tío.

Tío. De nuevo esa palabreja.

Ahora la vida de mi hermana se está apagando. Alguna extraña maldición ha decidido que los miembros de la familia Archer vayan cayendo como moscas en un extraño orden cronológico. El Parkinson está ganando la batalla y con él se ha aliado una terrible adicción a consumir cualquier tipo de pastillas. Mi hermana fundó una familia con mucha ilusión. Era su máxima. En 12 años su sueño se ha roto. Destrozado como una revista en boca de un perrito. Su núcleo familiar vive separado a la fuerza y sin posibilidades de poderse solucionar. Respecto a su enfermedad nadie la ayuda. Está sola, como lo estaba mi padre los últimos meses de su vida. Los médicos han tirado la toalla. Su marido aun lucha, poco, sin rumbo, dando tumbos, entre verdades y mentiras. Yo reconozco que también me he rendido. Sólo por ella. No se donde ni como ayudarla por que el entorno tampoco sabe ni como hacerlo. Mi familia, en algunos casos lejanos y herida de muerte tampoco sabe o prefiere no saber que hacer. Tan sólo una prima, pero ella está igual que yo.

La familia de mi cuñado está peor que nosotros. No quieren responsabilidades, sobre todo con los niños y mi cuñado ya no confía en ellos. Sólo me tiene a mí. Seguramente la última persona a quien se imaginaría que acabaría echándole una mano.

Quiero mucho a estos niños. Representan tantas cosas para mí... Ellos son la semilla, lo que queda de una familia rota, atacada a veces de forma injusta. Estos últimos meses me he volcado en ellos, algo más de lo que me había volcado con anterioridad. Y procuro hacerlo al cien por cien. Les enseño nuevos valores. Les guío, velo por su futuro y sobre todo por los valores que una vez mis padres nos enseñaron y que han echo de mí la persona que soy. Quiero enseñarles quienes son y de donde vienen sus raíces. Quiero que intenten dejar el listón bien alto. Que el legado de mis padres no se pierda y que ellos sean lo que realmente quieran ser, sobre todo después de haber aprendido. Actualmente son lo único que tengo y un motivo por el que luchar.

Insisto: Soy su tío pero también soy su padre.

1 comentario:

Amparo dijo...

Bravo, rey ;-)