viernes, septiembre 01, 2006

Y usted... ¿Qué quiere ser de mayor?

Menuda preguntilla...
El curso tocaba a su fin y con él mi etapa en EGB. Llegaba la ardua tarea, por parte del cuadro docente, de entrevistar a todos los alumnos para tratar de indagar cuáles eran sus inquietudes de cara a su futuro y de esta forma sugerir un tipo de estudio determinado. Por casualidades me tocó entrevistarme el Sr. Robles, mi tutor y profesor de lengua castellana. Yo sabía que él no esperaba nada de mí por lo que lo asumía con resignación. Pero mira por donde ese día tenía un as guardado en la manga...

Ahí estaba yo, sentado, en silencio frente a él.
Supongo que se imaginó que mi respuesta sería un estúpido y tímido “No lo se…”, o “Un vago” o incluso “Un zoquete”, porque precisamente eso es lo que yo era para él. Nunca había sentido interés hacia mí. Para él era mucho más interesante perder el tiempo contemplando el estucado de la pared que prestarme un poco de atención. Por lo que supuse (y él también) que mi asunto estaría liquidado en menos de 20 segundos.
Pero no.

Lo que nadie y menos él sabían era que un servidor ya tenía una respuesta concreta, certera y pensada de antemano. La respuesta definitiva a su pregunta más crucial. Me sentía como un mago a punto de presentar al público un truco de magia de esos que dejaban a uno con la boca abierta y los ojos como platos. Y puedo decir con orgullo que conseguí al cien por cien mi propósito.

- Escritor.

- ¿¡Escritor!?

El tío me miró como un bicho raro. No salía de su asombro. Ahí, delante de sus morros, tenía sentado al individuo más insulso del colegio, a uno que no aprovechaba las clases, a un don nadie en potencia, al un perfecto condenado al fracaso, diciendo convencido ¡qué quería ser escritor!

- Pero... Sr. Archer si usted nunca ha escrito nada. – En el colegio siempre nos trataban con respeto (excepto en los castigos) y nos llamaban por el apellido

- Si, si que he escrito. Entregué varios relatos en el examen de recuperación de septiembre. Pero supongo que no se los habría leído... - añadí un pelín apesadumbrado.

En ese momento me esperé dos cosas. La primera, que debido a mi insolencia se levantase y me diera un par de soplamocos, de aquellos sonoros, que duraban lo que quedaba de curso y parte del siguiente. La segunda, que llamase a todo el colegio y comenzasen a reírse de mí en la cara mientras bailaban a mi alrededor “el corro de la patata”. Pero de nuevo no. Simplemente se hizo un silencio. Le había dejado K.O.

- ¿Y no tiene nada más escrito? ¿Algo a lo que le pueda echar un vistazo?

- No. Ahora no tengo nada escrito.

Y esperé una tercera réplica. Una que me pidiese que le escribiera algo un cuento, un texto, algo para poder leerlo y así poder comentarlo. Pero una vez más no. Nada de nada. Aparentemente dejó el tema apartado, sin más. Pero eso pensaba yo. La noticia de que el Sr. Archer quería ser escritor ya había corrido como la pólvora aunque sólo entre el profesorado. A partir de entonces, en los sucesivos discursos de despedida, solían aparecer frases tales como: “Bueno, esperamos que algún día alguien se haga famoso, no se, escribiendo tal vez una novela, se acuerde de nosotros, nos la dedique y regrese al colegio para regalárnosla”. Entonces, acto seguido, me clavaban una especie de mirada de complicidad.
Lo que son las cosas. Veinticinco años más tarde y realmente me estoy ganando la vida escribiendo. A ver, ni soy millonario ni tampoco he escrito un Best seller. No soy tampoco una fuente de virtudes literarias. Ni siquiera he llegado a terminar de escribir un par de novelas que a lo largo de estos años había iniciado con gran entusiasmo. Sólo escribo artículos, análisis y catálogos para ocio electrónico, ah, y también estoy escribiendo este Blog. No soy una maravilla, la dislexia (en serio) suele hacer estragos en mis textos, hace tiempo que no leo libros, no me enganchan o no me concentro. Sólo ojeo revistas, otros Blogs y foros de discusión. Cosas breves. Soy un desastre de escritor. La antítesis de todos ellos. Lo reconozco.
Pero no todo han de ser descalificativos, también hay pequeños triunfos en
mi profesión. A lo largo de mi carrera he ganado tres premios relacionados directa o indirectamente con la literatura. Uno de ellos por un guión, escrito con dos amigos surgido de cuando trabajábamos en la tele y nos aburríamos durante las horas libres. El segundo, por un cuento, era un evento organizado por la Generalitat y relacionado con escuelas para adultos. Por cierto con la pasta me compré una videoconsola (y lo que son las cosas, luego acabaría escribiendo sobre ellas). El tercero, fue un concurso literario organizado por Microsoft España y dedicado en exclusiva para gente de prensa. El premio, una videoconsola (mire usted por donde), varios juegos y un fin de semana en una casa rural a mi elección.
He de decir a mi favor que siempre me había gustado la escritura. Desde muy pequeño. Es más, el destino ya me lo había hecho ver en una ocasión, muy de sopetón, a los siete años, un día cu
ando casi me linchan una manada de niños. Vamos a ver… Una buena tarde se me había ocurrió plasmar, en una nota y en principio anónima, todo lo que sentía acerca de unos niños, vecinos de bloque que, por aquel entonces, me caían muy mal. Así que, lo mejor era escribirles algo, a lápiz (aun no dominaba lo de escribir en boli), poniéndolos a parir. Recuerdo haber escrito la nota en una libreta pautada (desde aquel día les cogí manía), en cuyo frontal, blanco, había dibujado un Pinocho muy cutre (los psicoanalistas que busquen analogías al respecto que seguro las hay). A estas alturas reconozco que me pasé veinte pueblos con el texto, pero en ese momento disfruté como un mico con todo lo que surgía de mi imaginación. Me gustaba mucho, muchísimo. Todas aquellas palabrotas viajando de mi cabeza hacia mi mano y luego plasmadas sobre un papel. Además aquel texto tenía mucha garra. La sentía. Estaba más que entusiasmado con mi primera obra literaria. Yo le daba al lápiz órdenes y el tío, esclavo de mis emociones, escribía como un loco. Me importaba un pito las cosas horrendas que había en el papel.. Algunas refiriéndome a la madre de ellos, otras más a titulo personal. Aquello lo había escrito yo, solito, minuciosamente, a escondidas mientras mis padres y mi hermana veían la televisión. Cuando terminé, tenia como dos o tres folios de largo, los arranqué, los doblé y me los guardé en el bolsillo del pantalón. Aquello iba a ser la bomba. Y tanto que lo fue…
Al día siguiente me encontré a esos odiosos niños, jugando a la pelota y les entregué el papel. Esperé impaciente su respuesta. Al principio sonriendo como un idiota. Como vi que lo que estaban leyendo no les estaba gustando al principio me medio enfadé (que desagradecidos) pero más tarde, cuando el disgusto se transformó en enfado, me entró el "canguelis". Entonces mi primer acto reflejo fue tratar de charle el muerto a otro, entre otras cosas lo hice por qu
e si llovían hostias por lo menos serían compartidas y no me llevabaría un empacho.
Entre gritos y amenazas, intenté aclarar que la nota la había escrito con otro amigo, que justo estaba a mi lado, mirándome con perplejidad y cierto mosqueo. El muy cobarde lo desmintió (no, si idiota no era). Es más, el muy capullo salió corriendo dejándome solo ante el peligro y sin saber que hacer (también he de reconocer que estaba algo triste por que
mi texto no les había gustado) Los gritos de los afectados atrajeron a otros niños y en menos de lo que canta un gallo me vi rodeado por una pared de unos quince mocosos todos ellos cuchicheantes y acusadores. Sobre todo después de pasarse las notas los unos a los otros mientras se contagiaban del horror por todo lo que allí estaba escrito. He de puntar que yo me sentí molesto por que no entendía por que los otros niños y niñas se enfadaban también, al fin y al cabo las notas no iban destinadas a ellos.
Entonces apareció mi madre, venia corriendo, acompañada de la madre de mi amigo, el muy traidor y cobarde. Comenzaron a abrirse paso entre el corro cuyo epicentro era yo completamente asustado. Preguntaron que había pasado y que hacía yo en el centro de de ese corro. Entonces una mano infantil y rastrera les hizo llegar la nota. La leyeron. El efecto horror también se apoderó de ellas. Mi madre me miró y lo comprendió todo.
No era tonta. No se le pasaba una. Ella ya me había visto escribir la nota anoche. Lo que no se imaginaba era ni su contenido ni la repercusión de la misma. Las madres son así de listas, aunque en el caso de la mía muy poco precavida. Eso si, en ingenio no la ganaba nadie. En menos de lo que canta un gallo dio la vuelta a la tortilla. Les dijo que esa letra no era mía. Es más, bajó de casa una libreta de mi hermana diciendo, que en realidad su letra era la mía. (por cierto mi hermana a todo esto diciendo que me había visto escribir la nota) La vecina (desconociendo la artimaña de mi madre) aseguró que aquello no podía ser mío por que "Aquel texto ¡estaba lleno de faltas de ortografía! (sin comentarios)
Entonces sucedió algo que me marcó de por vida ( y no fue una pedrada). Un simple gesto acompañado de una frase que jamás olvidaré. Mientras mi vecina rompía en pedazos las
hojas sentenció: ¡Las palabras se las lleva el viento! Levantó las manos al aire y en cámara lenta vi como los fragmentos de la discordia se los llevó un fortuito golpe de viento. También aprendí otra cosa. El significado de la palabra LINCHAMIENTO. Un término que jamás se me olvidaría.

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