lunes, septiembre 18, 2006

ARENA

Nota: Acabo de encontrar este cuento que escribí hace ya unos 16 años. Estaba inacabado en algunos pasajes y me he permitido darle unos ligeros retoques. Es de una etapa mía en la que me atraía mucho lo místico y lo sobrenatural. Me ha gustado rescatarlo y dejarlo dentro del Blog. Espero que os guste o no y me lo hagáis saber.

Caminaba sin rumbo fijo por la playa. A unos veinte metros de mi se encontra
ba el Ford blanco aparcado sobre una duna con el motor caldeado pero en silencio, a la espera de que volviese a ponerlo en marcha. Me relajaba pasear cerca de la orilla. Aquella era una costumbre que había adquirido desde antaño. No solía venir a menudo. Y menos de un tiempo a esta parte. Me acerqué a la orilla. Estaba bloqueado. Completa y absolutamente bloqueado. Desde hacía casi diez meses mi cerebro se negaba con rotundidad a expulsar ni una sola palabra, ni una sola frase y ni mucho menos ni un solo párrafo. Nada... Era como si mi imaginación, casi siempre tan afable y generosa conmigo, hubiera decidido así y de repente, dejar de cooperar, vamos, hablando metafóricamente: como si me hubiera concedido el divorcio.
El divorcio...
Eso lo decía todo...
Por un momento contemplé mi entorno. Mis huellas sobre la arena de la orilla desaparecían a cada embiste del mar. Una pareja aprovechaba los primeros rayos de sol de la primavera, ambos tumbados placidamente sobre la arena; ella sin sujetador, él enfrascado con el estridente sonido de su Discman. El cielo tan inmenso como limpio se veía de un tono cobre a través de mis gafas de sol. Un avión se dirigía hacia el aeropuerto del Prat a casi medio centenar de metros del suelo. Un cangrejo inerte, me mostraba su panza. Tres barcas de pesca faenaban a unos escasos quince metros mar adentro. Tras ellas, un lujoso yate, al parecer de la escuela de submarinismo con un par o tres de personas haciendo practicas de buceo. Una pareja paseando, ambos ajenos uno del otro. Una papelera quemada sobre la arena. Un viejo periódico desparramado sobre la orilla. Un hombre haciendo "jogging" con el rostro exhausto. Otro hombre dirigiéndose hacia la cafetería con su perro salchicha siguiéndole varios metros a la zaga. Cientos de huellas de pisadas como de cráteres diminutos estampados a lo largo de la franja de la orilla…
Una violenta ráfaga de vie
nto me sacudió de pleno haciéndome regresar a la realidad. Comencé a caminar de nuevo. Al alcanzar la zona del apeadero todo me pareció tan irreal como si me hubiera sumergido dentro de un sueño. La soledad parecía haberse adueñado de aquella parte de la playa. Sentí como si una mano helada a lo largo de la espalda.
El viento volvió a soplar fuerte. La arena le acompañaba
en su extraño baile. Por un instante no pude ver absolutamente nada. Todo mi entorno era una densa cortina de arena de la playa. Me llevé una mano a la cara y me protegí la boca y los ojos. Me invadió la extraña sensación de que aquel fenómeno no era algo espontáneo producido por la fuerza de las presiones atmosféricas sino que era algo como intencionado, como una especie de advertencia.
Entonces
lo vi. Era un hombre mayor, de unos setenta años, alto, de espalda ancha pero de aspecto escuálido. Su rostro era una espesa mata de pelo blanco. Vestía una casaca color caqui tan vieja y roída como su apariencia. Sobre su cabeza se aposentaba un amplio y oscuro sombrero gris que presentaba el mismo estado deteriorado que le rodeaba.
Avancé
un par de pasos y después me detuve para observarle. El viejo parecía sobreexcitado dibujando unos extraños símbolos sobre la arena. Me pareció escucharle tatarear algo.
Justo cuando me encontraba sumergido en sus dibujos se detuvo. Sin apenas enderezarse apoyó sus manos sobre sus rodillas y alzó la mirada. Durante un segundo, nuestras pupilas se atravesaron. Mi corazón dio un vuelco. Pude además ver en sus ojos, grandes y grises, una dura mirada de resentimiento; era como si en ese momento me estuviese culpando de todos sus males... Sin pensármelo dos veces aparté mi mirada de la suya y aceleré un poco mas la marcha alejándome de él.
Mie
ntras caminaba no me atreví a mirar hacia atrás ni un solo momento. Es más, tuve la molesta sensación de sentir el peso de su mirada clavada sobre mi espalda hasta no haber caminado una docena de metros. Nunca hasta entonces había deseado estar lo más lejos posible de una situación tan desagradable.
A no ser... A no ser cu
ando tenía esos extraños sueños...
De un tiem
po a esta parte soñaba que me encontraba sumergido en un inmenso pozo. Un lugar oscuro, oleaginoso y frió. Por mucho que me esforzara nunca lograba encontrar la salida. Lo peor del sueño era la continua sensación de asfixia que sentía y el desespero por mi parte por desear quererme apartar aquella angustiosa oscuridad.
Media hora más tarde llegué al espigón. Hacia un poco de calor y estaba canasdo asi que me estiré sobre una de las rocas. Sin darme cuenta me quedé dormido
Comencé a soñar... Volvía a estar en la zona del apeadero. Había mucho viento o tal vez era el sonido de mil moscas zumbando. Una nube de arena me azotó de arriba a abajo, como si se tratara de una molesta cortina. Cuando desaparecío todo se calmó. Entonces lo volvía a ver. Era otra vez aquel extraño anciano. Me acerqué a él. El hombre estaba de espaldas dibujando unas letras en el suelo. Pude ver lo que había escrito y era algo parecido a esto:Entonces el viejo, o quien quiera que fuese eso se giró y entonces pude verle el rostro. Mi garganta emitió un sonido mudo, algo que parecía o trataba de parecerse a un grito. El rostro del viejo era el mío. Lo único diferente eran lo ojos. Estos eran de un amarillo encendido, como los ojos de un gato pero maligno... Sonrió y su boca era una espantosa hilera de dientes afilados. Como los de un tiburón. Antes de que ser me abalanzara encima me desperté sobresaltado. Me incorporé con el corazón latiendo a más de mil bajo mi pecho. Me llevé la mano a la frente y me sequé con ella el sudor frió; cerré los ojos y me dejé llevar por el sonido relajante del mar.
Entonces me di cu
enta de algo. Algo que me heló la sangre nada mas volver abrir los ojos y que me sobresaltó aún mucho más que la maldita pesadilla. Frente a mí, a unos escasos tres metros del suelo, tan inmóvil como una estatua apareció el extraño viejo de la chaqueta roída. El viento hacía aletear su larga y sucia cabellera así como los pliegues de su chaqueta. Me di cuenta que no apartaba sus ojos de mí.
Tenía
algo en la mano. Parecía una almeja. El viejo abrió la concha sin esfuerzo. Vi como el animal se retorcía con impotencia entre sus dedos. Sin apartar la mirada de mí, me sonrió lascivamente y acto seguido hundió los labios en el interior de la concha. Al oír al viejo sorber sonoramente la pulpa mi boca se contrajo en una desagradable mueca de repugnancia.
El viejo se agachó, tomo un puñado de arena húmeda con su mano izquierda, y sin decir na
da, me la arrojó con toda su furia. Mi primer acto reflejo fue el de cerrar los parpados y llevarme la mano a los ojos. El impacto de la arena me alcanzó a la altura del cuello.
- ¡¡ AREEEENA!! ... - me gritó el viejo - ... eso es lo que eres nada m
as que un puñado de arena..., un... un montón de preguntas sin ninguna respuesta.
El viejo dio un paso hacia adelante. Asustado traté de arrastrarme hacia la roca que se encontraba tras de mi. Pero el miedo me lo impidió.

