sábado, mayo 10, 2008

Redención. Episodio 9.

Nota aclaratoria:

Si he tardado en terminar esta historia (por lo menos esta primera parte) es porque el tramo final es bastante engorroso. No es fácil contar según qué cosas, o mejor dicho, como contarlas y más cuando en anteriores entregas había sido tan franco con vosotros (y a la larga conmigo) Porque de eso se trata, de no engañar a nadie y menos a mí mismo. No me sentiría bien si no cuento todo, lo cuento mal o a medias... También necesitaba algo de tiempo, en primer lugar para asumirlo y en segundo lugar para poder trasladarlo por fin a la pantalla del ordenador. Pido disculpas para los que se hayan quedado varios días, semanas, en ascuas con la conclusión, que ya digo, solo concluye en parte. Prometo acabarla en su totalidad. Es una cosa que necesito. Pero prefiero ir haciéndolo poco a poco más adelante y cuando enlazarla con una parte de NUEVA DIMENSION: Las Crónicas de las Paraciencias ya que una no podría vivir sin la otra.

25. Caminos que se separan.

Si bien para el resto del grupo el viaje ya tocaba a su fin no sucedía lo mismo para mi compañero ni para mí. Habíamos contratado tres días más para visitar Cayo Largo y disfrutar de sus playas, de un paisaje casi virgen, paradisíaco y perfecto para descansar del ajetreo de un viaje tan pedregoso en todo el sentido de la palabra. Si la cosa hubiera funcionado como hubiera debido aquellos tres días habrían sido la gloria. A que pareja no le hubiera gustado estar en un escenario sacado de cualquier película romántica. Pero no fue así. Ojo, tampoco fue un infierno. Simplemente fue... Bueno, no quiero adelantar acontecimientos.

Es curioso. Siempre que he viajado he tenido tenencia a no poder despedirme del grupo que me acompañe (¿Verdad Juan y Manolo?) Sólo en muy contadas ocasiones he podido hacerlo como dios manda.

26. El valioso arte de como estirar el tiempo a cámara lenta y no acabar con la paciencia de cualquiera.

La última noche que estábamos todos juntos en Varadero, Satur y Pilar, el matrimonio vasco que nos acompañaba en alguna excursión y mi compañero y yo decidimos ir a cenar a uno de los nuevos hoteles de lujo que la cadena Melia había recién construido en la zona. La intención era cenar y después ir a la habitación de Rosa y Merche para celebrar una pequeña despedida con Julia, Goya y Damián. No fue posible. Y esta vez no era debido a mosqueos ni nada por el estilo. El problema era que tardamos tres horas en esperar a que nos atendieran y una hora y media en que nos sirvieran la cena y eso que el restaurante estaba vacío. Al parecer les era imposible atender varias mesas a la vez (la lógica cubana nunca la he entendido) por lo que hacían entrar a los comensales y hasta que no salían de cenar no entraba el siguiente grupo. Estuvimos a punto de dimitir en varias ocasiones. Pero no se aun porque motivo esperábamos como idiotas nuestro turno. Llegamos a las 20:00 horas y nos atendieron a las 23:00 a las 00:00 nos servían la cena.

El restaurante era lujoso sí, teníamos un camarero para cada uno que se movían a la velocidad de una tortuga. La comida tampoco era nada del otro mundo y menos para esperar una hora para comerla. Salimos de la cena y eran las 02: 00 de la madrugada. Mi compañero y yo tomábamos el avión a las 07:00 así que nos fuimos a dormir nada más pisar el hotel.

Llegamos a Cayo Largo a bordo de un avión diminuto y cochambroso con un sistema de refrigeración que daba verdadero espanto ya que escupía vapor hacia todos lados. Tenía cucarachas y para el colmo el zumo que nos dieron de refrigerio estaba caducado y se me revolvió en las tripas como una veintena de veces.


27. Mosquitos, tábanos y otros infortunios.

No voy a echar pestes de Cayo Largo porque realmente ofrece lo que es: un lugar para hacer el lagarto tumbado todo el día a la bartola y chupar sol como si fueses una célula fotovoltaica… Eso sí la gente que habitaba ese islote estaba ya tan ajada tratando de entretener a los turistas como los autómatas de un parque de atracciones ambulante. Muchos aprovechaban para mascullar entre dientes las ganas que tenían de convertirse en seres humanos y escaparse de aquel patético circo.

Hay una cosa que no avisan en las agencias de viaje. Agosto es su mejor época del año para visitar zona de manglares. A no ser que sufras alguna filia especial por ser atacado enjambres de mosquitos o en su otra vertiente por sus horrendos primos hermanos los tábanos. Para ellos agosto si es su mejor época del año. Vamos se ponen las botas con sangre de turistas y para mí que estos ya cuando acaba Julio van a taller a hacerse una puesta a punto y afilar su aguijón.

Lo primero que hicimos al llegar al hotel fue ir a la playa. Las fotos de los folletos era una maravilla. Arena blanca, agua cristalina y muchos cocoteros. Vamos de ensueño. El problema es que yo me atrasé debido a mis constantes problemas intestinales por culpa del puto zumo del avión. Gracias a ello perdimos el barco que nos llevaba a la mejor playa de la zona. Mi compañero se cabreó bastante. Yo preferí no darle motivo para encender más la mecha y preferí quitarle hierro al asunto (una vez más). Al final decidimos acercarnos a la una playa situada junto al lado mismo del hotel. Cuando llegamos no comprendíamos por qué nadie se bañaba en ella, es más, por qué estaba vacía. Dejamos toallas y camisetas sobre la arena y nos metimos corriendo en el agua. Automáticamente descubrimos una de las razones de la solitud del lugar: había una resaca tal que hasta te arrancaba la piel de las piernas a tiras. Entonces comenzamos a ser atacados por las olas. De golpe y porrazo y como salidas de la nada (para mí que estas disponían de un detector de turistas palurdos) aparecieron olas a punta pala (que aunque lo parezca no es el nombre de ninguna playa paradisíaca) que nos atacaban salvajemente casi sin tregua. En un momento de la molesta velada uno de los golpe de ola me hizo perder el equilibrio y hacerme rebotar varias veces (con volteretas incluidas) hasta la orilla perdiendo casi el bañador (sí, ese hortera color azul que habéis visto en una de las fotos) que llevaba puesto. En vez de ayudarme, socorrerme o preguntarme como estaba mi compañero esbozó en la distancia una sonrisita cabrona en plan: “Jódete” que le duró un buen rato. Se estaba tomando la revancha por hacerle perder el barco hacia la playa “buena”.

Ya en la arena (pase de meterme más en el agua) decidí tomar un poco el sol y secarme. Cierro los ojos. Más o menos al minuto noto un pinchazo agudo en el hombro. Echo un vistazo y veo a una especie de moscardón rojizo hincando una trompa afilada en mi carne. ¡Joder cómo dolía el puto pinchazo! Un tábano y no era el único. En menos que canto un gallo recibí horribles picotazos en brazos, piernas y dedos de las manos, por cierto aun me quedan cicatrices de alguno de ellos. Rápidamente espanté a los bichos (estaban tan anclados en mí que les costó hasta soltarse), me puse la camiseta y salí huyendo de allí como alma que lleva el diablo. Mi compañero me miró desde el agua (a él no había ola ni corriente que se lo llevase) No sabía lo que me estaba ocurriendo. Esta vez salió del agua. Insensato. Corrió más que yo cuando varios tábanos se lo quisieron merendar. Ahora, por fin lo entendíamos todo. Aquella playa era caldo de cultivo de vampiros hijos de puta y zumbones. Pero no sólo eso… aquella tarde descubrimos que a los cocodrilos del criadero que había junto al hotel les gustaba pegarse baños en esa playa cuando se escapaban de sus jaulas (cosa que sucedía a menudo por el precario estado de las mismas, el alambre no es tan duro como el acero para sus afilados dientes). Vamos, no fuimos comidos por bichos más grandes de puro milagro. Todo esto nos lo comentó uno de los camareros del hotel poco antes de servirnos un filete de tortuga marina (que por cierto estaba bastante deliciosa) y viendo como estaba mi cuerpo por culpa de las marcas de los aguijonazos. Lo que no comprendimos nunca es como no avisaban de semejante riesgo con algún cartel teniendo el acceso a la playa completamente abierto y más aun habiendo niños por la zona…


Tomamos el barco más tarde. No fuimos a la playa pero si visitamos los muelles y un curioso vivero de tortugas, primas hermanas de la que nos habíamos zampado aquella misma mañana. A última hora de la tarde regresamos al hotel. Aquella noche no pasó nada entre nosotros. Ni siquiera una simple insinuación como la que hubo en Cienfuegos. Parecía que ya no había más posibilidad de perder el tiempo intentando consumar nuestra extraña relación.

Que ingenuo era…

28. Ni un momento a solas.

Creo que la soledad, me refiero a no tener gente (sobre todo a Rosa y Merche) alrededor nuestro las 24 horas del día volvió a despertar en él la posibilidad de recuperar todo el tiempo perdido y tratar de dar una nueva oportunidad al asunto. Pero con tranquilidad. Demasiada tranquilidad para el poco tiempo que teníamos.

A la mañana siguiente conseguimos por fin pillar el barco a tiempo. El objetivo era ir a Playa Sirena, aquella playa kilométrica de las fotografías con arena blanca bla bla bla y descansar, charlar y pasar un buen momento juntos.

Cuando llegamos no había cocoteros. Al parecer se habían ido todos de vacaciones. Eso sí, arena había como hartarse toda blanca y tan fina como la tiza. ¿Y el agua? Haberla había pero de refrescante nada. En el Caribe refrescarse en el agua es prácticamente imposible. Aquello era caldo casi en estado de ebullición. Mucho más cálida que la de las playas de Varadero. Y eso ya es un decir... Una cosa si era cierta. El sitio era muy bonito y había espacio para que un buen grupo de turistas no tuviese que verse las caras lo unos a los otros en muchísimos metros a la redonda. Por fin un lugar donde podríamos estas a solas ya que había sitios para todos…

Bueno menos para nosotros…

Después de elegir un rincón alejado, aparentemente vacío decidimos acercarnos a la orilla y meternos en el agua. Él se veía muy animado, divertido y muy afable conmigo, incluso hasta cariñoso. Se veía que le apetecía estar conmigo. Supongo que como el episodio del día anterior nos lo tomamos con mucho sentido del humor acabó por animarle. Desde hacía tiempo que no lo veía así, me recordó a como cuando salíamos por Barcelona al cine o a tomar algo o cuando iba a su trabajo a hablar horas y horas con él.

Después de nadar un rato nos quedamos un rato en la orilla, bajo un pequeño montículo de arena que nos impedía ver lo que había más arriba. Estábamos muy a gusto, incluso comenzamos a hablar de todo lo sucedido. Vamos que nos estábamos sincerándonos hasta que… hasta que de repente escuchamos un gritito multitudinario, alegre y estridente. De repente por encima del montículo vemos aparecer a una familia de turistas alemanes (padre bigotudo, piel blanca, esmirriado pero muy alto; madre teutona, bañador chillón, rubia y con cara de pan de kilo; y dos niños: una niña con coletas y flotadores en los brazos y un niño embadurnado de crema solar que parecía un pastel de merengue) todos ellos agarrados de la mano, corriendo, felices y preparados para darse un buen chapuzón. Como no se percataron en un principio de nuestra presencia y al bajar todos corriendo casi acabamos pisoteados. En su defecto rebozados por miles de granos de arena. Ni se inmutaron. Ni se disculparon. Ni in simple “Lo siento” en su idioma. Simplemente se metieron todos en el agua y allí se quedaron un buen rato gritando y chapoteando como si los estuvieran hirviendo vivos.

Entonces mi compañero se cabreó. Yo también. Había suficiente playa para perderse y éstos habían decidió quedarse todo el rato junto a nosotros como si fuesen lapas agarradas a la piel de una ballena. Cuando nos decidimos mudar de lugar ya era tarde y era hora de ir a comer ya que nos esperaba una excursión a la Isla de la Iguanas.

Hay que decir que el sitio nos quitó el mosqueo de golpe. El lugar es interesante, un mundo aparte, todo lleno de bichejos verdes (unos 200 nos dijo el cuidador, un tipo vestido casi de pirata) que correteaban alegremente por todos lados y con un apetito voraz por pan mustio y queso rancio. Después de eso paseamos un rato en barco y nos subimos a unas canoas con motor que nos llevaron junto a otros turistas a través de los manglares. Comimos langosta (insípida nada que ver con la de nuestras cosas) en el puerto y por la tarde, a eso de las 17:00 llegamos al hotel, donde acabamos rendidos por una agradable siesta.

Aquella noche, después de cenar, decidimos ir a pasear a la playa, en la zona donde no había cocodrilos.

Cuando llegábamos nos extraño ver gente correr. Al acercarnos no tardamos en averiguar los motivos: mosquitos. Miles de ellos. Se abalanzaban sobre nosotros como cazas japoneses durante el ataque a Pearl Harbor. Nos unimos a la carrera con el resto de turistas y casi la ganamos.


29. Última noche: Jugar la última carta.

Muchos os preguntaréis a estas alturas y tras todos los pormenores que os he contado si al final, mi compañero y yo, consumamos nuestra relación. La respuestas es un SI rotundo. Lo hicimos. Al fin. De una vez por todas. El último día. La última noche. Durante nuestras últimas horas en cuba. ¿Fue satisfactorio? ¿Era lo que habíamos esperado todo este tiempo? ¿Arregló definitivamente la situación? La respuesta es un NO tan rotundo como el sí y tan poderoso como para resquebrajar de un solo golpe los pilares de la tierra.

¿Qué sucede cuando dos personas que se desean y se encuentran en la misma habitación, a oscuras, muriéndose de ganas son incapaces de dar el paso? ¿Qué sucede cuando ambas partes comienzan a “jugar” con insinuaciones, con sus propios cuerpos para llamar la atención el uno del otro sin conseguir lo que realmente desean o como lo desean? Que el resultado es una especie de coito bizarro por no decir patético que deja tras de sí un mar embravecido repleto de dudas y muchísimo malestar. Más que las picadas de cualquier Tábano, por muy dolorosas que estas sean.

Si, aquella noche pasó algo. Radical, definitivo, concluyente. Algo de lo que a veces me avergüenzo porque no era lo que yo (o como yo) deseaba y pienso que tampoco era algo que él pensaba o deseaba. Es curioso que haya dejado este capítulo para el final concluyendo los demás con una rapidez inusitada (pero que me caracteriza) Soy rápido escribiendo pero hay cosas, como las que voy a contar ahora que me cuesta horrores y no porque me avergüence de narrar situaciones intimas, me he desnudado en otras ocasiones ojo, nunca en público, no me va el nudismo como practica aunque la respeto. Es otro tipo de desnudez la que me abruma. Es esa desnudez que tiene que ver con el alma, con los instintos, de cualquier clase y que muestran tanto la debilidad como el coraje de cada uno. Supongo que me comprendéis.

Vamos allá…

Nos acostamos como venía siendo habitual sin ninguna pretensión. Cada uno en su cama. Se apagaron las luces. Pero ninguno de los dos podía pillar el sueño. No era el calor, contante durante todo el viaje (no había sudado tanto en mi puta vida) Teníamos el aire acondicionado en marcha y pese a que hacía ruido (era un aparato ruso muy destartalado) lo preferíamos a sudar hasta deshidratarnos. Me revolví varias veces en la cama, escuché que él hacía lo mismo. No sé qué es lo que le perturbaba (bueno sí que voy a decir…) A mí aparte de lo mismo que a él me inquietaba el no haber podido tener un momento para aclararlo todo, de frenar una situación que había sido pronosticada. Me acordaba mucho de las premoniciones de Maika y como había acertado en todo de forma matemática (hubo más detalles del viaje que fueron cien por cien acertados aparte de lo que comentó sobre Rosa, Merche y los celos de mi compañero) Me culpaba porque al saberlo de antemano no había hecho nada para poder remediarlo y tampoco había hecho nada por saber aprovechar la ocasión y cambiar, en cierta forma, nuestro futuro.

Mientras me comía la cabeza el comenzó a hacer un extraño ruido. Era como el un roce continuo por debajo de las sábanas. En seguida me vino a la mente la escena de Santiago de Cuba con él masturbándose mientras me miraba. Al no haber luz no sabía si estaba de cara a mi o mirando a la pared. He de decir que dudé en varias ocasiones si ese sonido era de su mano rozando la sabana por dentro. Esta vez no me cabreé. Todo lo contrario. Vi que el ruido no cesaba y si yo lo imitaba él aceleraba el suyo. Era como si se estuviera excitando con la idea de que le estaba tomando la réplica. Me excité. No lo niego. Como un tren de alta velocidad y comencé a seguirle el juego. Lo escuché jadear. Se estaba masturbando no había duda. Así que decidí seguir para ver si reaccionaba y él venía a mi cama. Pienso que él pensó lo mismo porque ambos esperamos mientras continuábamos masturbándonos hasta que acabamos eyaculando. Cada uno en su cama.

Después de la sensación de placer y excitación me invadió una sensación de angustia y tristeza. Me sentía mal y comencé a comerme la cabeza.

Pasaron unos minutos, tal vez media hora. No podía dormir. La culpa estaba allí pero volvía a sentir deseo. Tenía miedo de levantarme de la cama meterme en la suya y recibir un buen chasco. ¿Y si no se estaba masturbando? ¿Y si todo eran imaginaciones mías? ¿Y si todo lo que había visto y percibido de él no era más que el producto de mis deseos del intenso sentimiento afectivo que sentía hacia él?

Noté que él estaba despierto. Es más volví a oír el roce bajo las sabanas, el jadeo, la excitación. Era un sonido tan peculiar, tan explicito que no cabía duda. Y esta vez lo escuchaba más cerca. Deduje que estaba de cara hacia mí pero aun tumbado en su cama. Volví a excitarme quería, deseaba estar con él en ese momento, en su cama pero el miedo al ridículo podía más que eso. Tenía muchas dudas. Así que volví a jugar a su juego, esperaba que él fuese el que diese el paso. Pero no lo daba. ¿Miedo? Es posible que no quisiera que el episodio de Santiago de Cuba se repitiera así que igual prefería no espantarme o quizás esperaba que yo diese el primer paso. ¿Cómo un típo de 40 años no era capaz de llevar la batuta en un asunto semejante?¿Se supone que el que tenía experiencia era él? Eyaculamos. Yo le oí a él hacerlo, con un resoplido como un balón que se deshincha poco a poco.

Hubo una tercera vez, por lo menos por mi parte. Fue rápida, dolorosa en todos los aspectos. Me rendí al sueño, antes llore uno poco en silencio. De pena y de rabia. No era eso lo que yo había soñado que sucedería con él. No de esa forma. No sé si mía o suya o de los dos pero era la peor forma. Antes de cerrar los ojos preferí que eso no hubiera sucedido. Nunca.

30. El principio de la Agonía.

Recuerdo aquella mañana y el regreso a Barcelona como si me encontrase sumergido en una piscina de puré muy espeso. Me encontraba muy mal. No tenía hambre solo sueño, mucho sueño. El agotamiento, tanto físico como moral estaba dejándome como si una apisonadora hubiese pasado por encima mío unas 544857 veces. Necesitaba dormir. Era mi máxima obsesión. No podía ni con mi alma. Él estaba como yo. No hablaba apenas. Muy poco al principio. Era tosco en palabras y no quería ni mirarme a la cara. Creo que se sentía tan mal como yo. Avergonzado y frustrado. Pero había en él también mucho rencor.

En el aeropuerto de La Habana le comenté lo cansado que estaba. Para romper el hielo. “Si, hacías mucho ruido anoche.” Me espetó mosqueado. Yo no me quedé mudo: “Tú también hiciste mucho ruido”. No dijo nada más. Sobre todo a lo sucedido media docena de horas atrás. Sólo abría la boca para soltar cosas banales, sin importancia o algún que otro improperios. En varias ocasiones se negó en organizarme con el equipaje. Sin embargo si lo hizo con un chico que iba a Barcelona cargado con toneladas de libros. Ofreciendo su maleta para llevar algunos y que no le cobrasen un extra en la sala de embarque. Eso me mosqueó ya que con lo desconfiado que era tal gesto no era común en él. Vi como miraba al chico con otros ojos, como cuando me miraba a mí en mis mejores momentos. El chico era amable con él, hacían buenas migas.


En el vuelo de regreso a Barcelona, haciendo transbordo en Madrid lo pasamos durmiendo. Apenas hablamos. Ni a mí me apetecía ni a él tampoco. Éramos dos extraños. Incluso durante la parada técnica en Gander (Canadá) cada uno campó a sus anchas.

De camino a Barcelona la cosa se calmó un poco. Incluso se animó. Nos enteramos quien era ese tal Sadam Hussein que había provocado una guerra en el Golfo Persico (el conflicto se produjo durante los días que estuvimos de gira por la Isla de Fidel Castro por lo que la información que nos llegó era más bien escasa, por no decir nula…) Se estaba acabando la aventura y menuda aventura.

De poco sirvieron esos pocos minutos de aparente calma.

Ya en el aeropuerto nos separamos. Yo me fui en taxi. Antes de ello le sugerí compartirlo ya que vivíamos (y aun vivimos muy cerca) Él no quiso venir. No insistí. Quedé en llamarle para intercambiar fotos y videos del viaje. Él no me dijo nada. Es más me dio la espalda y se marchó junto al chico de los mil y un libros hacia la estación de tren. Ambos se iban charlando muy animadamente y por primera vez yo sentí que lo perdía. Y sentí miedo y mucha tristeza.

Epílogo: Tarantela.

Muchas veces me pregunto para quién estoy escribiendo esta historia. Por qué lo hago. En ningún momento lo hago por despecho ni por venganza. No soy así. No es mi naturaleza. Esto es algo que quería escribir un día, quizás con más detalle, basándome en las horas de cintas de video que filmé con mi videocámara casera y parte de los muchos recuerdos que guardo de ese viaje. No lo califico de malo. Todo lo contrario. Fue un gran viaje tanto para el divertimento como para los malos momentos. Fue un viaje que marcó un antes y un después en mi persona. Es curioso que este último episodio lo esté escribiendo mientras ahora, afuera, el viento sopla de forma violenta y llueve a cantaros. Me gustan mucho las alegorías y esta es perfecta para acabar de envolver esta historia. Mi historia, su historia y la de muchos como nosotros que nos perdemos entre sentimientos confusos o extraños que no podemos o sabemos manejar. No importa la edad que se tenga, ni las ganas de consumar algo que se siente muy adentro y que a veces nos da por mezclar con otras emociones para nada compatibles que enturbian nuestra conciencia.

Redención. Episodio 10

31. Siempre hay un día después…

Tenía que darme cuenta de que las cosas no iban a ser como antes sobre todo cuando aquella misma noche, en Barcelona, mientras dormía la enorme estantería que colgaba de la pared de mi habitación se precipitó arrastrando libros, enciclopedias y figuras a pocos centímetros de donde me encontraba durmiendo. Todo envuelto en un estruendoso y terrorífico ruido. Un anticipo de todos los días en los que intenté, a brazo partido, rescatar lo poco o casi nada de lo que quedaba de nuestra pasada relación.

Con unos muy extraños e inusitados resultados…

(Continuará…)


7 comentarios:

Anónimo dijo...

Si te sirve de consuelo.... también a mi me ha picado todo mientras te he leído...ahiiiii!!
( por los tábanos...No seas tan mal pensado como yo ahora..jajaja)

Todos tenemos episodios de los que no nos sentimos orgullosos. En mi caso suelen ser por no haber dicho un NO a tiempo y haberme dejado llevar por la situación.
Si lo que vas ha escribir a continuación, te va ha hacer sufrir, no continúes, evalúa las consecuencias y zanja con el continuaráaaaaa

Besito garnde

foscardo dijo...

Lo más doloroso, lo que más me costaba contar ya esta dicho y se centra todo en el capitulo 29 una de las cosas más dificiles que he tenido que explicar. No la peor. Pero si la más personal.
Lo que puede llegar a venir despues es más una reflexión, un reencuentro, una busqueda y una respuesta pero sobre todo un renacimiento. Y lo contaré, lo prometo. Lo peor ya ha pasado y no veais lo que me ha costado plasmarlo. Pero era necesario por muchos sentidos.
Los italianos tiene el baile, La Tarantela. Dicen que ese baile lo practibaban como ritual para sacarse el veneno de la araña mas peligrosa de la pensínsula: la tarantula.
Yo acabo de bailarlo. Y en serio me siento mucho mejor.

Anónimo dijo...

Pues francamente,me alegro de que te sientas mejor,ya te he dicho que hay que ser muy valiente para hacer lo que tu haces,ser tan sincero con uno mismo y con toda la parroquia,mirarse al espejo es lo mas jodido de este mundo porque hay muchas cosas que no nos gustan ni un pelo,tu eres capaz de soltarlas y dejarlas ir y eso es una gran suerte o una gran valentia,no lo se.
Centollita.

foscardo dijo...

Es posible. Igual al tener que enfrentarme a muchas cosas durante todo este tiempo se me ha quitado el miedo a decir La verdad a la cara. Que ojo, es mi verdad. Siempre puede salir alguien que diga que esto no fue asi o fue de la otra formas. Las opiniones son como los culos cada uno tiene el suyo (aunque yo tengo dos jajaja y eso que aun no lo he encontrado)

Patricia Fernández Miranda dijo...

¡Sorpresa encontrar mi blog entre tus favoritos!
Hace unos diás te escribí varios comentarios, algunos anónimos, espero algún día decirte cuales lo fueron, pero tiempo al tiempo.
En relación a tu aventura por mi tierra, aparte de los descalabros amorosos que todos hemos tenido alguna vez, pensaba que te habías ido a "Perdidos en el Caribe", y es que desafortunadamente mi isla está perdida en el tiempo.
Ahora tengo otro blog recien parido, como quíen dice.
Mi tiempo real se disuelve entre tantas cosas que he pensado en la posibilidad de clonarme. Aquí te pongo el link.
www.siempremevoy.blogspot.com

Te confieso que me decidí a empezarlo cuando descubrí el tuyo, al menos tenemos la misma plantilla, para coincidir.
un saludo cubanísimo.
Pafermi.

foscardo dijo...

Igualmente. Otro saludo.

Anónimo dijo...

Yo te agrdezco tu verdad, sea cual sea. Ole!!

Besos
Soydemar