miércoles, agosto 30, 2006

Septiembre, vuelta al colegio

Agosto llega a su fin. Aunque no se acabe el verano las cosas cambian cuando en el calendario aparece el numero 9. En nuestra niñez septiembre era sinónimo de vuelta al colegio, de reencontrarse con los compañeros, del cambio de curso, de nuevos plumieres, batas, bocadillos en papel de plata en la cartera y de libros. Había algo especial en el comienzo de curso. Era curioso pero un servidor siempre se lo tomaba muy bien. Me encantaban las primeras clases. Era algo muy especial excepto el primer día de párvulos sobre todo cuando uno le entraba una llorera incontrolable. ¿Quién no recuerda su primer día de colegio? Es algo que nunca se borra de la mente de un niño. Siempre que vuelves allí con el pensamiento aparecen todos los detalles. Como te despiertas, desayunas y tu madre te lleva a la puerta del colegio, entonces vienen a buscarte y te arrancan de su mano. Tú no sabes bien lo que pasa y comienzan los lloros. En mi caso duraron unos cuantos días. Recuerdo que paré de llorar una tarde de recreo en el patio cuando comprendí que las lagrimas y gimoteos no me evitaría librarme de ir a clase para siempre. Lo mejor era rendirse y asumir aquella nueva etapa de la vida. Recuerdo mis primeras letras escritas, mis clases de lectura, de sumar, restar, multiplicar y dividir. Cuantas bofetadas me había llevado de la Srta Merche al no saberme bien la tabla del 4.
El colegio siempre tenía un olor especial. A veces me llega ese olor, dura una décima de segundo pero la mente se llena de recuerdos tanto buenos como malos. He de decir que yo no fui un buen alumno. Es más el colegio me aburría. Yo solo quería dibujar comics y hablar con mis mejores amigos de cine, sobre todo de "Star Wars" o las películas de desastres. Para mí eran las mejores. En el patio, mientras el resto de compañeros jugaban a fútbol nosotros habíamos formado un diminuto grupo de cuatro o cinco niños que jugábamos a recrear películas como "Hindemburg", "Terremoto", "Tiburón" o "El Coloso en Llamas". Odiaba la clase de gimnasia. Cuando no nos vigilaban procurábamos escondernos para hablar de cine o de nuestros superhéroes favoritos. Durante el primer grado de EGB procure sacar buenas notas. Hasta quinto todo estaba correcto. Llegó el segundo grado y repetí sexto. En un principio no me hizo mucha gracia volver a hacer un mismo curso. Lloré hasta que comprendí que había sido culpa mía. Pero lo que menos me gustaba era que ese año tendría, no sólo que repetir enseñanzas sino que tendría que hacer nuevos amigos. Todos los compañeros que te habían acompañado desde párvulos desaparecían dejando su hueco a otros completamente anónimos. Para todos ellos eras un perdedor (un termino muy yankee y muy gilipoyesco, lo se) y para los nuevos eras, a parte, una amenaza ya que eras un año mayor que ellos y por la misma ecuación eras más fuerte y las hostias podían sonar el doble de lo normal. Ese no era mi caso. Nunca fui un gallito. Si había un lugar más añejado a ese término seguro que allí estaba yo viviendo con todo tipo de lujos y comodidades. Odiaba las peleas. De la misma forma que procuraba alejarme de aquellos que las deseaban. He de decir que fui toda mi vida a un colegio de pago. También he de decir que los tipos chungos abundan en ambos lados y que los matones de los colegios de pago únicamente se diferenciaban de los colegios públicos por que los nuestros llevaban bata y posiblemente venían de otro nivel social. Recuerdo muchas más cosas del colegio. No todas fueron malas. Me gustaban los días de lluvia por que el patio lo hacíamos en la clase y era diferente. Me gustaba cuando recogíamos los libros nuevos y el material de estudio como libretas, lápices, gomas y sacapuntas. Me gustaba cuando íbamos a la papelería a forrar los libros, cuando compraba un nuevo estuche, cuando era hora de dibujo o cuando junto con mi amigo del alma José Luís llenábamos los bordes de los libros con mini películas dibujadas a boli. Me gustaba cuando tenía que comprarme un compás, una escuadra y un cartabón. También el año que me tocó hacer la primera comunión cuando salíamos más tarde por que íbamos a catequesis. Otros momentos especiales eran las funciones del colegio, las clases de mecanografía, la hora de biblioteca, la revisión médica y las clases de Ciencias Naturales del Sr. Juan. El curso que más recuerdo con nostalgia era 8º, aquel era el principio del fin; suponía que estudiabas y seguías adelante con BUP y COU o, como en mi caso suspendías y pasabas a Formación Profesional o algún que otro sucedáneo. Como lo mío eran los “Cómics” y dibujar elegí estudiar Artes Aplicadas.
Once años duró mi ciclo escolar. Once años llenos de recuerdos, de cientos de rostros que con el tiempo han cambiado de forma radical. Incluso es posible que alguno se quedase a mitad de camino. Recuerdo en especial un día triste a mediados de 4º de EGB. Una mañana apareció en clase el director del colegio para comunicarnos que Andrés Rocamora uno de nuestros compañeros de clase había muerto en un accidente. Tenía sólo 10 años. Aun recuerdo su libreta, una goma de borrar y varios lápices olvidados en el cajón de su pupitre. Elementos de estudio que él jamás volvería a necesitar.

No hay comentarios: