El tiempo lo cura todo, dicen…
También dice que pone las cosas en su sitio… No lo sé.
En nuestro caso y aunque demasiado pronto las cosas van lentas y se estiran como un chicle ultra elástico. De momento no tengo noticias. No se nada de nada. Creo saber dónde están los niños y no es, ni mucho menos con su padre, que duerme en un colchón inflable en casa de la Sargento de Hierro. De momento me dedico a rellenar como puedo este extraño puzzle...
Prometí hablar de lo que había pasado antes de Navidad, que sucedieron varias cosas, algunas cruciales para comprender los acontecimientos posteriores. Una de ellas fue la estratagema urdida por mi cuñado y la Sargento de Hierro para que lo acogiéramos en casa perpetuamente ya que a ella ya le comenzaba a “molestar” su presencia (esto en boca de mi cuñado). Veréis, el 8 de Diciembre mis sobrinos se fueron con su padre, al parecer a ver a otra de sus hermanas. Regresaron sin ningún problema, como si nada. No pusimos a ver una película y poco después de terminar sonó el teléfono. Era la Sargento de Hierro preguntando por su hermano. Al parecer no había aparecido por casa. Me preguntó si los niños habían notado algo raro en su padre. Se lo pregunté y me dijeron que no. Aquí quedó todo. De momento. Unos minutos más tarde suena el interfono. Era mi cuñado. Pedía a su hija que le bajase a la calle un saco de dormir.
Nos extrañó un pelo, tampoco mucho. Los más preocupados fueron los niños. Laura bajó. Subió preocupada. Le había preguntado a su padre para qué quería el saco y el no le contestó. Sólo le sonrió y se marchó. Le dije a mi sobrina que avisase a su tía. La niña le llamó y se lo explicó. Me hizo ponerme al teléfono. La Sargento de Hierro me comentó que se había discutido con él. Al parecer ella no se habla con esa hermana (¡Qué raro!) y su hermano se había emperrado en ir a visitarla. Ella se negó y le montó el pollo. Así que el capullo, mosqueado, había decidido no dormir en su casa, en el fabuloso colchón hinchable de cuarto de los trastos. Antes de colgar me sacó (no venía a cuento) la puntilla sobre que ella no manipulaba a nadie como yo pensaba (para echar la última gota de veneno se lo monta de puta madre…) No sé, aquella situación me parecía demasiado artificial. No era normal que ella estuviese tan poco alterada y mucho menos cuando su hermano desaparecía (lastima que no fuese para siempre). Al día siguiente, por la tarde noche mi cuñado vino a casa. Los niños le preguntaron que había pasado. Él dijo que había dormido en el coche, con el saco, en el descampado al lado de nuestra casa. Lo dijo en tono lastimero, vamos como para conmovernos. Suerte que ya le conocemos y ni nos conmovió ni le creímos. Nuestra conclusión: La Sargento había urdido un plan para que sintiésemos pena y se nos partiera el corazón y acogiéramos en casa al capullo cual inmigrante subsahariano. Es curioso pero muchos años antes ese plan surgió cierto efecto en mi madre al enterarse que la madre de mi cuñado, al no conseguir que él le entregase el 90% de su sueldo (para así ir a jugárselo al Bingo) lo echase de casa y acabase durmiendo dentro de un coche. La mujer era experta en otro tipo de perrerías como no lavarle la ropa, o vender un cachorro de Cocker (no os podéis imaginar la de cartones que se sacó con la venta del chucho…) y que mi hermana había regalado al capullo de marras.
Bueno, a lo que iba. Él nos dijo que se sentía mal en casa de su hermana, que se sentía que molestaba y que por eso se había ido. Miguel y yo con cara de palo. Ni una lagrimita. Vamos que el plan acojamos al miserable alcoholico maltratador de tu hermana en casa había caído en saco roto. La Sargento de Hierro había fracasado. No tenía la misma capacidad de poderío que su madre (bueno en realidad su madrastra) Por cierto, un día, si me da tiempo, os explico el árbol genealogico de esa familia que ya veréis que es más enrevesado que el de los Ewin, los Channing y los Carrington juntos…
Hay que decir que yo, si tuviese a mi cuñado en casa también intentaría echarlo, sobre todo porque la palabra “guarro” en realidad sabe a poco comparándola, sobre todo, con lo referente a las normas de higiene y costumbres del personaje.
Llegó el día de Nochebuena. Yo a esas alturas no sabía que iba a ser de mi hermana y su familia. Todo era secretismo y malos rollos. Le preguntaba a los niños y me contestaban a medias, a veces unas cosas, a veces otras. Solo sabíamos que mi cuñado y mi hermana vendrían a buscarlos. Dónde irían era un misterio… A media tarde me llamó mi prima, muy preocupada. Quería que esa familia no pasase la Navidad en la calle. Que si era posible estaba dispuesta a pagarle un hotel con cena incluida. La verdad es que yo también estaba preocupado pero eso de darle una victoria a la Sargento de Hierro (que se negaba a dejarles dormir en su casa) y que pretendía adjudicarme de inquilino al maltratador de mi cuñado de forma perpetua era superior a mí. Volví a preguntarles a los niños. Me dijeron que ellos dormirían en casa de su tía (La más pequeña de la familia que padece de esquizofrenia y se pasa todo el día en la cama dopada, mientras, según la Sargento, su marido (al que ellos detestan porque es mas inferior que ellos, y mira que ya es difícil) le hace fotos eróticas o incluso se la ofrece sexualmente a sus amigos a cambio de dinero…) La verdad es que verlos dormir en esa casa no me hacía gracia. Precisamente mis sobrinos ahora, están en estos momentos, están viviendo allí con semejantes cromos adhesivos… Sobre donde iban a pasar mi hermana y mi cuñado la noche era todo un misterio. Yo pensaba que mi hermana volvería al hospital y al parecer no era así. Pasarían la noche juntos. ¿Dónde? Ni puñetera idea.
Le volví a preguntar a los niños. En esta ocasión a me cabreé con mi sobrina porque, en un momento dado, mi sobrino hizo un amago de tratar de decírmelo y ella, chitando y con una mirada amenazante, le hizo callar. Al final Miguel y yo nos fuimos a Gelida a casa de sus padres, ya que su madre acababa de ser operada de una prótesis en la cadera. Volvimos a medianoche, con la extraña sensación de que al abrir la puerta nos encontraríamos okupas cual Ricitos de Oro durmiendo en nuestra cama. Por fortuna no fue así.
El día de Navidad llegaron mis sobrinos. Mi cuñado, la Sargento y mi hermana se quedaron en la calle. Les pregunté a los niños que porque mi hermana no subía ya que tenía los regalos de mi prima para dárselos. Me dijo que no quería subir. Al principio me mosqueé, luego lo comprendí. De nuevo la Sargento hacía de las suyas. Si ella no subía a casa, mi hermana tampoco. Llegó San Esteban (fiesta en Catalunya) ese día si subió mi hermana. Estaba extremadamente delgada, pálida y no hablaba. Mi cuñado estaba tranquilo, se notaba que la Sargento no estaba cerca. Hasta pudimos hablar con tranquilidad. En un momento nos pidió ir al baño. Tenía que cambiarse la compresa. Tardo un buen rato en salir. Mientras, mi cuñado y los niños me explicaron que el día de Nochebuena mi hermana les había dado el día, robando pastillas de la chaqueta de mi cuñado o dándole ataques de histeria hasta conseguir su sobredosis de pastillas para dormir. Todo un panorama. Cuando se fueron quedamos con que el día 30 comeríamos juntos (precisamente el día que el capullo se llevó a los niños). Cuando más tarde fui a la ducha me encontré la compresa de mi hermana sin abrir semiescondida. Había entrado en el baño para o bien tomarse una dosis que tenía escondida en alguno de sus bolsillos o bien con cualquier fármaco de mi botiquín.
Hacía tiempo que quería escribir. Es decir, hacerlo siendo yo mismo, sin estar pendiente de una fecha de entrega o a cambio de un talón. Creo que ya va siendo hora de armarme de valor, de entrar en el caserón, de abrir ventanas y puertas y permitir que la luz invada su interior. Necesito dar forma a los fantasmas, atraparlos, enfrentarme a ellos y asumir que, en el fondo, también forman parte de mi vida.
martes, enero 02, 2007
48 horas y pico más tarde.
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