- ¿Cómo dice? - me atreví a preguntarle algo confundido.
- A veces la cosa más compleja no precisa esfuerzo alguno. Solo basta con encontrar la raíz del problema y en la mayoría de los casos éste se encuentra mucho mas cerca que nuestras propias narices.
Me fijé un momento en sus manos. El viejo no cesaba de frotarse con suavidad el dedo índice de su mano derecha.Había algo en aquel individuo que me despertaba una cierta inquietud y una parte
de mi se sentía como fascinada e interrogante acerca de su presencia.
- ¿Quién demonios es usted? ¿Qué quiere de mí? ¿Por qué no me deja en paz?
El viejo me miró sorprendido. Dio un par de pasos, alzó en lo alto su mano y me preguntó:
- Si realmente creyeses en mí, podría taparte los ojos con una mano y sin embargo tú seguirías viendo a través de mi piel.
Un segundo de silencio y luego agregó algo que me dejó perplejo:
- Hubo una época en la que tú y yo éramos como amigos. Tu tan solo tenias que chascar un dedo y yo ya estaba allí. Yo le daba orden a tus ideas y tú las plasmabas con la misma rapidez que u
n rayo. Hubo muy buenos momentos entre tú y yo. ¿No lo recuerdas? Pensabas que estabas solo cuando escribías y sin embargo yo estaba ahí agitando tus pensamientos, dándoles forma, para ofrecértelos a ti para que tú los mostrases al resto de la humanidad.
De repente sentí como si mi cabeza fuese a estallar. El dolor era algo insoportable. Con el cuerpo del viejo entre mis piernas y sin soltar mis manos de las solapas de su chaqueta eché el cuello hacia atrás, alcé la cabeza y expulsé un desgarrador grito de dolor. Sentía...sentía como si algo... Como si algo monstruoso tratase de aferrarse con fuerza a lo más profundo de mi cabeza y se negase a salir. Caí al suelo, junto al viejo; mi respiración era jadeante. Me arrastré varios metros por la arena sin dejar de gritar; mis manos abrían surcos en la densa alfombra blanca de diminutas partículas de cristal. No recuerdo que en ningún momento perdiese el conocimiento y en el fondo eso era lo peor.
Oí una especie de seco chasquido en mi frente y un poderoso chorro negruzco y espeso surgió de una abertura en la base de mi entrecejo. A medida de caía sobre la arena éste iba adoptando una siniestra forma, espesa, voluminosa y torpe. Cuando carentemente acabó de formarse lanzó un espanto
so alarido al cielo. Yo me llevé las manos a los oídos. El ser giró sobre si mismo de forma que pude verle claramente su cara.
Entonces esta vez fui yo quien gritó.
Su rostro y gran parte de su piel estaban recubiertos por miles de partículas de arena. Y ante mis atónitos ojos pude ver reflejado en su gelatinoso rostro todo
s mis problemas. ¡Había estado engendrando aquel horrible ser dentro de mi cabeza! Y sin duda alguna todas mis preocupaciones le había servido de alimento.
La criatura me miró lastimosamente y tendió una de sus deformes manos; luego emitió un gemido; el mismo gemido que emite un recién nacido cuando aca
ba de nacer. No sabía que hacer. Una parte de mi sentía compasión yo había sido en parte culpable de haberle creado.
Antes de que me hubiera dado cuenta ya le estaba tendiendo la mano.
- ¡No dejes que te toque! - me gritó el viejo - ¿No ves que intenta regresar?- sin duda se estaba refiriendo al interior de mi cabeza.
Me gir
é desde donde me encontraba y enfoqué mi mirada hasta el viejo. Pero lo que había allí ya no era lo que minutos antes había sido. El engendro no cesaba de retorcerse en vano por sobre la arena como tratando de apagar aquel extraño incendio. A cada segundo que transcurría sus gritos se iban acrecentando, haciéndose cada vez mucho más horribles.
El viejo me ayudó a levantarme. Pero yo no tenía fuerzas para ello. Me sentía como si me hubieran dado vueltas en una gigantesca centrifugadora. Solo sé que perdí el conocimiento y que horas más tarde desperté en el interior de mi coche con el asiento reclinado y cubierto con una manta de las que guardaba en el porta maletas para cuando solía salir de excursión al campo.
Aquella misma noche tuve un nuevo sueño. Un hermoso y revelador.
Me encontraba en otro plano y una cegadora luz me envolvía. Aquella luz brillaba, con intensidad, lo mejor de todo era que me era imposible pensar en todas las adversidades de mi pasado. En aquellos instantes todo era paz. Una paz sólida y envolvente que me llenaba con tanta intensidad como luminosidad desprendía aquel lugar. Y de repente me di cuenta de que no estaba solo. Lejos, muy lejos pero paradójicamente cerca pude apreciar una dulce y alargada silueta; y ésta me sonreía como satisfecha. Yo alcé la mano, y el ser de luz me saludó; y jamás me había sentido tan limpio como hasta entonces.

© Richard Archer



No hay comentarios: